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Castro Arcos, J., y Ramos Rodríguez, F. (2022). Tensiones de la Guerra Fría: Chile y la Primavera de Praga (1968). Perseitas, 10, 216-249. DOI: https://doi.org/10.21501/23461780.4311

TENSIONES DE LA GUERRA FRÍA: CHILE Y LA PRIMAVERA DE PRAGA (1968)

Tensions of the Cold War: Chile and the Prague Spring (1968)

Artículo de reflexión derivado de investigación

DOI: https://doi.org/10.21501/23461780.4311

Recibido: 8 de julio de 2021. Aceptado: 17 de febrero de 2022. Publicado: 22 de febrero de 2022

Javier Castro Arcos

Froilán Ramos Rodríguez

Resumen

Este artículo analiza la recepción y las reacciones en el debate político chileno ante la llamada “Primavera de Praga”, especialmente en el Congreso Nacional, en agosto de 1968. Metodológicamente, el estudio histórico consulta fuentes primarias, documentos del Archivo Histórico del Ministerio de Relaciones Exteriores chileno y prensa de la época, diarios y revistas. Finalmente, se evidencian distintas posiciones de los actores políticos locales ante los acontecimientos de la Guerra Fría global, tanto de justificación de los hechos como de crítica a la intervención armada.

Palabras clave

1968; Chile; Debate; Guerra Fría; Política; Praga.

Abstract

This article analyzes the reception and reactions in the Chilean political debate to the so-called “Prague Spring”, especially in the National Congress, in August 1968. Methodologically, the historical study consults primary sources, documents from the Historical Archive of the Chilean Ministry of Foreign Affairs, and press of the time, newspapers and magazines. Finally, different positions of local political actors are evident in the face of the events of the global Cold War, both in terms of justification of the facts and criticism of armed intervention.

Keywords

1968; Chile; Cold War; Debate; Politics; Prague.

La libertad es el estímulo que da un vigor sano y

una actividad fecunda a las instituciones sociales.

Andrés Bello, Obras completas.

Introducción

El mundo de la Guerra Fría había establecido una especie de “fronteras” y espacios de influencia delimitados por las dos superpotencias: Estados Unidos y la Unión Soviética (URSS). Esos límites –no oficiales– parecían señalar el centro de Europa, por ello, la llamada “Primavera de Praga” y la presencia de tanques en las calles de la capital checoslovaca, en agosto de 1968, suscitó inquietud a nivel internacional. En Chile, las informaciones de lo sucedido en Praga también despertaron preocupaciones.

La rapidez con que ocurrieron los hechos en Checoslovaquia, la ocupación militar del país por parte de las tropas soviéticas, desencadenó una ola de incertidumbre en Occidente (Le Figaro, 1968; Los Angeles Times, 1968; Münchner Merkur, 1968; The Guardian, 1968; The New York Times, 1968a; 1968b). Así, se abren una serie de preguntas centrales sobre el problema de investigación: ¿por qué la demanda de reformas locales en Checoslovaquia desencadenó la invasión de sus aliados del Pacto de Varsovia?, ¿cuál fue la postura del gobierno de Eduardo Frei Montalva ante la llamada “Primavera de Praga”?, ¿qué impacto tuvieron los sucesos checoslovacos en los partidos políticos chilenos?

La hipótesis considera que la “Primavera de Praga”, de agosto de 1968, generó un relevante debate político en los principales partidos chilenos1, que acentuó la creciente polarización local de cara a las más cercanas elecciones parlamentarias (en marzo de 1969) y eventualmente los comicios presidenciales (de septiembre de 1970)2, en medio de las tensiones globales de la Guerra Fría. Así, se entiende que las distintas posturas asumidas por los actores nacionales estaban interconectadas, en intereses y diálogo, con esferas ideológicas de influencia internacional. En relación con lo anterior, el presente estudio tiene el objetivo de analizar las reacciones políticas en Chile ante los acontecimientos ocurridos en Checoslovaquia en 1968.

En el terreno historiográfico, la Guerra Fría ha generado una extensa producción bibliográfica, principalmente en el mundo académico anglosajón, que suele enfocarse en los hitos primordiales de la contienda en un escenario global, generalmente, centrando sus estudios en momentos coyunturales en Occidente y el “Tercer Mundo”, en los que se hallan amplios y distintos ángulos (Field et al., 2020; Friedman, 2019; Michálek & Stefansky, 2019; Westad, 2019; Joseph (2019, 2008); Murphy, 2018; Kalinowsky & Daigle, 2016; Immerman & Goedde, 2013; Leffler & Westad, 2012; Gaddis, 2011b; Hopkins, 2011; Black, 2011, entre otros).

En Chile, el interés por los estudios sobre la Guerra Fría, en general, ha dejado una literatura especializada en torno a los principales procesos de la conflagración y su impacto local, así, desde diferentes miradas, se hallan diversos trabajos (Pedemonte, 2020; Hurtado, 2020; Ramos, 2020; Casals & Perry, 2020; Soto & Garay, 2018; Castro, 2017; Medina & Gajardo, 2017; Harmer & Riquelme, 2014; Ramos & Castro, 2014; Garay & Soto, 2013; Albuquerque, 2011; Purcell & Riquelme, 2009; Fermandois, 2005, entre otros). Dentro de esta bibliografía, amerita una mención especial la obra de Olga Ulianova (1998; 2008; 2009; 2013; 2017; 2021); Ulianova y Fediakova (1998), y sus aportes de los archivos soviéticos.

Metodológicamente, el estudio se apoya en la consulta de documentación primaria, proveniente de archivos chilenos, el Archivo General Histórico del Ministerio de Relaciones Exteriores (AMINREL) y las sesiones de la Cámara de Diputados, que se conservan en la Biblioteca del Congreso Nacional de Chile (BCN). Además, se revisó prensa contemporánea3, en particular el diario El Mercurio4 y la revista Topaze5, y memorias personales publicadas. Estos insumos documentales fueron procesados a través de crítica historiográfica6 para aproximarse a la reconstrucción del problema histórico en estudio.

El reformismo checoslovaco y su colisión con el Pacto de Varsovia (1968)

Checoslovaquia era una nación joven en una región antigua. El país se convirtió en independiente después de la Primera Guerra Mundial, y durante el siglo XX pasó de la anexión Nazi en 1938 a la ocupación de la Rusia comunista en 1945. Desde esta fecha, se instaló el régimen de partido único y su vinculación al bloque socialista de Europa oriental, bajo la influencia de la órbita soviética (Crowhurst, 2020; McDermott, 2015). No obstante, luego de más de dos décadas de socialismo, las autoridades checoslovacas experimentaron un proceso incipiente de cambios políticos, que acabó conociéndose en la historiografía como la “Primavera de Praga”.

En los países vecinos ya se habían presentado protestas populares contra el régimen comunista y también movimientos reformistas, como en Alemania Oriental en 1953, en Hungría y Polonia en 1956, las que Moscú reprimió por la fuerza militar (Garay, 2009; Kramer, 1998; Litvan, 1996). Sin embargo, esas experiencias llevaron al Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) a limitar ensayos de reformas políticas y estructurales en el bloque socialista. En este contexto, la construcción de mecanismos para frenar experimentos o modelos nacionales de “vías al socialismo” (Eley, 2002; Massón, 2017; Sassoon, 2001) se convirtió en un asunto prioritario para la URSS en su relación con Europa oriental.

En efecto, la Conferencia de los Partidos Comunistas y Obreros del bloque socialista, realizada en Moscú del 14 al 16 de noviembre 1957, significó el congelamiento doctrinal de las diversas vías programáticas de reformas graduales marxistas. En dicha instancia, los partidos comunistas del mundo fueron convocados a asistir a la elaboración y posterior compromiso de cumplimiento de la Declaración de los partidos, que determinó las características internacionales de la revolución socialista, trabajando por la cohesión de los países socialistas bajo un modelo jerárquico a cargo de realizar la revolución proletaria y la dictadura del proletariado (Declaración…, 1963). En la práctica, este documento justificó la actuación soviética en Budapest y Varsovia.

En este escenario de Guerra Fría global, el Partido Comunista Chileno (PCCh) también participó de la Declaración de 1957, y suscribió los documentos de Moscú, con lo que reafirmó su lealtad a la lucha por el cumplimiento de los objetivos programáticos del comunista internacional. El PCCh señaló precisamente lo siguiente:

El Partido Comunista de Chile forma parte de la familia fraternal de los partidos comunistas y obreros, unidos sobre la base de los principios del marxismo-leninismo y del internacionalismo proletario y considera su deber velar por esta unidad. La unidad de principios de los partidos comunistas nos fortalece a todos. (Anónimo, 1963, p. 6)

De este modo, los objetivos trazados a nivel internacional tenían sus implicaciones locales. El PCCh se alineó entonces a la Declaración de Moscú de 1957, la Proclamación de Moscú de 1960 y a los 25 puntos de la carta china del 14 de junio de 1963, documentos que se constituyeron en referencias fundamentales para el programa común del movimiento comunista internacional, en la búsqueda de unir criterios de las relaciones internacionales socialistas alineadamente.

En enero de 1968, Alexander Dubcek asumió como secretario general del Partido Comunista de Checoslovaquia (KSC) y, a la vez, como jefe del gobierno del país. Dubcek inició un proceso de reformas tendientes a la democratización y al distanciamiento del sistema socialista soviético, que se denominó “socialismo con rostro humano” (Baer, 2018; Bishof et al., 2009).

El reformismo checoslovaco fue un ejercicio para poner a prueba la validez de las declaraciones estipuladas. El 14 de julio de 1968 se llevó a cabo una sesión de emergencia de los países agrupados en el Pacto de Varsovia. Los convenidos debían definir qué hacer con el liderazgo reformista checoslovaco. Las respuestas oficiales de la Carta de Varsovia se dieron a conocer en agosto y fueron categóricas:

Nosotros no deseamos interferir sus asuntos ni infringir su soberanía, pero hay fuerzas en Checoslovaquia tratando de apartar al país del campo socialista. No nos conformaremos con que las históricas realizaciones de Checoslovaquia puedan ser amenazadas. No permitiremos al imperialismo dividir el campo socialista desde dentro o desde fuera, con o sin fuerza. No es posible ningún cambio en el equilibrio del poder (...) La palabra “democracia” está siendo mal empleada en Checoslovaquia y hay campañas contra el honesto partido de los obreros. (Chapman, 1969, pp. 42-43)

La madrugada del 21 de agosto de 1968 las tropas del Pacto de Varsovia entraron con cerca de seis cientos mil soldados a territorio checoslovaco, argumentando la necesidad de otorgar ayuda fraterna ante cualquier intento de contrarrevolución. Este operativo militar, considerado el de mayor desplazamiento de hombres después de la Segunda Guerra Mundial, ya no era una señal, sino un paso definitorio de la URSS con el objetivo de detener la democratización y liberalización reformista checoslovaca (McDermott & Stibbe, 2018; Pazderka, 2019).

El clima del conflicto aumentó, y acabó con la invasión de las tropas soviéticas en territorio checoslovaco. La intervención fue justificada bajo el argumento de que el propio pueblo checo fue el que requirió auxilio con el fin de exterminar la injerencia del imperialismo interno, incluyendo agentes de la cúpula gubernamental checoslovaca, lo que se desarrolló bajo la lógica de la “soberanía limitada”, es decir, que fue abordado como un problema común del socialismo (Gaddis, 2011a, p. 131).

De esta forma, el declive de la Primavera de Praga fue la manifestación más clara del profundo miedo de la URSS a que cualquier punto de vista discrepante del ortodoxo, pudiera desencadenar una rebelión y, además, fuera seguida por el resto de los países del bloque, ante lo cual la Unión Soviética subordinó la soberanía de aquellos países a la seguridad del socialismo (Claudín, 1981, p. 83).

Para Immanuel Wallerstein (1989, p. 234), lo sucedido fue una directa confrontación entre “viejas y nuevas izquierdas” que reconfiguró las alianzas y pactos dentro del espectro de las izquierdas mundiales. Para algunos especialistas, el episodio de Praga modificó las relaciones entre los países de Europa Occidental, entre la Europa del Este y del Oeste y entre los propios países de Europa Oriental y la URSS (Ferrero, 2004, pp. 218-240).

En América Latina, el jefe socialista cubano Fidel Castro se mostró enfático en su apoyo a la invasión del país:

Checoslovaquia marchaba hacia la contrarrevolución, hacia el capitalismo, hacia los brazos del imperialismo. Consideramos que resultaba imprescindible impedir a toda costa, de una forma o de otra, que este hecho ocurriera y que el campo socialista tiene derecho a impedirlo. (Grupo de Prensa de los Periodistas Soviéticos de Moscú, 1968, p. 146)

Los temores de una latente Tercera Guerra Mundial o de conflictos armados por causa del bipolarismo se incrementaron con momentos de tensión, como el ocurrido en Checoslovaquia. Temores que, inclusive se traslaparon a Latinoamérica. Desde Chile se seguirían atentamente los acontecimientos de la primavera checoslovaca.

Finalmente, para diversos analistas, la decisión de ocupación soviética se debió tanto a la necesidad de proteger la integridad ideológica del comunismo internacional como sus fronteras occidentales (Bernstein, 1984, pp. 103-104). Empero, de acuerdo con Tony Judt (2006), después de 1968, la seguridad de la zona soviética estuvo firmemente garantizada por una renovada percepción de que Moscú estaba dispuesto a recurrir a la fuerza en caso necesario, cuestión que habría sido la verdadera lección de 1968. Por causa de lo anterior, según Judt, nunca más sería posible sostener que el comunismo descansaba en la voluntad popular o en la legitimidad del partido reformado, o incluso en las lecciones de la historia (Judt, 2006, p. 650).

La Administración Frei y la relación con Praga

Al otro lado del océano Atlántico, América Latina en general y Chile en particular no estuvieron ajenas a los embates de la Guerra Fría. La región latinoamericana no fue un mero espectador de la contienda global, lejos de esto, fue un escenario político importante, con momentos coyunturales, participación y diálogo con otras latitudes en medio de esta conflagración mundial (Brands, 2012; Pettinà, 2018). Así, al presentarse los sucesos de Checoslovaquia, el país austral no estuvo exento de las influencias y repercusiones de la bipolaridad global. De hecho, Tanya Harmer considera que el conflicto ideológico de las dos superpotencias, EE. UU. y URSS, tuvo implicaciones transcontinentales:

El Tercer Mundo también jugó un rol importante en la configuración de la política internacional de la segunda mitad del siglo veinte. En América Latina, África y Asia, las divisiones ideológicas que estaban en el corazón de la Guerra Fría llevaron a una reacción revolucionaria (con y sin intervención de las superpotencias), y fue donde se lucharon las guerras calientes de la Guerra Fría, con las armas, fondos y asistencias del extranjero. (Harmer, 2008, como se citó en Elizalde, 2009, pp. 157-158)

Luego, la política exterior chilena de los años sesenta se había esforzado en conservar relaciones diplomáticas amplias y diversas en medio de la dicotomía bipolar de la Guerra Fría. Así, el país fue anfitrión de la visita de líderes de democracias liberales como las del presidente francés Charles de Gaulle en 1964, o la de la reina Isabel II del Reino Unido en 1968. Paralelamente, Chile también mantenía contactos políticos, económicos y culturales con la Europa del bloque socialista, por medio de sus embajadas en aquellos países (Fermandois, 2015)7.

La administración de Eduardo Frei Montalva (1964-1970), del partido Demócrata Cristiano, priorizó dentro de sus objetivos internacionales la búsqueda de la integración de América Latina (ALALC–Pacto Andino) (Martínez & Rubio, 2015), por lo que Frei optó por impulsar una política exterior de “tercera vía” ante el bipolarismo de Guerra Fría (Gazmuri et al., 1996; Góngora, 1981; Moulián & Guerra, 2000). De esta forma, Eduardo Frei condujo una política de relaciones diplomáticas abiertas, sin otro límite que el siguiente: “es necesario mantener relaciones con todos los países del mundo, sin consideración a sus regímenes internos y sin otro límite que nuestra propia determinación respecto a lo que al país le conviene” (Frei Montalva, 1964, p. 66).

En cumplimiento de estos preceptos, se reestablecieron lazos consulares y diplomáticos con la URSS en 1964, Checoslovaquia, Hungría, Bulgaria, Polonia, Rumania y con todo el resto de los países satélites, excepto Albania y la República Democrática Alemana (Medina, 2004, p. 233; Pedemonte, 2018, pp. 186-199). Para los checoslovacos fue estratégicamente relevante cultivar vínculos con Chile, ya que consideraron que la distribución de fuerzas políticas del sistema chileno hacía de él, uno de los países más prometedores en cuanto al desarrollo de las facciones del socialismo en el escenario político nacional (Zourek, 2014, p. 153).

El clima de tensión de Guerra Fría, dentro y fuera del continente, era leído con detalles por la cancillería chilena. En lo referente al caso checoslovaco, se analizó con atención el plan de reformas estructurales que se intentó aplicar y las consecuencias que estas traerían consigo, examinando con diligencia las reacciones soviéticas. En enero de 1968, Antonin Novotny, secretario general del Partido Comunista checoslovaco, recibió al embajador chileno en Praga, Gonzalo Latorre Salamanca (Ministerio de Relaciones Exteriores, 1968a), en momentos primordiales, previo a entregar su mandato al dirigente comunista Alexander Dubcek.

Los reformistas encabezados por Dubcek lograron cada vez mayor protagonismo en puestos de poder claves y en determinaciones más autónomas y abiertas a Occidente de entre los países del Este. El embajador Latorre indicó que de esta situación surgió la figura de Dubcek como el “hombre fuerte” de Checoslovaquia, sosteniendo una posición política en Europa del Este que contaría con las capacidades para ampliar el cauce de las relaciones de Checoslovaquia y de los países socialistas con Occidente (MINREL, 1968d) con miras a una eventual conflagración global. Al respecto, Frei Montalva afirmó que

como país eminentemente pacifista, Chile ve con preocupación el agudizamiento de la Guerra Fría y continúa considerando como el mejor marco para resolver los agudos problemas comunes de la humanidad a la Organización de las Naciones Unidas. En lo que se refiere a nuestras relaciones con Checoslovaquia y Hungría, ellas se han desenvuelto en un ambiente de mutuo respeto, colaboración y de amistad. (MINREL, 1968c)

Las palabras del mandatario reflejaban la preocupación chilena por las implicancias de las reformas de Praga en el escenario de la Guerra Fría, debido al momento crítico que se vivía en el corazón de Europa y, al mismo tiempo, abogaba por un llamado a mantener una vía pacífica en la resolución de los conflictos, sin recurrir a ningún tipo de intervención.

A medida que las tensiones entre la URSS y el reformismo de Dubcek crecieron también aumentó el interés de la administración Frei Montalva por analizar los escenarios de profundización reformista. Simultáneamente, el gobierno chileno abrió la posibilidad de colaboración diplomática y de intercambio comercial al suscribir convenios crediticios con la banca checoslovaca y acuerdos de complementariedad comercial. El ingeniero Jaroslav Kohout, quien tenía a su cargo en la cancillería checoslovaca los asuntos de América Latina, indicó lo siguiente al embajador Latorre:

Tenemos mucho interés en complementar nuestras economías. Aparte de las materias primas que Chile produce, deseamos adquirir artículos chilenos como conservas, especialmente de pescados y mariscos; frutas secas, lentejas y, en fin, toda una serie de productos que complementarían la alimentación del pueblo checo. (MINREL, 1968b)

El 13 de junio de 1968 el gobierno de Chile envió una misión comercial a Checoslovaquia, conformada por representantes tanto del sector público como privado. La comitiva fue presidida por Sergio Molina, el vicepresidente de la Corporación de Fomento a la Producción, e integrada por Rodolfo Hoffmann del Banco Central, Ignacio Echeverría de Ferrocarriles del Estado y Félix Huttner de la CORFO y los empresarios Dionisio González (industria forestal), Francisco Fluxá (calzados), Francisco O’Shea (importaciones y exportaciones varias), Pedro Undurraga (vinos y champagne) y David del Curto (exportaciones agropecuarias).

En este orden, la visita se gestó en medio del panorama reformista en el país, los empresarios chilenos presentaron proyectos de inversión para colaborar con el desarrollo económico de Chile y Checoslovaquia, comprometiéndose a iniciar los estudios de mercado de inmediato. El antecedente de que Checoslovaquia había comprado productos nacionales a Yugoslavia entregaba esperanzas de productos ya probados e incentivó a la misión chilena a entregar mejores ofertas directas (MINREL, 1968f).

Al mismo tiempo, la administración Frei Montalva propició un convenio de Comercio entre Checoslovaquia y Chile que tuvo por objeto facilitar el intercambio de productos entre ambos países. De hecho, se tramitó un crédito en bienes de capital por la suma de USD 5.000.000 entre el Ceskoslovenská Obchodní Banka de Praga y la Corporación de Fomento de la Producción (CORFO). Además, se realizaron estudios de doce (12) proyectos de negocios, la Comisión Coordinadora para la Zona Norte (CONORTE), organismo dependiente de la CORFO, adelantó trabajos exploratorios en la región norte chilena (MINREL, 1968c).

A dos meses del viaje de la misión comercial, Chile envió una comitiva de parlamentarios a Checoslovaquia en una visita no oficial. La delegación parlamentaria arribó al país el 7 de agosto de 1968, y estaba compuesta por el senador Ricardo Ferrando (DC) y los diputados Eduardo Cerda (DC), Constantino Suárez (DC), Renato Valenzuela (DC), Manuel Rioseco (PR) y Mario Palestro (PS). Los objetivos de la comitiva se ciñeron principalmente a conocer de primera fuente los antecedentes, desarrollo y perspectivas del proceso de cambios políticos (tendientes a la confrontación con la URSS) que vivía el régimen checoslovaco desde enero de ese año (MINREL, 1968g).

Reflejos de la Guerra Fría: los sucesos de Praga en Chile

En Chile, la noticia de los sucesos del país europeo se conoció rápidamente. La mañana del 21 de agosto de 1968 se reprodujo la información de Radio Praga en la que

tropas soviéticas, polacas, alemanas orientales, húngaras y búlgaras, habían invadido Checoslovaquia en horas de la noche (...) Esto sucedió sin conocimiento del Presidente de la Asamblea Nacional, del Presidente de la República, del Primer Ministro o del Primer Secretario del Comité Central checoslovaco. (El Mercurio, 1968a, pp. 1,18)

Asimismo, la revista Topaze dedicó su portada (ver Figura 1) y una de sus ilustraciones a retratar la invasión militar sobre Checoslovaquia, con caricaturas que muestran una simbólica “crucifixión” del país, mientras que en otra se graficó un tanque (ver Figura 2).

Figura 1. URSS

Nota. Portada de la revista Topaze, 30 de agosto de 1968a.

Figura 2. Aplastado por los tanques rusos

Nota. Reproducido de “Aplastado por los tanques rusos”, 1968b, Topaze.

Al estar al tanto de estos incidentes, la cancillería chilena se preocupó por seguir los pormenores de la situación. En sus primeros reportes, Gonzalo Latorre, embajador chileno en la capital checoslovaca, destacó la atmósfera de angustia y tensión que existía en toda la nación, al resaltar las multitudinarias marchas en la Plaza del Rey Wenceslao, en el Castillo de Praga (residencia presidencial) y en la Asamblea Nacional, en las que miles de checoslovacos a voz en cuello repitieron incesantemente el grito: “queremos conocer la verdad”, en referencia a la ocupación militar (MINREL, 1968j).

Entretanto, el liderazgo político internacional expresó sus puntos de vista ante la contingencia generada en Praga (MINREL, 1968h; 1968i). Apresuradamente, el embajador de Chile ante Naciones Unidas, José Piñera Carvallo, convocó a una reunión de emergencia del grupo latinoamericano, sin consulta previa con el ministro de Relaciones Exteriores, Gabriel Valdés, aun cuando el Congreso de la República había solicitado oficialmente que la cancillería apoyase las gestiones de paz en Checoslovaquia. La información acerca del grupo latinoamericano indicó que

Honduras propuso hoy que el grupo latinoamericano emita una declaración condenando a Rusia y a sus cuatro aliados en el Pacto de Varsovia por invasión a Checoslova­quia. La reunión fue convocada con bastante urgencia y fue solicitada por el Embajador de Chile para que gestionen alguna forma de acción contra la intervención en Checoslovaquia. La preocupación chilena, según el Embajador José Piñera, era fundamentalmente de principios. (MINREL, 1968l)

El canciller Valdés no demoró en llamar la atención a Piñera, haciendo hincapié en que la posición chilena en temas de política internacional, y en un marco de Guerra Fría, sostenía por lineamiento oficial el no alinearse a ninguno de los dos polos. En último caso, el mandato para ordenar una declaración de condena a la invasión soviética era emitido exclusivamente por el presidente de la República y su canciller:

US. debe tener presente que la posición oficial del Gobierno de Chile es la contenida en la declaración de S.E. el Presidente de la República y en la del Ministro Valdés, que US. tiene en su poder, y que, tal como le expre­saron ambos al Embajador de la URSS, personalmente y con autorización de transmitirlo a Moscú, esta posición no altera en lo más mínimo las relaciones de Chile con la Unión Soviética, ni las personales se mantienen con su representante en Santiago. Esto impide tomar cualquier iniciativa sobre esta materia en los organismos internacionales y muy especialmente en N.U. por lo cual US. deberá abstenerse de cualquier acción en ese organismo, en el Grupo latino­americano o en sus contactos privados, que no sea para obtener información, debiendo además evitar todo aquello que pueda dar margen a interpretaciones contrarias a la posición oficial que dejó señalada y que servirá a US. de instrucción sobre este asunto. (MINREL, 1968m)

El impasse diplomático sirvió para tomar las precauciones correspondientes. La política exterior chilena intento actuar con prudencia y realismo, acentuando el resguardo de la estabilidad en la región latinoamericana. En esa orientación la posición chilena se presentó no polarizada ante el evento, pero no por ello dejó de condenar la situación política internacional checoslovaca, aun cuando estaba activa la alarma de peligro nuclear por parte de las dos superpotencias (MINREL, 1968k).

Luego, el presidente Frei quiso conocer los detalles directos de la invasión soviética, y estuvo especialmente interesado en saber si realmente se requirió desde la administración checoslovaca la intervención del Pacto de Varsovia, por lo que convocó una reunión con Stanislav Svoboda, embajador de Checoslovaquia en Chile, con lo cual se confirmó que ningún órgano checoslovaco había solicitado la activación del Pacto de Varsovia (El Mercurio, 1968c, pp. 25, 27; Edwards, 1990, p. 183).

Tras esta constatación, el gobierno chileno por medio de su canciller, recordó que las mismas naciones actoras de la intervención habían aprobado hacía dos años una resolución de Naciones Unidas, condenatoria en forma categórica de cualquier presión o intromisión que afectara la libre determinación de los pueblos. Valdés señaló que la línea de protesta asumida por Chile era coincidente con la observada en acontecimientos similares, dejando constancia de que lo sucedido constituía una “flagrante violación de los principios de no intervención y de libre determinación de los pueblos” y que además atentaba gravemente contra la paz mundial (El Mercurio, 25 de agosto de 1968d, p. 17).

Por su parte, el embajador de Chile en Viena, Miguel Serrano, informó a la cancillería que la mayoría de los partidos comunistas de la Europa central no apoyaron la intervención militar. Ante esto, se presumía que había sido una decisión bajo la influencia de la Unión Soviética (MINREL, 1968n). Igualmente, la cancillería chilena observó que, después de la ocupación del país, la URSS promovió medidas contra los focos contrarrevolucionarios, tendientes a una “normalización” de Checoslovaquia en tres aspectos: 1) campaña para obtener un control progresivo de la prensa, radio y televisión; 2) estímulo a los elementos prosoviéticos dentro del partido comunista checoslovaco; 3) debilitar la posición de prestigio de los líderes de Gobierno y políticos que debieron actuar en los acontecimientos de agosto (MINREL, 1968o).

Asimismo, diferentes organizaciones de la sociedad civil se manifestaron contra la ocupación del país centroeuropeo. Por ejemplo, la Confederación Única de Defensa de las Iglesias Evangélicas de Chile, a través de los pastores Carlos Barbosa (presidente de la entidad) y Juan García (secretario), expresaron la oración de la comunidad evangélica chilena y su solidaridad con el pueblo checoslovaco y con la Iglesia evangélica de esa nación, ante “la agresión que contra su soberanía perpetraron ejércitos de la Unión Soviética” (El Mercurio, 1968e, pp. 39, 41). En el primer número del mes de septiembre de 1968, la revista Topaze publicó una ilustración de un atónito Alexander Dubcek que observaba la ocupación de Checoslovaquia (ver Figura 3), en referencia a la sorpresa de las autoridades checoslovacas.

Figura 3. El que Praga, Praga

Nota. Reproducido de “El que Praga, Praga”, 1968c, Topaze.

Otra muestra de solidaridad chilena con el país centroeuropeo, se presentó con la inauguración oficial del pabellón checoslovaco por parte del presidente Frei Montalva durante la VI Feria Internacional de Chile, el 11 de octubre de 1968. La actividad contó con la compañía de los diplomáticos checoslovacos acreditados en Santiago, el embajador Stanislav Svoboda, el consejero comercial de la embajada, Vladimir Horák, y el director de la exhibición checoslovaca, Zdenek Cerveny. En el acto, el mandatario chileno visitó la exposición y dedicó una atención especial a los productos de la técnica médica y otras secciones de las filiales de Skodaexport, Pragaexport, Centrotex, entre otros.

Para cooperar con Checoslovaquia, el gobierno chileno facilitó la llegada de migrantes checoslovacos que buscaron refugio desde la embajada de Chile en Austria. La propuesta de recepción de checoslovacos fue aprobada por Frei Montalva a fin de aprovechar la formación técnica industrial que estos poseían. Un primer grupo poco numeroso –no más de quince– habrían viajado entre octubre y noviembre de 1968, estando a cargo Josef Rundus, quien había sido condenado por la URSS bajo el cargo de prestar servicios de inteligencia a Alemania Occidental. Rundus alcanzó a emigrar a Chile. Otro grupo de refugiados checoslovacos en ruta hacia Chile terminó por ser derivado hacia Venezuela, sin lograr recalar en suelo chileno.

Tensiones globales y respuestas locales: el debate político en Chile

La sala del Congreso Nacional se convirtió en el epicentro de las discusiones en torno a los sucesos producidos en el país centroeuropeo, lo que denotaba la relevancia del evento en medio de la Guerra Fría global. A tan solo dos años de una próxima elección presidencial (la de 1970), esta coyuntura fue reinterpretada en efecto espejo por la dirigencia política chilena (Ramos, 2018, pp. 223-246; San Francisco, 2018). La “Primavera de Praga” tomó temprano interés en la esfera política chilena, debido al quiebre de la institucionalidad y al resguardo de la paz cívica en Checoslovaquia.

En efecto, los partidos políticos chilenos se agruparon en torno a las declaraciones de sus parlamentarios en trincheras diferentes. Por una parte, se levantaron voces de condena enérgica proveniente de los bancos de la Democracia Cristiana y el Partido Nacional, que hicieron ver su desacuerdo y protesta ante la invasión armada. Por otra parte, los socialistas (PS) y radicales (PR) se encontraron en posiciones contradictorias, y, por último, el Partido Comunista Chileno (PCCh) reprodujo la opinión oficial de la URSS.

El partido Demócrata Cristiano, especialmente por medio de sus diputados Sergio Fernández, José Félix Garay, María Inés Aguilera Castro y el senador Renán Fuentealba, hizo énfasis en que puntualmente había sido violado el principio de no intervención, firmado en la de­claración que proscribe este tipo de actos de las prácticas internacionales en las 21.ª y 22.ª Asambleas Generales de las Nacio­nes Unidas, instando al PCCh a reconocer y repudiar los hechos.

De esta manera, los democratacristianos criticaron fuertemente a los comunistas chilenos, al destacar que la invasión soviética a Checoslovaquia puso de manifiesto la incapacidad de las estructuras del comunismo para crear un orden en el que cada pueblo eligiera el gobierno que estimara conveniente de acuerdo con sus legítimos intereses nacionales. En forma especial, la diputada Aguilera dirigió un mensaje a las mujeres checoslovacas, al sostener:

Sepan las mujeres del mundo que las mujeres de Chile estamos espiritualmente unidas a las madres proletarias de esa nación –Checoslovaquia–, porque somos libertarias, porque somos antimperialistas; y que rechazamos la guerra de Vietnam, porque somos anti-totalitaristas y defendemos ardientemente el derecho de autodeterminación de los pueblos, porque nuestro Gobierno sustenta el principio de no intervención. Por todo ello, las mujeres nos sentimos desgarradas y levantamos nuestras voces para condoler a la mujer checa, que hoy día sufre las consecuencias de este hecho sangriento y repudiable. (CNCh, 1968b, pp. 520-538, 2690-2722).

Las palabras de Aguilera presentan una doble importancia. En primer término, el discurso demarca la posición democratacristiana de rechazo a cualquier intervención armada, al esbozar las situaciones de Vietnam y Checoslovaquia de aquel momento en un plano similar. Mientras que, en segundo término, esta declaración es también un discurso femenino dirigido a mujeres, como una voz y una mirada de mujer para otras mujeres sobre los acontecimientos de la Guerra Fría global.

Por su lado, el Partido Comunista Chileno estimó necesario que los comunistas de todo el mundo examinaran a fondo la situación para extraer de ello las lecciones correspondientes. El Comité Central del PCCh afirmó que, dadas las circunstancias, no era posible permitir que las fuerzas reaccionarias reconquistaran para el capitalismo a Checoslovaquia, concluyendo que los enemigos del socialismo, desde dentro y desde fuera del país centroeuropeo, trataron de deformar el proceso de democratización socialista, con vistas a conducir a la nación por la vía del establecimiento del sistema burgués (Comité Central del Partido Comunista de Chile, 1968, pp. 68-85).

En esta línea, el senador comunista Volodia Teitelboim enfatizó que la posición del PCCh era la de un partido comunista independiente, marcado por su propia dirección, por su Comité Central, que entendía que la lucha se libraba también en un plano mundial, entre el imperialismo y el socialismo, y que, por debajo de todos los revuelos, crisis y enfrenamientos políticos de la época, subyacía una directriz de lucha de clases, en la que cada uno tenía su sitio o trinchera de combate (CNCh, 1968a, pp. 323-334, 2027-2044, 2078-2084). Es más, Teitelboim reforzó la representación de autonomía del PCCh:

Entiendo que, si Checoslovaquia hubiera vuelto al seno del capitalismo, como se pretendía, este, naturalmente, no habría quedado satisfe­cho: habría tratado de atentar contra los demás países socialistas por separado, a fin engullirlos uno por uno, lo cual habría provocado la “Tercera Guerra Mundial. Creo, por lo tanto, que los aconteci­mientos dolorosos, dramáticos de estos días, contribuyen en cierto sentido a ce­rrar la puerta a la posibilidad de un ter­cer conflicto bélico mundial, que sería de naturaleza termonuclear. (CNCh, 1968a, pp. 323-334, 2027-2044, 2078-2084)

Igualmente, otras facciones de la izquierda chilena también expusieron sus apreciaciones sobre el caso checoslovaco. El Partido Socialista (PS) por intermedio de su principal exponente, el senador Salvador Allende, condenó enérgicamente la intervención armada de las tropas del Pacto de Varsovia en Checoslovaquia, al resaltar que cada pueblo, fuere o no socialista, debía solucionar sus asuntos internos (CNCh, 1968a, p. 2039). Al respecto, Allende declaró:

Afirmamos rotundamente que cada pueblo, sea socialista o no lo sea, debe resolver sus propios problemas. Por eso, condenamos enérgicamente la intervención armada de los signatarios del Pacto de Varsovia en Checoslovaquia (…) Estamos en desacuerdo con el procedi­miento puesto en práctica, y destacamos nuestra autoridad moral para censurarlo, porque no hemos callado jamás. Igual denuncia hicimos en el caso de Hungría. (CNCh, 1968, p. 2039a)

Otro dirigente socialista que se pronunció fue el senador socialista Raúl Ampuero, quien realizó una visita oficial a la URSS durante las primeras semanas de agosto, manifestó la preocupación que existía entre la dirigencia socialista por lo que estaba ocurriendo en Checoslovaquia. Ampuero había participado de múltiples reuniones que se efectuaron con el objeto de encontrar un camino de negociaciones amistosas que abandonaran la vía de la presión militar, política y psicológica por parte de la URSS y los países miembros del Pacto de Varsovia (Ampuero, 2002, p. 103; Casals, 2010).

En un tono distinto, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) se opuso a las declaraciones que el Partido Comunista Chileno entregó respecto a la invasión soviética en Praga, al decir lo siguiente: “Estimamos nuestro deber de revolucionarios estar junto al proletariado checo y eslovaco que unánimemente repudia la intervención, junto a su auténtico Partido Comunista” (El Mercurio, 1968e, pp. 39, 41). De este modo, el MIR consideró que la cuestión de fondo se explicaba por la desobediencia de los reformistas checoslovacos a las directrices de la línea soviética.

En este contexto, uno de los discursos más extremos de los sectores de izquierda, que aprobaron la invasión, provino del ala representada por el senador comunista revolucionario Jaime Barros Pérez-Cotapos8 (CNCh, 1968a). En su declaración, Barros atacó fuertemente las demandas de libertad occidentales, al sostener que “los eternos fariseos rasgan sus vestiduras y claman por esa libertad que solo dejan para el papel”:

En tal sentido justifico esta ocupación, solicitada desde adentro, porque de dos males –capitalismo o revisionismo– me quedo con el menor… Y si nuestro escudo nacional ostenta la divisa “Por la razón o a fuerza”, frente a este acontecer no puedo menos que repetir; Sí señores Senadores, el socialismo debe consolidarse por la razón y la fuerza. (CNCh, 1968a, pp. 2038-2039)

En este sentido, una fracción de los militantes comunistas, especialmente del Partido Comunista Revolucionario (PCR), reafirmaron su aprobación a la invasión de la URSS, en un acto público realizado en el Teatro Caupolicán de Santiago, el sábado 24 de agosto de 1968, donde el secretario general del partido, Luis Corvalán, explicó la ocupación soviética en sintonía con el argumento oficial de la URSS, que refería al auxilio ante una probable contrarrevolución “yanqui” y de su imperialismo en la confabulación de esta empresa, lo que habría alcanzado una influencia tal como para colocar en peligro la existencia de Checoslovaquia como país socialista (Comité Central del Partido Comunista de Chile, 1968, pp. 68-85; Furci, 2008, pp. 199, 260; Yopo, 1988, pp. 371-395).

En este plano, el episodio de Praga tuvo una importante repercusión en el seno del partido, pues puso a prueba la adhesión disciplinada del PCCh a las directrices provenientes desde Moscú y su compromiso absoluto con el internacionalismo proletario. La fuerte vocación internacionalista del PCCh en “defensa de la patria del socialismo”, según Rolando Álvarez, se explica por el autoconvencimiento de los éxitos de la URSS sobre sus rivales estadounidenses (Álvarez, 2011).

Asimismo, Joaquín Fermandois (1998) analiza el concepto de “patria del proletariado” (pp. 154-155) que estaba asociado a la Unión Soviética, con la imagen global del comunismo en los años treinta y se hallaba todavía presente en el comunismo chileno hasta bien avanzados los años setenta (Fermandois, 1998). El propio Luis Corvalán, reconocería más tarde, “nuestro partido entregó el apoyo a los países del Pacto de Varsovia, lo hacía en la confianza de que los que tomaron esta decisión habían hecho una apreciación correcta de la realidad” (Corvalán, 1993, p. 121).

Por otro lado, los partidos que componían el Frente de Acción Popular (FRAP) vieron fragmentada y contrapuesta su coalición. Primero, estuvo en duda el proceso de unidad de la izquierda y de acción común, entre otras fuerzas democráticas. De hecho, en 1969 terminaría disolviéndose el FRAP y creándose la Unidad Popular (UP), que respaldaría la campaña presidencial de Salvador Allende (Corvalán, 1997, p. 112), que fue el candidato propuesto por el PCCh para las elecciones presidenciales de 1970 para representar a la izquierda chilena (Salazar, 2011) en condiciones en que, según Raúl Ampuero, había un cartel electoral antes que un pacto político en forma (Casals, 2010, p. 201).

No obstante, en una repercusión directa de la discusión por los eventos en Checoslovaquia, los hermanos Humberto e Inés Enríquez, radicales históricos, declinaron sus candidaturas senatoriales por el Partido Radical en señal de protesta y descontento ante la posición asumida por la directiva del PR. Se sumó, además, la renuncia del regidor por Tierra Amarilla, Gonzalo Molina, quien en telegrama al presidente del radicalismo le expresó: “Comunico a Ud. mi resolución de renunciar como militante radical por cobarde declaración de esta directiva a raíz del asalto ruso a Checoslovaquia. Esa declaración indica la sumisión y entrega total al comunismo” (El Mercurio, 1968b, p. 25). El panorama de erosión dentro de las filas radicales hizo visibles al exterior las desavenencias internas, tal como lo recogió el editorial de El Mercurio:

El remezón en el radicalismo surgió de la renuncia de los Enríquez a sus candidaturas senatoriales en señal de protesta por la poco enérgica declaración de su partido para condenar la invasión soviética a Checoslovaquia. Esta actitud recibió apoyo espontáneo de las asambleas radicales y está originando un movimiento que pide una nueva convención para analizar y reformar la actual línea ultra izquierdizante del PR. Junto a Galleguillos, quien renuncia como dirigente del CEN, se han levantado otras voces como la de Jorge Ovalle. (El Mercurio, 1968f, pp. 23, 26)

A fines de los sesenta, el radicalismo estaba en un proceso de desintegración, debido a la ausencia de una identidad política propia que respondiera al contexto de Guerra Fría. La exigencia de claridad de perspectiva, que reclamaba la realidad internacional y local, gradualmente acentuó la dispersión del militante radical hacia otros sectores políticos.

En el campo de la arena política, las distintas posiciones debieron tomar decisiones en el parlamento nacional. La Cámara de Diputados, con oposición comunista y abstención radical, rechazó los procedimientos usados por los ocupantes soviéticos, y sugirió que el gobierno chileno colaborara con todas las gestiones que promovieran el resguardo de la soberanía checoslovaca. Ante esta situación, la Cámara suspendió indefinidamente una visita de parlamentarios húngaros a Chile (El Mercurio, 1968a, pp. 23, 26; El Mercurio, 1968d, p. 17).

El 22 de agosto de 1968 el congreso chileno entregó una declaración pública ante la ocupación de Checoslovaquia, en el que se mostró una firme condena a la “violenta” ocupación en el país centroeuropeo, tal como lo señaló el documento emitido:

1) Rechazar categóricamente los medios em­pleados por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y otros países socialistas para aplastar el movimiento de democratización de la República de Checoslovaquia.

2) Respaldar el principio de no intervención sustentado con firmeza por el Gobierno de Chile y condenar toda acción foránea tendiente a eliminar los auténticos movimientos de autodeterminación de los pueblos. (CNCh, 1968c, p. 2720)

Asimismo, el parlamento chileno extendió al pueblo checoslovaco sus palabras de “solidaridad por el doloroso vejamen” (CNCh, 1968c, p. 2720) acontecido y, además, se conminó al Ministerio de Relaciones Exteriores a colaborar con las gestiones diplomáticas ante las Naciones Unidas (ONU) en la promoción de la paz y soberanía de Checoslovaquia.

Consideraciones finales

La Primavera de Praga y la posterior intervención militar del Pacto de Varsovia fueron de suma importancia en la arena política chilena. Los diversos actores del país siguieron con atención los sucesos de Checoslovaquia en agosto de 1968, tanto el Ejecutivo como el Parlamento se hicieron eco de la preocupación internacional por diversos motivos: la democratización del socialismo checoslovaco, por un lado, y la reacción armada del bloque socialista, liderado por la Unión Soviética, por el otro, y el temor a una potencial tercera guerra mundial. El caso checoslovaco polarizó aún más las tensiones de la Guerra Fría vista desde América Latina y Chile (luego de la Revolución cubana y las guerrillas regionales), en particular, al mostrar que otros caminos distintos o terceras vías parecieran un escenario improbable en aquel momento.

La ocupación de Checoslovaquia representa uno de los acontecimientos más complejos de la Guerra Fría global por la rapidez con que se desarrollaron los hechos y sus reacciones a nivel internacional. La cuestión clave de este proceso histórico no radica en la lectura tradicional de la misma, bajo el esquema de actores globales intervinientes, sino que deja entrever la complejidad del problema al examinarse la dimensión de las repercusiones locales (incluso a miles de kilómetros de distancia). De modo que, la Primavera de Praga significó un entramado de agentes ideológicos locales interrelacionados con intereses globales dentro de un campo multidimensional. Esto explica la articulación del debate político nacional con los acontecimientos internacionales, tanto en las posturas de rechazo a la intervención, de defensa a la autodeterminación de los pueblos o de justificación de la invasión, todas asumidas por los propios actores locales, es decir, chilenos.

En definitiva, la política chilena observó la experiencia checoslovaca como una coyuntura a considerar dentro del contexto ideológico de Guerra Fría global, entrelazándose con los circuitos políticos nacionales y su capacidad de respuesta a la dinámica exterior de la contienda. En Chile, especialmente el Partido Comunista (PCCh) se situó en medio del debate político al respaldar y justificar la intervención militar en territorio checoslovaco, lo que marcó una diferencia con otros sectores de izquierda, como el Partido Socialista (PS).

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Notas de autores

Javier Castro Arcos

Doctor en Historia, profesor de la Universidad Gabriela Mistral, Santiago, Chile. ORCiD: https://orcid.org/0000-0002-0052-6825 Correo electrónico: javier.castro@ugm.cl

Froilán Ramos Rodríguez

Doctor en Historia, profesor de la Universidad Católica de la Santísima Concepción (UCSC), Concepción, Chile. ORCiD: https://orcid.org/0000-0002-7740-9272 Correo electrónico: framos@ucsc.cl


1 En el espectro político chileno, la Democracia Cristiana (DC) se situaba en el centro (con ramas de centroderecha y de centroizquierda), el Partido Radical (PR), en centroizquierda; y en los grupos de izquierda se encontraban el Partido Socialista (PS) y el Partido Comunista (PC). Por su parte, el Partido Nacional (PN) era la más importante organización de derecha.

2 Entre otros, debido al desgaste del gobierno Frei, el surgimiento de grupos de izquierda en el seno del partido gobernante, la Democracia Cristiana (DC) y el potencial electoral del socialista Salvador Allende (desde 1964) en las siguientes elecciones presidenciales de 1970.

3 En esta investigación se consultaron los medios mencionados. Otras publicaciones periódicas que circulaban en la época eran La Nación, Diario Ilustrado, La Tercera, Mensaje (revista católica), otros.

4 El Mercurio fue fundado en 1827, ha sido uno de los periódicos tradicionales de mayor circulación en el país.

5 Topaze fue una revista de sátira política que circuló en el país entre 1931 y 1970; fue popular debido a sus caricaturas de figuras políticas.

6 Se entiende por crítica historiográfica el ejercicio intelectual profesional de aproximación y análisis de documentos, dentro de su contexto tiempo-espacio, que comprende una crítica externa y crítica interna.

7 Las relaciones entre Chile y la URSS se establecieron en 1944, fueron cortadas en 1947 y reanudadas en 1964.

8 Barros militó en el PCCh entre 1935 y 1965, a partir de 1966 fue miembro del Partido Comunista Revolucionario (PCR), organización de izquierda radical de orientación maoísta.