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Zuluaga Mesa, D. E. (2022). Arqueología de un recuerdo. Perseitas, 10, 535-539.

DOI: https://doi.org/10.21501/23461780.4462

ARQUEOLOGÍA DE UN RECUERDO

Archeology of a memory

DOI: https://doi.org/10.21501/23461780.4462

Recibido: 27 de julio de 2022. Aceptado: 24 de agosto de 2022. Publicado: 15 de septiembre de 2022

David Esteban Zuluaga Mesa

Ayer fue un día de fuertes revelaciones, Coco. Te las contaré si así lo quieres. Hay una mujer que seguro conoces, ella sabe de ti, es muy probable que la hayas visto también, que hayamos coincidido los tres en algún encuentro o tal vez la recuerdes por algún paso por nuestra casa. Esa mujer llegó a mi vida un poco antes que tú, te vio crecer como idea, como boceto y luego se puso feliz al ver cómo te veías con tus patitas popochas y tus ojos de puntitos. También me vio escribir otros libros menos importantes, más serios. Y fue pretexto de muchas de las frases que puse a circular en internet y de un pequeño libro —Cartas para una mujer Amarilla— al que la inversión de tiempo no le hizo justicia, pese a sus seis versiones. Al parecer nunca pude desligarlo de la emoción: una catástrofe para los editores.

El caso es, Coco, que esa mujer se convirtió en mi apuesta más genuina. Había en ella una atmósfera de sentido que se transfiguraba en armonía en casi todo lo que tocaba. Sí la recuerdas, ¿verdad? Es difícil no hacerlo. Que cómo la conocí, te lo diré: fue una mañana de lunes. Siempre he dicho que nos encontramos por casualidad, pero no es verdad. Ella me esperaba, me había visto ya, sabía de mí por comentarios de un amigo suyo, que, por lo demás, aprecio. Cuando la vi, noté que tenía en su gesto un aura de simpatía, de bondad, de transparencia que me dejó deslumbrado. Eso sin contar su fina coquetería y su absoluta sensualidad y, por supuesto, su sonrisa, que desde el minuto cero me ha encantado.

El primer contacto con su palabra fue cordial; la reconocí de inmediato como una mujer educada y culta. También noté que había en ella una profunda tristeza, pero que esa tristeza no menguaba su fuerza vital. Era una mujer absolutamente potente, capaz de comerse el mundo. De a poco nos fuimos relacionando sin la incómoda sensación del cortejo ni la apariencia que asiste a las personas que se atraen. Compartimos algunos títulos de libros con el pretexto de hablarnos, luego, algunas lecturas, lo cual nos acercaba a un encuentro más íntimo y emocionante, porque además de la voz que disponíamos para el otro, nuestros pies se encontraban bajo la mesa en una reunión de caricias tímidas que agitaban la respiración y atropellaban alguna que otra coma. Coco, no te imaginas la forma en que nos mirábamos y lo que yo sentía por dentro.

Lo que más me gustaba de todo, era la naturalidad que nos asistía cuando estábamos juntos y su sonrisa. Con el paso de los días me fui dando cuenta de que era una mujer completamente misteriosa, inaccesible, blindada para el ojo analítico. Villoro tiene una frase en su Conferencia sobre la lluvia que expresa bien lo que quiero decir: Ella “estaba escrita en arameo” y yo, todo un analfabeto, no podía leerla. Eso, Coco, me gustó de manera especial porque implicaba aprender una nueva gramática. Porque me invitaba a reconocer una fonética en la que cada palabra se hacía música en mi oído y en donde la pragmática me exigía vivir todo el tiempo como un aventurero de su ser. La descubrí como una mujer polisémica, o como se lo decía a ella, como un polícromo multiforme.

Un día decidí ir a su casa, una completa novedad si se tiene en cuenta mi ímpetu para las visitas. Es normal que te extrañes, Coco, sabes que no soy bueno en ello. Ese día, sin embargo, fue algo especial: era el día de su cumpleaños. Iba nervioso. De camino paré en una repostería, tal vez fue un postre de frutos rojos, también compré una cajita de trufas, pero no sé si me las comí antes de llegar o si también hicieron parte del regalo. No es muy claro ahora para mí. Hubo una segunda parada: una librería. Me asiste la misma falta de claridad: tal vez Flor del fango de Vargas Vila y probablemente otro libro, no sé, tampoco estoy seguro. Lo sé Coco, lo sé, es impreciso, pero procura ser un poco condescendiente, han pasado ya varios años desde entonces… Esto, sin embargo, sí lo recuerdo bien, incluso con el timbre de su voz: “debes llegar por la avenida X hasta la esquina del centro comercial X, antes de la librería X —justo donde compré el libro— Ahí giras a la derecha, subes hasta el fondo, donde ya no hay más vía, volteas a la izquierda, avanzas un poco y listo, primera portería a mano izquierda”.

No olvido nunca ese encuentro. No entré a su apartamento, ella salió. La felicité y le entregué el regalo. Sonrió con esa sonrisa que me encanta. Dimos una vuelta por el conjunto, me mostró un árbol con enredaderas y una casa vieja restaurada, ambos muy bonitos. Luego volvimos al punto desde el que habíamos partido. La despedida fue bonita y la hemos discutido muchas veces. Resulta que cuando nos acercamos para besar nuestras mejillas se terminaron encontrando tímidamente nuestros labios. Ella dice que fui atrevido, yo digo lo propio de ella. Ninguno nunca se hizo responsable. Creo, Coco, que fuimos los dos los que hicimos que esa noche de octubre la comisura de nuestros labios se encontrara. Yo estaba feliz, había acariciado el templo de su sonrisa.

A partir de ese día nuestra relación se hizo más estrecha. Nuestro modo de encontrarnos era tan íntimo y atento que se constituyó en una relación de mutuo cuidado y respeto. Y estas nuevas sensaciones, sumadas a todos los atributos que ya nombré, hicieron que me enamorara de ella de una manera decidida y profunda. Es claro, Coco, —y esto sí lo sabes bien— que este hecho sugirió un cambio de rumbo en mi vida, un cambio fuerte y radical. Pero no entremos en esos detalles. Ya he hablado bastante y aún no menciono la revelación que nos tiene conversando.

Con el tiempo, todo eso bonito se tornó incierto. Se empezaron a sumar temores traídos no sé de dónde y el gesto amable y cálido se fue perdiendo. Cada tanto, su interés en compartir su vida conmigo se diluía y esto, pese a mi incapacidad para leerla, era notorio. Hubo largos espacios de tiempo en que dejamos de vernos. En esos espacios escribí, escribí mucho. Ya mencioné Cartas para una mujer Amarilla... Sí, sí, tienes razón, también los 40 fragmentos de vida, pero eso aún está inconcluso.

Volvamos al asunto. Después de esas largas temporadas de silencio ella aparecía de manera intempestiva con esa fuerza vital de los primeros días. Eso me encantaba a tal punto que —esto te va a sorprender, Coco— le dije que quería vivir el resto de mi vida a su lado. No, no estaba loco, en realidad quería hacerlo. Pero como dije, había temporadas. Creo que tanto amor terminó por asustarla. El caso es que en medio de tanto ir y venir siempre me quedé esperando consagrado a su amor, a mi único amor, a mi apuesta más genuina. Era una espera bonita y vital, por eso dije en Cartas: “te espero a ti y a los arreboles”. El sentido es este: no sé cuándo habrá arreboles, pero siempre que se pintan en el cielo me siento feliz aun sabiendo de su fugacidad. Y todo esto en analogía con su presencia.

Ayer, sin embargo, sentí que algo se rompió. Y vi con claridad y tristeza entre gesto y palabra que su trato conmigo era desobligante. Algo así como un trato por decencia o gratitud hacia alguien que de alguna manera nos sirvió y debemos honrarlo. No sé, Coco… me siento triste, pues creo que he recibido esas migajas más tiempo del que puedo recordar. Y ese descubrimiento hizo que entornara mis ojos con el fastidio que queda cuando se enciende la luz después de una temporada a oscuras y no comprendemos lo que vemos o si en verdad lo vemos. Debo admitir que en este rubro son más las preguntas que me hago que las respuestas que pueda ofrecer, pero creo que esto es natural.

Todo esto ya es una revelación, ¿no lo crees? Sin embargo, hay revelaciones más profundas y una de ellas en particular me tiene con el corazón apesadumbrado. Llegó a mí mientras almorzaba, y no justamente por mi carácter examinativo, que parece estar atrofiado, sino por la invitación de una amiga querida que me escucha atenta y me dice cosas que sé valorar. Tú la conoces, Coco, lo sé, se guardan un aprecio mutuo.

En la noche meditaba un poco sobre lo dicho en el almuerzo y, sin siquiera verlo venir, quebré en llanto. Un llanto infantil y profundo. Un llanto tan sincero y sentido que resopló como un lamento del alma. Y a través de él pude ver por primera vez, y con una tristeza que raya con la agonía, que la actual ella no es la mujer de quien estoy enamorado. Me di cuenta de que la mujer de la que me enamoré ya no existe y que todo el amor que me gobierna no es más que una idea de amor que viví con ilusión cuando por una temporada me sentí amado.

Es probable que esa mujer escrita en arameo ya no exista. O tal vez sea un prodigio que no está ya reservado para mí. El caso es, Coco, que ya no puedo ver en ella esa fuerza vital que la hacía única, tampoco ese silencio místico y profundo que me hacía leerla como el verso de un poema, tampoco la sensibilidad y la honestidad que la hacían diáfana y prolija con los detalles. Lo sé, Coco, estoy enamorado de un recuerdo, amo la idea de su amor, no a ella en su actual aparecer. Es bella, sí, pero la belleza y la sensualidad no bastan. Y, ¿sabes?, estoy cansado, no quiero seguir intentando nadar en sus profundidades. Hoy, Coco, solo me queda el goce de saber que traté con amor a quien siempre tuvo temor de amarme.

Conflicto de interés

El autor declara la inexistencia de conflicto de interés con institución o asociación de cualquier índole. Asimismo, la Universidad Católica Luis Amigó no se hace responsable por el manejo de los derechos de autor que los autores hagan en sus artículos, por tanto, la veracidad y completitud de las citas y referencias son responsabilidad de los autores.

Nota de autor

David Esteban Zuluaga Mesa

Doctor en Filosofía de la Universidad Pontificia Bolivariana, Medellín. Director del Doctorado en educación y miembro del grupo de investigación Filosofía y Teología Crítica de la Universidad Católica Luis Amigó, Medellín, Colombia. ORCiD: https://orcid.org/0000-0002-8975-5957 Correo electrónico: david.zuluagame@amigo.edu.co