Editorial

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Marín Escobar, P. (2024). La escritura del espacio en blanco: los márgenes [Editorial]. Poiésis, (47). https://doi.org/10.21501/16920945.5070

La escritura del espacio en blanco: los márgenes

Paloma Marín Escobar

La poesía como el cine trabajan con la musaraña de los sueños, con el entramado de la conciencia emancipada de sus insomnios fuera de los márgenes de la vida, la que solemos narrar mediante la ley de causalidad y someter a las estructuras subjetivas de un espacio y tiempo cuya familiar regularidad nos mantiene a salvo: a salvo con nuestras verdades, a salvo con las definiciones, a salvo con el Yo, con el Ser y sus atributos, a salvo con el dios de la palabra última sobre las cosas, a salvo y en acuerdo tácito con la historia. Sobre lo anterior dirá Maillard que “todo decir limita la realidad, la hace más pequeña. Solo la palabra que no dice: la palabra poética amplía en vez de restringir…” (2001, p. 75). En tanto nombrados, los objetos huyen, solapan su claridad tras gruesos brochazos de entendimiento, tras el peso de la memoria que anquilosa y desgasta, sin comprensión, sin experiencia, huérfana de sentido, creyendo que hubiera uno y que el abismo se encara desde arriba.

El cine y la poesía ponen frente a nosotros las sombras del abismo, mirando siempre de abajo-arriba, haciendo chispas con piedras en las paredes de laberintos verticales que solo conducen a los lugares que habitamos en sueños; respecto al cine, Zambrano (2009) lo relaciona con un alimento que nos permite “ver”, en ese sentido, su potencia está en mostrar, no en decir, alimentar esa zona encubierta del alma de hilos, costuras imaginarias y heridas suturadas a fuerza de ensueños que huyen de los nombres, nos dan la espalda en la vigilia y nos confrontan en sueños:

el cine por su carácter huidizo, por estar hecho con la materia misma de los sueños, con sombras, y por su continuidad alcanza más que ninguno este carácter de ser el pan, el pan de cada día para la necesidad de ver, de imaginar, de hilar y deshacer ensueños. (p. 300)

En los márgenes, reflexiona Maillard hay un saber que: “no es peso ni imagen que ocupen tiempo y espacio, no puede aposentarse en la mente de nadie, tan sutil es que no formaría idea ni pensamiento alguno” (2001, p. 122). En los márgenes, en lo no-dicho aún, o lo que queda sin decir, está lo verdaderamente hablado. En los silencios que resguardan la herida del poeta, el verso eliminado que ha reemplazado por una metáfora clara, o en el verso que queda y que arropa en la imagen de su contrario el sentir del poema, su latido. Asimismo, en el cine, en sus fuera de cuadro, en el límite de la arquitectura estética de un encuadre, su disposición, su capacidad de ser dinámico o receptáculo; en los bordes, en las orillas, viviendo siempre al margen, está la verdadera película.

Los márgenes “pertenecen al silencio, donde la vida es otra que la historia contada o que hubiese podido ser contada. Hay un lugar, un no-lugar, donde el tener sentido no tiene ningún sentido” (Maillard, p. 122). Los márgenes también nos permiten habitar fuera de lo que se nos cuenta y, en ese sentido, habitarnos. Se suele ir al cine para huir, abrir el libro para encontrar testimonios de mundos mejores que el nuestro y, sin embargo, hay lugares en blanco de esas escrituras: la fílmica y la poética, que ponen en marcha nuestra retina espiritual, enmudecida por un tiempo y espacio latentes que buscan objetivarse en la construcción de un Yo que, en cada caso, no concuerda con el asiento espiritual que solo los sueños hacen elevar al margen de nuestros sentidos para dejarnos en la lengua el sabor de haber conocido, al fin, una verdad. A continuación, proponemos un ejercicio de creación para mirar el cine, para mirar lo que se muestra en, sobre y más allá de sus márgenes, tras lo no-dicho. Para ello, traemos al encuentro una película de David Lowery (2017): A Ghost Story, con ello nos permitiremos abrir paso a la ausencia de nombres, a lo que nos susurran los márgenes, de las imágenes y las palabras de intrusos atemporales que vienen al encuentro para completar la trama onírica y hacer plástica, admisible y habitable la naturaleza reflexiva del cine y de la poesía.

En los márgenes, los nombres; fuera del cuadro, los rostros

Apenas conocemos retazos de memoria perdidos en la casa que habitaban él y M. El rostro del primero oculto y su figura: indivisible senda de hilos y el par de orificios abisales tras los que guarda el secreto del tiempo. Ella, dualidad: cuerpo que sigue impulsos intramundanos y rostro, escindido de la cotidianidad, los ojos clavados en el muro que guarda un secreto-mácula, de imposible proyección en los tiempos de la gramática y los tiempos mortuorios del dolor; sin afanes de triunfos conjurados a medianos y largos plazos. Él ya no es rostro y ella carga con el peso de ser-todavía, de estar-ahí.

Los personajes de A Ghost Story (2017, Dir. David Lowery) son oxímoron existencial: ella vive, aunque ausente; él, muerto ya, coloniza entero el espacio fílmico, los dentro y fuera de campo; el plano, con la estética de una instantánea se convierte en morada del instante y atraviesa mi memoria de fantasmas desde las 32 casas que he habitado. El fantasma invade lo que ya no le es propio: el espacio, se convierte en luz vibrátil sobre los cuerpos, en sonido, en objetos que levitan, hegemonía de angustiante infinitud. M. juega a los malabares con recuerdos añejos y vierte el contenido de su espacio en un reloj de recuerdos de arena. Despierto pensando que estoy en una de las casas otrora habitadas, camino a la cocina pensando que es un baño y batallo para no poner en la estantería de libros platos sucios.

El duelo por el amante perdido de M. se emparenta con el aleteante recuerdo de las 32 casas, también con mi incapacidad para asir el tiempo como única medida y yugo de la percepción. Como le ocurre a M., las manecillas de mi reloj van excéntricas de espacio a movimiento: un rostro-déjà/vécu, este paisaje-déjà/visité, un objeto que detona el material fílmico tras la retina, inundado en saudades. La lentitud hace girar la vista atrás; la prisa, empuja a presagiar días venideros. Hoy, con afán de perro en celo, un nubarrón de ideas inconexas me lleva a futuros inciertos, ayer, en lentas caminatas, contaba pasos hasta ahogarme en saudades ¿..y M.?, con un pastel.

Entre los hilos de esta senda fantasmal dialogan Milan Kundera y Virginia Woolf, interlocutores de la trama de los amantes sin nombre. Los conduzco por el forzado argumento del síndrome por emparentamiento artístico, a morar en un universo común de temporalidades trastocadas y apariciones; la añoranza persigue a sus personajes, el pasado (que pudo ser) se hace presente en la forma del pálpito.

P: La viuda se atraganta con un pastel que no sabe a olvido. No puedo parpadear por cuatro largos minutos. Vomita dolor.

K: “Es una exigencia de la belleza, pero ante todo de la memoria, imprimir una forma a una duración. Porque lo informe es inasible, inmemorizable.” No da pie a la añoranza postrera: “styska se mi potobe”1 (Kundera, 2000, p. 12).

P: El fantasma salta al abismo, sigue perdido en elipsis eternas. El fantasma accede al tesoro de la pared, desaparece.

W: “Debo levantarme y ver por mí misma qué es en verdad la marca en la pared, ¿un clavo, la hoja de una rosa, una grieta?” (Woolf, 2012, p. 9). Suenan las teclas de un piano, sombras y luces danzan por la habitación.

A: En el lenguaje de las estrellas la intermitencia es una forma temprana de olvido.

P: “aunque alguna forma de humanidad lleve una grabación de la Novena Sinfonía de Beethoven al futuro, el futuro se dará contra un muro, el universo seguirá expandiéndose y se llevará todo por delante” (A ghost story, 2017, min. 1:03:00).

K: “toda la música de Beethoven quedaría resumida en una única larguísima nota aguda que se asemejaría a la que oyó, infinita y muy alta, el primer día de su sordera.” (Kundera, 1995, p. 103).

W: “el rayo que buscaba siempre se apagaba detrás del cristal. El cristal era la muerte” (Woolf, 2012, p. 33) ¿Cuál era el tesoro enterrado? “La luz del corazón.” (p. 34).

P: M., no está en el cuadro, no hay casa ni secreto, solo olvido.

Hay espacios en que sobrevive, palpitante, un estar-ahí, como haz de luz. Los secretos que guardan son la historia del devenir inconcluso: los “todavía no…”, “qué habría pasado si…”, la voz silenciada del sentir inconfeso de nuestros heterónimos. Hablo de los secretos de Woolf, de la pareja que protagoniza el desdoblamiento del tiempo en un solo plano de espacio inconcluso, al que nos someten Lowery y Kundera, tal vez para poner a prueba nuestra propia concepción de los tiempos verbales en un solo acontecimiento. Hablo de los entresijos emocionales de M. tras la pérdida del ser amado y la piedra de Sísifo que rueda por la casa encantada.

El silencio, los márgenes, son fantasmas enajenados de la memoria humana, de los anales, épicas, tragedias y farsas, de la Historia; corren por el cauce aterido de los vencidos, indivisible en rostros memorables y obras que prometen posteridad; tras la muerte, o al menos en sueños, donde habitamos el mundo como lo hacen los muertos, somos sábanas blancas visitando temporalidades solapadas por enciclopédicos compendios, perdidas en bucles de repeticiones innumerables. En los límites-abismos del silencio y los márgenes, unas veces gira el trompo kafkiano del ser, otras el puro acto de no-ser, la muerte se alza vencedora, indefectible, un siempre irrebasable, sin lugar a duda, noúmeno kantiano, daimon socrático, “única posibilidad de la absoluta imposibilidad” (Heidegger, 2009, p. 276), wu wei del Tao, completud ascética, lágrima de Kali, lastre de Medea, llama prometeica, promesa de Antígona, igualdad silogística del vacío, Mictlan en camas ya nunca más compartidas. La casa encantada de lentitud y olvidos encarnados en la retina espiritual de M. La muerte es la síntesis de los márgenes.

Referencias

Heidegger, Martin. (2009). El ser y el tiempo. Fondo de Cultura Económica.

Kundera, Milan. (1995). La lentitud. Tusquets.

Kundera, Milan. (2000). La ignorancia. Tusquets.

Lowery, David. (Director). (2017). A Ghost Story [Película]. A24 Productions

Maillard, Chantal. (2001). Filosofía en los días críticos: diarios 1996-1998. Pretextos.

Woolf, Virginia. (2012). Relatos completos. Alianza Editorial.

Zambrano, María. (2009). Las palabras del regreso. Cátedra.

Nota de autor

Paloma Marín Escobar

Especialista en Docencia Investigativa Universitaria por la Universidad Católica Luis Amigó, Medellín, y egresada de la Maestría en Escritura Creativa en la Universidad Adolfo Ibáñez, Santiago, Chile. Docente en la Universidad Católica Luis Amigó, Medellín, Colombia. ORCiD: https://orcid.org/0000-0001-6154-0797. Correo electrónico: paloma.marines@amigo.edu.co


  1. 1 “te añoro; ya no puedo soportar el dolor de tu ausencia” (Kundera, Milan, La ignorancia, Barcelona, Tusquets, 2000 p. 12)