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Guerrero Cabrera, S. A., y Herrera, C. (2021). Relaciones entre memoria colectiva y ciudadanía: narrar para la reparación. Perseitas, 9, 347-372.
DOI: https://doi.org/10.21501/23461780.3962
RELACIONES ENTRE MEMORIA COLECTIVA Y CIUDADANÍA: NARRAR PARA LA REPARACIÓN
Relationships between collective memory and citizenship: narrate for repair
Artículo de reflexión derivado de investigación
DOI: https://doi.org/10.21501/23461780.3962
Recibido: febrero 23 de 2021. Aceptado: abril 17 de 2021. Publicado: mayo 11 de 2021
Sonia Amparo Guerrero Cabrera , Camilo Herrera
Resumen
En este texto se aborda el vínculo entre la estructura narrativa de la memoria colectiva (Halbwachs, 2004b) y la dimensión hermenéutica de la ciudadanía (Valderrama, 2010), desde los hallazgos de la investigación denominada “Configuraciones de memoria colectiva en participantes del programa Prensa Escuela entre 2015 y 2019”. Para estos efectos, se aplicó una metodología cualitativa de diseño de revisión documental y se analizaron textos de distintos jóvenes, recopilados en la publicación anual El Taller. Se identificó que los temas desarrollados en las narraciones en los cuales se vincula la memoria colectiva y la ciudadanía son “identidad y territorio”, “marcos comunes de pensamiento” y “reconstrucción del pasado”. De esta manera, la narración facilita el reconocimiento de la realidad y sus problemáticas, toda vez que los jóvenes asistentes al programa podían expresar su percepción del mundo, confrontar elementos de su entorno y darle lugar al otro. Estos textos adquieren resonancia en cuanto entra la hermenéutica a tender puentes para la comprensión del mundo y, en relación con la ciudadanía, para la construcción de nuevos modos de convivir.
Palabras clave
Memoria colectiva; Narración; Hermenéutica; Ciudadanía; Jóvenes.
Abstract
This text addresses the link between the narrative structure of collective memory (Halbwachs, 2004b) and the hermeneutical dimension of citizenship (Valderrama, 2010), from the research findings called Configurations of collective memory in participants of the School Press Program between 2015 and 2019. For these purposes, a qualitative methodology was applied, of document review design, and the texts of young people, compiled in the annual publication El Taller, were analyzed. It was identified that the themes developed in the narratives, where collective memory and citizenship are linked, are identity and territory, standard frames of thought, and reconstruction of the past. In this way, the narration facilitates recognizing reality and its problems, since the young people attending the Program could express their perception of the world, confront elements of their environment and give place to the other. The texts acquire resonance as hermeneutics enter to build bridges to understand the world, and in the case of citizenship, for the construction of new ways of living together.
Keywords
Collective memory; Narration; Hermeneutics; Citizenship; Young people.
Introducción
El programa Prensa Escuela es una estrategia de proyección social que funciona en Medellín con el convenio establecido entre el periódico El Colombiano, la Universidad Pontificia Bolivariana y la Universidad de San Buenaventura, que se unen para ofrecer un ciclo de trabajo en el cual se desarrollan habilidades de lectura y escritura como prácticas sociales (Silva, 2003); en él se aborda la construcción de ciudadanía y se invita a los jóvenes a repensar la realidad. De esta manera, se convoca, en primer lugar, a estudiantes de las universidades aliadas, que tengan afinidad por los temas mencionados, a participar como talleristas. Se realiza con ellos una serie de capacitaciones en el desarrollo de talleres que de forma concreta y vivencial interpelen a los participantes sobre las problemáticas que perciben en su vida diaria y estas se orientan sobre cómo llevar esas reflexiones a la construcción de narrativas.
Es conveniente mencionar que el programa trabaja con el reconocimiento de los géneros periodísticos, pues brindan la oportunidad de elaborar escritos no ficcionales sobre los sucesos, lo que refuerza uno de los objetivos del proyecto: encaminar a los participantes a responsabilizarse por sus producciones y tener en cuenta el impacto de la comunicación para la convivencia. Así, con elementos de la entrevista, la crónica, los procesos de un reportaje, entre otros, los participantes elaboran sus textos.
De este modo, los talleristas ejecutan los talleres diseñados con estudiantes de colegios públicos y privados del Valle de Aburrá que, de manera voluntaria, asisten las tardes de los viernes durante un periodo de aproximadamente seis meses a los encuentros. El ciclo completo, que incluye la fase de preparación de los talleristas, dura alrededor de nueve meses.
A modo de cierre del ciclo, cada año se construye una publicación que contiene los escritos mejor logrados a nivel de estructura y que se ocupan de las temáticas que se han venido mencionando, pero desde la voz única de los jóvenes. Esta publicación impresa se denomina El Taller y funciona como un escenario clave para la comunicación de estas narrativas, además de ser una de las estrategias del programa para reafirmar sus objetivos y divulgar los logros de los participantes. Esta publicación también puede ser consultada por quienes lo deseen en su versión digital.
Al respecto, uno de los referentes conceptuales y contextuales en Prensa Escuela es Jesús Martín-Barbero (2000), quien de manera reiterativa argumenta sobre la desatención que la sociedad y la escuela mantienen respecto a las nuevas formas de vida y de comunicación que los jóvenes van creando y transformando. Esto implica una brecha en los lazos sociales y, por tanto, en el desarrollo de alternativas de comunicación, convivencia y reparación. Por ello, es interés del programa que estos esfuerzos de los jóvenes tengan distintos escenarios de escucha y atención. Así, se promueven actividades a lo largo de todo el año en las cuales los textos de El Taller son leídos y discutidos por distintas poblaciones.
Ahora, como parte del empeño del programa por proponer vías de formación para los jóvenes, que les den elementos para afrontar los retos de su entorno, se desarrollan procesos de investigación que permitan indagar sobre las características de esta población. Uno de ellos es el proyecto denominado “Configuraciones de memoria colectiva en participantes del programa Prensa Escuela entre 2015 y 2019”, que parte de los postulados de Halbwachs (2004b) sobre la memoria colectiva y la propuesta de Valderrama (2010) acerca de la ciudadanía.
Colombia es un país con numerosas deudas de reparación de actos violentos, injustos y corruptos, por lo que se hace ineludible atender la comprensión de la memoria colectiva y su protagonismo en la vida de los jóvenes, que, aunque puedan cronológicamente tener pocos años, son herederos de acciones y sucesos que los moldean y en las que ellos intervienen, por lo que tienen mucho que decir al respecto. Así la formación ciudadana se encontraría ligada a la memoria colectiva.
A continuación se explica la metodología implementada, luego aparecen algunos elementos conceptuales relevantes sobre las relaciones entre memoria colectiva y ciudadanía que permitirán vislumbrar los alcances de las narrativas en los procesos de reparación social y, en el siguiente apartado, se mostrará cómo se ponen en escena los conceptos y cómo tienen lugar en la vida de los jóvenes. En este proyecto se evidencian nociones, pensamientos y sentimientos que tanto la escuela como la sociedad necesitan escuchar si se busca construir un país de acogida y justicia.
Metodología
La investigación mencionada se realizó desde una metodología cualitativa que “utiliza la recolección y análisis de los datos para afinar las preguntas de investigación o revelar nuevas [sic] interrogantes en el proceso de interpretación” (Hernández et al., Fernández & Baptista, 2017, p. 7). Ya que la memoria colectiva es un proceso en movimiento que atraviesa el tejido social, conviene estudiarla en su contexto natural, es decir, en los intercambios de los individuos, para así develar su sentido.
Además, desde la perspectiva de Martínez (2002) se recurrió al método hermenéutico-dialéctico que permite acercarse y comprender las relaciones entre los elementos de una situación, su jerarquía, sus influencias, causas y probabilidades de predicción, enmarcadas en un contexto específico que les da sentido. De esta manera, se consideran las narraciones objeto de estudio de la investigación como resultados de un entorno concreto que les otorga un lugar. El concepto de círculo hermenéutico da entonces la guía para volver a observar, revisar y entender la configuración de la memoria colectiva en los jóvenes participantes del programa. En palabras del autor:
la hermenéutica tendría como misión descubrir los significados de las cosas, interpretar lo mejor posible las palabras, los escritos, los textos, los gestos y, en general, el comportamiento humano, así como cualquier acto u obra suya, pero conservando su singularidad en el contexto de que forma parte. (Martínez, 2002, p. 2)
En el mismo sentido, se empleó la revisión documental para la sistematización de los textos recopilados durante cinco años (2015-2019) en la publicación El Taller, escritos por los talleristas y los participantes de los colegios, cuyas edades varían entre los 14 y 22 años y que pertenecen a diferentes estratos socioeconómicos, de instituciones educativas públicas y privadas. Se reunieron un total de 105 textos.
La revisión documental es una técnica que no solo recopila información, sino que la organiza según un propósito investigativo (Galeano, 2003), por lo que es eficaz para la selección, sistematización y análisis del material objeto de estudio. La elaboración de matrices descriptivas (Bonilla-Castro & Rodríguez, 2005) permite la categorización, en la que se pueden observar las relaciones y características de temas y categorías que emergen y que, en este caso, se contrastan a partir de la noción de memoria colectiva, con las propuestas teóricas.
De esta manera se propusieron desde las teorías revisadas tres grandes temas relacionados con la memoria colectiva: “identidad y territorio”, “marcos comunes de pensamiento” y “reconstrucción del pasado”, asuntos que se asocian con la ciudadanía, teniendo en cuenta lo encontrado en investigaciones previas del programa Prensa Escuela (Campuzano & Guerrero, 2019). Bajo estos elementos, y a medida que se interpretaron los textos, emergieron distintas categorías que dieron forma a la memoria colectiva de los participantes; es intención de este escrito mostrar algunos de los más relevantes asuntos de la memoria colectiva en su directa relación con la construcción de ciudadanía.
Por lo tanto, con los hallazgos de esta investigación se pretende dar a conocer las narraciones de los jóvenes que dan cuenta de su mundo, pero no solo para reafirmar un modo de vida, sino para que por medio de un acercamiento a las distintas realidades se puedan entablar vínculos que permitan construir comunidad.
Una memoria que se narra e interpreta constantemente
La propuesta hecha por Maurice Halbwachs (2004b) de considerar la memoria como un asunto social, y su consecuente denominación como “memoria colectiva”, guarda implicaciones relevantes a la hora de entender fenómenos sociales y la labor de los individuos en la construcción de comunidad. Para el autor francés, la memoria colectiva tiene unos marcos sociales en los cuales se desarrolla, que se distinguen entre generales y específicos.
Los marcos generales de la memoria colectiva son espacio, tiempo y lenguaje (Halbwachs, 2004a), pues cada ser humano es antecedido por la configuración de la comunidad a la que llega, que tiene un recorrido histórico y está además ubicada en un espacio, no solo geográfico sino simbólico; aquí el lenguaje es el medio que permite establecer los vínculos con el mundo y los intercambios entre las personas, lo que se denomina cultura. Desde estos postulados se considera entonces que los escritos objeto de estudio de esta investigación guardan la elaboración de una concepción del mundo que se transmite y se transforma desde un lugar y momento particulares.
Además, entendiendo el lenguaje como la capacidad humana de representar mentalmente el mundo, otorgando sentido a todo lo que le rodea (Chillón, 1999), la realidad es un entramado de interpretaciones que las personas buscan compartir para llegar a acuerdos que les permitan sentirse parte de una comunidad, espacio en el que se construye la memoria colectiva.
Es entonces evidente que en estos procesos todos los individuos son agentes dinámicos en una actividad en constante cambio, no acabada, cualidad que Halbwachs (2004b) atribuye a la memoria colectiva. El recuento de datos, fechas y ubicación geográfica que hace la historiografía mantiene los hechos paralizados y ajenos, brindando solo una perspectiva de lo ocurrido, mientras que la memoria colectiva proviene de los grupos humanos que vivenciaron los sucesos. Así, los acontecimientos se recuerdan y se reconstruyen a través del tiempo, teniendo en cuenta a los diferentes miembros, es decir, desde las diferentes perspectivas. Solo de esta manera se puede entender la memoria individual, como un aporte a la red de la memoria colectiva.
Ahora, incluso si una persona no estuvo directamente implicada, hereda de su cultura y pertenencia a un grupo el relato de lo acaecido, que no solo hace parte de un registro histórico, sino que le ayuda a dar sentido a su realidad actual. Por ello Halbwachs (2004b) indica que el vínculo humano al tejido social es tan fuerte que vivencias catalogadas como personales entran a conformar la memoria colectiva:
nuestros recuerdos siguen siendo colectivos, y son los demás quienes nos los recuerdan, a pesar de que se trata de hechos en los que hemos estado implicados nosotros solos, y objetos que hemos visto nosotros solos. Esto se debe a que en realidad nunca estamos solos. (p. 26)
En consonancia con lo anterior, los marcos específicos de la memoria colectiva, esto es, familia, religión y clase social (Halbwachs, 2004a), y que precisamente rodean de manera particular a un individuo, completan la construcción de la realidad. Así, estos marcos se anclan a los marcos generales ya mencionados, generando un sinnúmero de lazos. Lo importante en este caso es el compromiso que se tenga con los diferentes grupos que se van creando en las interacciones de las personas.
De esta manera, el olvido consiste en el rompimiento de los lazos que permitían seguir pensando la realidad. Como se dijo, un suceso no está fijo, sino que el grupo lo va transformando para dar sentido al mundo. Por ello, cuando los vínculos sociales se ven fracturados o intervenidos, los individuos pierden el soporte que les permite sentirse parte de la comunidad, se entorpecen sus prácticas cotidianas y sus relaciones con los objetos del mundo. Además, los acontecimientos relevantes puedan relegarse, pues ya no se habla de ellos y se difuminan las conexiones que dichos sucesos tienen con el presente. En el caso de los participantes de la investigación que aquí se aborda, la reconstrucción del pasado pone en evidencia estos postulados teóricos, toda vez que la presencia del otro y el sentido comunitario aparecen reiteradamente a la hora de relatar lo sucedido.
En esta línea, la narración es una vía de construcción del sentido de pertenencia a una comunidad, y la memoria colectiva tiene entonces una estructura narrativa (Mendoza, 2005). Cuando los individuos organizan, seleccionan e interpretan los sucesos para cifrarlos en un relato, pretenden ofrecer una visión coherente del mundo que otro pueda entender. Allí se opera ya una reflexión sobre lo humano que aporta en la construcción de la cultura de un pueblo (Bruner, 2003).
Como se mencionó, el lenguaje es el posibilitador de la atribución de significado a las experiencias sensibles que los humanos recogen en su día a día, y que interpretan constantemente. Así, los personajes, lugares, detalles y objetos que la narración enuncia no son escogidos al azar o tienen un único protagonismo, sino que son significativos en los marcos sociales de la memoria colectiva. Esta cualidad es la que permite la movilidad hacia el pasado, la reafirmación del presente y la exploración del futuro, y es así como los relatos pueden transformarse con el tiempo.
Por lo tanto, es la suma de estos relatos la que da cuenta de la memoria colectiva, que acoge aun la contradicción, pues las distintas perspectivas suman y consolidan el tejido social: “pertenecer a una cultura es encontrarse inmerso en un sinnúmero de relatos interconectados en torno al pasado, aunque no todos ellos establezcan un acuerdo, un consenso” (Mendoza, 2004, p. 158). La alienación, discriminación o atropello a los relatos de un sector entorpece entonces la oportunidad de convivencia en la pluralidad propia de lo humano.
Ante esta multiplicidad de relatos que encierran experiencias de la realidad, la hermenéutica se hace ineludible. Para Gadamer (2005), la realidad de los humanos es lingüística, lo que implica no solo nombrar o designar el mundo, sino llenarlo de sentido: reconstruirlo en el lenguaje, y por tanto es labor constante la interpretación. Siendo el lenguaje esencialmente retórico (Chillón, 1999), la hermenéutica es una búsqueda constante e inacabada por develar el sentido. Este movimiento de percepción del mundo, transmisión de relatos sobre las experiencias sensibles y comprensión de lo que el otro intenta decir, le otorga a la memoria colectiva la movilidad que se ha venido señalando. Ahora, no basta la elaboración de relatos. Los individuos requieren además interpretarlos, para así reafirmar aquello que seguirá siendo significativo y que puede confrontarse, tanto con nuevas experiencias del presente como con las vivencias del pasado.
Por ello, los relatos necesitan ser escuchados, adquirir relevancia en la eterna conversación que los humanos mantienen, sin descartar una narración con base en intereses particulares como los económicos o políticos. Si bien distintos autores (Heidegger, 1999; Gadamer, 2005; Mèlich 2019) señalan la finitud de la comprensión humana, los límites que tiene, lo incierto de los acontecimientos, no eluden la responsabilidad que esta tiene a la hora de pensar mejores maneras de entender el mundo.
Desde esta perspectiva, la tarea de la comprensión es una oportunidad para conversar con la alteridad, sin que ello implique la pérdida de sí: “salir de sí mismo, pensar con el otro y volver sobre sí mismo como otro” (Gadamer, 2005, p. 356) son los movimientos de reconstrucción del sentido, que conllevan una transformación personal. Este cambio es el que posibilita crear nuevas maneras de relacionarse con lo otro, de convivencia. Y precisamente, debido a la condición de incertidumbre de lo humano (Mèlich, 2019), se hace necesario mantener una actitud de escucha y diálogo, elementos claves de la hermenéutica y de la ciudadanía.
Se entiende la ciudadanía desde una postura liberal, “desde el reconocimiento del individuo, de sus derechos y deberes en relación al Estado y a sus conciudadanos” (Orejudo et al., 2018, p. 152), es decir, ese entramado que permite vivir en sociedad. Para esta investigación es relevante además lo propuesto por Valderrrama (2010) al respecto, pues la ciudadanía es un ejercicio de construcción con el otro para conseguir renovar dinámicas, como lo enuncia Marshall (2009) a nivel civil, político y social: dinámicas que permitan a cada uno desarrollar sus potenciales y aportar a su comunidad. Así, la ciudadanía va más allá de un decreto y norma y se convierte en algo abierto a la discusión y al enriquecimiento, pues entra en la descripción de “vocablos que no son fijos, que tienden a transformarse en términos de la realidad histórica a la que refieren y a las interpretaciones mismas que los evocan con capacidad explicativa de la sociedad” (Orejudo et al., 2018, p. 153),
En este mismo sentido cabe resaltar la dimensión hermenéutica de la ciudadanía (Valderrama, 2010). En primer lugar, es necesario establecer que existe una relación inseparable entre comunicación y ciudadanía, pues los humanos son esencialmente seres sociales que construyen su realidad en el lenguaje. Así, la comunicación es “el acto de poner en común las experiencias particulares mediante enunciados, con el fin de establecer acuerdos intersubjetivos sobre el ‘mundo de todos’, el conjunto de mapas que conforman la cartografía que por convención cultural llamamos ‘realidad’” (Chillón, 1999, p. 29), es decir, que las narrativas humanas son las posibilitadoras de la vida en común, y por tanto su comprensión se convierte en un ejercicio inexcusable para todo miembro del género humano.
En este sentido, si “la ciudadanía es una empresa hermenéutica, la práctica de una realidad textual y narrativa, una forma de discurso y tradición, y por ello de memoria y rememoración crítica” (Bárcena, 1997, p. 150), al hacer un relato, los individuos vuelven a pensar sus experiencias y por tanto reconstruyen el pasado, y aquí se suma un elemento clave para que las narrativas puedan tender puentes de comunicación, pues dicha rememoración no se aparta de los marcos sociales, sino que muestra el compromiso que tiene una persona con su grupo y el rol que ocupa dentro del mismo. Como lo señala Jesús Martín Barbero:
Un país es una historia en común y esa historia tiene un montón de relatos. (…) Contar significa contar cuentos, saber narrar, saber contar. Segundo, contar es tener en cuenta o no al otro, eso es vital en las relaciones sociales. (…) Hay que aprender a contar su cuento para ser tenidos en cuenta y también hacer cuentas para la reparación. (Sánchez, 2017, párr. 19)
De aquí la importancia de acoger diferentes narrativas. Debido a que los seres humanos solo pueden mostrar retazos de la realidad, la sociedad requiere sostenerse en todos sus miembros para ofrecer un lugar digno a cada uno; la memoria es colectiva y su construcción hermenéutica, pues si no se entienden los relatos que la conforman no se puede construir ciudadanía, entendida entonces como la capacidad para convivir con el otro, siendo autónomo en las decisiones, sin descuidar el bien común (Valderrama, 2007). El compartir elementos simbólicos comunes, prácticas cotidianas y argumentos coherentes sobre el mundo es la base de la ciudanía. Es conveniente señalar aquí la relevancia de la veracidad de los relatos, ya que sin ello tampoco se lograría la cohesión del tejido social.
Los jóvenes hacen parte de ese tejido social, y sus voces tienen la relevancia adicional de estar permeadas por los cambios de una cultura globalizada. Esto muchas veces trae por consecuencia la incomprensión de los adultos respecto a sus nuevas maneras de sentir y pensar el mundo (Martín-Barbero, 2000) y por tanto se crean brechas que obstaculizan tanto la memoria colectiva como la ciudadanía. A continuación, aparecen algunas de las elaboraciones narrativas de los jóvenes que participan en Prensa Escuela; se describen los temas generales y las categorías enlazadas a ellos.
Memoria colectiva y ciudadanía: hallazgos y discusión
Las narraciones de los jóvenes fueron agrupadas en tres grandes temas que encierran distintos asuntos sobre la memoria colectiva y su vínculo con la ciudadanía. El primero se denominó “identidad y territorio”, y se refiere a la posibilidad de construir una identidad a partir del contexto, ubicación geográfica y grupos (comunidades culturales) a los que se llega con el nacimiento y los que se van dando en el transcurso de la vida. Aquí un punto importante es lo inacabado del proceso. Si los humanos son seres sociales y su mundo lenguaje, es consecuente entender la identidad como una elaboración en curso, que cuenta con referentes culturales, pero que está en movimiento, y serían las narrativas que rodean a un individuo las que lo reafirman, confrontan o pueden transformarlo.
De esta manera, asuntos como el “conocimiento de sí mismo”, base de la ética (Foucault, 2002), y por tanto fundamental para la ciudadanía, no pueden realizarse sin el marco social que les da lugar y sustento; cuando los jóvenes se preguntaron por cómo han vivido situaciones pasadas, sus repercusiones, sumado a aquello que han olvidado, y lo contaron en un relato, reelaboraron elementos de su identidad. Así se encontró que muchos jóvenes han vivido situaciones de violencia y muerte, que hacen parte de su devenir y que se relatan para señalar cómo se configuran hoy a partir de ello. Aquí es pertinente mencionar el optimismo de sus apreciaciones y la búsqueda de paz y bienestar. Por ejemplo, en el texto “Mi historia tiene una página negra” (Urrego, 2016) se narra la desolación del desplazamiento forzado, pero se concluye señalando:
Con la historia de mi familia he aprendido que por muy difíciles que sean los momentos de nuestra vida, no debemos aceptar la derrota ni envenenar nuestra alma, porque todo cambio tiene un nuevo comienzo. Mi invitación es a que hagamos de cada día una experiencia inolvidable. (p. 10)
Ahora, como la presencia y las voces de los otros dan nitidez a los hechos y consolidan el rol propio, tanto la noción de familia como sus miembros aparecen de forma destacada en los relatos para apoyar y acompañar a los jóvenes. Con base en estos vínculos es que afrontan los problemas y situaciones difíciles de la vida. En “La inmortalidad es escribir” puede conocerse la fuerza y alcance de las relaciones familiares:
Aunque él ya partió, yo espero que hoy se sienta orgulloso de que a mí ahora me gusta lo que él me obligaba a hacer: contar historias y escribir. El día de su muerte me hizo pensar que algunas personas no se van por completo y hoy le digo: Gracias por haberme obligado a escribir, abuelo. (Cadavid, 2017, p. 17)
Esto lleva a indicar que para entenderse a sí mismos, los humanos necesitan ineludiblemente sostener conexiones con los demás. Por ello, la ciudadanía empezaría desde el nacimiento, cuando un grupo avala la llegada de una nueva persona y en adelante se producen o no los intercambios que construyen comunidad.
Esto implica que hay mutuas repercusiones entre memoria colectiva e identidad (Mendoza, 2009). Los recuerdos otorgan un sostén que da forma al individuo, pero esos individuos son capaces de seleccionar qué recuerdan y cómo se vinculan con ello. Por ejemplo, cuando una comunidad ha sufrido esclavitud, pueden transformar ese rol y con base en su memoria colectiva cambiar cómo se identifican hoy. En el caso de los jóvenes, la posición de ser víctima de un acto hostil se transforma en sus narraciones por la de quien ha sobrevivido al dolor y la pérdida, y lo cuentan para resaltar su fortaleza —identidad— y la ayuda que recibieron de otros. Así, el pasado no permanece intacto, pues desde el universo simbólico —lingüístico— humano se pueden elaborar nuevos lazos con los sucesos.
En el texto “La guerra se lleva mamás, pero los sueños siguen vivos” (Ruiz, 2015), el enfoque de la narrativa es la capacidad de reponerse a lo adverso, y cómo desde el lugar de un joven se pueden tomar iniciativas sobre la propia vida, sin que la tragedia marque un destino: “Y así, una vida que se ha compuesto de duros golpes, empieza a llenarse de sueños y alegrías que buscaré hacer permanentes y que serán mi motor para seguir en movimiento” (p. 13).
Entonces, sin memoria colectiva no hay identidad y por eso la desaparición u ocultamiento de los relatos que las forjan implica una ausencia contundente en el entramado social. Este es uno de los retos más importantes para la ciudadanía: devolver la posibilidad de construir una identidad desde los diferentes lugares de la memoria colectiva y reparar los atropellos acaecidos. Nuevamente, aquí las narrativas abren un camino para lograr manifestar quién se es, a qué grupos se encuentra ligado y la propia propuesta de convivencia. Los relatos de los jóvenes aparecen a este respecto como un llamado al término de la guerra: si las personas siguen sufriendo, no va a ser posible construir ciudadanía. Por ello no narran para la venganza, sino para la reconciliación. La autora del texto “Cambio de planes” concluye su relato así:
Aquella adolescente, de tez morena, ojos negros y sonrisa honesta, sintió el dolor profundo de la ausencia y el destierro. Pero también la esperanza de la paz que, aunque parece efímera, puede construirse, a pesar de que, justo en el 2016, su familia fue desplazada por los intereses de la guerra. (Valencia, 2016, p. 19)
Se suma a estos procesos una categoría de análisis hallada en esta investigación, y que se denomina: “objetos que guardan memorias”, en cuanto detonantes y reservorios de recuerdos; estos adquieren significación en el contexto del que emergen y para ser entendidos es necesario compartir vínculos sociales. Ya que los jóvenes pertenecen en su gran mayoría al departamento de Antioquia, comparten un sinnúmero de objetos significativos, tanto en lo rural como en lo urbano, y su aparición en los relatos marca la relevancia que le dan desde sus propias vivencias. Esto permite al receptor conectarse rápidamente con lo narrado y por eso tiene un gran valor. El texto “Mi vida a través de una flauta” es un ejemplo de cómo los jóvenes construyen alrededor de un objeto una narración para mostrar sus experiencias y reafirmar sus anhelos:
Hoy puedo decir que tocar la flauta traversa es lo más maravilloso y bonito que puedo hacer; es como entrar en un mundo de fantasía en el cual no existen los problemas, las dificultades, las tristezas o el estrés. Con mi flauta estoy en un mundo perfecto para ser feliz. (Aguirre, 2015, p. 15)
Además, cuando en un relato aparecen este tipo de objetos, la interpretación del lector opera desde sus propios marcos, pero también se amplía la significación ante la propuesta realizada en lo escrito, esto es, ocurre un proceso hermenéutico: así cualquier objeto puede ser usado para hablar sobre el pasado, las emociones y pensamientos que se dieron.
Esto es relevante para la ciudadanía, pues se busca hacer del cuidado del bien común (Valderrama, 2007) una práctica cotidiana. Aquí los objetos de memoria (Mendoza, 2009) operan como puntos de anclaje: al entender la preeminencia que puede tener una planta, una calle, una prenda de ropa, un reloj, se consolida la percepción de que todos los seres humanos existen bajo un cielo común, y por tanto lo que los rodea tiene un sentido para alguien y por ello debe ser respetado. De esta manera, la comprensión de lo que otros consideran importante y la oportunidad de manifestar qué lo es para sí mismo posibilita cuidar más allá de lo particular y construir un sentido de pertenencia con verdaderos fundamentos. Ante esto, cabe resaltar que el daño a estos objetos en la vida cotidiana trae graves consecuencias para la identidad:
Se sabe que quien pierde todo, se pierde a sí mismo y eso es lo que se llama crisis de identidad. El despojo de los objetos de memoria, de los artefactos, que traen los recuerdos de la vida fuera de esos campos [de concentración] era una forma de despojo de la identidad. Después de eso ya prácticamente nada quedaba. (Mendoza, 2009, p. 60)
Muchas veces no es posible recuperar los objetos, pero en los relatos que realizaron los jóvenes, estos pueden adquirir una nueva existencia, cargada de sentido, que impide el olvido y restaura la pertenencia, y por tanto contribuye a la construcción de la identidad. En otras palabras, la narración les permitió reafirmar lo que es valioso para ellos.
Por eso la memoria colectiva tiene una estructura narrativa, pues va recolectando elementos llenos de sentido e importantes para un grupo y los mantiene más allá de su realidad objetual. Esto se convierte en otro patrimonio que también se incluye en el cuidado del bien común, es decir, que las narraciones también deben cuidarse si se quiere construir ciudadanía.
Otro aspecto fundamental en este entramado de narraciones es la “representación social del espacio” que las personas hacen de los lugares que habitan, convirtiéndolas en territorios, esto es, en escenarios de sus vivencias y por tanto en espacios cargados de significación (Besse, 2019); una cultura se construye alrededor de las condiciones de un sitio y con base en los intercambios que los grupos realizan allí. Por eso en las narraciones de los jóvenes es frecuente el señalamiento de elementos del paisaje, de la arquitectura, de la ciudad o el campo, en relación con los intercambios sociales que mantienen.
El barrio es un espacio especialmente significativo para los jóvenes. En el texto “La felicidad del basurero” se confronta prejuicios y se ofrece un acercamiento a las relaciones que se tejen en la cotidianidad:
Moravia, un lugar con un pasado muy marcado por la violencia, la pobreza, las drogas y por haber sido el tiradero de basura de la ciudad de Medellín en los años ochenta. A pesar de su historia, sus habitantes somos las personas más felices que jamás he conocido, todo lo arreglamos con sonrisas y parrandas. (Toro, 2017, p. 14)
Esta capacidad de “habitar” (Besse, 2019), no solo de existir en un escenario, sino de transformarlo, es posibilitadora de la convivencia con el otro, pues, así como permite compartir sentidos y prácticas, también repara simbólicamente. Por lo tanto, lugares donde ocurrieron actos violentos pueden convertirse en un recordatorio del horror como una medida para contenerlo, o se pueden construir edificaciones o monumentos que adviertan sobre lo ocurrido.
A esto Schindel (2009) lo denomina “Procesos de memorialización”, indicando el rol de los individuos para mantener la memoria colectiva. Es evidente que las narraciones de los jóvenes que abordan la violencia y la tragedia funcionan en este sentido e incluso las otras también hacen parte de ello, ya que: “La memorialización implica un impulso activo y una voluntad de incidencia política (…) iniciativas que ponen algo en movimiento en la esfera pública y cuyos efectos, impredecibles e irreversibles, crean las condiciones para la historia futura” (Schindel, 2009, p. 67), es decir, que se puede reparar la memoria colectiva desde la significación de un espacio y por medio de una narrativa. Por ejemplo, en el texto “Villatina, 30 años después” se hace un recuento de sucesos trágicos del pasado a partir del encuentro de una placa conmemorativa, que lleva a la autora a preguntarse por lo ocurrido:
Ahora veo de una forma diferente esa escultura que observé la primera vez que fui. Esas dos manos que sostienen un bebé significan para mí que, a pesar de lo que sucedió años atrás, sigue habiendo vida allí, por lo que cada que alguien lo visita puede hacer memoria de lo que allí sucedió. Ahí lo entendí todo. (Hincapié, 2018, p. 18)
Entonces el espacio en sí mismo, compartido por un grupo humano, adquiere la calidad de territorio cuando sus miembros se apropian de él, al mantener los acontecimientos relevantes y al continuar la discusión sobre lo que significa vivir allí. Por eso los relatos son un tipo de monumento que divulga y señala. Este tono de denuncia aparece en los textos siempre asociado, sobre todo, a la perdida de una casa, un barrio, una finca, con todos los objetos que encierran. Los procesos de “memorialización” de los jóvenes están cargados con la intención de dar a conocer su contexto y sus experiencias, para que no se repita el sufrimiento.
Con todo lo anterior fue posible distinguir que los elementos que tienen que ver con el espacio y los objetos operan en las narraciones como los principales confrontadores de lo vivido. Los recuerdos se anclan a situaciones e interacciones dadas en lugares específicos; por ello su recuento, que narra la pérdida o transformación del sentido de un lugar, permite a los jóvenes revisar sucesos y evidenciar la propia participación en lo ocurrido, y así ver las implicaciones hasta el presente.
El segundo tema identificado se denomina “marcos comunes de pensamiento”, que indica, como se ha venido desarrollando, la condición humana de ser social, toda vez que la pertenencia a un grupo condiciona el modo de razonar, percibir y actuar sobre el mundo (Halbwachs, 2004b). Desafortunadamente, uno de los marcos comunes de pensamiento más frecuentes en las narraciones de los jóvenes es el ser afectados por la violencia, y es bajo este marco que se narra la impotencia y el dolor. Así, uno de los elementos más frecuentes es la pérdida del hogar, entendiendo esto como el despojo de una vivienda y de las prácticas cotidianas asociadas a ello, con lo cual se pierde parte de la identidad y la oportunidad de habitar en un territorio, condiciones ineludibles para la ciudanía. Otro aspecto es la muerte de algún familiar o la amenaza de muerte a alguno de ellos, que altera la confianza en el sentido de comunidad, dificultando la construcción de ciudadanía, por cuanto los lazos sociales se basan en la empatía (Chaux, 2005). Entender cómo otro mata, agrede o desaparece lo preciado es un reto que los jóvenes afrontan en sus relatos, por lo que la figura del agresor aparece desdibujada, como si fuera algo extraño y ajeno a lo que se espera de un humano.
En “El robo de la felicidad” (Grajales, 2016) es evidente el sufrimiento por el asesinato del abuelo del autor, pero este no se detiene allí, reflexiona sobre toda la situación y observa la reacción de su padre y enuncia: “Ojalá mi padre algún día logre ser un hombre plenamente feliz, que se libre de todos esos odios y rencores que alberga en su corazón y que disfrute más la vida con quienes continuamos presentes” (p. 11). Este recuento y revisión del pasado permite a los jóvenes mantener apartados de sí asuntos como la venganza o el odio, pues de seguir ese camino que han visto recorrer a otros —los agresores— se perdería su identidad en la oscuridad de la violencia.
Por otra parte, aparece un marco común de pensamiento referente a los retos que los jóvenes de hoy deben asumir en cuanto a sus estudios, la realización de sueños personales, cuidado de familiares y animales. Muchas historias retratan las ambiciones de conseguir logros académicos como forma de retribuir los esfuerzos de cuidado de sus familias. “Un guerrero inspirado en mamá” (David, 2016) relata las angustias de no contar con recursos económicos suficientes; su autor se pregunta sobre su participación como miembro de una familia:
Un día, mientras se me pasaba la rabia, me puse a pensar y a preguntarme: “¿Yo qué estoy haciendo, si digo que amo a mi mamá y no hago nada para verla feliz?” Así que me decidí a curar sus lágrimas con lo único que podía hacer en ese momento: estudiar mucho para que no tuviera más dolores de cabeza por culpa mía. (p. 18)
Los relatos sobre viajes muestran las ambiciones a largo plazo de explorar el mundo. Por ejemplo, en el texto “La vez que dejé la tierra para explorar el cielo” (García, 2016) se confrontan miedos y se reflexiona sobre la vida. La presencia de padres, abuelos, tíos, vecinos que encarnan una figura que admiran, evidencia su iniciativa de contribuir a su comunidad, manteniendo patrones de conducta de unión y comprensión hacia el otro, aprendidas del modelo de vida de una persona significativa. En el relato “Gratitud con mi padre” (Bedoya, 2018), su autor dice: “Lo dio todo por mí y yo algún día espero hacer lo mismo por él. Su apoyo y confianza en mí me motivan a prepararme y ser un gran profesional para recompensar su esfuerzo, dedicación y compromiso” (p. 14). Por otro lado, el texto “La luz que nos guía” resalta la figura de una abuela como un pilar de la familia, cuya fortaleza trasciende el tiempo y su generosidad inspira a la autora a conversar y a construir un relato a modo de homenaje (Pérez, 2019).
Estos asuntos se convierten entonces en ejes para la construcción de ciudadanía de la población joven, pues dejan ver sus preocupaciones, las metas que se trazan y las figuras representativas para ellos; si se busca fortalecer los intercambios sociales que construyen comunidad, se hace necesario atender estos asuntos.
El tercer tema es “reconstrucción del pasado”, en donde se conjuga todo lo anterior; es conveniente describirlo para enunciar los elementos claves que aparecen en las narraciones. Aquí es necesario recordar que gracias al lenguaje es posible hablar, entender y transformar el pasado: “la experiencia es siempre pensada y sentida lingüísticamente” (Chillón, 1999, p. 24). Para los humanos, la realidad tiene existencia en el lenguaje, en el sinnúmero de narrativas que construyen, por lo que el pasado es una dimensión posible de habitar nuevamente y reflexionar sobre ella. Esto no se reduce a lo escrito, al contrario, la multiplicidad de canales de interacción es lo que da sustento a la cultura, y la memoria colectiva acoge las diversas construcciones de sentido.
Por ejemplo, en “La memoria del corazón”, su autor reflexiona sobre el lugar donde creció, revisa sus recuerdos y analiza su contexto: “Quibdó me revive malos momentos, malas pasadas; pero a pesar de que todo permanezca estático, siempre soy capaz de aprender algo nuevo cada vez que retorno a mi tierra” (Quintero, 2017, p. 24). En “El señor del Bonice” (Dávila, 2018) se narra en pocas líneas la vida entera de una persona, que su autora encuentra en la cotidianidad, acción que da protagonismo al esfuerzo y valor de la gente y permite a quien narra dar voz al otro.
Así, para el caso de los escritos de los jóvenes, se identificó en primer lugar la relevancia de la postura frente a lo narrado. Como se dijo, muchos textos abordan el dolor y la muerte; sin embargo, no se configuran para su exaltación, sino para advertir sobre los peligros que traen. El despojo y el sufrimiento es algo que le puede ocurrir a cualquier persona; los textos convocan a reconocer estos asuntos para que se detengan o dejen de ocurrir. La principal vía de los jóvenes para frenar el decaimiento es mantener hábitos sociales constructivos en medio de la situación, como el apoyo mutuo, el acompañamiento a quien sufre más y la huida de la venganza. Además, llevan a los nuevos lugares que habitan el empeño por el desarrollo de sus tareas, como las escolares y las concernientes al cuidado de la casa y la familia. Cabe reafirmar que estos elementos configuran la identidad de los jóvenes, dándoles un soporte para afrontar lo adverso y para fortalecer sus habilidades.
Se une aquí la selección de escenarios, objetos y personajes de la narración. Los jóvenes describen con mayor detenimiento aquello que recuerdan con más cariño; en especial aparecen la casa, el barrio o la vereda, elementos espaciales que enmarcan los recuerdos y que dejan ver los contextos socioculturales en los cuales crecieron. En el texto “A leña, carbón y corazón” se habla sobre el arte de cocinar, se rescatan tradiciones del contexto del autor y se da valor a la labor de los otros:
Ahí, en aquel establecimiento sin puertas, sin ventanas, con una aparente escasez de salubridad, me sentí cómodo, con el humo del horno, con los transeúntes a mis espaldas, con las gallinas de los alrededores y, por supuesto, con las arepas de doña Rubiela que ya han de suponer que aparte de estar hechas a fuerza de maíz, agua, leña y carbón, también están hechas de la sazón del corazón. (Perea, 2017, p. 16)
Finalmente, una construcción lingüística pretende lograr un efecto en el receptor. Como se ha venido explicando, los jóvenes esperan que el esfuerzo de repensar el pasado que realizaron en Prensa Escuela dé voz a su identidad de una forma particular, pues no es común que se publiquen los escritos de estudiantes de colegios o universidades. Así, buscan detener la violencia, mostrar el valor de personas, objetos y lugares y establecer su rol en la sociedad. Debido a los distintos entramados narrativos y a la cantidad de relatos, no es posible aquí agotar el sentido que transmiten o dar una versión final de sus objetivos, por eso continúa la permanencia de lo narrado y es labor hermenéutica de los lectores escuchar y conversar con dichas voces.
Conclusiones
A partir de lo descrito se puede afirmar que claramente los jóvenes buscan tener una incidencia directa en su entorno. No son seres a la espera de crecer y poder decir algo, sino miembros activos de la sociedad, con voz propia. En palabras de Barbero, “necesitamos jóvenes problemáticos” (Sánchez, 2017), que no se conformen con la realidad del país, ni estén a la espera de soluciones ajenas, sino seres comprometidos desde su vida cotidiana con la convivencia, que problematicen la realidad y presenten sus aportes.
Las narraciones son entonces una manera viable de transformar la sociedad y, teniendo en cuenta que “los jóvenes son los mediadores entre lo que está pasando en la escuela y lo que está pasando en la sociedad” (Sánchez, 2017, párr. 25), se convierten en los protagonistas de los cambios que como país se buscan, para que tanto la educación, la política, la economía, entre otras, se organicen dando respuesta a las características y necesidades de las personas que habitan en una región.
En este mismo sentido, y siendo actualmente la participación política uno de los asuntos más deteriorados de la ciudadanía (Valderrama, 2010), puesto que no se comprenden los mecanismos de gobierno ni las graves consecuencias de ello, los jóvenes requieren la escucha de quienes los rodean. Es por ello que instituciones como la familia, la escuela y el Estado deben ocuparse de ofrecerles herramientas para que de manera reflexiva puedan participar políticamente, dando lugar a su voz y entendiendo esto no solo como el acto de votar, sino de estar atento a las dinámicas de administración de los recursos naturales y humanos de su territorio, y así oponerse con argumentos al deterioro social y ecológico, denunciando la corrupción.
En Colombia existen diversas culturas, lenguas y, por tanto, distintos modos de ser, por lo que la posibilidad de construir un país cohesionado y bien administrado requiere de una comunicación oportuna y contextualizada entre las personas. Dicha comunicación no se reduce a la transmisión de datos y decretos, sino a la oportunidad de conversar desde la pluralidad que distingue a lo humano, lo que hace de las narrativas algo fundamental.
Esto opera con especial protagonismo en la escuela, que es el lugar de encuentro en donde se crean nuevos grupos y cuyas memorias son vitales para el desarrollo de las personas. La acogida que pueda darse en la escuela, desde una pedagogía de la memoria (Mayorga et al., 2017), a la multiculturalidad y a las distintas voces sobre la historia opera en dos caminos fundamentales para la ciudadanía: el reconocimiento del pasado y las diferentes verdades que lo habitan, además de la propuesta de nuevas formas pacíficas de estar con el otro. No cabe duda de que el contexto colombiano necesita con urgencia estos ejercicios.
Además, la escuela es el espacio donde se da la alfabetización y donde es posible ir más allá de la codificación y decodificación de signos hacia la elaboración de alternativas para nombrar, para entender y para actuar en el mundo. Los intercambios sociales que aquí ocurren pueden o no beneficiar a la memoria colectiva:
El educador debe advertir de qué modo hay que usar la memoria. Ciertamente, esta puede servir para que un acontecimiento del pasado no vuelva a repetirse, pero también puede ser la justificación de la venganza, del odio, de nuevos crímenes. (Mèlich, 2006, p. 118)
De allí la gran responsabilidad por mantener lo multicultural, por rescatar las tradiciones culturales propias y por promover un análisis guiado de los acontecimientos, de manera que se evite la violencia. Todos estos procesos pueden trabajarse en el ámbito educativo para que los niños y jóvenes reciban no solo educación, sino que tengan, además, la oportunidad de formarse (Gadamer, 2005), lo que implica apropiarse de un territorio, reconocer su cultura y estar abierto al cambio, al movimiento.
Conflicto de intereses
Los autores declaran la inexistencia de conflicto de intereses con institución o asociación de cualquier índole.
Referencias
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Notas de autores
Sonia Amparo Guerrero Cabrera
Magíster en Hermenéutica Literaria de la Universidad EAFIT, de Medellín, Colombia. Docente investigadora en las áreas de lenguaje, educación, y hermenéutica. Miembro del Grupo de Investigación ESINED de la Universidad de San Buenaventura. Coordinadora del Programa Prensa Escuela en convenio con el periódico El Colombiano y la Universidad Pontificia Bolivariana. Investigador junior MinCiencias, avalada como par académica. ORCID: https://orcid.org/0000-0001-9176-0029. Correo electrónico: sonia.guerrero@usbmed.edu.co
Camilo Herrera
Magíster en Hermenéutica Literaria de la Universidad EAFIT. Docente del programa de Licenciatura en Humanidades y Lengua Castellana de la Facultad de Educación de la Universidad de San Buenaventura, Medellín, Colombia. Miembro del Grupo de Investigación ESINED de la Universidad de San Buenaventura. ORCID: https://orcid.org/0000-0003-4466-7539. Correo electrónico: camilo.herrera@usbmed.edu.co