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González G., A. L. (2020). En tiempo de crisis. Perseitas, 8, pp. XVI-XX.
DOI: https://doi.org/10.21501/23461780.3576
Editorial
En tiempo de crisis
Ana Lucía González G. ss.cc
Hoy en el mundo tenemos un acontecimiento que roba la atención de todos: coronavirus, y aunque resulta triste su connotación: confinamiento, cuarentena, muerte, sin lugar a dudas este virus ha dejado al descubierto una vorágine de sentimientos y actitudes que el ser humano o se resiste a mostrar o las pasa inadvertidas.
Hace tan solo unos cuantos meses dimos la bienvenida a un año que pronosticábamos sería mejor que el anterior. Gracias a los medios de comunicación vimos cómo cada rincón del mundo daba la bienvenida al 2020 entre risas, llanto, abrazos y promesas. Sin embargo, y pese a nuestra alegría, los incendios siguieron devorando los campos de Australia dejando a su paso muerte y desolación. Ante nuestros ojos desaparecían millones de especies naturales y el hombre, cada vez más tecnificado, se mostraba impotente y tenía que huir e incluso se veía obligado a sacrificar animales que no podían refugiarse en las ciudades.
Pero no solo nos ateníamos a la fuerza de la naturaleza. EE.UU atacó con drones al poderoso general Soleimani, comandante de la fuerza revolucionaria iraní. En su funeral, miles gritaban llenos de resentimiento:–¡EE.UU va a pagar esto! A lo que vociferó como respuesta, Donald Trump, según dice Guimón (2020): “Actuamos anoche para parar una guerra. No actuamos para iniciar una guerra”.
Días después, Irán aceptaba ser el responsable de la caída del avión Boeing 737, aduciendo que “fue un error humano [en el] que se arrasó con la vida de 82 iraníes, 63 canadienses, 11 ucranianos, 10 suecos, 7 afganos y 3 británicos. Según los reportes, de las 176 personas a bordo, 15 eran niños” (BBC, 2020).
América también llora y por las calles de Chile, Colombia, Ecuador, Venezuela, Bolivia anda suelta la rebelión. El pueblo está cansado, inconforme y, beligerante, una parte de los manifestantes, cambió las palabras por la violencia, aprendió a dañar, destruir, arrasar, contaminar y, los que están llamados a proteger, empuñan un arma y comienzan una guerra donde nadie gana, pero todos pierden: un hijo, un pueblo, un ojo.
Y mientras todo esto ocurre, el resto del mundo, indiferente, continua su rumbo. Hoy, sin embargo, el mundo está detenido, estamos en casa. Un virus, que puede llegar a nosotros en una diminuta partícula de saliva, nos tiene en jaque.
Hoy en Europa, como ocurrió en China, hay miles de muertos, hospitales que sobrepasaron por mucho su capacidad de atención, calles vacías, escuelas y universidades cerradas, cementerios colapsados y aunque las campanas siguen repicando, no hay misa, aunque sí muchos creyentes en un estado laico. Este es el panorama. Hay mucho silencio, es una cuaresma perfecta, y pasamos del texto de Mateo a la vida y nos enfrentamos también nosotros a las mismas tentaciones que estremecieron a Jesús. Mateo, el evangelista, nos conduce de la mano al desierto, así como “Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto” (Mateo 4: 1-11 Biblia latinoamericana).
Las calles están casi vacías, las casas, en cambio, plenas. Nos estamos encontrando con nosotros mismos y con los otros, esos “invisibles” que por momentos parecían solo un número: madres, padres, esposas, esposos, hijos, hermanos, abuelas, en suma, nuestras familias… personas que reclaman atención y reconocimiento, pero que también nos confrontan y nos exasperan. La vida cotidiana nos enajena de nosotros y de los otros. Que sea entonces este momento histórico el que en compañía de los más próximos nos despierte del letargo en el que estamos sumidos como personas, y en efecto, como sociedad.
Mateo, en el capítulo 4, ilustra bellamente tres tentaciones: poder, ser y tener que se podrían asumir como base de la enajenación y la indiferencia en la que nos vemos envueltos.
Poder para ejecutar, poder para tener, poder para hacer. Poder para desarrollar la vacuna contra el coronavirus (China y EEUU están en fase de prueba en humanos); ¿vacuna para todos? O para quienes tienen el poder en su cuenta bancaria para comprarla; mismos que tienen el poder para comprar provisiones para dos o tres meses o más, si así lo desean ¿y qué hay de los demás? O ese poder tendencioso de quien por encima de todas las recomendaciones sale de fiesta, vacaciones o trabajo, arriesgando la vida de todos.
Frente a la tentación del poder, Jesús respondió: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios” (Mateo 4: 4 Biblia latinoamericana). Qué lindo es creer en la bondad de Dios que se manifiesta en tantas personas que hoy están luchando para salvar vidas, en aquellos que con humildad comparten el pan con quienes no lo tienen, y sobre todo, con los que han decido quedarse en casa para cuidar de los otros.
Ser: estamos en el siglo XXI, un siglo determinado por la globalización, el relativismo, la digitalización, el surgimiento minuto a minuto de nuevas culturas humanas, que van dando paso a múltiples interpretaciones del todo, y en la memoria de unos pocos quedan los rezagos de pasadas guerras, pestes, hambrunas, y lo que no debíamos repetir surge con más fuerza y el hombre contemporáneo debe recluirse en su casa, aquella que le recuerda quién es, porque al parecer olvidamos ser. Hemos abogado por un “me arrojaré al abismo y que Dios me salve”. ¡Que sea lo que Dios quiera! Nos arrojamos al abismo cada vez que atentamos contra la naturaleza, incluso en el más mínimo detalle: un papel en la calle, un grifo goteando, una luz encendida sin necesidad, una quema indiscriminada, la caza de animales salvajes, los zoológicos, el fracking, la deforestación, la manipulación genética, la prueba de maquillaje o medicamentos en animales y la lista es larga. Viene a mí un dicho popular que nos recuerda ante quién debemos rendir cuentas: Dios perdona siempre, el hombre perdona algunas veces, la naturaleza nunca.
Frente a la tentación del ser, Jesús respondió: “No tentarás al Señor tu Dios” (Mateo 4: 7 Biblia latinoamericana). Quizás, este pare en la vida de la humanidad le hacía falta al planeta, increíblemente los índices de contaminación han disminuido, somos los seres humanos “la peste” de la naturaleza, que hermosamente se recrea sola, así como la primavera que se va abriendo paso, o como los cisnes que retornan a Venecia y los cielos azules que nos cobijan en tan solo los primeros días de la cuarentena. Mientras la naturaleza se sacude, los seres humanos se desmoronan porque se les va a acabar el pan.
Finalmente, tener: después de esta crisis algo tendrá que cambiar en nuestra mentalidad. No podemos seguir actuando de la misma manera. Hoy tenemos restringida cualquier muestra de afecto; si queremos estar bien y proteger a otros no podemos aproximarnos. Nuestra rutina se reduce al tamaño de nuestro lugar de residencia, nuestra vida social a las redes, y nuestro alimento a las compras modestas que tal vez alcanzamos a hacer en algún supermercado, lo cual nos indica que podemos vivir sin alacenas llenas y lo podremos hacer, solo si como Jesús, reconocemos ¿qué o quién gobierna nuestra vida? ¿A quién le hemos dado la autoridad para que nos gobierne? Preguntas trascendentes (espiritual y políticamente) en tiempo de crisis.
No cerremos los ojos a esta realidad que tiene tanto para mostrarnos, que los muertos, que se cuentan por miles, nos indiquen el camino del encuentro, porque esto también pasará y los que quedarán se reencontrarán, ojalá para ser mejores personas, para hacer las cosas diferente, para darle su lugar a la naturaleza, al ser humano y a Dios.
Estamos en marzo, un año relativamente sin estrenar, no perdamos la fe, lo peor que nos puede pasar es vernos en el deber de edificar un nuevo comienzo, volver a empezar y de eso el ser humano sabe mucho. No permitamos que los gobiernos, la economía y los terroristas de la informática y la información nos suman en un estado tal que nos robe la paz interior; tampoco perdamos el sentido de realidad, porque eso sería peor que el propio virus, los bombardeos o las atrocidades contra los derechos humanos en todas sus manifestaciones y en todos los lugares del mundo.
Por ahora, y aprovechando este tiempo de cuarentena, recitemos el siguiente fragmento del poema No te rindas de Mario Benedetti (2017):
“Vivir la vida y aceptar el reto,
recuperar la risa, ensayar el canto,
bajar la guardia y extender las manos,
desplegar las alas e intentar de nuevo,
celebrar la vida y retomar los cielos,
No te rindas por favor no cedas…”
Referencias
BBC, N. (2020). Accidente del Boeing 737-800: Irán admite que derribó “por error” el avión de Ukraine International. Recuperado de https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-51073647
Benedetti, M. (2017). No te rindas. Recuperado de https://www.qmayor.com/cultura/poema-mario-benedetti/
Guimón, P. (2020). EE UU mata al poderoso general iraní Soleimani en un ataque con drones en el aeropuerto de Bagdad. Recuperado de https://elpais.com/internacional/2020/01/03/actualidad/1578010671_559662.html
Notas de autor
Ana Lucía González G. ss.cc
Religiosa de la Congregación Sagrados Corazones, Paris, Francia. Contacto: analuciagonz@hotmail.com, ORCID https://orcid.org/0000-0003-3530-3717