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Montoya, A. C., & Cifuentes Yarce, J. D. (2024). Cuestionamientos a las relaciones en el metaverso. El “entre” como espacio de encuentro y significación. Perseitas, 12, 116-135. DOI: https://doi.org/10.21501/23461780. 4761

 

CUESTIONAMIENTOS A LAS RELACIONES EN EL METAVERSO. EL “ENTRE” COMO ESPACIO DE ENCUENTRO Y SIGNIFICACIÓN

Questioning relationships in the metaverse. The “between” as a space of encounter and meaning

Artículo de reflexión derivado de investigación

DOI: https://doi.org/10.21501/23461780.4761

Recibido: junio 14 de 2023. Aceptado: diciembre 13 de 2023. Publicado: abril 12 de 2024

Ana Cristina Montoya

Jesús David Cifuentes Yarce

“El hombre debe acordarse del hombre, que olvida dónde conduce el camino”

Heráclito, fragmento 71

Resumen

El metaverso, como nuevo espacio prometido de interacción social, no configura en sí mismo la posibilidad del encuentro, porque no es el espacio lo que propicia el “entre” sino la disposición de las personas. Por ello en este artículo se dirige la mirada al interior del ser humano y se centra en la reflexión ética del ser en el estar; precisamente, porque toda herramienta configura un nuevo ethos con el sujeto. En primer lugar, tras problematizar la pregunta por el metaverso, se desarrolla el concepto de relación social, para pasar, en segundo lugar, al espacio como configurador de la utopía y a la pregunta de cómo el ser humano se construye en lo que él mismo crea. De esta manera, se llega al último punto, en el que se plantea que la promesa del metaverso no guarda en sí misma la posibilidad de ser mejores personas, sino que, en cuanto herramienta, depende exclusivamente del uso que se le dé.

Palabras clave

Comunicación generativa; Ethos; Metaverso; Persona; Relaciones sociales; Utopía; Vinculación.

Abstract

The metaverse as a new promised space of social interaction does not configure, in itself, the possibility of encounter, because it is not the space that propitiates the “between” but the disposition of people, therefore this article directs its gaze to the interior of the human being and focuses on the ethical reflection of being in being, precisely because every tool configures a new Ethos with the subject. First, after problematizing the question of the metaverse, the concept of social relation is developed, to move on, as a second point, to space as a configurator of utopia and how the human being is constructed in what he himself creates. In this way, we arrive at the last point in which it is proposed that the promise of the metaverse does not hold in itself the possibility of being better people, but, as a tool, it depends exclusively on the use that is given to it.

Keywords

Bonding; Ethos; Generative communication; Metaverse; Person; Social relationships; Utopia.

 

Introducción

Ante los discursos de las posibilidades que abre el metaverso, en este artículo se presenta un análisis en torno a la necesidad de volver la mirada sobre el papel central del ser humano en el uso de las herramientas. Por esta razón, es importante delimitar la concepción de relación social, para comprender cómo esta es posible en el nuevo espacio del metaverso. Posterior a ello, se analiza el concepto de espacio y utopía, entendiendo que es allí donde se desenvuelven las relaciones y donde surge la nueva gramática algorítmica que da cuenta de las realidades emergentes y donde se transforma el lenguaje y, por lo tanto, la realidad. En última instancia, se realiza un análisis del “entre” como el espacio vital y generador del encuentro, la realidad que se instaura entre los sujetos, una relación que es susceptible de transformarse en un bien relacional, del que pueden beneficiarse quienes participan en ella, y que está abierta a las razones últimas de la existencia. En este sentido se puede decir que el “entre” se presenta como la finalidad y el reto de la vida en sociedad, pero también como su fundamento ontológico. De donde se concluye que el “entre” no es un espacio físico; por lo tanto, el espacio virtual que se posibilita en el metaverso a través de “avatares” no solo no reemplaza la vinculación relacional, sino que, por el contrario, mantiene la pregunta sobre la condición de la persona humana en el acontecer del encuentro.

Aunque se hable de nuevos espacios, la pregunta por la relación social, la vinculación y sus implicaciones, sigue vigente, ya que las herramientas no son constitutivas de humanidades, ni configuran la realidad en sí mismas, sino que lo hacen a partir de la simbiosis que se establece con el sujeto, lo que origina un nuevo ethos, en tanto que moldea la realidad, mas no la reemplaza.

El “entre”

Se entiende por el “entre” el espacio vital y generador del encuentro, esa relación que se transforma en un bien relacional para quienes participan en ella, y que está abierta a las razones últimas de la existencia. Se puede decir que el “entre” se presenta como la finalidad y reto de la vida en sociedad, pero también como su fundamento ontológico. No se refiere al espacio físico ni, por ejemplo, al espacio virtual que se configura en el metaverso a través de la interacción de “avatares”; se refiere, ante todo, a la vinculación relacional, y mantiene la pregunta sobre la condición de la persona humana en el acontecer del encuentro.

La relación social

La expresión relación social denota al menos dos significados: por un lado, se remite al proceso de acción o interacción recíproca (rel/acción) y, por otro lado, añade también el “producto” de estas interacciones, es decir, el efecto que surge de ellas y que constituye propiamente lo social. En otras palabras, el vínculo entre dos personas, pero también el producto de ese vínculo (Donati, 2013).

Las formas que asume la interacción adjetivan la relación, que puede ser de tres tipos según el sociólogo Pierpaolo Donati (2013): como refero, es decir, un referir algo a otro dentro de un marco de referencia simbólico compartido y con una clara intencionalidad; es aquel tipo de relación que se instaura, por ejemplo, cuando se pide un café. Como religo, cuando establece un vínculo condicionalmente recíproco, es decir, no solo refiere algo, sino que envuelve, liga, une las dos partes de la relación en una mutua implicación; puede ser un proceso colaborativo con otra persona o una pelea. Como generativa, se le llama así cuando ella produce un efecto que no puede explicarse a partir de las propiedades de sus componentes y actores sociales, sino que adquiere sus propias connotaciones cualitativas; es el resultado de las acciones individuales que la generan, pero a la vez condiciona a los sujetos que las viven. Pensemos en una nueva vida que surge fruto de la relación de una pareja, pero también en los momentos de creatividad de un trabajo en grupo o en los ambientes que son favorables para que cada persona pueda dar lo mejor de sí.

La relación social es, entonces, algo inmaterial que está en el espacio de lo interhumano y de sus características depende la forma que asume la sociedad; de ella depende, por ejemplo, que una persona pueda involucrarse o no, vincularse o no, participar o sentirse excluida, encontrar sentido o sentirse insignificante o aislada. Por lo tanto, es “la entidad que se instaura entre las personas, incluso cuando no son conscientes de ello o no se preocupan por ello” (Donati, 2013, p. 9); y tiene lugar en el tiempo, un tiempo histórico que la modifica y transforma continuamente.1

Entrando específicamente en el contexto del ecosistema tecnológico que ha sido denominado Metaverso, esa extensión de Internet en la que se conjugan el encuentro de personas e inteligencias artificiales, que da vida a una forma diversa de estar en sociedad y de ejercitar las interacciones y actividades humanas, desde las más cotidianas, como conversar o comprar, hasta las que acontecen entre los Estados, y teniendo en cuenta que toda relación acontece en el espacio-tiempo, hay que preguntarse: ¿Qué tipo de espacio-tiempo configura el metaverso? ¿Cómo se reconfiguran las relaciones en el ámbito de la multiversidad y simultaneidad del metaverso?

Espacio–La utopía

Es posible intentar una primera respuesta a partir de la comprensión de la utopía, palabra proveniente del griego, con la que, más que un lugar, se indica un “no lugar”, mas no una imposibilidad.

En su uso corriente, la palabra utopía hace referencia al culmen de la locura o de la esperanza humanas, a los vanos sueños de perfección en la tierra de Nunca Jamás o a los esfuerzos racionales por reinventar el entorno del hombre y sus instituciones, e incluso su propia naturaleza imperfecta, con el fin de enriquecer las posibilidades de su vida en comunidad. (Mumford, 2021, p. 9)

Lewis Mumford no se refiere a la interpretación común del sueño o el ideal que la utopía evoca; antes bien, la sitúa en un péndulo en el que las posibilidades de construir una realidad diferente oscilan entre el control y la libertad, la seguridad o la incertidumbre, el ser los mismos en otro lugar o el cambiar-nos para hacer del lugar algo distinto. Pese a que es imposible saber en qué puede desembocar cada utopía, lo que es un imperativo en ella es la búsqueda de una comunidad en la que sea posible la vida, una buena vida en la que el dolor, el miedo, el egoísmo y cualquier forma de malversación de la configuración de la vida social puedan quedar de lado. No hay o no tendrían sentido las utopías individuales porque esto situaría al ser humano, como a Robinson Crusoe, en una isla solitaria (isla como mundo dado) que se colonizaría a imagen y semejanza de una única forma de ver el mundo (mundo creado); por eso Crusoe sostuvo que su isla debía tener religión, jerarquía política y monarquía que se impuso a otro, Viernes, que terminó siendo un sí mismo porque aquel lo construyó a su imagen, es decir, fue una tiranía del yo.

El metaverso puede entenderse en cierta forma como la utopía (no lugar aún o no lugar físico). Entre las primeras perplejidades que este no-lugar suscita y, sin ánimo de reducirlas, sobresale la relación del ser humano con el cuerpo, que podrá ser sumergido en el nuevo contexto a través de una realidad aumentada, en la que se experimentará el mundo y se podrá tener una interacción y recrear las emociones. El sujeto persona podrá encontrar a su interlocutor y reconocer la comunicación no verbal; los gestos, tonos y posturas, que hoy se ocultan en emoticones. Esto se traduce de alguna manera en el advenimiento de una meta-persona que podrá interactuar a un nivel más íntimo en Internet, pues ya no se navegará en la web, sino que se estará en ella. Pero este no lugar estará permanentemente bajo la mirada un “gran hermano” que vigila, procesa y determina la acción humana, al estilo de Orwell.

Ahora bien, una tecnología no es más que la materialización de una cultura; si no existiese ya un proceso de transformación de los valores fundamentales, y no hubiesen cambiado las búsquedas que mueven al ser humano del mundo actual, tampoco podría hacerlo la tecnología (Donati, 2010). El Internet, por ejemplo, puso de manifiesto un grito que gran parte de la humanidad expresó con fuerza en los años sesenta, cuando se pidió la superación de barreras; una revolucionaria visión de la condición humana que reclamaba la posibilidad de establecer nexos y conexiones hasta entonces impensados.

Después de haber vivido por décadas en la llamada sociedad de la incertidumbre y del miedo, se fue consolidando la sociedad red (Castells, 2006), con la explosión de la potencia de la información y el Big data, unidos a la exigencia y la promesa de superar todo límite mediante el desarrollo tecnológico y la profundización de las neurociencias. Al mismo tiempo ha crecido la idea de que un antropocentrismo mal comprendido ha dejado huellas terribles en el planeta; y estos elementos han ido agudizando la exigencia de que emerja un sistema, un ambiente protegido, en el que la identidad esté a la carta, el ritmo sea personalizado y no haya enfermedad, olor, ni dolor que puedan impedir la fantasía y los sueños. Un mundo sin reglas y fronteras, transparente. Un mundo en el que, liberados por fin de la tiranía de la razón, reine la manifestación de las emociones y el imperativo de la diversión.

En este escenario ya no parecen existir estructuras o normas impuestas desde el exterior, sino un espacio puro para la creación personal y colectiva, fundado en valores mutantes o el reino de “todo es posible de otra manera”. Esa utopía, “no lugar”, se ofrece como un espacio de refugio y de liberación para la condición humana. Allí se puede ser libre de los límites establecidos por la naturaleza, incluido el límite que represente el otro en su absoluta alteridad. Ante el temor por la desilusión o el sufrimiento que comporte el encuentro con ese otro que no se controla y que será siempre un misterio, las acciones se tornan en “operaciones”, el espacio se “direcciona y controla” y el tiempo es sinónimo de lo “disponible” (Han, 2013, pp. 11-12). Esto, sin embargo, supone el riesgo de una vinculación a la medida de la mismidad y, por lo tanto, una permanente relación con la soledad; como lo indica Luciano Floridi, “será interesante ver cómo nos adaptamos, ya que, en la vida real, la socialización suele ser un hecho impuesto, y solo a veces una elección, mientras que la posición por defecto en el Metaverso es la soledad, siendo la socialización una elección” (Floridi, 2022, p. 4).

Es como si se retornara a las utopías clásicas; casi todas terminaban en una “disciplina autoritaria” (Mumford, 2021, p. 12) y sus autores se convertían en totalitaristas en la búsqueda de controlar y mantener el orden, dado que el orden predice el actuar y no hay nada más propio de la condición social que lo caótico, lo arbitrario y lo espontáneo. Un ejemplo de ello está presente en la República de Platón, en la que la construcción de la república se basa en la formación de guardianes, que desde la infancia eran formados en la austeridad, la disciplina y el autocontrol para que censuraran la poesía como forma de direccionar el sentir y pensar de los ciudadanos.2

De tal manera, pueden direccionar, vigilar y controlar lo que los poetas hagan en los nuevos mitos con el fin de dirigirlos a la verdad. Una verdad que estaba controlada por el Estado que Platón (1996) estaba creando. El derecho a mentir solo era para el Estado, cuando esto contribuía a buscar el beneficio de la comunidad (389 b-c). Para el metaverso los guardianes platónicos serán sustituidos por cada bit de información que estará dada ya no por el clic, sino por esa especie de nueva corporalidad, que constituye el modo de estar.

Ahora bien, tanto la posibilidad como la crítica hablan de un modo de estar ya sea para sumergirse o para datear cada una de las formas corporales y aquí es donde el horizonte ético devela un nuevo prisma de reflexión, toda vez que tanto la posibilidad como la crítica no interpelan a un modo de ser. Si bien en español ser y estar son dos verbos diferentes, en tanto que el primero indica permanencia y el segundo tránsito, en un plano ético se está en tanto se es; de lo contrario, se cae en una fragmentación del yo que ha desembocado en que la palabra persona —‍del latín personare (resonar)‍—– pierda la condición ética de hacer resonar, como la máscara de la actuación, la voz del ser, y se limite la persona prosupós a simplemente una máscara para aparecer. Por esta razón, en el metaverso no se habla de personas, sino de los avatares, o representaciones holográficas, que constituyen la manera de estar.

Esto acontece en una escenografía sostenida de manera particular en dos ejes:

El estructural: dado por los canales y las normas que los rigen. Y el de la referencia simbólica: que vincula los objetivos de la relación con el sistema de valores y creencias.

En el metaverso el eje estructural está dado por una nueva gramática algorítmica, a menudo desconocida; por tecnologías con la capacidad de automodificarse y por normas, al menos por ahora, poco definidas. Pues mientras que algunos gobiernos se esfuerzan por regular jurídicamente el uso de los datos y la inteligencia artificial, para el metaverso no hay reglas. Cuando el león jurídico cree haber saltado sobre la gacela de la tecnología, ella corre de nuevo. Esto se conjugará con un segundo eje formado por valores y creencias que serán múltiples, cambiantes, plurales, porque algo es claro: no se comunica en el vacío (Montoya, 2019). Se sabe que se trata de un universo, al menos en gran medida, sustentado en un sistema complejo y en unas reglas de mercado que podrían agudizar, por ejemplo, las formas multidimensionales de la pobreza y la marginación, así como los conflictos identitarios. Un sistema que condiciona, entonces, la forma de estar y que llama en causa la potencia del ser.

Todo esto abre nuevos interrogantes. ¿El entramado de relaciones entre máquinas, humanos y avatares, que se instalan en el metaverso, puede constituir una sociedad humana, entendida como aquella que respeta la dignidad y la identidad propias del ser humano, en el ejercicio de su plena libertad? Lo humano envuelve toda su concreción, que implica lo corpóreo y lo trascendente, su unicidad y socialidad.

Ahora bien, experimentar el mundo a través de un metacuerpo ha sido el guion en el que se pueden resumir las expectativas del metaverso, en tanto que los sentidos serán llevados a otro plano. Lo que no puede desconocerse es que ello no implica un metaespíritu; es decir, aunque se den múltiples espacios de interacción, el ser humano asistirá a ellos siendo siempre quien es. Por esta razón, el problema no es qué se puede hacer en el metaverso, sino quién se puede ser con lo nuevo que se puede hacer. De hecho, lo que se ha visto en la prensa ante el boom de la posibilidad ampliada del metaverso se limita a descripciones de herramientas y usos laborales, de consumo, vigilancia o, incluso, para potenciar la telecirugía, pero poco o nada se ha hablado de la posibilidad de ser bajo el ethos que configura una nueva herramienta, precisamente porque toda vinculación sujeto-objeto precisa de un nuevo modo de ser-estar.

Esto comporta una pregunta fundamental no solo para el interés especulativo de la ética, sino para la proyección del construir juntos. Un ejemplo de ello está en las recientes exploraciones espaciales en las que la colonización de marte, sin una profunda reflexión de lo que se ha hecho con el planeta tierra, implicará, inevitablemente una réplica del mismo modo de vida al estilo de las “ciudades continuas” que describe Italo Calvino, en el que la acumulación de basura es una amenaza, permanente, de la destrucción total, pues “las escamas de su pasado se sueldan en una coraza que no se puede quitar; renovándose cada día, la ciudad se conserva a sí misma en la única forma definitiva: la de los desperdicios de ayer que se amontonan sobre los desperdicios de anteayer y de todos sus días, años y lustros” (2013, p. 126). Ciudades que se desplazan con su propio peligro. ¿Qué sentido tiene colonizar nuevas tierras para preservar la vida si la amenaza de destrucción está en el propio estilo de vida? Así pues, el metaverso puede ser una herramienta para potenciar la construcción conjunta de un mundo mejor o un nuevo medio de masificación del consumo. No plantear la pregunta es mantenerse en el silencio y “en el silencio se mantiene el statu quo” (Sloterdijk, 2014, p. 53); por el contrario, hacerse la pregunta implica romper con la inercia de la tradición, para abrirse a nuevos horizontes.

Ahora bien, uno de los retos del mundo globalizado es poder expandir la conciencia y responsabilidad moral porque

Aunque el espacio y el tiempo ya no limitan los efectos de nuestras acciones, nuestra imaginación moral no ha progresado mucho más allá del nivel que alcanzara en tiempos de Adán y Eva. Las responsabilidades que estamos dispuestos a asumir no van tan lejos como la influencia que nuestro comportamiento cotidiano ejerce sobre las vidas de personas cada vez más distantes de nosotros. (Bauman, 2010, p. 108)

Si bien la inercia de la historia permite pensar un metaverso volcado al consumo, queda siempre la ventana abierta a la libertad de elección del ser humano y, por lo tanto, la posibilidad de expansión del cuerpo puede ser, bajo un compromiso ético, la puerta de entrada para la expansión moral a partir de la expansión del sentir.

Aún no se ha podido globalizar un compromiso ético que vincule la especie humana, y por esta razón se debe vincular el “estar”, en modos virtuales del sentir, con el ser real del vivir, para ver en el otro no un límite que derrumbar, sino un horizonte “en el que” y “con el que” construir, porque es en el “entre” Yo y Tú que es posible el mundo. Incluso el metaverso carece de sentido, al igual que las utopías, si no posibilita el encuentro. Como planteó el filósofo Martin Buber, “al principio está la relación” (2017, p. 28), en tanto que todo acto constitutivo de mundo solo es posible en el encuentro.

Todo encuentro exige un acto, porque toda acción es vinculante (Arendt, 1998). Así pues, el compromiso ético implica un imperativo pragmático que se ve complejizado en las realidades y relaciones que acontecen e interpelan el mundo moderno. Por ejemplo, ante la inversión de capitales que se han vinculado al nacimiento del metaverso, que desbordan en un trescientos por ciento el capital invertido para combatir el cambio climático, se evidencia que esta realidad virtual parece ser —‍al menos económicamente‍— más atractiva que la realidad física.3 Al tiempo se evidencian otros problemas, como el crecimiento de la desigualdad a causa de la fuerte concentración de capitales y de poderes; el aumento de la brecha digital —‍que de alguna manera es otra forma potente de desigualdad‍—; y una posible negación identitaria. Esto origina otra pregunta: Si son las grandes corporaciones las que están liderando la construcción y el diseño del metaverso, ¿cómo esperar que favorezcan la superación de los problemas sociales que a su vez el metaverso agrava?

Por lo que se refiere a la brecha digital, es pertinente subrayar un elemento que tal vez pase inadvertido: el metaverso no representa un opcional, en tanto, tratándose de la extensión del Internet, se configura como el espacio del mercado, de la participación política, del espectáculo y de la educación, entre otros; y esto implica que quien por falta de posibilidades económicas o de competencias permanece fuera, en realidad no está fuera, se sitúa, en consecuencia, en una nueva periferia existencial, se constituye ipso facto como un nuevo prototipo de la cultura del descarte, porque, así lo denuncia Bauman, “poseer y consumir determinados objetos y llevar determinados estilos de vida, constituye una condición necesaria de felicidad; quizá incluso de la dignidad humana” (2001, p. 55).

Ante estos nuevos desafíos y para que el uso de la herramienta no se vuelva una proyección más de la desigualdad, sino la posibilidad de un ethos vinculativo, es necesario desarrollar acciones comunicativas generativas, es decir, acciones tendientes a la propiciación del encuentro: que actúan como un “regalo de apertura”, una apuesta incondicional, para generar o regenerar una relación.

Toda relación comunicativa, como toda relación social, presenta, desde un punto de vista empírico, tres elementos: Las formas socioculturales y estructurales preexistentes a la entrada de las personas en una interacción; las acciones de dichas personas, que se mueven en relación con los demás condicionados por estas formas; y los resultados de estas interacciones, que pueden reactualizar o modificar las estructuras socioculturales de partida (Donati, 1994). Con este ciclo, propio de toda relación social, y, por ende, de toda relación comunicativa, se evidencia la importancia de las estructuras sociales en las relaciones, en tanto pueden incidir en los sujetos, sin determinarlos; de hecho, la relación social puede modificar las estructuras mismas en las que se desarrolla, lo que muestra la potencia de la libertad humana.

El “entre” no es el metaverso

El “entre” no es el espacio del encuentro, sino que es el lugar del intercambio gracias al encuentro. Es decir, el metaverso no es el “entre”, es solo un espacio donde aparece un metacuerpo, mas no es condición del encuentro, toda vez que el espacio físico o virtual no implica, a priori, la relación, ya que esta solo es posible por la disposición de las personas. Así pues, el “entre” es el efecto del intercambio que se da entre un Yo y un Tú. De hecho, no es gratuito que la palabra contacto tenga la misma raíz etimológica de contagio, pues cuando se está en el “entre” es inevitable quedar impregnado de la otredad, con lo que se destruye la ilusión de pureza en la que se ve sumergido el Yo. Ilusión, por demás, que hace sentir que el mundo, la política, la historia e incluso la verdad son las que solo el individuo puede poseer y dictaminar.

En la filosofía de Martin Buber, el “entre” (Zwischen) es el campo en el que un Yo con intereses, identidad, experiencias se encuentra con un Tú que también llega cargado de significaciones; por lo tanto, el “entre” solo es posible entre dos personas y no entre dos metacuerpos, precisamente porque, como sostiene el profesor Guillermo Ánjel, “en el yo-eso no hay espacio, en tanto que no hay un interés de experiencia entre las partes, como sí sucede con el Yo-Tú, que entran en contacto para renovarse y tener una presencia en el mundo actual (el presente)” (2016, p. 29). En efecto, el metaverso en sí mismo no implica una mayor humanización, entendiéndola como un mejoramiento vinculativo con los otros, precisamente porque la facilidad de comunicación no implica un mayor entendimiento y en la hiperconectividad no está dada la relación plena. En otras palabras, el metaverso no es contingente de humanidad, así que es imperativo volver la mirada al ser humano que lo usa para saber aparecer y ser en las herramientas que constantemente se crean. De lo contrario, desvincular el hacer del ser, convierte al ser humano en un simple avatar; la herramienta en un medio para vender, vigilar, manipular, para tomar la vida humana como un medio y no como un fin y, por lo tanto, reemplazar la dignidad por un valor de intercambio.4

Ahora bien, lo que permite el “entre” es la disposición de estar abierto al otro, al diálogo que tiende, a través de las palabras, un puente entre un Yo y un Tú porque allí está la posibilidad de crear mundo, ya que “nuestra vida es limitada y por eso dialogamos para crear cartografías que nos permitan movernos, encontrarnos, para tener una vida verdadera, en términos de Buber, o auténtica, si nos referimos a la filosofía de Heidegger” (Ánjel Cifuentes Yarce, 2021, p. 63).

Dicha disposición al diálogo y a la vida auténtica es impensable sin un volcar la mirada al interior del ser humano. Una reflexión sobre la vida misma es la posibilidad de usar las herramientas como expansión del cuerpo para comenzar a expandir la moral y que ella vaya más allá del prójimo o cercano; así lo planteó Plotino:

como el escultor de una estatua que debe salir bella quita aquí, raspa allá, pule esto y limpia lo otro hasta que saca un rostro bello coronando la estatua, así tú también quita todo lo superfluo, alinea todo lo torcido, limpia y abrillanta todo lo oscuro y no ceses de «labrar» tu propia estatua. (Plotino, 1996, I, 9-10)

Hay que revelar la persona oculta en el avatar, tallar la máscara digital para que la persona y no el individuo salga a relucir y sea posible un genuino encuentro en el que un Yo y Tú se transformen mutuamente. Si no se esculpe la persona, el avatar solo permitirá un intercambio de información, del dato y de los intereses de consumo, sustituyendo las relaciones por interacciones, lo que desemboca en una genuina y auténtica soledad:

la sustitución de las relaciones con un creciente y constante número de interacciones mediáticas, interacciones llenas de potencialidades, pero que se reducen a menudo a intercambios estériles o parciales, que de la comunicación desarrollan solo el aspecto referencial o interaccional, […] de contacto transitorio, pero que no establecen vínculos. (Montoya, 2019, p. 43)

Y por eso, en palabras del filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han, en los medios digitales no hay mediación, sino solo presencia (2014, p. 33). Inmediatez que no permite el “entre”, dado que solo hay metacuerpos-avatares y no hay ninguna alma, ningún espíritu, porque “el alma es congregadora y unificante. El enjambre digital consta de individuos aislados” (Han, 2014, p. 26).

Quizás estos seis mil años de dominio de la escritura, que también rige la tecnología de la red, han dejado de lado el poder de la voz, de la palabra hablada. Como señaló Walter Ong (2006), en algunas culturas, como la hebrea, el mismo término designa la palabra y el acontecimiento y, en los pueblos de tradición oral, el lenguaje es un modo de acción, por lo que cada palabra tiene un poder dinámico; mientras que,

En la caja de resonancia digital, en la que, sobre todo, se oye hablar a sí mismo, desaparece cada vez más la voz del otro. A causa de la ausencia del otro, la voz del mundo de hoy es menos sonora. A diferencia del Tú, el Ello no tiene voz. El Ello no “dirige ninguna alocución ni ninguna mirada. La desaparición del interlocutor que tenemos enfrente hace que el mundo pierda la voz y la mirada. (Han, 2017, p. 80)

Allí donde la escisión o la fragmentación parecen silenciar la palabra, la persona que es capaz de hacer presente al otro puede encontrar la manera de reabrir el canal de comunicación, de hacer fluir esa linfa de la socialidad capaz de revitalizar todo el entramado social; y, reconociéndose como parte de un todo interconectado, puede, desde el punto de la red en el que se encuentra, volver a despertar la esperanza.

De esta manera, si bien el metaverso puede concebirse como un mundo común, no así la disposición para estar en él y, por lo tanto, solo hace falta la comunión del logos, entendida no como la unificación de las palabras, sino como la disposición a hablar y escuchar desde el horizonte de la diferencia, precisamente, porque, como sostiene el filósofo Buber, de la tensión, que es inevitable en la diferencia, puede surgir la armonía de la lira (s.f., p. 105). De hecho, no es gratuito que Aristóteles diferenciara al ser humano de los animales indicando que estos tienen sonidos (fonos), mas no logos y que, en consecuencia, solo los seres humanos pueden llegar a acuerdos, porque “la palabra es para manifestar lo conveniente y lo perjudicial, así como lo justo y lo injusto. Y esto es lo propio del hombre frente a los demás animales: poseer, él sólo, el sentido del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto, y de los demás valores, y la participación comunitaria de estas cosas constituye la casa y la ciudad” (Aristóteles, 1988, 1253a).

En el metaverso, además de encontrar el espacio para la recíproca acción y para el encuentro entre las personas, hay relaciones estructurales que deben ser construidas y generadas a partir de nuevos parámetros culturales que hagan emerger el ser, que permiten la potenciación de todo aquello que hace florecer lo humano; por lo tanto, hay que conceder un papel importante a la imaginación colectiva como fuente de proyectos y diseños de escenarios futuros. Según Arjun Appadurai (2011), a diferencia de la fantasía, la imaginación no se utiliza para escapar de la realidad, sino para generarla. La fantasía puede llevar a la indiferencia (porque su lógica es a menudo autorreferencial), pero la imaginación, especialmente cuando es colectiva, se puede transformar en el impulso para la acción.

Hacer del metaverso un espacio propicio para el “entre” implica “desplazar el centro de gravedad de la tecnología a la antropología” (Giaccardi, 2017, p. 66); implica, en primer lugar, asumir la responsabilidad y la misión de comunicar la verdad, la bondad y la belleza. Por eso, el impulso exclusivamente humano de mirar hacia el futuro, no como un espacio vacío sobre el que puede incidir la revelación tecnocrática, sino como el espacio de un proyecto cultural, pero sobre todo relacional y, por lo tanto, comunicativo. Imaginar nuevas posibilidades de ser en los nuevos espacios es reconocer que todo lo que ha sido hecho puede ser cambiado, que el curso de la historia no está determinado como las leyes de la naturaleza y que siempre está la posibilidad de transformarnos, de salir de la inercia de la tendencia, para abrirnos al horizonte de las posibilidades. Como sostiene el profesor Rodríguez Valls, el paso de la pasividad del espectador a la actividad del actor se da en tanto que “el hombre no sólo es creador de realidades, sino que se crea junto con el universo que construye. Por ello es tan importante lo que hace. Si crea mundos donde prima el interés personal, se convierte en un egoísta. Si mantiene fija la mirada en el otro, es capaz de abrirse a otros mundos” (Rodríguez Valls, 2009, p. 147).

El espacio del encuentro es el espacio que brinda seguridad; de lo contrario, en un yo-Eso, en un yo-Avatar solo hay miedo, y por eso el ocultamiento de la condición de persona vinculada; precisamente, porque la hiperconectividad y la posibilidad de un metacuerpo no implica seguridad; al contrario, el miedo se convierte en el garante de cualquier forma de relacionamiento y por eso la desconfianza permanente ante la otredad. El miedo convierte las sombras en monstruos y la diferencia en peligro. Es por eso por lo que es necesario que las preguntan se dirijan, como ya se mencionó, no solo a la instrucción de las posibilidades y usos de la herramienta, sino, y mucho más importante, hacia el “quiénes queremos ser con lo nuevo que podemos hacer”, pregunta que inevitablemente está vinculada al cómo se desea vivir, pero, para ello, debe derrumbarse la esperanza de que el metaverso, o cualquier otra herramienta, implica, en ella misma, la transformación del mundo. Para transformarlo es fundamental el compromiso de un ser humano que se hace cargo del mundo que crea (Cruz, 2015, p. 77).

De esta manera, depende del actuar humano si la utopía del metaverso desencadenará la locura de la individualidad imperante y convertirá la vida humana, al estilo kafkiano, en un monstruo, o si será el lugar de la esperanza, y no por las posibilidades utilitarias que posibilite, sino porque por fin, quizás, tras sumergir el cuerpo en la telepresencia, se sienta la distancia, que es la única que permite el encuentro, y de esta manera se amplíe la imaginación moral para crear un espacio donde quepa otro, donde “las personas puedan tasar las cosas, no las cosas a las personas” (Vallejo, 2022, p. 141). La sociedad, para que sea tal, debe seguir siendo humana.

Conclusión

Si bien son muchas las promesas y posibilidades que brinda el metaverso, la pregunta ética por la forma de ser-estar debe primar ante la utilidad, ya que todo uso va a tener repercusiones en la construcción de la vida en sociedad. Por otra parte, aunque la inercia de la historia indique que son los grandes capitales los que dirigen las herramientas y que ellos buscan solo un rédito de sus inversiones, cabe siempre la posibilidad, ante la libertad humana, de que no se limite las herramientas al consumo del ser humano (en el que se consume a sí mismo) y que a partir de ellas se abra un horizonte de posibilidades y la construcción de un mundo diferente. Todo depende de la manera en que se piense a sí mismo en relación con los otros a partir de lo nuevo que se puede hacer.

Nota de autoría

En este artículo se presenta una colaboración en el proceso de conceptualización y escritura, la profesora Cristina Montoya elaboró el aparato teórico correspondiente a las ciencias de la comunicación y estudios sociales, mientras el profesor Jesús David Cifuentes realizó el abordaje filosófico. Ambos participan en el diálogo interdisciplinar, el desarrollo metodológico y la elaboración de conclusiones.

Conflicto de interés

Los autores declaran la inexistencia de conflicto de interés con institución o asociación de cualquier índole. Asimismo, la Universidad Católica Luis Amigó no se hace responsable por el manejo de los derechos de autor que los autores hagan en sus artículos; por lo tanto, la veracidad y completitud de las citas y referencias son responsabilidad de los autores.

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Notas de autores

Ana Cristina Montoya

Ph. D. Ciencias de la comunicación, Universidad Pontificia Salesiana, Roma. Docente Instituto Universitario Sophia, Florencia-Italia. Correo electrónico: cristina.montoya@sophiauniversity.education / cristinamontoya1@gmail.com, http://orcid.org/0000-0003-1536-8206

Jesús David Cifuentes Yarce

Magíster en filosofía de la Universidad Pontificia Bolivariana, Medellín-Colombia y candidato a doctor en Filosofía por la Universidad de Zaragoza-España. Docente de la Fundación Universitaria Claretiana y de la Universidad de la Sabana. Correo electrónico: jesusdavidcifuentesyarce@gmail.com, http://orcid.org/0000-0003-1536-8206


1 Donati, al dar a la relación la entidad de una categoría, se refiere al hecho de que la relación es un “tercero” entre dos sujetos que interactúan y que no coincide con ninguno de ellos: “Se trata de abrir una nueva perspectiva que consiga hacernos ver cómo, en un encuentro, en un diálogo, en una interacción entre personas, hay algo más que individuos estratégicos jugando con las reglas sociales que creen debidas o esperadas en una determinada situación. Ese algo más es ese objeto de la sociología que yo llamo relación social” (Donati, 2013, p. 19).

2 Dice Platón en Sócrates: “¡Ay, Adimanto! No somos poetas tú ni yo en este momento, sino fundadores de una ciudad. Y los fundadores no tienen obligación de componer fábulas, sino únicamente de conocer las líneas generales que deben seguir en sus mitos los poetas con el fin de no permitir que se salgan nunca de ellas”. (Platón, 2013, p. 180)

3 Microsoft, setenta billones de dólares; Meta, diez billones; el gigante Google, treinta y nueve coma cinco billones. Solo entre estos tres se suman casi ciento veinte billones de dólares; valores muy contrastantes con el presupuesto que el gobierno de Biden consiguió para la lucha contra el cambio climático: cuarenta y cuatro coma nueve billones (Rees, 2022).

4 Cabe recordar que Kant diferenció lo que tiene dignidad de lo que tiene precio. Lo segundo puede ser intercambiado, mientras lo primero vale en sí mismo: “En el reino de los fines todo tiene o bien un precio o bien una dignidad. En el lugar de lo que tiene un precio puede ser colocado algo equivalente; en cambio, lo que se halla por encima de todo precio y no se presta a equivalencia alguna, eso posee una dignidad”. (2008, pp. 123-124; IV, 434)