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Marín Escobar, P., & Murillo Lopera, I. (2023). Habitar la concha. Perseitas, 11. DOI: https://doi.org/10.21501/23461780.4674
HABITAR LA CONCHA
Dwell the Shell
Espacio literario
DOI: https://doi.org/10.21501/23461780.4674
Recibido: marzo 2 de 2023. Aceptado: julio 10 de 2023. Publicado: agosto 9 de 2023
Paloma Marín Escobar
Isabel Murillo Lopera (ilustradora)
Vai tu mesmo
Asómate a la hondura
de este laberinto vertical
donde funge delicada la raíz del yo,
aunque pierdas el equilibrio,
pese al vértigo,
contra las leyes de la caída de los cuerpos
y de la causalidad
según las cuales, estrellado contra el asfáltico fondo
te harás pedazos
y la tierra apenas se percatará.
Cuando las piezas pongas en su sitio, o en el que te plazca;
¡Avísame!
con un gesto
como el de encorvarse para oler la flor.
Te propongo un juego con las piezas de lo que fuiste:
un instante de creación con ensamblajes
de presentes continuos
en los que habites el verso medio de un haiku
para luego renunciar a la imagen y detenerte, absorto
en la contemplación de la vida profunda;
porque todo nos llega tarde
hasta las ganas de vivir.
Te propongo, pues, el juego de la vida
y la palabra firme que con los años se abandona
vencida por nuevos argumentos,
nuevas reglas de juego.
También te pido que traiciones el juego,
sabotees deliberadamente sus reglas
y le hagas trampa al yo colono,
lo destrones, lo aniquiles
y le impongas ser otros, ser rostros ajenos
desconocerse hasta el punto de la deformidad, hasta el punto en que tu rostro
sea un retrato de Bacon,
luego la mancha milagrosa de Pollock,
un poema desafortunado
un poema en blanco
cuyo verso inicial exhorte al deforme y ausente yo
escondido en la segunda persona del singular
asomarse al fondo de otro abismo.
Tanatocresis
Me encontré una casa en la montaña
río abajo
y en ella una pareja de ancianos que me ofrecieron agua de panela
y pan remojado.
Me hablaban del campo donde tenían maíz,
plátanos y hortalizas,
de sus cuidados, más acuciosos que los del hijo
ya ido, años ha.
Me advirtieron que, si de noche requería un baño
tendría que pasar algunos obstáculos:
insultar la bruja, ponerle zancadilla a la patasola,
pasarle un pañuelito a la llorona,
bendecir las ánimas del purgatorio
y no mirar pa’ atrás, aunque oyera mi nombre.
—A propósito, me llamo…
—¡Ya sabemos, mija!
Igual y no voy al baño
nada más vengo de paso
me mojo los pies en la cascada
y me marcho con la mochila azul y los sueños escarlata
cual peregrina que va huyendo del compromiso de ser;
a ver si me encuentro una choza abandonada y me pongo a meditar
hasta que los pies se me vuelvan raíces
e inaugure mi propia religión en las lindes de estos maizales
a los que les vendría muy bien un profeta.
Voy de paso como un caracol
y me gusta vivir en casas que yo no construí;
escuchar los ecos de las lenguas de antiguos hospederos,
crear una gramática con los restos lingüísticos
y un poco de arte con los garabatos de las paredes,
incluso épocas y corrientes artísticas.
Me dedico a adjudicarle nombres al pasado;
el nombre requiere también significado
se lo doy;
y sentido, que también me precio en dar
con un buen andamiaje retórico.
Hablo lenguas muertas y vivas al tiempo,
en la mochila azul van los mitos y, en los sueños escarlata
las guerras y la enfermedad.
Yo creo el mundo desde cero en cada choza
caparazón o concha que visito.
Me tomo el agua de panela y el pan, profano
las tumbas de los muertos ancianos y me
declaro Dios por seis días
porque al séptimo tengo que mudarme
soy sagitario y no me gusta mucho la monotonía.
Agarro la mochila y me voy montaña arriba
montaña abajo
según el estado de ánimo
para buscar una lengua nueva qué habitar
y ponerme manos a la obra.
Tengo días de cangrejo, días malos;
días en que fundar la historia de un mundo es imposible
y voy desandando toda esta cosmología
que tanto esfuerzo requirió;
a esos días los llamo:
iconoclasia revelada.
Catacresis
Ahí va el escritor con su cafetera
directo a la tienda de empeños
para vender el único insumo de
su palabra;
humillado y resignado por la
imposibilidad de ser un genio
en días de charlatanería y
lenguajes trastocados,
remiendos con los que ya no se
puede ni escribir un diálogo.
Esos personajes se le quedaron ya sin nombre
y todas esas escenas, inconclusas.
El libro de ensayos que nunca terminó, ideas inconexas,
frases sueltas, algunas de gran vuelo, otras tan absurdas
como la del elefante al que una ventisca le enreda las pestañas
o los nubarrones que frustraron el encuentro de dos amantes
en la única novela romántica que escribiría.
Ahí viene el escritor con una bolsita de café soluble
¿Pensará que la palabra está ligada a la calidad del café?
¿Que podrá responder ahora con audacia las encomiendas
del siglo actual?
El escritor no duda ni un segundo
atribuye las condiciones del café
a las de la palabra y solapa una imagen con otra
hasta decir: sorbo de café
en lugar de verso.
El escritor no entiende que si dejó de
escribir
es porque la tinta de la máquina se le
secó,
no supo atender la llamada del silencio y,
frenético,
se entregó a la tarea de usar la palabra
como el madrugador utiliza al café
y no como el que dialoga-sorbe,
apaciguado por la escucha del otro
contemplador del mundo circundante,
lector honesto y de largo aliento,
interpelado por el fondo mismo
de la oscura y oracular taza.
Dioptría sensorial
La realidad está fabricada con velos de tul
tras los que aparece un puro extrañamiento
por los muertos anónimos del río,
los parentescos gramaticales entre los textos sagrados
y los revolucionarios,
entre la poesía amatoria y las cartas de los suicidas,
un cuadro realista y un garabato conceptual.
Hay vientos que saben moverlos,
se descorren y aparecen colecciones de imágenes
todas ajenas al pensamiento organizador,
la razón objeta lo que ve
y los sentidos, afirman.
Pensar fue diagnosticado por un desasosegante Pessoa
como enfermedad de los ojos;
sentir, como la única vía de ascetismo y purificación.
Ya Borges desbordaba sueños ante nuestra ceguera
y Lispector, la inexplorada brújula de un lenguaje emancipado,
libre y danzante.
Uno de esos velos aparece el día en que el niño
deja de ver girar el trompo
y es llamado a la seriedad,
el juego deja de ser la más alta ocupación,
para convertirse en tiempo perdido.
Y el tiempo,
¡Ay! el tiempo,
ya no se puede uno quedar mirando el amanecer
porque le roban la cartera y las ideas;
ya no puede el viandante amigo cruzar miradas con la rosa
a ver si se le ocurre un mal poema;
no puede ya el mundo ser la medida de la palabra,
ser los puntos suspensivos de un diálogo eterno entre dos amigos
o el manantial por el que caen los encuentros que no van a ninguna parte.
Todo tiene propósito,
el lúdico despropósito de caminar por los charcos
y hacer saltar la piedra a través del lago
o sentarse en el parque para hablar con las estatuas
queda velado por cada dioptría sensorial,
tras la que se nos escapan los triples latidos del pulpo,
las pelusas que sirven de radar a las arañas,
los escarabajos con pesadillas humanas
y los encuentros eróticos
que bajo tierra
tienen las raíces de los árboles.
Notas del autor
Paloma Marín Escobar
Especialista en Docencia Investigativa Universitaria por la Universidad Católica Luis Amigó, Medellín, y estudiante de la Maestría en Escritura Creativa en la Universidad Adolfo Ibáñez, Santiago, Chile. Docente en la Universidad Católica Luis Amigó, Medellín, Colombia. ORCiD: https://orcid.org/0000-0001-6154-0797. Correo electrónico: paloma.marines@amigo.edu.co
Isabel Murillo Lopera (ilustradora)
Artista visual del Tecnológico de Artes Débora Arango. Fundadora del colectivo creativo Tinta y Dicha. Estudiante de Licenciatura en Artes Plásticas en la Universidad de Antioquia, Medellín, Colombia. Correo electrónico: imurillolopera@gmail.com