Forma de citar este artículo en APA:

Sánchez Sánchez, L. F., Alzate Mejía, N. A., Arbeláez Castaño, E. L., Zapata Muriel, F. A., Benítez Arias, L. F. (2020). Hacia la construcción interdisciplinaria de una antropología del dolor en perspectiva franciscana. Perseitas, 8, pp. 275-294

DOI: https://doi.org/10.21501/23461780.3606

Hacia la construcción interdisciplinaria de una antropología del dolor en perspectiva franciscana

Towards the interdisciplinary construction of an anthropology of pain in franciscan perspective

Artículo de investigación científica y tecnológicaa

DOI: https://doi.org/10.21501/23461780.3606

Recibido: 23 de agosto de 2019 / Aceptado: 16 de diciembre de 2019 / Publicado: 30 de abril de 2020

Luis Fernando Sánchez Sánchez, Nicolás Alberto Alzate Mejía,

Enrique León Arbeláez Castaño, Fernando Antonio Zapata Muriel,

Luis Fernando Benítez Arias

Resumen

El propósito general de este trabajo investigativo ha sido realizar un estudio sistemático en torno al sentido del dolor en perspectiva interdisciplinaria, con el fin de hacer aproximaciones a una nueva visión que favorezca el significado del dolor. Se presenta la validez y la vigencia de la mirada evangélica del dolor en Francisco de Asís a través de un estudio hermenéutico y de análisis documental. Discusión: el dolor nos hace tomar conciencia de nuestro existir en el mundo, de la individualidad, de los límites y de la corporeidad. Todo ser humano ha experimentado alguna vez el dolor, por ello se afirma que es algo inherente e intrínseco a la condición humana, aunque no se apetezca, no se busque, se le quiera huir o evadir, a pesar de ser, en algunos casos, algo inevitable. El método a seguir es el documental, guiado por la hermenéutica, con el fin de congregar las diversas verdades construidas desde las diferentes disciplinas que acuden al estudio de este tópico. Conclusión: el dolor no se puede reducir a un hecho neurológico ni orgánico exclusivamente. El dolor humano requiere de un tratamiento interdisciplinar si lo que se busca es aportar un valor antropológico en favor de una mirada integral con la que se reconozca el aporte de múltiples intencionalidades epistemológicas y de las ciencias humanas que acuden al estudio del dolor.

Palabras clave

Antropología del dolor; Humanismo; Interdisciplinariedad; Dolor; Sentido; Existencia; San Francisco de Asís.

Abstract

The general purpose of the research work, which is presented below, is intended to conduct a systematic study around the sense of pain in an interdisciplinary perspective, in order to make approaches to a new vision that favors the meaning and meaning of pain by presenting the validity and validity of the evangelical sense of the latter in Francis of Assisi, through a hermeneutical study and documentary analysis. Discussion: Pain makes us aware of our existence in the world of individuality, limits and corporeality. Every human being has ever experienced pain, so it is said that it is something inherent and intrinsic to the human condition, even if you don’t want to, don’t look for it, you want to run away or evade it, despite being in some cases something inevitable. The method to follow is the documentary, guided by hermeneutics, in order to congregate the different truths constructed from the different disciplines that go to the study of this topic. Conclusion: pain cannot be reduced to a neurological or organic fact exclusively. Human pain requires an interdisciplinary treatment, if what is sought is to provide for an integral view, recognizing the contribution of multiple epistemological intentions and human sciences that come to the study of pain.

Keywords

Anthropology of pain; Humanism; Interdisciplinarity; Pain; Sense; Suffering; Saint Francis of Assisi

Introducción

¿Por qué existe el dolor y cuál podría ser su sentido desde una perspectiva humanista, cristiana y franciscana?

Dado que el individuo, en las sociedades consideradas posmodernas, ha cambiado la pregunta respecto al dolor por la siguiente: ¿cómo puedo liberarme del dolor y sufrimiento que me atormentan? Y ante el desinterés por descubrir el sentido del dolor en la existencia humana, el grupo de investigación ha optado por trabajar cuatro categorías que pueden ayudar a resignificar y retomar la pregunta existencial de la presencia del dolor y del sufrimiento en el ethos antropológico. Las categorías a desarrollar son las siguientes: dimensión antropológica y teológica, psicológica- existencial y la dimensión espiritual-trascendente-franciscana.

Por tanto, el lector encuentra los aportes que hace cada categoría en los respectivos ítems que componen los resultados minuciosamente analizados y que, sin duda, enriquecen los conocimientos sobre la comprensión y el significado del dolor como una emoción primaria en la cotidianidad vivida.

La mirada psicológica del dolor

El dolor ha sido considerado como una experiencia subjetiva que es accesible para la propia persona. Es una señal de alarma cuando el sujeto se ve amenazado en su integridad. Por esta razón cumple con una función biológica de adaptación y, a la vez, se convierte en una experiencia emocional desagradable asociada a un daño en el organismo o en el psiquismo.

Las manifestaciones del dolor tienen que ver con el insomnio, la falta de deseo sexual, disminución en la actividad física y laboral, la baja autoestima, la pasividad y con un estado emocional negativo (Morgan, 1968). Se caracteriza porque acapara toda la atención de la persona, es difícil de comunicar a los demás, es complejo y tiene varios componentes: el fisiológico, el emocional, el cognitivo, el afectivo, el conductual y el existencial.

Componentes del dolor

El componente fisiológico está determinado por las terminaciones nerviosas, diferentes a las de la temperatura y la presión, las cuales llevan información al tálamo y la formación reticular, que son el centro de la sensibilidad dolorosa y de la sensación de dolor en las diferentes partes del cuerpo. Estas partes del sistema nervioso envían la información a la corteza cerebral en donde se interpreta y, a su vez, envía órdenes al sistema límbico y al hipotálamo para activar las emociones que son de suma importancia cuando ocurre el dolor. Allí, la información se energiza y se modifica, también se activa el sistema nervioso autónomo, se disparan las glándulas suprarrenales, aumenta la presión arterial, el azúcar en la sangre, la sudoración, la dilatación de la pupila y se produce tensión muscular. Es aquí donde el dolor se convierte en una emoción primaria, puede ser producido por el estrés y originar aprendizajes por condicionamiento pavloviano. Es posible también la aparición de dolores hipocondríacos, dolores histéricos conversivos, alucinaciones y depresión. Es la ocasión para aprender a simularlo o convertirlo en disfuncional y es cuando la persona responde inadecuadamente a un medio difícil y conflictivo (Ardila, 1978).

El componente cognitivo se refiere al procesamiento de la información biológica de esta realidad mediante las ideas irracionales. Estas fueron estudiadas por Albert Ellis (1980). Una de ellas es aquella en la que el dolor nos hace sentir incompetentes. Otras son la de culpar a otros por nuestros dolores, la intolerancia a la frustración, la irresponsabilidad emocional y la ansiedad por preocupación. Cuando se presenta el dolor, aparecen ideas irracionales para explicarlo.

También encontramos los esquemas maladaptativos tempranos que fueron analizados por Jeffrey Young (2001), y se refieren a la dependencia, la vulnerabilidad al daño, la pérdida de control, la deprivación emocional, el abandono, la desconfianza y el abuso, el aislamiento social, la defectuosidad, la indeseabilidad social, la incompetencia, la inflexibilidad y los límites insuficientes. Estos esquemas maladaptativos tempranos se adquieren en la infancia, se disparan a lo largo de la vida y contribuyen en la formación de desórdenes mentales. Cuando se presenta el dolor, estos aparecen como consecuencia de un mal procesamiento de la información.

Los autoesquemas se forman como resultados de los anteriores esquemas: la autoestima, el autoconcepto, la autoimagen y la autoeficacia, los cuales se ven afectados cuando se presenta el dolor.

El componente conductual se refiere a los diferentes comportamientos que se producen como las conductas de evitación, las de escape, la agresividad y la inmovilización que, como efecto del dolor, se utilizan para manejarlo inadecuadamente.

Componente existencial del dolor

Todos los componentes anteriores solo miran aspectos parciales del dolor, pero el componente existencial se refiere concretamente a la persona que sufre cualquier dolencia. Veamos ahora entonces este componente, importantísimo para entender lo que es la experiencia humana del dolor y lo que es su resignificación; como dijimos al principio, es subjetivo y accesible para la propia persona.

El hombre es un sujeto que está en proceso permanente para convertirse en persona. Como sujeto, se diferencia de un objeto, pero está en continua relación con el mundo de la objetividad que le hace demandas y que trata de convertirlo en un objeto. Por eso el ser humano está en constante lucha con la objetividad (Berdiaev, 1955). Todas esas demandas de la objetividad obligan al sujeto a luchar por su integridad porque, al tratar de volver al sujeto un objeto, se pone en peligro su integridad, su mismidad, su unicidad y su proceso de convertirse en Persona. Realmente el yo íntimo personal no es un ente estático, sino que está en continuo cambio a consecuencia de estas demandas de la objetividad, pero luchando por mantener su identidad y mismidad, que como ser único e irrepetible le conciernen. Esta lucha continua hace que la vida misma sea un dolor, porque todo intento de cosificación produce dolor, el cual es propio de la existencia y no desaparece hasta la hora de la muerte.

Pero aparte del dolor existencial, que se acaba de describir, el dolor físico y el dolor psicológico son una demanda del cuerpo del sujeto hacia la desintegración y se unen a esa lucha del mundo de la materia por convertir al sujeto en un objeto. La vida misma es un dolor y el dolor físico es un solo aspecto del gran dolor de la persona.

Todo el proceso de individuación en el que está sumido el ser humano produce dolor y es lo que llamamos ansiedad primaria o dolor primario.

El cuerpo es la proyección de la persona, el cual posee una sabiduría organísmica y es por esto por lo que el dolor corporal debe ser asumido dentro nuestra subjetividad y no puede ser negado, reprimido o parcializado. Es necesario entrar en contacto con él. Asumirlo puede disminuirlo y hasta desaparecerlo. Cuando no lo asumimos, entonces aparece el dolor psicógeno. Muchas veces se convierte en vehículo de nuestras intenciones, como cuando lo que vamos a hacer a otros o al medio, nos lo hacemos a nosotros mismos. Es lo que los psicólogos existenciales llaman retroflexión.

Lo que buscamos con el dolor es encontrarlo como una oportunidad para unificarnos en tanto lo resignificamos. De esta manera crecemos y nos mantenemos íntegros, conservando nuestra mismidad.

El dolor nos hace tomar conciencia de nuestro existir en el mundo de la individualidad, de los límites y de su corporeidad.

Esta realidad existencial nos produce ciertas amenazas como son la pérdida de la libertad, la cohabitación forzada con el enfermo, la amenaza de la identidad psicológica, la obligación de revisar el proyecto de vida y los valores, la imagen deteriorada de sí mismo, el cuestionamiento de su pasado y su futuro, y la autonomía. Otras son la marginación social, la soledad, el rechazo de la verdad y recurrir a la culpabilidad (Colombo, 1999). Con el dolor no se puede competir y mucho menos compartirlo.

El dolor es descrito, desde este componente, como dolor rápido, lento, visceral, martillo que golpea, espina que nos punza, ladrillo en el estómago, cocodrilo que nos muerde, un congelador, como piedra que nos aplasta. Estas descripciones son existenciales, no científicas.

Resignificar el dolor

Es importante saber qué es lo que tenemos que hacer cuando se presenta en nuestra vida el dolor. Lo primero que tenemos que hacer es sentirlo como una emoción primaria: no negarlo, ni reprimirlo, ni evitarlo hasta que encuentre su función adaptativa (física o psicológica). Luego, suprimirlo; una vez conocida su función, hay que tratar de suprimirlo atacando sus causas médicas y resolviendo nuestros problemas psicológicos. Si persiste y es inevitable resignificarlo: se examinan los significados cognitivos, los esquemas, los procesos y los productos mentales para así evitar la desintegración interior. Detengámonos ahora en lo que es su resignificación.

Resignificar el dolor es encontrarle una explicación desde la realidad, la razón, la existencia y la trascendencia, asunto que pasa por dos etapas: el abordaje emocional de esta realidad y el abordaje consciente. Con una explicación procesada integramos el dolor a la realidad del sí mismo, o sea del yo, y resolvemos toda la confusión que inicialmente nos produjo al desorganizar nuestra mente y al crear estados de ansiedad y de depresión. De este modo, nuestra subjetividad en su identidad no solo cambia y crece, sino que se preserva íntegramente. El dolor así percibido, explicado y resignificado deja de ser una amenaza para nuestra integridad y pasa a hacer parte de nuestra mismidad.

La mirada antropológica del dolor

Conciencia del dolor como conciencia de la vida

Comprender la realidad del dolor humano lleva implícito la condición de cuidar la vida, por tanto, desde la antropología del dolor, quienes escriben, postulan de igual modo la antropología del cuidado junto a lo axiológico, teleológico y deontológico que ello implica en la postulación de una nueva cultura.

Toda persona ha experimentado alguna vez el dolor, por ello se afirma que es algo inherente e intrínseco a la condición humana, aunque no se quiera, no se busque, se le quiera huir o evadir, a pesar de ser en algunos casos algo inevitable. Pareciera que el único fin del abordaje médico es evitar del dolor, pero el fenómeno implica trascender la mirada exclusivamente médica, sanitaria o biologicista, como se afirmó en la introducción. Ello implica entonces proponer un abordaje interrelacionado y complejo para darle cabida al aspecto subjetivo, cultural, político y social del dolor. Pero para comprender todas las sensaciones y manifestaciones, no solo se puede ubicar el dolor en la perspectiva mecánica del cuerpo, sino en el entretejido holístico-antropológico del individuo, su realidad personal, cultural y comunitaria vivida.

Por tanto, el dolor no se puede reducir a un hecho neurológico, ni orgánico exclusivamente. El hombre no es solo un grupo de fibras nerviosas o meramente un apéndice del cerebro. Hoy no se quiere comprender el dolor como un fenómeno unilateral, sino desde una perspectiva compleja y multifactorial, como un entramado de elementos interrelacionados. Como punto de partida se plantea que la percepción, vivencia y manejo del dolor están determinadas en gran medida por la concepción antropológica dominante. En tal sentido, David Le Breton (2002) afirma lo siguiente:

En efecto, a lo largo de la historia, los hombres han tratado de interpretar la significación y la justificación del dolor (y del sufrimiento) a través de recurrir a los dioses, los ritos o las religiones, incluyendo a la medicina moderna que ha transformado la experiencia del dolor, convirtiéndolo en un problema técnico, en un sinsentido. Nada más falso, dice Le Breton, para quien el dolor es un hecho personal, encerrado en la concreta e irrepetible interioridad del hombre, censurando de este modo el organicismo dualista de nuestra tradición occidental que reduce el dolor a una mera disfuncionalidad de la maquinaria corporal (p. 50).

Dolor, componente de toda existencia humana y no es posible plantear un derecho a no padecerlo. Lo que puede ser reclamado es que todo ser humano se abstenga de causar dolor a los demás, así como explorar acaso en qué medida es un deber paliar los malestares de los demás.

El dolor como un componente existencial y antropológico esencial se considera como un elemento intrínseco e inherente al ser humano. El dolor como camino de transformación personal. El dolor como experiencia subjetiva e inherente a la condición antropológica.

La solidaridad constituye una actitud de estar con quien sufre y actuar a favor de alguien que está necesitado. Este compromiso humano caracteriza reciprocidad y remite la igualdad de todos los humanos como sufridores vulnerables y necesitados. No hay dolor sin sufrimiento, pero no todo sufrimiento es dolor, es decir, sin significado afectivo que traduzca el desplazamiento de un fenómeno fisiológico al centro de la conciencia moral del individuo.

Un acercamiento a la mirada bíblica–teológica del dolor

El judaísmo enseña el pecado de Adán y Eva como origen del dolor humano. Según el relato del Génesis, después de comer del fruto prohibido, dijo Dios a Eva:

Multiplicaré tu dolor en el parto, con dolor darás a luz los hijos; tu marido, tendrá dominio sobre ti. A Adán le replicó: maldita será la tierra por tu causa; con trabajo comerás de ella todos los días de tu vida…Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado (Génesis: 3,16-19, La Biblia de las Américas).

“En medio del pecado del Adán y Eva, y del castigo: ¿quién puede sanar el dolor, curar la herida y restaurar el corazón sino Yahveh Dios?” (Jeremías: 17,10, La Biblia de las Américas).

El papa Juan Pablo II afirmaba que:

El Antiguo Testamento, tratando al hombre como un conjunto psicofísico, une con frecuencia los sufrimientos “morales” con el dolor de determinadas partes del organismo: de los huesos, de los riñones, del hígado, de las vísceras, del corazón. En efecto, no se puede negar que los sufrimientos morales tienen también una parte física o somática, y que con frecuencia se reflejan en el estado general del organismo (1984, Pt. 6).

Por su parte, para el cristiano, el dolor tiene un sentido redentor a la luz de Jesucristo; Jesús el crucificado-resucitado, para cumplir con el designio del Padre, afronta y asume el dolor, padece la muerte en Cruz, pero allí no acaba todo, él resucita de entre los muertos, mostrando que en medio del dolor puede encontrarse la salvación. Jesucristo, el crucificado resucitado, enseña con su palabra y con su vida que el dolor y la muerte aportan sentido a la vida al ser vencidos en la cruz. Él asume el dolor en la cruz manifestando que solo lo que es asumido puede ser redimido, restaurado. La resurrección se convierte así en centro de nuestra fe, causa de nuestra alegría y motivo de esperanza para el creyente.

Desde el cristianismo primitivo, San Pablo afirma: “Sabemos que toda la creación gime a una, y hasta con dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu” (Romanos: 8, 22-23, La Biblia de las Américas).

En este sentido, el papa Juan Pablo II afirmaba:

El sufrimiento humano suscita compasión, suscita también respeto, y a su manera atemoriza. En efecto, en él está contenida la grandeza de un misterio específico... en el tema del sufrimiento, estos dos motivos parecen acercarse particularmente y unirse entre sí: la necesidad del corazón nos manda vencer la timidez, y el imperativo de la fe…brinda el contenido, en nombre y en virtud del cual osamos tocar lo que parece en todo hombre algo tan intangible; porque el hombre, en su sufrimiento, es un misterio intangible (1984, Pt. 4).

El Apocalipsis invita a tener esperanza en un cielo nuevo y una tierra nueva. El autor sagrado dirá:

Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres… ellos serán su pueblo, el será su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin (Apocalipsis: 21,1-6, La Biblia de las Américas).

Aunque la literatura relacionada con el objeto de estudio elegido es demasiado extensa, se enunciarán cinco estereotipos que ofrece la hermenéutica bíblica para comprender e interpretar el dolor:

El dolor es entonces un aspecto ineludible en la existencia cristiana. Pareciera que los dolores de Cristo y de los cristianos se ubican dentro del plan de Dios para construir la redención y aquel estado de salvación que se espera conquistar. Por tanto, el dolor en perspectiva cristiana es una experiencia que se asume con fe para construir un estado de salvación, de liberación y de redención.

La mirada franciscana: el dolor en San Francisco de Asís, paso fundante para vivir la perfecta alegría

La lógica del mundo contemporáneo presenta como respuesta ante el dolor su ocultación y enmudecimiento. Dentro de la lógica teológica hay otro referente. Esto no es dolorismo, puesto que el dolor no se comprende en él mismo, sino anclado a una realidad personal: Jesucristo es un referente, el significado, el universo semántico para el sentido del dolor. El dolor reclama una orientación y esa orientación es proporcionada por Dios, valor de la existencia. Ante esto: ¿qué sucede con quien no es creyente? Presentar el dolor, sufrimiento anclado a una persona, darle su significado y un universo semántico supone que no es una realidad descarnada ni desencarnada, tiene carne, es necesaria la carne para la pasión, el dolor, el sufrimiento.

La visión franciscana del dolor y el sufrimiento

El hombre franciscano tiene una orientación de existencia bien precisa: debe mirar a Jesucristo para dar el justo sentido a su existencia [incluyendo el dolor] y para concretizar los contenidos de la humanidad, a los que está llamado a vivir y a dar testimonio a los otros (Iammarrone, 2012)

Ante el dolor y el sufrimiento, la espiritualidad y pensamiento franciscanos proponen la fraternidad, la apertura al otro, la gratuidad, la minoridad, la humildad, la generosidad de juicio y de acción, la alegría del perdón y la disponibilidad a la reconciliación. Si Dios, el ser humano y el mundo están integrados en esta visión del ser humano franciscano, entonces todo lo que concierne a ese ser humano, incluyendo el dolor y el sufrimiento, hacen parte de esa integración y su significado se inscribe en esa integración, la visión holística de la realidad y del ser humano. La significación de todo está en el horizonte, la orientación dada a la realidad de esa creatura humana. Esta visión nos saca de una mirada materialista y utilitarista de la vida y del ser humano, integrando allí el dolor y el sufrimiento.

La diferencia franciscana es ponerse al servicio de la confianza indispensable para reforzar la franquicia humana, esta seguridad que nos ayuda a ultrapasar la angustia de la muerte, de las bestias salvajes, de las enfermedades incurables o extrañas, la angustia que nos empuja a fijar las riquezas, a multiplicarlas las conquistas amorosas y dominar a los otros. Es mejor siempre poner en relieve el acceso a Dios y la fraternidad es su testimonio (Forthomme, 2010, p. 581).

Si la antropología franciscana se define por la cotidianidad y la forma vitae, entonces es válida la pregunta sobre la forma como se encarna el dolor en esta particular forma de vida. Dentro de esa visión fraterna, la figura del hermano como madre que custodia al enfermo (Regula Pro Eremitoriis, Escritos de San Francisco de Asís) nos indica el carácter fraterno entorno al dolor.

Un aporte franciscano a esta dimensión del ser humano tiene como una de las claves de lectura la estigmatización del santo de Asís, desde allí se comprende el sentido de encarnación y de pasión en la persona de Jesucristo. Esta materialización del dolor llevó a ciertas lecturas que veían el lado carnal de Jesús como una simple apariencia, una resonancia de una de las herejías de la antigüedad: el docetismo, orilla desde la cual se propugnaba una presencia aparente de Jesús de la carne y, por lo tanto, el dolor, el sufrimiento y la pasión son meras situaciones pasajeras, puesto que el sufrimiento es extraño a su condición divina. Cristo no está dotado de una natura ad dolendum, esto es excluido de él; no hay en él causam et meritum doloris (Mota, 1983, p. 220). Había una valoración culposa del dolor, del sufrimiento, por eso no cabía esto en la persona de Jesucristo, adquiere esta explicación un carácter moralista, es un defectus algo imposible en la persona de Cristo. Los escritos sobre el dolor de Cristo buscaban en los autores medievales llevar a los feligreses al cambio de vita, a la meditación en el recogimiento empático. Esto se conoce en la predicación de la Edad Media como exemplata. El crucifijo viene a ser un espejo de humildad, piedad, firmeza, paciencia y constancia. Estas imágenes del Crucifijo se refuerzan con la predicación empleando un recurso llamado: exemplata, a través del cual el predicador lleva a la feligresía a un cambio de vida, a la conversión de vida, por la influencia sobre las emociones de los auditores. Afirmar el dolor en el Cristo es refrendar la encarnación del Hijo de Dios quien asume el sufrimiento humano, su dolor, “Él es un hombre de dolor” (Mota, 1983, p. 253), renunciando así a la impasibilidad.

Una consideración completamente nueva a la luz de los autores que estudian el franciscanismo y sus fuentes es el hecho que en el Cántico de las Creaturas hay una relación entre quienes construyen la paz y la reconciliación y aquellos que sostienen enfermedad y tribulación.

El tema del dolor en la perspectiva franciscana reclama estudios e iluminaciones acerca del Cántico de las Creaturas. Vale la pena decir en este momento que un estudio exegético, para quien esté interesado, no puede prescindir de la fuente titulada Gli scritti di S. Francesco D’Assisi (Esser, 2002).

Los autores dedicados a los análisis de las fuentes franciscanas sostienen que el santo de Asís era un hombre plenamente melodioso; recurso incluso en los momentos más difíciles donde la tristeza y la amargura eran sus compañeras de viaje, invita a un hermano a tocar mientras su cuerpo está azotado por el dolor (Franciscanos, 2018). El Cántico de las Creaturas es compuesto en una época de dolor y de sufrimiento, a través del canto había una apertura del ánimo a las maravillas, al reconocimiento de las maravillas de la vida. A los ojos de los estudiosos del franciscanismo, el Cántico de las Creaturas es el fruto de una persona reconciliada que lo incluye todo. Su experiencia no lo separa de la realidad material o carnal, al contrario, expone con todo su vigor la fuerza de su condición humana y carnal. En el Cántico todas las creaturas y realidades allí mencionadas pierden su carácter destructor y temible, incluyendo el dolor y el sufrimiento, es un mundo sin peligros.

Por otro lado, paradójicamente, los escritos franciscanos dan cuenta de uno de los diálogos de Francisco con sus hermanos sobre la alegría como virtud que implica y trasciende el dolor. Leamos el texto que presenta José A. Guerra, compilador de la obra titulada San Francisco de Asís, escritos, biografías, documentos de la época:

Cierto día el bienaventurado Francisco, en Santa María, llamó a fray León y le dijo:

– Hermano León, escribe, el cual respondió: – “Heme aquí preparado”. – Escribe –dijo– cuál es la verdadera alegría: Viene un mensajero y dice que todos los maestros de París han ingresado en la Orden. Escribe: No es la verdadera alegría. Y que también, todos los prelados ultramontanos, arzobispos y obispos; y que también, el rey de Francia y el rey de Inglaterra. Escribe: No es la verdadera alegría. También, que mis frailes se fueron a los infieles y los convirtieron a todos a la fe; también, que tengo tanta gracia de Dios que sano a los enfermos y hago muchos milagros: Te digo que en todas estas cosas no está la verdadera alegría. Pero ¿cuál es la verdadera alegría? Vuelvo de Perusa y en una noche profunda llego acá, y es el tiempo de un invierno de lodos y tan frío, que se forman canelones del agua fría congelada en las extremidades de la túnica, y hieren continuamente las piernas, y mana sangre de tales heridas. Y todo envuelto en lodo y frío y hielo, llego a la puerta, y, después de haber golpeado y llamado por largo tiempo, viene el hermano y pregunta: ¿Quién es? Yo respondo: El hermano Francisco. Y él dice: Vete; no es hora decente de andar de camino; no entrarás. E insistiendo yo de nuevo, me responde: Vete, tú eres un simple y un ignorante; ya no vienes con nosotros; nosotros somos tantos y tales, que no te necesitamos. Y yo de nuevo estoy de pie en la puerta y digo: Por amor de Dios recogedme esta noche. Y él responde: No lo haré. Vete al lugar de los Crucíferos y pide allí.

Te digo que, si hubiere tenido paciencia y no me hubiere alterado, que en esto está la verdadera alegría y la verdadera virtud y la salvación del alma (San Francisco de Asís, 1980, p. 85).

La narración es precisamente una invitación a interpretar la expresión verdadera y perfecta alegría en contexto de la espiritualidad franciscana y cristiana. Y la primera pregunta que el lector podría hacerse al finalizar esta narración sería: ¿cómo construir la vía que va desde el dolor que produce el rechazo y la discriminación hacia la verdadera y perfecta alegría? En otras palabras, más psicológicas y existenciales, podría enunciarse la pregunta de la siguiente manera: ¿cómo entender el dolor humano, como emoción primaria, constructora de sentido de vida, para transformarla en estado de alegría y trascendencia?

De acuerdo entonces con el texto narrativo, el dolor producido por el desprecio, la indiferencia, la exclusión y la discriminación que sufren los excluidos, al tocar las puertas del convento y ser rechazados, está muy lejos de ser asumido con paciencia y esperanza, y mucho menos con alegría y entusiasmo; puesto que todo tipo de rechazo genera frustración, resentimiento e, incluso, tristeza y melancolía.

Sin embargo, San Francisco comienza un ejercicio reflexivo y de discernimiento ante el rechazo y la discriminación que ha vivido. Intentará comparar el dolor vivido por no ser tenido en cuenta, con aquel dolor vivido y asumido por Cristo en la Cruz. Nada, absolutamente ningún dolor podría haber sido más grande que el vivido por Cristo en la Cruz.

San Francisco otorga entonces valor al acto kenótico realizado por Jesucristo, un acto de anonadamiento, incluso hasta la muerte y una muerte de Cruz, al haber sido rechazado, condenado y excluido de los vivientes. Y es allí mismo, en medio del sacrificio hecho en la Cruz, el lugar donde dilucida, a partir de su humildad, la verdadera y perfecta alegría que experimentará Cristo al haber asumido obedientemente la voluntad del Padre.

El hermano Francisco se da cuenta de que el dolor de Cristo posee un valor en sí mismo, en cuanto que otorga liberación, redención y salvación a la humanidad sufriente y a toda persona de buena voluntad que se deja acoger en los brazos abiertos en la Cruz. San Pablo lo expresará afirmando: “lejos de mí gloriarme, si no es en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo ha sido crucificado para mí y yo para el mundo” (Gálatas: 6,14, La Biblia de las Américas).

En la espiritualidad cristiana y franciscana, el dolor es un estado que se desvanece, se diluye y desaparece practicando las virtudes de la caridad y del amor. Puede decirse que las virtudes cristianas son un remedio que ayuda a disminuir el dolor humano; y cuando Jesucristo expresa: “Bienaventurados los que lloran y sienten dolor (…)” (Mateo: 5, 4, La Biblia de las Américas), es precisamente una invitación a que aquellos que están alegres, abracen, acojan a quienes están desconsolados, tristes y padeciendo un dolor intenso. Por ello puede decirse entonces que son bienaventurados aquellos que se lamentan y sufren a causa de un intenso dolor.

Conclusiones

El dolor nos hace tomar conciencia de nuestro existir en el mundo de la individualidad, de los límites y de la corporeidad. Todo ser humano ha experimentado alguna vez el dolor, por ello se afirma que es algo inherente e intrínseco a la condición humana, aunque no se quiera, no se busque, se le quiera huir o evadir, a pesar de ser en algunos casos algo inevitable.

El dolor tiene varios componentes: el fisiológico, el cognitivo, el emocional y el conductual, y se manifiesta como un obstáculo para la realización del ser humano. Pero la resignificación, especialmente dentro de lo existencial y lo trascendente, lo transforma en algo que tiene sentido y, en lugar de ser negativo para la realización personal, obtiene un valor inmensurable.

El dolor es una experiencia que cuestiona al ser humano en asuntos referentes al sentido y el significado de la vida en medio de sus traumas; dicho cuestionamiento reta a aquella persona doliente a entablar una relación con su dolor, hasta aprender a superarlo o asumirlo en forma resiliente.

Las religiones y el mundo de lo espiritual trascendente tienen como tarea coadyuvar en la transformación del hombre en pro de su humanización; al dolor, oculto en la oscuridad más profunda del ser humano, puede encontrársele respuesta a la luz de la verdad que brilla en lo más intrínseco del hombre, es así como lo espiritual trascendente y las diversas religiones pueden: liberar, transformar, unificar, trascender al ser humano llevándolo al encuentro consigo mismo a la luz de su fe o de su propósito de vida.

El dolor desde la perspectiva franciscana es muy Cristo-céntrico. En la antropología franciscana se interpreta como la persona justa, que siempre ha intentado practicar la justicia y la rectitud, por muy mal que le vaya en la vida, incluso, que padezca dolor y sufrimiento a causa del rechazo, de la discriminación y de la vulneración de sus derechos, termina encontrando más fácilmente sentido a su propio dolor, simplemente por el hecho de haber actuado en justicia y rectitud. Dichas formas de actuar hacen brotar de la misma intimidad del yo con su Dios, la verdadera y perfecta alegría en perspectiva franciscana. El hecho de ser justo produce una inmensa alegría, así no se sienta recompensado en este mundo finito.

En la espiritualidad franciscana, quien aprende a asumir el dolor como posibilidad de sentido, al estilo de Cristo, es decir, quien asume el dolor por amor a los otros, conoce la verdadera y perfecta alegría; mientras que una persona que experimenta dolor se muestra apesadumbrada, triste y desesperanzada, como si la vida no tuviese sentido, jamás alcanzará la alegría que proviene del Espíritu de Dios, incluso, no podrá trascender, terminando más bien por despertar lástima. En Tesalónica, San Pablo cuenta: “no os dejéis dominar por la tristeza como la gente que vive sin esperanza” (1Tesalonicenses: 4,13, La Biblia de las Américas).

La certeza del cristiano en perspectiva franciscana consiste entonces en conocer que el dolor, el rechazo, la discriminación y las persecuciones en este mundo no son nada comparados con la alegría que produce la amistad con Dios. Igualmente, el cristiano sabe que Cristo no ha prometido una felicidad alucinógena y banal, sino que este Jesús histórico y Cristo de la fe para el cristiano, compañero de camino para quien sufre, ha venido a este mundo a sacarle doble filo al dolor, enseñando a convertir el dolor humano-natural en un dolor sobrenatural.

Jesucristo el crucificado y resucitado nos enseña que el dolor y la muerte aportan sentido a la vida al ser vencidos en la cruz. La resurrección se convierte así en centro de nuestra fe, causa de nuestra alegría y motivo de esperanza para el creyente.

El tipo de ser humano revelado por Jesús, el crucificado y resucitado es el hombre-mujer solidarios, el calvario es señal de esperanza porque invita a asumir la cruz desde lo destructible y lo destruido de la persona, el crucificado-resucitado, re-vela, des-vela y hace visible el amor en su entrega máxima, pues deja ver al hombre solidario con los excluidos, con los despreciados y con los débiles.

Conflicto de intereses

Los autores declaran la inexistencia de conflicto de interés con institución o asociación de cualquier índole.

Referencias

Alzate, N. (2019). Alzate, N. (2019). La riqueza del concepto pobreza: una mirada hacia la celebración de los 50 años del documento MEDELLÍN. Kavilando, 66-86. Obtenido de http://www.kavilando.org/revista/index.php/kavilando/index

Ardila, R. (1978). Psicología fisiológica. México: Trillas.

Berdiaev, N. (1955). Esclavitud y libertad del hombre. Buenos Aires: Emecé.

Le Breton, D. (2002). Antropología del cuerpo y modernidad. Buenos Aires, Argentina: Nueva visión.

Colombo, G. (1999). La enfermedad: tiempo para la valentía. Bogotá: San Pablo.

Ellis, A. (1980). Razón y emoción en psicoterapia. Barcelona: Plaza & Janes.

Esser, K. (2002). Gli scritti di S. Francesco D´Assisi. Recuperado de http://www.fratellidisanfrancesco.it/index.php?option=com_content&view=article&catid=21:san-francesco-dassisi&id=71:gli-scritti-di-san-francesco:com_content&view=article&catid=21:san-francesco-dassisi&id=71:gli-scritti-di-san-francesco

Fernández, H. (2001). Acercamiento a la problemática del sufrimiento en el mundo. Cuadernos Franciscanos, 1(7), 189-191.

Forthomme, B. (2010). La antropología según el espíritu franciscano. Selecciones de Franciscanismo, (120), 381-404.

Franciscanos.org. (2018). Celano: Vida segunda de San Francisco, 26-54 [Entrada en un sitio web]. Recuperado de http://www.franciscanos.org/fuentes/2Cel02.html

Iammarrone, G. (2012). La visión del hombre en la regla bulada de los hermanos menores. Selecciones de Franciscanismo, (121), 27-49.

Jasper, K. (1978). Clarificazione della essistenza. Milano: Milano.

Juan Pablo II. (1984). Carta Apostólica Salvifici Doloris. El Vaticano. Recuperado de http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/hlthwork/documents/hf_jp-ii_apl_11021984_salvifici-doloris_sp.html

Morgan, C. T. (1968). Psicología fisiológica. México: McGraw-Hill.

Mota, R. (1983). Documentos Franciscanos en el archivo histórico de protocolos de Madrid. Madrid, España: Archivo Ibero-Americano.

San Francisco de Asís. (1980). San Francisco de Asís: escritos, biografías, documentos de la época. J. A. Guerra (Ed.). Madrid, España: BAC.

Young, J. (2001). Cognitive therapy for personality disorders. Florida, Estados Unidos: Sarasota.

Notas de autores

Luis Fernando Sánchez Sánchez

Magíster en Educación y Desarrollo Humano, Universidad San Buenaventura, Filósofo-Teólogo. Docente investigador, línea de investigación antropología, educación, formación. Grupo de investigación “Gidpad”, Medellín-Colombia. Contacto: luis.sanchez@usbmed.edu.co ORCID: http://orcid.org/0000-0001-5610-0690

Nicolás Alberto Alzate Mejía

Magíster en Teología Comparada de las Grandes Religiones, Instituto Católico de París, magíster en Bioética, Universidad Javeriana, Teólogo, Universidad de San Buenaventura. Docente investigador, línea de investigación antropología, educación, bioética. Grupo de investigación “Gidpad”. Contacto: nicolas.alzate@usbmed.edu.co ORCID: https://orcid.org/0000-0002-9146-0517

Enrique León Arbeláez Castaño

Doctor en Psicología, Universidad de San Buenaventura. Docente investigador, línea de investigación antropología, educación, bioética. Grupo de investigación “Gidpad”, Medellín-Colombia. Contacto: fartbelaezj@une.net.co, ORCID: https://orcid.org/0000-0002-8432-517

Fernando Antonio Zapata Muriel

Doctor en Teología, Universidad Pontificia Bolivariana, magíster en Psicología, Universidad San Buenaventura. Docente investigador, línea de investigación antropología, educación, bioética. Grupo de investigación “Gidpad”. Contacto: zafernando331@gmail.com ORCID: http://orcid.org/ 0000–0002–4225–6384

Luis Fernando Benítez Arias

Doctor en Filosofía, Pontificia Universidad Antonianum de Roma, magíster del Instituto Católico de París y Universidad de la Sorbona. Profesor en Pensamiento Medieval y Franciscano. Contacto: lbenitezarias@hotmail.com , ORCID: https://orcid.org/0000-0002-9472-4813