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Lázaro Quintero, M. A. (2021). La juventud: una preocupación en el pensamiento de Ernst Bloch y Julián Marías.

Perseitas, 9, 422-441. DOI: https://doi.org/10.21501/23461780. 3972

LA JUVENTUD: UNA PREOCUPACIÓN EN EL PENSAMIENTO DE ERNST BLOCH Y JULIÁN MARÍAS

Youth: a concern in the thought of Ernst Bloch and Julián Marías

Artículo de reflexión no derivado de investigación

DOI: https://doi.org/10.21501/23461780.3972

Recibido: noviembre 3 de 2020. Aceptado: mayo 6 de 2021. Publicado: mayo 24 de 2021

Manuel Andrés Lázaro Quintero

Resumen

El siguiente artículo de reflexión es el resultado de un análisis y contrastación entre el pensamiento de Julián Marías, filósofo español, y Ernst Bloch, filósofo alemán, sobre el tema del joven como lugar común en el desarrollo de la reflexión de ambos pensadores. ¿Qué han pensado y dicho cada uno de estos autores? ¿Cuáles son los lugares comunes o puntos de encuentro sobre esta etapa de la vida humana para estos filósofos tan divergentes en sus posturas? Al contrastar estos filósofos tan dispares podremos encontrar en la reflexión sobre el joven interesantes coincidencias.

Palabras clave

Joven; Ilusión, Utopía; Instalación; Edad; Persona.

Abstract

The following reflection article is the result of an analysis and contrast between the thinking of Julián Marías, a Spanish philosopher and Ernst Bloch, a German philosopher, on the subject of young people as a common place in the development of the reflection of both thinkers. What have each of these authors thought and said? What are the commonalities on this stage of human life for these philosophers so divergent in their positions? By contrasting these disparate philosophers we can find interesting coincidences in the reflection on the young.

Keywords

Young; Illusion; Utopia; Installation; Age; Person.

Introducción

La juventud como punto de partida de esta reflexión es un tema apasionante, transversal a todas las reflexiones: sociales, históricas, literarias y dinámicas de la sociedad. Tanto en el pensamiento alemán como en español, a comienzos del siglo XX, existe una constante preocupación por entender al joven. Obras como La decadencia de Occidente de Oswald Spengler (1918) dejan entrever una relación entre juventud y futuro.

Pero en estos ensayos seniles se extingue por completo el sentimiento del sino, y con él la audacia juvenil, que, henchida de futuro y olvidada de sí misma, se entrega íntegramente a una obscura decisión. Pues solo la Juventud tiene futuro, es futuro. El misterioso sonido de esta palabra equivale a dirección del tiempo y a sino. El sino es siempre joven. El que pone en su lugar una serie de efectos y causas, ese considera lo no realizado aún como algo ya viejo y pasado. (1966, p. 152)

Lo anterior también puede apreciarse en la Psicología de la edad juvenil (1924) de Eduard Spranger, y en El principio esperanza, en su primer volumen (1977a), de Ernst Bloch.

En España las referencias al tema también son frecuentes. Por mencionar algunas: Misión de la Universidad (1930/2015), El tema de nuestro tiempo (1955), ambas obras de José Ortega y Gasset. En La rebelión de las masas (1935) Ortega se inquieta por la forma en cómo, entrado el siglo XX, hay un predominio de la juventud en contraste con otras épocas, por eso escribe:

Ha habido en la historia otras épocas en que han predominado los jóvenes, pero nunca, entre las bien conocidas, el predominio ha sido tan extremado y exclusive. En los siglos clásicos de Grecia la vida toda se organiza en torno al efebo, pero junto a él, y como potencia compensatoria, está el hombre maduro que le educa y dirige. La pareja Sócrates-Alcibíades simboliza muy bien la ecuación dinámica de juventud y madurez desde el siglo V al tiempo de Alejandro. El joven Alcibíades triunfa sobre la sociedad, pero es a condición de servir al espíritu que Sócrates representa. De este modo, la gracia y el vigor juveniles son puestos al servicio de algo más allá de ellos que les sirve de norma, de incitación y de freno. (Ortega y Gasset, 2004, p. 147)

El concepto de joven

El concepto de joven va de la mano con el desarrollo histórico y social de Occidente. No es por tanto un concepto fácil de definir dada su condición dinámica; sin embargo, el origen usual de la palabra joven se rastrea en la literatura de la época moderna relacionándose siempre con el futuro, principalmente en el romanticismo y, desde luego, al interior de una clase social en particular: la burguesía. De acuerdo con Juan Guillermo Gómez (2013, min 8) el concepto de joven nace en la sociedad moderna, cuyo símbolo literario es el joven Werther (1774/2005) de Goethe, el joven que padece pero que también es rebelde (Universidad de Antioquia, 2013, 8m,34s). La obra narra la historia de un joven artista. Escrita a manera de epistolario, deja ver la personalidad de un joven profundamente sensible. Werther es un joven apasionado, enamorado de Carlota, quien está comprometida con Alberto. En toda la obra de Goethe son comunes las referencias a la juventud bajo algunos matices: el momento donde se da el enamoramiento, el tiempo de las fiestas, locura y superficialidad, pero también la capacidad de compromiso y la bondad.

En la pintura, las referencias en relación con la juventud también son variadas y expresivas. La obra La Libertad guiando al pueblo, conocida como La barricada (1831), de Delacroix (1798-1863), presenta a una joven con el pecho desnudo, una mujer vigorosa; incluso en el movimiento de la tela, la joven sonrosada, es decir, de buen color y lozanía, guía a los hombres hacia adelante, una referencia claramente hacia el futuro. Aunque en el cuadro hay un niño y personas de todas las edades y clases sociales, el protagonismo de la obra recae sobre la joven libertad, mezcla de sensualidad y vigor como virtudes propias de la juventud. Esta joven es una encarnación de Francia con su triple ideal.

Otra referencia interesante sobre los rasgos del joven se encuentra en La educación sentimental de Gustave Flaubert, donde magistralmente se describe la vida de un guapo y joven colegial, provinciano, Frederic Moreau, que tiene 18 años y ha sido enviado por su madre a París para hacerse doctor. Frederic conoce al matrimonio Arnoux, enamorándose profundamente de Marie Arnoux, así lo constata cuando afirma:

Deseaba conocer los muebles de su habitación, todos los vestidos que ella se había puesto, las personas que frecuentaba; y hasta el deseo de la posesión física desaparecía en un anhelo más profundo, en una curiosidad dolorosa que no tenía límites. (Flaubert, 2013, p. 3)

Fréderic experimentará un amor platónico, puro, intenso e inalcanzable. Como estudiante parisino, el joven Fréderic comienza a fantasear sobre cómo conquistar su amor, sueña con amasar grandes fortunas para la conquista; sin embargo, es el típico joven mantenido, no trabaja, por el contrario, se ha convertido en una carga económica para su madre, incluso, abandona sus estudios de derecho, lleva una vida superficial de apariencias sociales con pretensiones de hacer parte de la gran burguesía parisina. Fréderic es el típico chico que no tiene claridad en su vocación profesional, no se siente a gusto en su instalación social, parece ser un arquetipo del pequeño burgués del que se ocupará Bloch.

Frederich busca ser escritor, pintor y, finalmente, se vuelca de nuevo al derecho, donde, en el contexto de la revolución de 1848, se convierte en una especie de testigo o cronista. Es amigo de muchos de estos jóvenes revolucionarios y escribe sobre sus aspiraciones, deseos juveniles, ilusiones y sueños de cambio, permitiéndose hacerse una idea de las aspiraciones de una generación juvenil.

La juventud es, de acuerdo con lo anterior, un estado de tránsito entre la niñez y la adultez, una instalación con cierta estabilidad temporal prologada. En su origen, ha sido la literatura quien le ha dado un lugar preferencial o protagónico. En el devenir histórico de occidente, luego de su aparición como categoría social, existen o coexisten varias formas de ser joven, que hablan de una población que es diversa, cambiante, sensible a todo lo nuevo o vigente.

Son un sector poblacional con una mayor capacidad de respuesta y de reacción debido a que tienen mayores expectativas para sí y para los otros. Si bien no todos los jóvenes tienen las mismas capacidades y posibilidades de reaccionar ante lo que les es negativo, es una característica propia. (Paz-Calderón, 2020, párr. 30)

El joven en El principio esperanza (1977a) de Ernst Bloch

El joven es aquel no niño, no adulto, que juega con ese rechazo de la vida que es suya y no lo es al mismo tiempo. Bloch (1977a) percibe como

El joven se ve zarandeado, por eso, entre la máxima depresión (hasta preguntarse, si merece la pena incluso estar en el mundo) y el equilibrio arrogante. Azoramiento y descaro se hallan aquí íntimamente unidos; el joven que no pertenece al término medio, o que lo odia, se siente como un pequeño dios, y como los demás no se molestan en probárselo, se lo prueba él a sí mismo. Quiere ser el primero en la meta, quiere destacar; el objetivo puede ser algo puramente externo, pero desempeña la función de lo desconocido”. (p. 19)

Es claro, pues, en la visión de Bloch, la doble tensión que experimenta el joven de su tiempo, que la psicología se ha preocupado ampliamente de estudiar, estableciendo sus etapas y desarrollos. Sin embargo, desde un punto de vista filosófico, es interesante la percepción del joven, sobre todo, por las repercusiones que estas dobles tensiones le pueden sugerir. Por un lado, se identifica el freno miedoso de sentirse limitado, contingente hasta el paroxismo de cuestionar su existencia, del temor pueril de enfrentar solo el mundo. Lo que le puede llevar a la experiencia gregaria, de colectivos donde pueda mitigar su contingencia y de algún modo afianzarse en el otro, en su colega que acaso padece lo mismo. El joven visto desde esta perspectiva es un niño encerrado en un cuerpo fisiológicamente ya adulto. El carácter gregario le permitirá buscar siempre al grupo juvenil. Es vulnerable, necesita afianzarse en el otro, solicita la comprensión de su igual. Esto, desde luego, le hace frágil ante fenómenos colectivos: subculturas, tribus urbanas, pero, principalmente, en el caso del joven alemán del primer tercio del siglo XX, a las juventudes hitlerianas.

Por otro lado, está la arrogancia juvenil, el ímpetu de su cuerpo fresco que se va transformando hacia formas cada vez más angulares y agrestes, se siente dueño y señor del mundo. Su energía le alcanza para desafiar al resto del orbe, sobre todo si se encuentra congregado, desafía los órdenes antiguos, critica las estructuras vigentes, aunque cuando siente miedo vuelve a ellas y se aferra con una inusitada reverencia.

Esta misma tendencia retadora hace que sobre él se pose la idea del culto al vigor viril, tomando riesgos casi siempre de carácter físico, desafiando la altura, la gravedad, la velocidad, admirando el músculo, el porte masculino, la gimnasia, los deportes, los uniformes.

“El joven se atormenta con el gusto anticipado de ese futuro, quiere provocarlo de una vez en su totalidad, incluso con tormentas, dolores, tempestades, siempre que sea vida, vida real y por hacer” (Bloch, 1977a, p. 19).

El joven es, ante todo, anticipación. Es la forma encarnada de la ilusión y el deseo del porvenir, aun a pesar de su miedo a enfrentarse con él; lo desea, lo llama y lo provoca. El futuro, por tanto, es para él una conquista mediante la cual está dispuesto a enfrentarse con lo venidero y sacrificarse. Aquí reside el germen de la utopía juvenil.

Muchos jóvenes, por ejemplo, quieren ser artistas de cine, y casi todos los jóvenes llevan un gran proyecto en la cabeza que no se cotiza en el mercado de las profesiones corrientes. Sin embargo, se trata, más bien, de deseos y tendencias generales (…). Más aún, incluso allí donde se manifiesta un impulso-frecuente en estos años a la expresión creadora, a la pintura, a la música, a la literatura, es sorprendente ver cómo, al tratar de poner en práctica el impulso, todo se viene abajo. (Bloch, 1977a, p. 20)

Algo muy similar se encuentra en los versos de José María Pemán en su obra El Divino Impaciente (1933), en una escena donde Ignacio de Loyola y Francisco Javier tienen una discusión. Entonces Javier le grita a Ignacio:

–Pero ¿quién te manda ser mi guardador?

Ignacio le responde:

–El dolor de tu alma ardiente, Javier; / me da pena verla arder/ sin que dé luz ni calor. / Eres arroyo baldío/ que, por la peña desierta/, va desatado y bravío. ¡Mientras se despeña el río, / se está secando la huerta! (Pemán, 1933, p. 111)

Es decir, retrata al joven que se despilfarra, se distrae, se derrocha en sus energías y sueños, se deja arrastrar por las vigencias, las modas; al joven que no sabe qué hacer con su energía creadora. De aquí proviene el término tan empleado en el cine: el joven “rebelde sin causa”, el chico desnortado del que habla Luis Antonio de Villena (2011) en su obra Mártires de la belleza, refiriéndose al típico mozalbete sobre el cual los padres se preguntan:

¿Qué le ocurre a este chico? Tiene lo que necesita, estudia, sale, no carece de ciertos caprichos, las chicas le miran… ¿Entonces? El tal chico vagabundea sin rumbo, busca emociones fuertes (aunque queden algo al margen de la ley), prueba la marihuana o alguna otra droga, desea romper con lo establecido, aunque no en función de ningún canon ideológico opuesto, es llanamente la necesidad de otro mundo. (p. 71)

El joven se halla en discordia con el mundo cotidiano y lo combate, dice Bloch (1977a); es un inconforme con la realidad, al parecer no le cabe en el pecho la fuerza de su impulso vital, la avidez de lo esperado, la tensión del futuro. Sabe que algo se mueve dentro de sí. En este sentido el joven es pretencioso:

Cree tener alas y que todo lo justo y cierto espera su llegada tempestuosa, va a ser conformado por ella o, al menos, va a ser liberado por ella (…). La buena juventud persigue siempre las melodías de sus sueños y de sus libros, espera encontrarlas, conoce el deambular ardiente y sin sentido por los campos y la ciudad, espera la libertad que se encuentra ante ella. La juventud es un anhelo, una mirada hacia fuera de la cárcel de la coacción externa. (p. 87)

A esta pretensión va unido un sentimiento de ingenuidad. Debido a la visión altruista y romántica del joven, poco a nada se detiene este a pensar en los riesgos de sus búsquedas. Casi siempre está acompañado de un sobreestimado optimismo que le empuja a sus empresas con la seguridad de que todo va a salir bien. El joven, osado por naturaleza, no se mide en riesgos, vive su vida con el impulso y la vitalidad del presente, cuyo futuro será siempre benéfico. No se detiene en los detalles, sino que busca el “grueso” de la vida, el desarrollo de sus deseos, el alcance de sus sueños. Esta vulnerabilidad consiste en la incapacidad de pronosticar el desenlace de su aventura. En la mentalidad juvenil nunca está contemplado el fracaso.

Hacia 1900, empero, se extendió en gran medida entre los jóvenes la voluntad de no pertenecer a nadie más que a sí mismo. La juventud se sentía como inicio, llevaba trajes propios, gustaba de los viajes, de hacerse el rancho: era conscientemente ingenua. Deseaba una vida nueva y propia, una vida distinta de los mayores y mejor en todo, a saber, libre y sincera. (Bloch, 2007, p. 154)

Es propiamente el ideal de retar el orden establecido, del que, sin saberlo o tenerlo presente, el joven es heredero. No obstante, pese a esta conciencia, el joven da un paso atrás hacia los ideales de antaño; pues, aunque está ávido de novedad, de futuro, lleva por dentro un caballero medieval, una especie de Quijote simbólico, de quien el mismo Bloch (2007) afirmó: “Don Quijote ha restablecido de este modo para sí la relación más insostenible, la relación entre anticipación y pasado, entre la fuerza sin par de la esperanza y el sordo cielo de un mundo estamental muerto” (p. 136). El riesgo del joven, por tanto, está en dar el paso hacia atrás y dejarse seducir por los órdenes establecidos vestidos de glorias anteriores que son las trampas del fascismo.

Es importante observar que en los últimos siglos el concepto de juventud ha venido evolucionando hacia matices cada vez más específicos, entre los que se destacan: la participación política, el rango de edad donde se puede ubicar la juventud, el género. De hecho, como puede observarse en las citas de Bloch, la referencia que se tiene del joven a comienzos y mediados del siglo XX son concernientes al varón. La mujer a finales del siglo XIX y comienzos del XX transitaba entre la infancia y la adultez con una inusitada instantaneidad, por tanto, la inserción colectiva de la mujer a la juventud, es decir, la joven, la chica, surge a cuentagotas en el siglo XX. Según Bloch, hay un despertar histórico, cuya fecha de nacimiento el filósofo data hacia el 1900, cuando aparecen con impulso los movimientos femeninos, donde “la mujer nueva tenía entonces su utopía de nenúfares y girasoles junto con el hombre del ‘estilo juvenil’: una utopía literario-bohemia, pero, justamente por ello, no una utopía domesticada” (Bloch, 2007, p. 159).

En el segundo volumen de El principio esperanza, Bloch describe con detenimiento la condición femenina, con una crudeza particular que podría resultar ofensiva a simple vista:

La mujer está abajo; desde hace tiempo está organizada para ello. La mujer está siempre a mano, siempre presta a ser utilizada; es la más débil y siempre atada a la casa […] el servir y la obligación de agradar, porque el agradar hace también estar al servicio. (Bloch, 2007, p. 156)

Reconociendo al mismo tiempo que en las jóvenes existe una necesidad también de “escapar del propio sexo, alcanzar la superioridad masculina. Un innegable odio al hombre se manifestaba aquí en una extraña mezcla de odio de las oprimidas y, a la vez, de acatamiento” (Bloch, 2007, p. 158). Sin embargo, cuando tiene que describir a la joven mujer, Bloch acude a figuras metafóricas para interpretar la fuerza y belleza de la mujer, en este caso, militante, joven obrera de su tiempo, mujer socialista

En la mujer hay dulzura y salvajismo, elementos destructores y conmiserativos, es la flor, la bruja, el bronce arrogante y el alma misma del negocio. Es la bacante y la Demetria organizadora, Juno la madura, la fría Artemisa, la inspirada Minerva, y quién sabe cuántas cosas más. Es el capriccioso musical (el solo de violín en la Vida heroica de Strauss), y el modelo primario del «lento», de la serenidad. Es, finalmente, con un arco que ningún hombre conoce, la tensión entre Venus y María. Todo ello es incompatible, pero no es posible corregirlo, ni menos eliminarlo, por un simple plumazo a través del problema de la sustancia femenina. ¡Y cuánto menos lo que todavía no se ha manifestado en la mujer, aquel algo utópico-indeterminado que ha producido la gran diferencia de las determinaciones prudentes! ¡Como si se tratara de meros ensayos y de experimentos nominales, en los que lo principal no ha sido mentado ni puesto de manifiesto! (Bloch, 2007, p. 165)

Sin pretender teologizar el pensamiento de Bloch, pareciera ser que la escatología comunista alcanzará también a la mujer, poniendo en ella de manifiesto aquello que todavía no ha podido ser, el algo utópico-indeterminado, en donde aquellos logros que ella ha conseguido con sus luchas, las conquistas de libertad de las chicas, no son nada comparados con lo que ellas lograrán ser.

El Joven en Julián Marías

Julián Marías va a emplear dos categorías, heredadas de su maestro Ortega y Gasset, para hablar de la persona, que en su obra Antropología metafísica (1970) se encuentran claramente distinguidas: instalación y vector. Por lo pronto la reflexión se va a centrar en la categoría de instalación.

La instalación es una palabra de uso común, se aplica en el sentido de “estar”. La instalación tiene una relación directa con el verbo estar, alude a un estado, indica que algo es real, que está, aunque sea pasajero. Estar hace referencia a un ámbito, a un dónde, a una circunstancia; también a un grado de permanencia o relativa estabilidad. La instalación, por tanto, cuando está referida a la vida humana tiene carácter biográfico y no meramente espacial. Marías en la Antropología metafísica dirá: “no es que yo esté ‘entre las cosas’ como una cosa más; es que estoy viviendo” (1998, p. 98). Para desarrollar el concepto de vector o estructura vectorial, Marías emplea una metáfora, la del arco y la fecha. La flecha puede entenderse como un vector que será lanzado a realizar un recorrido, sí, pero requiere del arco, con su tensión hacia atrás y al mismo tiempo de la diana o blanco donde será lanzada la flecha, como prefiguración del futuro. “Solo desde una instalación pueden lanzarse las flechas proyectivas de la vida humana” (Marías, 1998, p. 91).

Por tanto, la instalación es una estructura biográfica de la vida humana; en ese contexto, la juventud y en general toda edad es una instalación proyectiva por el hecho de que viene de una edad y se proyecta hacia la siguiente. Es un estar abierto y futurizo. Para Marías la persona es una realidad que al mismo tiempo es irreal, a ello se debe el carácter futurizo; el filósofo la define como “proyectada hacia el futuro, intrínsecamente referida a él en la forma de la anticipación y la proyección” (Marías, 1984, p. 28). La persona es una realidad futuriza, está orientada hacia el futuro, no es futuro, es actualidad, presente, pero con tensión hacia lo venidero. Por tanto, “la vida humana es imaginativa, no es real –es real, pero es también irreal: la irrealidad forma parte de la realidad de la persona” (Marías, 2000, párr. 19).

Marías reconoce el estado natural del joven, marcado por el ímpetu entusiasta, razón por la cual afirma que

la juventud estaba definida por el poder, la energía, a veces exuberante. Por ejemplo, una expresión que está en la literatura de largos siglos: se decía “la loca juventud”. Evidentemente, luego esta especie de pasiones e impulsos juveniles se iban serenando y después había la madurez. (Marías,1999, párr. 7)

También, en su obra El método histórico de las generaciones (1949), un libro donde desarrolla y amplía la teoría de las generaciones de Ortega y Gasset; preguntándose por las edades, define a la juventud en conexión con la generación como una instalación de participación colectiva que no necesariamente está determinada por la edad biológica, dice al respecto:

Todos los jóvenes viven del mismo modo un acontecimiento, porque este se produce en una misma etapa de su vida, esto es, tiene la misma significación funcional dentro de sus biografías. Por esto es indiferente tener un año más o dos años menos. La edad biológica es una componente abstracta de nuestra vida, y de las generaciones, necesaria, pero incapaz de explicar ella de por sí nada. (Marías, 1949, p. 103)

Por ello, no se puede hablar del joven aislado, del joven de 14, 15 o 17 años, sino de los jóvenes de 1990 o del 2021. Aunque, acudiendo también a la edad juvenil, Marías va a ubicar al joven en los siguientes términos, estableciendo un margen amplio de edad:

De los quince a los treinta: juventud. Se recibe del contorno; se ve, se oye, se lee, se aprende; el hombre se deja penetrar por el mundo ya existente y que él no ha hecho; época de información y pasividad. (Marías, 1949, p. 97)

Identificando los elementos de acción juvenil, pero también del proceso de formación y consolidación de lo que será la vida adulta, Marías reconoce que estos elementos apuntan a esa realidad potencial, o si se quiere, posibilidad virtual que constituye al joven. Julián Marías lo va a describir de la siguiente manera:

El joven está definido por su mínimo de realidades y su máximo de posibilidades reales, las del niño son abstractas, no son todavía posibilidades “suyas”; por eso la juventud consiste muy principalmente en la absorción de realidad y la exploración de sus posibilidades. (Marías, 1998, pp. 252-253)

Esto indica que la juventud contiene en sí el germen del drama de la vida, la zozobra de que la vida del hombre y de la mujer muy jóvenes no tiene todavía forma, sino que es pura indeterminación y posibilidad, que se va disminuyendo en la medida en que se comienzan a hacer elecciones, pero que marcan o indican el carácter futurizo o fontanal de la vida humana.

Para Marías (1955):

el lugar natural en que se engendran las amistades es la adolescencia y la primera juventud, los años de estudio o aprendizaje; entonces, el individuo está ya «hecho» como persona, pero aún fresco, poroso, sin cortezas, sin cautelas; como cada uno es todavía muy poca cosa, como no tiene apenas recuerdos ni pasado, no puede vivir desde sí mismo y vive con los demás, en espontánea y fácil compañía. (p. 276)

Por tanto, en la juventud aparece a veces tímidamente la intimidad, a ello se deben los cambios en el lenguaje de la relación del joven con sus padres o con los adultos, la distancia de ellos y, en cambio, el acercamiento a sus colegas o congéneres.

Solamente en la adolescencia y primera juventud se descubre esa zona de la vida y se adquieren amistades que lleguen a ella. A veces las infantiles se “revalidan” y adquieren intimidad, pero son nuevas amistades, aunque no lo sean los amigos. (Marías, 2008, p. 91)

Para Marías la juventud es la instalación donde el joven toma distancia de lo que él llama la “placenta familiar” (1999, párr. 21), que también tiene que ver con la escuela, la parroquia o cualesquiera otras formas de unidades sociales con las que ha tenido que vérselas durante su vida hasta ese momento. Sin embargo, este acto de independencia es más un trasplante; pasa de la placenta familiar para instalarse al grupo juvenil que por lo general resulta ser más dominante, impositivo tanto en códigos como en estéticas, lo que le hace inquietantemente uniformizador y, en muchos casos, más rígido en sus normas. El joven que se considera así mismo rebelde respecto a sus padres, la familia, el Estado, las vigencias, es completamente sumiso al grupo juvenil, a las fuerzas grupales y a las formas indumentarias y estéticas de la colectividad.

En la juventud aparece también, junto con la amistad, el descubrimiento del sexo, principalmente del otro sexo, sin embargo, este descubrimiento es mucho más complejo; se trata de la condición sexuada.

En la Antropología metafísica, Marías dedicará un capítulo a explicar esta condición humana que merece especial atención. Para ello el filósofo realiza una diferenciación entre los adjetivos sexual y sexuado. La sexualidad como actividad es una estancia pequeña de la vida humana con un grado de permanencia que aparece con la pubertad y la adolescencia y suele menguar en la ancianidad, “fundada en la condición sexuada de la vida humana en general, que afecta a la integridad de ella, en todo tiempo y en todas sus dimensiones” (Marías, 1998, p. 160). La condición sexuada es permanente, consiste en ser varón o mujer.

La existencia de los dos sexos, varón y mujer, y su campo magnético es lo que para Marías se convierte en la fuente del lirismo, que consiste en “esa tensión entre varón y mujer, que no es precisamente sexual sino sexuada; esa condición sexuada, es decir, la condición de ser varón o mujer, ser dos formas de instalación en la vida, dos formas de persona humana” (Marías, 1999/2000, párr. 2). Sin embargo, lo que le inquieta al filósofo es la oleada de prosaísmo, a saber:

ausencia de imaginación, reducción al mínimo de los sentimientos, sustituidos en el mejor de los casos por las sensaciones, que son contenidos no intencionales de los actos psíquicos, lo cual significa la eliminación de todo psiquismo superior y propiamente humano. (Marías, 1992, p. 256)

Es decir, la preocupante oleada de tosquedad y primitivismo de las relaciones humanas. Este empobrecimiento de las relaciones entre el hombre y la mujer se ve incluso identificado en los movimientos feministas y en la urgente necesidad de profundizar en una auténtica razón femenina, dado que “la historia se ha escrito como si no hubiera más que hombres, con una nota al pie de página que nos dice que también hay mujeres” (Marías, 1990, p. 18). Es por tanto necesaria una reflexión sobre la juventud femenina que no sea un mero apéndice de la juventud masculina, sino que dé razón de las únicas formas de ser persona, a saber, hombre y mujer.

El interés por su otro-otra, aparece en la juventud. Incluso cuando Marías reflexiona sobre el inquietante pansexualismo presente en los tiempos actuales, le preocupa justamente la tendencia a reducir considerablemente la importancia del otro-otra en la vida de las personas.

Es evidente que durante mucho tiempo los jóvenes y las chicas han pensado en el otro sexo incomparablemente más que ahora y ha tenido una importancia incomparablemente mayor. Eso se puede estudiar con todo detalle a lo largo de la cultura de siglos o hasta milenios. Se ha distendido enormemente el interés que tiene el varón por la mujer y la mujer por el varón, indiscutiblemente. Lo cual, es una pérdida difícilmente reparable. (Marías, 1999, párr. 28)

La juventud es el lugar donde se ponen en validación todos los aspectos hasta ahora relevantes de la vida juvenil, tales como las relaciones, principalmente de amistad, los enamoramientos, la autoridad proveniente de la escuela, la familia, la iglesia. Es una edad donde se revalidan las creencias recibidas en la infancia en el hogar. La crisis de fe que experimenta el joven se debe justamente a lo que Marías llamó “la dilatación de su horizonte mental” y esto se debe en parte al contacto con libros, con las vigencias, las opiniones de los nuevos círculos de amigos, los maestros del colegio, pero, sobre todo, porque el “joven es otro que el niño que empezó a creer, y tiene que empezar de nuevo, tiene que revisar y aceptar desde sí mismo” (Marías, 1998, p. 184).

Esto señala que no existe tal crisis de fe, sino que, en el proceso de conocimiento del mundo con sus propios ojos, el joven descubre que se encuentra en el mundo, en un momento histórico determinado. Comienza a conocer sus circunstancias, descubre por tanto que puede ser todo, porque no es nada todavía. Se encuentra de frente con el carácter futurizo de su persona, por ello, la ilusión y el proyecto aparecen en esta etapa de la vida, aunque también el drama de vivir. Marías (2008) en sus memorias lo dice magistralmente:

Cuando se llega a la adolescencia empieza a independizarse, por un lado, a entrelazarse, por el otro: son claramente varias, pero van formando intrincados nudos que aumentan el dramatismo que siempre acompaña a la vida, que es su sustancia. Por eso, cada vez es más difícil “contar” la vida sin falsearla; y, sobre todo, cada vez es más difícil vivirla, llevando de frente todas sus trayectorias simultáneas y conservando las huellas de las que han ido quedando a la espalda. (p. 79).

Ante esta visión antropológica de los años mozos, Marías intuye una amenaza, una forma solapada de exaltación de la juventud que desplaza poco a poco a las otras edades: el juvenilismo, que “suele ser una valoración particular de la juventud, una insistente acentuación en la juventud” (Marías, 1975, 6m,18s), cuyas consecuencias inmediatas son fácilmente identificables. Al enfatizar en la sustantividad de la juventud, es decir, de proporcionar una estimación o sobrestimación de la juventud por la juventud, se pierde el carácter de etapa histórica, o sea, el carácter de ser joven en una circunstancia determinada. Además, el hombre o la mujer que se sienten valiosos o se estiman por el hecho de ser jóvenes, tendrían solo esta estimación o valor por la sustantivación de una fase de la vida: la juventud, cuya fecha de caducidad es próxima y fugaz.

El juvenilismo ha permitido que los jóvenes sean objetos de manipulación mediática por parte de adultos interesados en definirlos u orientarlos hacia fines netamente comerciales, dictándoles cómo deben ser, cómo deben comportarse, qué carreras elegir, la manera en que deben vestirse, incluso. Se les ha manipulado, señalado qué es lo mejor que deben leer o aprender, reduciendo así su horizonte, sin el estímulo que supone el que sean ellos mismos quienes elijan y se expliquen desde sí mismos.

A los jóvenes los amenaza la posibilidad de dejar de serlo, porque se han perdido en varias generaciones, distraídos en cosas y situaciones; lo más interesante de la juventud, en cambio, consiste en la apertura, la sensibilidad frente a los problemas, la actitud creadora, que no tiene por qué desaparecer con el paso a la adultez. La disminución de experiencias vitales en el joven, donde predomina lo social y lo público por encima de la vida privada, por un lado, y la crisis sentimental o merma del lirismo, producto de la eliminación de la misteriosidad, por otro, son algunas de las consecuencias del juvenilismo.

Conclusiones

Es notoria, tanto en el pensamiento de Ernst Bloch como en el de Marías, una gran preocupación y variadas reflexiones en torno al tema de la juventud. Las razones pueden aludir al grado de vulnerabilidad en que se encuentran los jóvenes, debido a la posibilidad de manipulación o de fascinación que tendencias, vigencias, poderes, pueden ejercer sobre ellos. Tanto Bloch como Marías fueron testigos de los totalitarismos que azotaron a Europa durante los primeros decenios del siglo XX. Bloch fue testigo del ascenso y caída del nazismo, así como de la ocupación y régimen soviético; Julián Marías vivió la guerra civil española y la España de Franco y contempló cómo las juventudes fueron seducidas y manipuladas por los regímenes, porque “la niebla asociativa-emocional en la que luchó en principio la juventud, sin ver el verdadero adversario, pudo aliarse con la niebla ebria del fascismo” (Bloch, 2007, p. 155). El peligro está latente y al asecho.

Ambos autores coinciden en el potencial que se encuentra en la juventud: de utopía, de capacidad creadora, de libertad, de movimiento; pues para ellos el joven es, ante todo, anticipación. Es la forma encarnada de la ilusión y el deseo del porvenir, aun a pesar de su miedo de enfrentarse a él; lo desea, lo llama y lo provoca. El futuro, por tanto, es para él una conquista donde dispuesto a enfrentarse con lo venidero. En el joven reside el germen de la utopía.

El joven también corre el riesgo de perderse entre el ideal utópico y la realidad abrumadora que comienza a ver. En este encuentro con la realidad puede dar un paso atrás y comprometer así no solo la utopía, sino la libertad. Se podría deducir que para ambos autores los jóvenes de su tiempo han tenido mayor libertad que los anteriores; pero, puede ser, que se les haya amañado a través de los medios y de ciertas vigencias para el desaliento que se disfraza de indiferencia.

Marías reflexiona sobre las relaciones de las dos formas de razón vital: hombre y mujer, y de su campo magnético, metáfora a la acude en la Antropología metafísica (1970) para ilustrar la tensión entre los sexos que más que un equilibrio o comunidad existente entre ambos, no significa igualdad, pues el filósofo reconoce que es la polaridad aquello que refiere al hombre hacia la mujer y viceversa. La mujer joven intelectual y feminista de hoy tiene el imperativo de aplicar la razón propia o femenina (que debería explorar mucho más), en vez de imitar la razón masculina, no igualando al hombre, sino, haciéndolo desde sí misma, desde su condición de mujer. En este aspecto, Marías tiene una profunda coincidencia con Bloch (2007) cuando este último dice que la mujer en su afán de reivindicación terminó por “escapar del propio sexo y alcanzar la superioridad masculina” (p. 159), esto evidentemente hace necesario ir mucho más allá de “la liberación del corsé y el derecho a fumar, a votar y a estudiar” (p. 159).

Los dos filósofos coinciden en señalar esa actual divinización de la juventud o juvenilismo, como le solía llamar Ortega y Gasset y luego Marías. Bloch considera que “los dos deseos favoritos más extendidos entre los hombres son el de permanecer joven y el de vivir largo tiempo. Y un tercer deseo es lograr ambos” (Bloch, 2007, p. 5). De ahí proviene el culto a la juventud que ha sugerido con gran frecuencia, del que se desprende la adulación por parte de los mayores, una exagerada admiración y mimos con los jóvenes y, en la mayoría de los casos, un mínimo de exigencia hacia ellos en lo que tiene que ver con el deber.

En la realidad social y política de América Latina en el siglo XXI, han sido los jóvenes quienes han protagonizado la pugna contra políticas que los jóvenes consideran excluyentes y desiguales mediante protestas sociales a lo largo y ancho del continente americano. Para el caso de Colombia, la falta de implementación del acuerdo de paz entre el gobierno y, las FARC-EP, una profunda crisis sanitaria, social y económica, producida por la pandemia, han originado las últimas movilizaciones, paros y protestas que han sido realizados por jóvenes, quienes cada vez más están levantado sus diversas voces para alcanzar un espacio de participación social. El joven, por tanto, debe reivindicar su sueño diurno, debe volver a creer que la realidad no es como es, sino como podría ser; pues es él, el joven de a pie, quien lleva dentro de sí el sueño del futuro.

Conflicto de intereses

El autor declara la inexistencia de conflicto de intereses con institución o asociación de cualquier índole.

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Notas de autor

Manuel Andrés Lázaro Quintero

Magíster en Humanidades, Universidad Católica de Oriente, Rionegro, Colombia. Profesor en la Universidad Santo Tomás, Centro de Atención Universitaria (CAU), Ocaña, Colombia. Contacto: vitaetnova@gmail.com, ORCID https://orcid.org/0000-0003-3314-1822