Forma de citar este artículo en APA:

Echeverri, A. (2020). San Antonio de Lisboa y “el Santo”: entre la veneración y la (¿simple?) ficción. Perseitas, 8. pp. 21-50.

DOI: https://doi.org/10.21501/23461780.3487

San Antonio de Lisboa y “el Santo”: entre la veneración y la (¿simple?) ficción

Saint Anthony of Lisboa and “the saint”: between veneration and (simple?) fiction

Artículo de reflexión derivado de investigación

DOI: https://doi.org/10.21501/23461780.3487

Recibido: 29 de mayo de 2019 / Aceptado: 6 de septiembre de 2019 / Publicado: 13 de diciembre de 2019

Alberto Echeverri

Resumen

La veneración cristiana de los santos, en especial la católica romana y la ortodoxa, plantean dificultades a la crítica de la religión cuando trata de percibir la autenticidad de la fe del creyente devoto. Ha sucedido y continúa sucediendo, respecto de san Antonio de Padua, un caso relevante en este aspecto. El presente ensayo muestra el itinerario de su vida y de algunas facetas de lo acontecido en varias latitudes tras la proclamación de su santidad, de tal manera que se procuró revisar cuánto hay de construido a lo largo de la historia y quizá de legendario en “el Santo” de los nueve siglos sucesivos a su muerte. Y proponiendo al final, con el mismo método hermenéutico que interpreta los diversos hechos, los presupuestos para una comprensión nueva de la ficción que en torno a él ha ido entretejiéndose.

Palabras clave

Devoción; Fe; Ficción; Historia; San Antonio de Lisboa; Santidad; Veneración.

Abstract

The Christian veneration of saints, especially in the Roman Catholic and Orthodox Churches establishes issues in criticizing religion on the perception of authenticity of faith of their devoted believers. Such is the situation that has taken place regarding Saint Anthony of Padua. This essay explores his life line and some of the events that took place in several steps taken to proclaim his sanctity, in such way that there was an effort to revise the history and also the legendary aspects of the “Saint” throughout the nine centuries following his death. At the end, using the hermeneutical method to interpret diverse facts for a new understanding of the fiction that has been created around him.

Keywords

Devotion; Faith; Fiction; History; San Antonio de Lisboa; Sanctity; Veneration.

La admiración hacia los personajes que han hecho la historia de un pueblo y el concomitante aprecio revelan buena parte del talante de quienes lo habitan. Otro tanto sucede en el ámbito religioso con aquellos que, muertos y a veces aún vivos, los creyentes consideran relevantes porque han realizado en su historia personal los ideales del respectivo credo. El cristianismo los llama santos: son familiares para católicos romanos y ortodoxos, pues la vida cotidiana de los creyentes pareciera estar en continua referencia a ellos; aun las comunidades protestantes, que no abundan en santos y no cuentan con los complejos procesos de las iglesias hermanas para proponerlos como tales, profesan gran estima por quienes reconocen ejemplares para su propia fe.

La santidad del franciscano Antonio de Padua no ha tenido opositores a lo largo de los casi nueve siglos que sucedieron a su muerte; será proclamado santo “subito” sin que fuesen indispensables los tiempos de las diversas etapas durante los que la Iglesia católica romana somete a pormenorizado examen la vida de aquel que los fieles estiman merecedor de ese título. Su figura hace parte del culto católico romano en Europa, América, África y Asia, como lo testimonian a través de los siglos numerosos escritos; y una rápida ojeada a variadísimos lugares y ámbitos muestra que lo ha sido y continúa siéndolo en abundancia. Mientras hay santos preferidos por las mujeres y otros por los hombres, en Antonio de Padua confluye la devoción de ellas y ellos. Y solo el fervor que inspira la madre de Jesús supera en muchos casos la adhesión a él; un segundo lugar que ningún otro bienaventurado del segundo milenio y de inicios del tercero le ha discutido hasta hoy.

Es la constitución dogmática Lumen Gentium del Concilio Vaticano II (1967) la que sobre el culto a los santos ilumina el que se dirige al que aquí nos ocupa:

Todo genuino testimonio de amor que ofrezcamos a los bienaventurados se dirige… a Cristo y termina en él, que es “la corona de todos los santos”, y por él va a Dios, que es admirable en sus santos y en ellos es glorificado (50c).

(…) buscamos en los santos el ejemplo de su vida, la participación de su intimidad y la ayuda de su intercesión… Veneramos su memoria… por su ejemplaridad pero más aún para que la unión de toda la Iglesia…se vigorice por el ejercicio de la caridad fraterna (51a).

Insistirá en ello el papa Francisco (2018) en su reciente encíclica sobre la santidad Gaudete et exsultate:

En la carta a los Hebreos se mencionan distintos testimonios que nos animan a que “corramos, con constancia, en la carrera que nos toca” (12,1)… sobre todo se nos invita a reconocer que tenemos “una nube tan ingente de testigos” (12,1) que nos alientan a no detenernos en el camino, nos estimulan a seguir caminando hacia la meta. Quizá su vida no fue siempre perfecta, pero aun en medio de imperfecciones y caídas siguieron adelante y agradaron al Señor (3).

Los santos que ya han llegado a la presencia de Dios mantienen con nosotros lazos de amor y comunión. Lo atestigua el libro del Apocalipsis cuando habla de los mártires… Podemos decir que – el Papa cita a Benedicto XVI- “estamos rodeados, guiados y conducidos por los amigos de Dios… No tengo que llevar yo solo lo que, en realidad, nunca podría soportar yo solo. La muchedumbre de los santos de Dios me protege, me sostiene y me conduce” (4).

En los procesos de beatificación y canonización se tienen en cuenta los signos de heroicidad en el ejercicio de las virtudes, la entrega de la vida en el martirio y también los casos en que se haya verificado un ofrecimiento de la propia vida por los demás, sostenido hasta la muerte (5)1.

Ya lo había hecho en repetidas ocasiones el Consejo Episcopal Latinoamericano en sus reuniones durante la segunda mitad del siglo XX y en la primera del siglo XXI. Los obispos afrontarán el tema bajo el ítem de religiosidad popular; sirvan al menos dos de las cinco asambleas. La II Conferencia en Medellín advertía que “se trata de una religiosidad hecha de votos y promesas, de peregrinaciones y de un sinnúmero de devociones, basada en la recepción…especialmente del bautismo y de la primera comunión, (…) que tiene más bien repercusiones sociales que un verdadero influjo en… la vida cristiana” (2). Y como “no todos manifiestan su religiosidad ni su fe de un modo unívoco (…) el pueblo necesita expresar su fe de un modo simple, emocional, colectivo” (3). Es “un fenómeno con motivaciones distintas (…) mixtas (…) [que] pueden responder a deseos de seguridad, contingencia, impotencia y simultáneamente a necesidad de adoración, gratitud hacia el Ser Supremo” (4). Al fin de cuentas “en la religiosidad natural pueden encontrarse gérmenes de un llamado de Dios” (6). En consecuencia, ni fácil atribución de la fe a cualquier manifestación religiosa ni rechazo inmediato de las débiles expresiones de “adhesión creyente y de participación eclesial real” (Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, 1968)2. Y Aparecida, en la V Conferencia, lo llamará “el tesoro de la religiosidad popular de nuestros pueblos” (n. 549). Quien devalúa la piedad popular o la considera modo secundario de vida cristiana “olvida el primado de la acción del Espíritu y la iniciativa gratuita del amor de Dios” (n. 263). Los convocados enfatizarán la importancia de María, de los doce apóstoles —sobre todo Pedro, Pablo y Juan—, y de san José “el silencioso maestro” (nn. 266-272) que “sabe perderse para hallarse en el misterio del Hijo”(n. 274) (V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, 2007); curiosamente, no figura entre ellos el popularísimo san Antonio.

Sin embargo, con algún temor he ido acercándome a este fenómeno que bien puede clasificarse entre los relevantes de la religiosidad popular, quizás el mayor, fuera del que tiene por objeto a la virgen María de Nazaret. Y afirmo que con temor porque, respetuoso de la autenticidad de la fe emergente en sus diversas expresiones, sigo preguntándome si quienes recurren a la protección de san Antonio tienen clara la frontera entre la historia fáctica de su vida y la ficción que con el correr del tiempo se ha ido tejiendo en torno a ella. Al mismo tiempo, a más de uno inquieta la sospecha de que en muchos casos la ficción ha ido alejando de la auténtica historia, al punto de que esta se ha tornado en leyenda y los devotos han colaborado a hacerla más legendaria; sin que, por otra parte, el hecho parezca importarles mucho. Un solo dato externo a nuestro tema ilustra tal actitud: tampoco afecta a la persistente devoción hacia san Cristóbal que ese tradicional patrono de peregrinos, conductores y navegantes haya sido excluido del santoral de la iglesia católica cuando la moderna investigación historiográfica ha comprobado que nunca existió; su imagen continúa presidiendo vehículos, casas, calles, etc.; y al menos dos ciudades latinoamericanas de cierta importancia tienen aún su nombre, San Cristóbal de las Casas (México) y San Cristóbal (Venezuela), ambas fundadas en los primeros cincuenta años del siglo XVI.

Flaco servicio a mi parecer presta ese estado de cosas al diálogo entre nuestras iglesias: en comparación con el incontable número de los santos venerados por los católicos romanos, menor es la cantidad de los reconocidos por los ortodoxos y aún más reducida la de los tenidos por tales en las comunidades del protestantismo. El asunto resulta de mayor trascendencia cuando, a propósito de la devoción católica a otros santos y santas, puede plantearse una análoga dificultad.

El método del ensayo es de preferencia hermenéutico. Inicio el recorrido con el registro de los hechos de la vida del santo, la revisión del itinerario seguido por la proclamación eclesial de su santidad y la encuesta a algunas de las innumerables leyendas que desde temprana hora hasta el siglo XXI han rodeado su figura; me interno, en consecuencia, por los entresijos de la que he llamado la ficción que sucedió a los hechos factuales, consciente de que también ella ha tenido la suya propia y de que continúa acrecentándose con toda probabilidad. Para la primera parte me sirvo de la consulta a varias obras entre la amplísima bibliografía que se ocupa de san Antonio. Para la segunda reviso una variedad de documentos recabados en la literatura, en la observación directa de las imágenes trasmitidas por la pintura y la escultura, los textos musicales y el folclor3, etc., que por lo general son consignados en la red electrónica; en general, miro a distintos continentes, algo más a Latinoamérica y, en particular, a Colombia. Tras retomar el discurso desplegado hasta entonces, mi conclusión proyecta sobre la devoción al santo una perspectiva que quiere ser diferente porque busca abrirse a la historia de las culturas en que ella nació.

Antonio de Padua es santo

Desde su juventud caminó con rectitud, halló mucha sabiduría y progresó en ella (…) Se entregó a Dios de todo corazón y en tiempos violentos fue compasivo (…) El Señor lo puso como lumbrera y lo exaltó en medio de su pueblo (Franciscanos, s,f.).

Nace nuestro personaje en la Lisboa portuguesa entre 1191 y 1195, fecha aproximada sin un registro fidedigno, de una familia pudiente, representativa de la nobleza por cuanto su padre es caballero del rey don Alfonso IX. Bautizado Fernando, cuyo significado es valiente para la paz en la antigua lengua de los godos, de su madre María Teresa, según otras fuentes, se afirman el buen linaje y la piedad cristiana. No se le conocen hermanos varones a Fernando, solo quizás una hermana, ni abundan los datos sobre su infancia, fuera de que tenía buena índole; sabemos con certeza que desde joven sufría de hidropesía y de asma. Por influjo y quizá posibles presiones familiares de un tío presbítero irá a estudiar a la escuela catedralicia de Lisboa, regentada por los canónigos regulares de san Agustín. Cumplidos los quince años, se decide por el ministerio presbiteral y entra al noviciado agustino en 1210. La amplitud de la vida en el claustro lo determinó a poner doscientos kilómetros entre el convento y Coimbra, en el estudiantado agustiniano de teología del que surgiría decenios más tarde la célebre universidad; por ese entonces desaparecen de su vida los padres, de cuya muerte no se tiene noticia. Dividida internamente la comunidad agustina del lugar, Fernando preferirá dejar la orden, y hacia 1220 vestirá el sayo grisáceo de los franciscanos, llegados a Portugal tres años antes; de ellos parece haber admirado el estilo de vida simple y el empuje apostólico; del mundo convertido en claustro por la regla monástica, al igual que Francisco dirá: “Este es nuestro claustro, el orbe que podamos alcanzar a ver” (Merlo, 2001, p. 259).

Desde los inicios de su vida franciscana, quiso cambiarse el nombre: eligió el de Antonio, padre del monaquismo. Y muy pronto, a pesar del luctuoso fracaso de los primeros cinco franciscanos martirizados por los moros, se entusiasmó con la misión de Marruecos, proyecto entrañable para san Francisco. Enfermó durante el viaje y, una vez arribó, se vio obligado a permanecer en cama por varios meses y a volver a Portugal; su retorno, todavía enfermo, terminaría en Sicilia, tras el naufragio del velero que lo trasportaba a Lisboa. Socorrido por los franciscanos del lugar, irá al capítulo general franciscano de 1221 en Asís, deseoso de conocer al fundador. Participará, por tanto, en la aprobación —cuestionada de tiempo atrás por san Francisco— de la segunda Regla franciscana que sancionará el papa Honorio III dos años más tarde.

Poco después de una breve permanencia en Forlì, recibirá el encargo de predicar a lo largo de los territorios de la Romaña, la Emilia, la Liguria, la Lombardía y las tres Venecias. Pintado por el español Juan Carreño de Miranda en 1646, el bello lienzo copiado en la basílica menor de san Marcos en Roma4, que lo muestra optando por dirigirse a los peces que lo escuchan extasiados, ordenados en dos rangos desde los pequeños hasta los más grandes mientras un grupo de ángeles niños parecieran entonar una melodía, alude a esa época: porque en Rimini los notables, hartos de sus críticas, habían tratado de envenenarlo, negándole además la posibilidad de contar con oyentes. Pero hasta la primavera de 1222 era prácticamente un desconocido. Solo el ser elegido como orador de último minuto durante la fiesta de su ordenación presbiteral en Forlì5 determinará la pública apreciación de las dotes de predicador, que además permitía a los franciscanos, cuyo reciente y singular origen colaboraba a que fueran tenidos por extravagantes e ignorantes, entrar en competencia con los doctos dominicos: el franciscano Agostino Gemelli (1932) afirmará que Antonio fue “el primero en unificar la profunda doctrina y la sencillez popular en una elocuencia irresistible” (Arnau, s.f.).

Nombrado docente por Francisco de Asís —convivieron seis años en la Orden, pero nunca se encontraron (Scandaletti, 1981, p. 157; Hardick, 1995, pp. 36-37)6 — para la formación de sus frailes, en 1223 abrirá la primera escuela conventual en Bolonia como teólogo; enseñará hasta 1225. Y a petición del papa, será enviado en 1224 por el fundador a Francia con la misión de neutralizar la acción de los albigenses o cátaros mediante el testimonio de la pobreza y la sabiduría bíblica; predicará en Montpellier, Bourges, donde participará en un sínodo diocesano (1225), Limoges en cuya fraternidad franciscana ejercerá como Guardián (1226-1227) y Brive; corresponden a esta época los testimonios sobre su actividad taumatúrgica. Muerto Francisco en 1226, el capítulo elige como sucesor a Giovanni Parenti y este, a Antonio en 1227 con el cargo de ministro provincial de la Italia septentrional, que comprendía a Milán; por entonces, el segundo territorio más arduo e importante en la naciente Orden. Nuestro santo visitará durante los tres años de su tarea los conventos y extenderá la presencia franciscana a muchos otros lugares. En Roma y de nuevo en Asís afrontará algunas desavenencias con la autoridad eclesiástica. Cansado y sintiéndose enfermo, tras entregar el oficio de provincial, obtuvo su residencia en Padua a partir de 1228; se había detenido allí por cortos períodos a finales de 1227. Tornará de nuevo a la predicación y será en la cuaresma de 1231 donde alcance el ápice de ella. Pero poco después, la tarde del sucesivo viernes 13 de junio, según algunos a los 40 años y otros a los 36, se encontrará con la hermana muerte.

Hasta aquí los datos básicos de la vida terrena de Antonio de Padua. Sin duda, un recorrido sorprendente el de este franciscano en tan pocos años. Fueron la opción personal por los marginados de la época y el empuje apostólico sometido a continuas pruebas los que determinaron la inmediatez del reconocimiento de su santidad: “atrevido con los poderosos, misericordioso con los pobres, piadoso ante todas las miserias humanas” (Scandaletti, 1981, p. 46). Ha muerto el padre santo, ha muerto san Antonio, gritaban por las calles las gentes, niños incluidos. El proceso del empoderamiento del santo que solo había residido en Padua por menos de tres años empezaría con la lucha entre clarisas, frailes y habitantes del lugar por la posesión de sus restos, los de un hombre corpulento debido a las disfunciones del metabolismo, hasta degenerar casi en una revuelta popular durante la que llegarán a esgrimirse las armas. Tendrán que intervenir en el conflicto el obispo del lugar, e incluso el gobernador civil. Será el provincial franciscano, apenas arribado a Padua, quien dirima el enfrentamiento, y solo el sucesivo día 17 podrá celebrarse el funeral7.

Pero antes de un año, el 30 de mayo de 1232, Antonio había sido proclamado santo en la catedral de Espoleto por decisión de Gregorio IX, autoerigido ante su predecesor Honorio III en protector de los franciscanos. Los testimonios habían sido abundantes; se añadieron las peticiones de magistrados y profesores universitarios, y las pruebas y contrapruebas exigidas por la investigación diocesana; el tribunal eclesiástico romano aprobará hasta cincuenta y tres milagros. El papa, que ya en vida lo había llamado arca del Testamento, solo confirmaría lo que el pueblo había aclamado desde el primer momento, dando inicio al fenómeno antoniano que verán persistir los sucesivos nueve siglos: comparable a este será el itinerario de la figura de san Francisco de Asís, canonizado por el mismo pontífice en 1228, a dos años de su muerte, y en menor grado el del español Domingo de Guzmán, fallecido en 1221 y hecho santo trece años después, en 1234, por Gregorio. Padua empezó entonces su evolución hacia un centro de afluencia de todo género de viajeros —continuará siéndolo hasta hoy— que buscaban rendir tributo al admirado fraile franciscano y, en consecuencia, se adueñó poco a poco de su nombre hasta convertirse en la ciudad del Santo. Al punto de que la expresión el Santo, sin nombre específico8, señala exclusivamente a Antonio de Padua: a los visitantes actuales, creyentes o no, se les recomienda dirigirse siempre a la basílica del Santo; otro tanto rezan los pasacalles puestos por la administración civil que señalan la calle del Santo, y comercios de todo tipo, como restaurantes y cafeterías, entre otros, que hacen uso también de la expresión en sus nombres, por ejemplo, el restaurante del Santo o la cafetería del Santo.

Única obra escrita suya, los Sermones, textos de carácter homilético, encaminados a la directa predicación sobre un fondo litúrgico y bíblico, para utilidad de los frailes, constituyen una teología querigmática con finalidad pastoral. Notable en ellos la dimensión de doctrina espiritual y teología mística9. En la encíclica Munificentissimus Deus del 1 de noviembre de 1950 con la que se proclama el dogma de la asunción de Nuestra Señora será citado por Pío XII entre los catorce doctores que hasta entonces la habían sostenido (Caraffa & Morelli, 1962, pp. 162-168; Pius XII, 1950, 18).

Numerosos fueron los papas posteriores que tejieron las alabanzas del santo paduano, entre ellos Alejandro IV, Nicolás V, Sixto IV, el franciscano Sixto V, Pío VI, Pío VII. Pío XI asignará a las fiestas de san Antonio en 1930 el lema “per Antonium ad Iesum” (Scandaletti, 1981, p.16)10; Pío XII lo proclamará doctor evangélico para la Iglesia con el breve Exsulta, Lusitania felix el 16 de enero de 1946, aunque ya en el siglo XV lo había pintado Luca Signorelli en la Capilla Nueva de la Catedral de Orvieto encabezando el coro de los doctores junto a otros dos, san Francisco y santo Domingo (Signorelli, s.f.); Juan XXIII; Juan Pablo I, colaborador del denominado Mensajero de san Antonio desde los tiempos de su ministerio presbiteral. Y otros santos por igual: Buenaventura de Bagnoreggio, Bernardino de Siena, José de Copertino, Gregorio Barbarigo, Francisco de Sales, Ignacio de Loyola, Francisco Javier y Carlos Borromeo. A ellos pueden añadirse las obras artísticas de pintores como el Giotto, Bartolomé Murillo, Jeronimus Bosch, el beato Angélico, Andrea Mantegna, Paolo Veronese, Anton Van Dick, Paul Rubens, los tres Bellini florentinos, Filippo Lippi, Tiziano Vecellio, Gianbattista Tiépolo, y el Maestro de san Francisco; de escultores como Donatello, Iacopo Sansovino y las que se encuentran en numerosas iglesias y museos, entre estos los de Berna, Espoleto y Tolosa; cierto miniaturista llegará a esculpir sobre un trozo de nuez la figura del santo, que desde el siglo XIII hace parte del sello de la provincia franciscana del Veneto; y será representado en vidrieras, sellos conventuales, platos, pilas del agua bendita, campanillas para los semovientes, espejos de Murano y marfiles11. Lo honrarán compositores como Johannes Brahms, Gustav Mahler, Antonio Vivaldi, Joseph Haydn12 y otros, sobre todo italianos13.

Sobraría señalar la infinidad de pueblos, de barrios, de plazas, de elementos del paisaje (ríos, montes, caminos, etc.), de establecimientos de todo tipo (educativos, recreativos, alimentarios, albergues, escolares, caritativos, hospitalarios, deportivos, etc.) que llevan el nombre de san Antonio, al menos en Europa y América. Por añadidura, ha sido elegido patrono de cinco complejos urbanos importantes en tres distintos continentes: Brasil, Portugal, la Custodia de Tierra Santa, Hildesheim y Paderborn. Valdría la pena encuestar a quienes allí residen, son sus dirigentes o se sirven de tales lugares para verificar si conocen ese patronazgo y el significado que le atribuyen.

Al mismo tiempo, la tradición le ha asignado múltiples tareas para las que lo ha nombrado patrono de los franciscanos, de quien ama, del matrimonio, de mujeres y niños, de los pobres, de los viajeros, de panaderos y mineros. E invita a recurrir a él: para hallar los objetos perdidos, para un parto feliz, contra la esterilidad, la fiebre, las enfermedades de los animales del campo, los naufragios, las miserias de la guerra (Schauber & Schindler, 1997, p. 290).

Un ejemplo de la acogida que tiene el santo en América Latina entre los marginados sociales se encuentra en los esclavos de un ingenio en la región del Mariel de la isla de Cuba algún siglo atrás; hallada por ellos una pequeña figura de madera negra y decomisada por los dueños de la hacienda, los esclavos la rescatan, la visten con un traje similar al de los santos y la nombran san Antonio de Padua; quizá la selección de esa identidad se haya debido a que, desde algún tiempo antes, había sido incluido entre los patronos del Congo. Y recientemente, a inicios de octubre de 2018, parte de los habitantes de la isla de Santo Domingo han comenzado a pedir a las autoridades respectivas que el culto centenario a san Antonio Negro en Yamasá, un pueblo cercano a la capital, sea reconocido como patrimonio nacional (El Día, 2017).

En Asia, la de San Antonio de Motael es la más antigua iglesia católica en Timor oriental; el lugar jugó un papel de cierta importancia durante la lucha del país por su independencia de Indonesia en 1991 (Silva, 2010). Algo más al oeste, dos años atrás, el obispo de Pune, diócesis de la India, declaraba el nuevo santuario de san Antonio "monumento de misericordia para los pobres… para responder a la devoción espontánea de los fieles cristianos y de otros credos" (Carvalho, 2016).

Una mirada a la basílica menor de santa María de la Asunción en Padua, la ciudad del Santo, como gustan llamarla sus habitantes, permite comprobar que la que ha sido su sede catedralicia desde los inicios del cristianismo ha decaído en importancia para los residentes católicos y los peregrinos de diversas religiones ante la adquirida a lo largo de los siglos por la hoy basílica pontificia dedicada al santo, que logró ese título a mediados de 1904 por voluntad de Pío X. Quizás ese hecho explique la muy diversa actitud de los obispos residentes hacia san Antonio: a pesar de ser el patrono de la diócesis, algunos ni siquiera lo nombran, otros recurren a él solo en ciertas ocasiones; incluso el vicentino Elia Dalla Costa, que celebrará en 1931 el séptimo centenario de la muerte del santo, preferirá a una homilía laudatoria la denuncia de “los innumerables cristianos” que recurren a él para la salud del cuerpo y no por la salvación del alma, llegando a “una verdadera idolatría entre ciertos devotos de san Antonio” (Scandaletti, 1981, p. 159). Las crónicas hablan también de algunos prelados que se aprovechan de los tantos festejos antonianos para recoger los dineros que posibiliten la construcción de iglesias parroquiales, casas curales y escuelas infantiles en su territorio; y del que prefiera dar un segundo lugar a la fiesta del santo, optando por ensalzar en esa fecha la recurrencia de la liberación de la ciudad (1259) de manos del tirano Ezzelino III da Romano, aliado del emperador Federico Barbarroja, si bien no puede ignorarse la frustrada intercesión de Antonio ante él una treintena de años atrás; por añadidura, otro obispo entrará a competir con los franciscanos del lugar declarando que “la devoción antoniana no es una mercancía de monopolio o un fármaco de fabricación exclusiva, sino un remedio ofrecido a todos por la Providencia” (Scandaletti, 1981, p. 161). Si se añade a todo ello la sola duración del episcopado de Girolamo Bartolomeo Bortignon, que completará 32 años a cargo de la diócesis al prolongarlo hasta sus 77 de edad a petición de Juan Pablo II al fin de celebrar el aniversario 750 de la muerte de san Antonio, tal cúmulo de datos permitiría conjeturar que la institución eclesiástica, quizá de manera inconsciente, haya propiciado la leyenda.

Casi dos siglos antes, en 1887, surge en Padua, por obra del presbítero diocesano Antonio Locatelli, la Asociación Universal de san Antonio, dependiente del obispo diocesano, a quien corresponderá nombrar en el futuro su responsable. Finalidades de la obra han sido la evangelización por medio de cuanto promueva la devoción al santo, la caridad con los menos favorecidos y la cultura religiosa. Ya el año precedente su fundador había organizado la Tipografía Antoniana, que desde 1888 hasta hoy publicará la revista Il Santo dei miracoli [El Santo de los milagros], editada en tres lenguas además del italiano, aunque no en español; busca incrementar con sus informaciones y comentarios la relación entre los miembros de la Asociación. Su enseña va expresamente dirigida a la sensibilidad: “Las palabras que nacen en el corazón llegan al corazón”; en mi opinión, la carga emocional, y a veces fantasiosa, de sus ilustraciones, relatos, noticias, etc., ha contribuido a exasperar la leyenda antoniana. Sin embargo, la Asociación anima la denominada Obra del pan de los pobres, que distribuye ese alimento todos los días a los mendicantes del lugar y a las familias necesitadas de él; más conocida en América Latina como pan de san Antonio, muchas parroquias acostumbran distribuirlo al menos cada mes, en la recurrencia de la fecha de su fiesta, llegando a veces hasta una comida completa para quien se acerca al sitio en que esta se dispensa; los beneficiarios tienen en gran estima aun el solo pan por la bendición que lo acompaña.

Terciaría en la liza por san Antonio la Obra de la Providencia San Antonio, fundación diocesana que, ideada por el obispo del lugar Girolamo Bortignon, el antes referido fraile capuchino, acoge personas con una seria discapacidad intelectual que con frecuencia está acompañada por otras formas de inhabilidad; no pocos son los voluntarios que en ella colaboran, jóvenes incluidos así no sean creyentes14. Será esta la primera de las que en muchas latitudes se establecerán como residencias y fundaciones para niños, ancianos, y hasta familias enteras, sobre todo si se trata de enfermos, en las que se brinda una ayuda en nombre de san Antonio para la salud, e inclusive la simple sobrevivencia.

Poco después, en 1898, inician los franciscanos conventuales del santuario paduano la estampa llamada El mensajero de san Antonio, al que en 1938 cambian el nombre por Mensajero de san Antonio: ¿quizá para evitar la confusión con las simpatías socialistas del histórico diario nacional Il Messaggero, con sede en Roma desde 1878? A partir de 1906 se funda la Tipografía del Mensajero de san Antonio que en pocos años se trasforma en Editorial Mensajero de san Antonio, y luego en Ediciones Mensajero Padua que, fuera de la revista —mensual en otras tres lenguas y bimensual en dos más— lanza con igual periodicidad Il mesaggero dei ragazzi [El mensajero de los muchachos] y otras publicaciones especializadas en formación litúrgica, estudios bíblicos y actualización teológica. A mediados del siglo XX, los conventuales de Argentina y Uruguay la imprimirán en español, si bien con el nombre original El mensajero de san Antonio; una edición electrónica será creada en 201315.

El solo vistazo a las fechas y los responsables de cada acción deja entrever que, cuando apenas empieza a recobrarse la iglesia católica romana en Italia de la dura prueba del Resurgimiento de finales del siglo XIX, se entabla una competencia entre dos instituciones, la de la iglesia diocesana y la de los franciscanos por hacer suyo —en analogía con lo sucedido a la muerte de Antonio— el innegable prestigio del santo. Una colaboración entre ambas partes —o las tres, si se advierte que la primera fue liderada por Locatelli y enseguida por Bortignon— habría tenido un impacto todavía mayor en los objetivos que se proponían una y otra, y aun la posibilidad de una continua y clarificadora evaluación de sus logros. De las iniciativas de distinto género que irán surgiendo en torno al santo, y en especial a su santuario paduano, se intuye que una cierta política religiosa, ante todo en el ámbito cultual, fue entretejiéndose a costa suya. Aunque, por cierto, no pueda negarse, como resultante, el positivo influjo social sobre los necesitados de varios tipos.

A estas obras antecedieron y sucedieron otras. La más notable, la Veneranda Arca de san Antonio, con estatutos propios desde 1396, responsable del mantenimiento y posteriores desarrollos de la basílica. De ella dependen: el Museo Antoniano fundado en 1895, abierto al público a partir de 1995, que conserva abundancia de reliquias reportadas en un catálogo científico; la Biblioteca Antoniana, nacida en el siglo XIII, que hoy ofrece en consulta algunos centenares de manuscritos, buena parte de ellos medievales, muchos incunables, una notable colección de ediciones hebreas, y más de nueve mil composiciones musicales dedicadas al santo; el Oratorio de san Jorge, cuyo inicio de construcción como capilla funeraria se remonta a 1377, colocado sobre el pórtico de la basílica; la Archiconfraternidad de san Antonio, erigida en 1232 bajo la dirección de los franciscanos conventuales, que promueve la devoción a san Antonio desde sus miembros laicos y clérigos, los forma en la ayuda caritativa a los pobres y auxilia a los frailes en cuanto concierna a la basílica; por último, el Centro de Estudios Antonianos, surgido en 1959 de la provincia franciscana conventual de san Antonio de Padua, con sede en el complejo monumental de la basílica, que edita la publicación científica Il Santo. Rivista francescana di storia, dottrina, arte [(El Santo. Revista franciscana de historia, doctrina, arte]); se suma a la tradición del primitivo Estudiantado Antoniano de filosofía y teología, iniciado por Antonio a deseo del mismo Francisco, quien buscaba la sólida instrucción y formación de sus frailes; llegará a emular poco después a su predecesora, la Universidad de Padua.

“San Antonio es el santo de todo el mundo” (León XIII, 1880)16: hacia la ficción

Tengo a san Antonio / puesto de cabeza / no me busca novia / ya no me interesa (Canción popular colombiana)17.

Aunque resulta obvio que no era lo que pretendía con sus palabras el papa Pecci, en mi opinión la serie de hechos ya reportados contribuirán, quizá de manera indirecta, a que la santidad de Antonio evolucionara hacia la ficción. Se sumará el descubrimiento de san Buenaventura, entonces ministro general de los franciscanos, de que la lengua de san Antonio estaba incorrupta al ser trasladados a otro lugar los restos a 32 años de la muerte. Padua acelerará entonces una de esas ocultas pero evidentes competiciones ciudadanas por enfatizar su prestigio frente al indiscutido e indiscutible predominio de Venecia, la capital de la Serenísima. Toda la región se resentirá tres siglos más tarde con ocasión de la guerra entre Venecia y la liga paneuropea de Cambrai —a la República había pertenecido Padua desde 1405— al ver casi destruida la basílica del santo, construcción iniciada solo un año después de su muerte. Además, a inicios del siglo XIX, los jacobinos de la invasión napoleónica a Italia hicieron de las suyas con la misma basílica, y de ello se resarcirían los paduanos izando en ella el tricolor de la república cuando Víctor Manuel II haga su entrada triunfal a la ciudad en 1866. Ya que la música estaba vigente en Padua desde el siglo XIII, aunque más en veste de ciencia que de arte, los frailes del Santo, así llamados por el pueblo, suministrarán muy pronto para el coro de la basílica las voces blancas: de ahí la castración de algunos novicios (Scandaletti, 1981, p. 176); el conjunto llegará a constituirse en la capilla musical antoniana; las muy variadas y persistentes composiciones musicales de autores de renombre antes señalados —que llegan hasta entrado el siglo XX— generarán auténticas elegías en honor de san Antonio por sus milagros. Y no faltará el escándalo, surgido en 1422, por la implicación de algunas monjas venecianas en sodomía y culto idolátrico, caso que fue silenciado como producto de un desconocido embaucador (Scandaletti, 1981, p. 182).

En el ejercicio profesional de la educación y la teología, tuve estrecha relación con los franciscanos. A algunos conventuales y muchos menores u observantes, como ellos mismos gustan en llamarse —al menos en Colombia se autodenominan así los segundos— en numerosas ocasiones propuse un estudio de las representaciones plásticas de san Antonio, en la pintura y sobre todo la escultura. Hubo quienes vieron la iniciativa con cierta simpatía, aunque, en general, sentí que la tomaban como una suerte de esoterismo teológico. Estoy convencido, sin embargo, de que la composición de la imagen del santo, difundida por todas partes como recordábamos atrás, revela más de lo que a primera vista logra percibir un investigador del hecho religioso.

Limitada es la cantidad de esculturas antonianas que muestran al santo sin un niño en brazos. En uno y otro caso, la figura es la de un joven entre los 20 y 30 años, casi efébico, con la cabeza descubierta en la que resalta la tonsura clerical, vestido con el típico hábito franciscano de color habano y con un lirio cercano o que él mismo toma entre sus manos; pocas son las oportunidades en que estas muestran un libro. Será la imagen del niño en sus brazos, un infante de tres a cinco años, semidesnudo o vestido ostentosamente, la que adquiera una relevancia indiscutible18: a veces mira al santo, en otros momentos le acaricia una mejilla; en ocasiones, y por lo general, con sus ojos fijos en el rostro de Antonio, se sienta sobre un libro sostenido por este en una mano o lo muestra el joven en la mano libre; a veces el pequeño dirige la mirada al espectador mientras sus pequeñas manos imitan los símbolos tradicionales del Cristo pantocrátor bizantino: en la derecha une verticalmente el índice y el anular mientras mantiene sueltos los restantes, y en la palma de la izquierda, a cambio del pergamino de la Escritura sacra, sujeta un pequeño globo que alude a su señorío sobre el mundo. Nótese que, junto a la Virgen María, es Antonio el único bienaventurado varón extrabíblico que tiene al niño en brazos; de esta manera, la tradición antoniana ha explotado, tomándola del propio testimonio del franciscano, una experiencia que, a todas luces, parece más mística que milagrosa; y, dato curioso, minimizando en la aparición de Jesús niño el ejercicio misericordioso del taumaturgo que sanaba a los enfermos y moribundos, además de ejercitar la espléndida caridad que desde el inicio lo hizo tan famoso. Queda en claro que los diferentes diseños de su imagen se remontan a épocas artísticas específicas, originadas en intereses de muy diversa índole, pero los devotos de san Antonio la han esparcido por todo el mundo sin atender —al menos en la mayoría de los casos— a la búsqueda de un eventual significado histórico. Por otra parte, a propósito de la reducción de la imagen antoniana a una estatuilla, hay que advertir que su comercialización generalizada parece ignorar que tiene a la base la tradición africana de que estas contienen la fuerza vital, aseguran la propiedad de la familia y solo quedan consagradas tras los ritos apropiados, cargados de fuerza religiosa; y quizá también que son “habitáculo de la fuerza de un genio” (Chevalier y Gheerbrant, 1986, pp. 482-483): ¿el genio y la energía del santo y la familia paduana?

Hacen presencia otros elementos en las esculturas descritas. El lirio (sustantivo de origen griego) o azucena (nombre árabe de la misma planta) en general es sinónimo de blancura, y por eso de pureza y virginidad; según la tradición bíblica, simboliza elección, la del ser amado y, en consecuencia, el abandono a la voluntad de Dios (Chevalier y Gheerbrant, 1986, pp. 651-652). El cabello corto, que entre los celtas llevaban los inferiores —los cabellos largos eran exclusivos de reyes y aristócratas—, en Antonio alude, más allá de la tonsura clerical de norma con origen penitencial, a su renuncia a toda prerrogativa y a todo poder, los propios del franciscano desposado con la dama pobreza (Chevalier y Gheerbrant, 1986, pp. 218-221). Si bien el hábito monástico —y lo es todavía el de las órdenes conventuales— “puede tener por fin el ocultar el aspecto individual del cuerpo”, la simplicidad del que viste Antonio, el sayal típico de la tradición franciscana, señala sin duda a la prevalencia de su consagración bautismal sobre cualquier otro distintivo; en cambio la desnudez de Adán y Eva aparece como “símbolo de un estado en que todo está manifestado y no velado” (Chevalier y Gheerbrant, 1986, pp. 412, 1062).

Hay que resaltar que las efigies de san Francisco, un santo también milagroso para muchos católicos, está bien lejos de este tipo de figuración. Pero el contraste resulta todavía mayor si se atiende a las imágenes que, desde hace ya siglos, han sido esculpidas o pintadas en Occidente de aquel a quien presentan los evangelios de la infancia como padre iniciático de Jesús: a mi parecer, si alguien tiene no solo la misión, sino también la histórica coherencia evangélica de mostrarse con el niño Jesús en brazos o cercano a él es por cierto José de Nazaret. De hecho, el arte occidental de los últimos siglos incluye en su imagen esta escena, pero con el correr de los tiempos, el judío joven de los iconos bizantinos y de buena parte del arte medieval ha sido remplazado por un anciano que acuna al niño, está en pie junto al hijo adolescente, trabaja con él o a la hora de la muerte es asistido por Jesús ya adulto. Y la innegable y caudalosa devoción del pueblo católico romano preferirá entonces al joven Antonio sobre el anciano san José: los países mediterráneos de Europa no tendrán dificultad alguna en celebrar el tradicional día del padre en la fiesta de san José (¿un anciano?). A ello se suma la irrupción en la piedad popular de las imágenes de Jesús niño —¡siempre solo! —, la del Niño de Praga en varias naciones de Europa y la del Divino Niño en países como Colombia, Panamá, Venezuela y Ecuador19. Una vez más el individualismo globalizante del último siglo ha tomado la delantera sobre la interrelación humana predominante en los escenarios bíblicos. ¿Consecuencia quizá del marianismo que pretendía salvaguardar la virginidad de María, la madre de Jesús, por medio de un hombre mucho mayor que ella?20

Las consecuencias han ido progresando. El día de los enamorados en varios países latinoamericanos se celebra desde mediados del siglo XX, el 12 de junio, recurrencia a la que ha sido trasladada la fiesta de san Valentín —en el Santoral católico romano el 12 de febrero—, de tal manera que la del patrono de los enamorados coincida con la víspera de la dedicada al bienaventurado casamentero, el 13 del mismo mes: por supuesto que sin ninguna responsabilidad del paduano, “ese día los moteles facturan millones, y desde marcas de preservativos hasta centros de depilación lanzan campañas para atraer a amantes dispuestos a todo (Tele13, 2015)”; la iniciativa brasileña de la elección de la fecha no fue por demás nada piadosa: un famoso publicista del país decidió tomar esa medida pues en el mes de junio escaseaban las ventas. De allí que en los medios sociales de comunicación del subcontinente abunden las súplicas al santo, unas más poderosas o infalibles que otras, para que beneficie con una buena pareja tanto a hombres como mujeres, en principio solteros, o para volver a encontrarse con el novio o la novia que los ha abandonado21. No son de extrañar entonces los litigios entre los devotos de un municipio del Atlántico, en Colombia, porque el artista encargado de restaurar una imagen de san Antonio la ha recargado de maquillaje en labios y cejas (Duván, 2018). Y en Colombia también, Tomás Carrasquilla, maestro de literatura costumbrista, escribirá San Antoñito, que relata la historia de un jovencito rodeado de leyendas piadosas por los vecinos del pueblo que lo tienen por santo, cultivado como tal para el sacerdocio con el nombre piadoso de san Antoñito por un grupo de mujeres devotas; el futuro candidato a los altares resultará ser un vividor que nunca se ha hecho presente en el seminario para el que ha recibido una beca costeada por sus protectoras, y que un día, sin despedirse de ellas, se escapa con la muchacha más joven del pueblo (Mosquera, 2000).

Reconocida la realidad fáctica de que en América Latina se fusionan las etnias africanas negras, las indígenas del propio continente y las blancas europeas advenedizas, resulta significativo el influjo de la que conocen los historiadores como herejía antoniana procedente del África y exportada en masa por los portugueses a América, hartos de los esclavos simpatizantes de ese movimiento a los que envían al nuevo mundo a inicios del siglo XVIII. Nacida entre 1684 y 1686 cuando el reino del Kongo estaba decayendo, Kimpa Vita (doña Beatriz por su nombre bautismal), una congolesa sacerdotisa-curandera versada en el tratamiento de males sociales, anunciará en 1704 que había muerto por una enfermedad y subido al cielo, donde san Antonio le había ordenado regresar a la tierra para mudarse a la capital, reconstruirla por la paz y la concordia y devolver a los campos su fertilidad; según ella, cada viernes moría, iba al cielo a recibir nuevas instrucciones y resucitaba el domingo. Afirmará que Jesús, María y san Francisco eran negros, nacidos en determinados lugares del país y por eso congoleses de linaje, la Biblia un objeto de la brujería europea y san Antonio el más importante de todos los santos por ser el patrono de los desvalidos y humildes, por encima de los ángeles y de la Virgen María, en fin, el segundo Dios. En conclusión, los congoleses debían separarse de toda práctica religiosa extranjera. Invitada a retractarse de sus errores y habiéndose negado a ello, culpable de xenofobia, herejía y posesión por los demonios —según los detractores—, fue quemada en la hoguera públicamente el año 1706, entre los 20 y 22 años, en presencia de los dos capuchinos enemigos del movimiento. Había logrado en tan solo un par de años que muriera la forma de san Antonio, pero no el santo mismo, aseguraban los seguidores mientras recogían fragmentos de sus restos y los guardaban en forma de reliquias, amuletos para ellos. Esto explica por qué las estatuillas en las que el santo porta al niño, el más temido instrumento mágico de brujería para el medio popular congolés, resulten hoy tan difundidas en África y América, y aun entre los negros de Estados Unidos. Y que los devotos maltraten la imagen de san Antonio, golpeándola o insultándola, para que conceda con mayor rapidez lo que se le pide (Gentile Lafaille, 2013, p. 868). Con las estatuas portátiles de san Antonio o a falta de ellas, los cuadros enmarcados con las estampas impresas en que campea su imagen, bailan los pobladores afroamericanos en el departamento colombiano del Chocó durante las celebraciones de la que es, con mucho, la fiesta religiosa por excelencia, la de San Pacho, san Francisco de Asís; y el licor a raudales la han preparado durante veinte días; su origen se remonta a 1635 (González, 2017).

Pero esta atractiva liturgia aumenta la problematización de nuestro tema cuando quienes la practican recurren de ordinario al Candomblé, una religión de origen afrobrasileño, muy difundida en Sudamérica. En ella se practica el culto de los orixas, representaciones antropomorfas de las fuerzas de la naturaleza, espíritus que son emanaciones del dios único; de ahí que se identifique, al menos en algunas regiones, a san Antonio con Ogun, el espíritu guerrero encargado de procurar el alimento a los demás orixas. Al Candomblé se suma la Umbanda, que junta elementos del catolicismo romano con creencias indígenas y con espiritismo. Y la Macumba que, al penetrar en los territorios de la brujería, prefiere invocar los espíritus de los muertos (Gentile Lafaille, 2013, pp. 864-866).

Es interesante que la cultura africana haya identificado, de alguna manera, al Antonio egipcio con el paduano. Milagrosos ambos, sus devotos en África y América recurren al segundo como salvador de la muerte por inanición, curador de la esterilidad, patrono de los amputados, patrono de los buques hundidos; y a uno y otro indistintamente para reencontrar objetos perdidos y personas desparecidas. Pero el impacto, difusión y significado del culto a san Antonio de Padua, al que muchos llaman san Antonino para distinguirlo de san Antonio abad, se complejiza aún más desde esta perspectiva. Ha llegado a la creación de un rosario dedicado a él; de letanías que lo invocan (Aciprensa, s.f.), de una oración que, con la medida del Niño, que recurre a una cinta azul de 30cm de largo, la altura del niño que el santo tiene en brazos; y, en fin, a las tradicionales novenas en su honor, una de ellas dirigida a la poderosa sandalia del santo que al poco tiempo se trasformará en las poderosas sandalias del mismo (Gentile Lafaille, 2013, pp. 866-868).

A pesar del empoderamiento que los cristianos negros del África han ido haciendo del santo paduano, suele reconocerse que ese mismo hecho ha contribuido a la dinámica de sincretismo religioso típico de América Latina a través de los esclavos venidos de aquel continente. Si bien para el caso colombiano hay que tener en cuenta el particular perfil de los esclavos que vivieron entre nosotros:

El tráfico de los negreros y la cuestión esclavista se profesionalizaron tanto que lograron que prácticamente todos los esclavos, sobre todo los descendientes de esclavos, apenas tuviesen alguna relación cultural con su pasado africano… La esclavitud no fue una institución fundamental en la vida colombiana…”, lo que “ayuda a entender el carácter fuertemente hispánico de los negros colombianos… y el carácter fuertemente hedónico y aislacionista que tuvo su cultura hasta el siglo XX… Esto tiene que ver más con un esquema de poblamiento indiano-americano que con cualquier modelo de poblamiento africano (Serrano, 2018, pp. 104, 106, 107).

A manera de conclusión

“La vida como necesidad de una afirmación en tránsito, en transformación incesante (…) No debe preocuparnos el sonido de la piedra que cae sobre el agua, sino la duración de las ondas que nacen de su caída” (Zemelman, 2007, p. 187).

No puede ser mayor la contundencia del Catecismo de la Iglesia Católica (Vatican, s.f.):

La idolatría (…) es una tentación constante de la fe. Consiste en divinizar lo que no es Dios (…) La superstición es una desviación del culto que debemos al verdadero Dios, la cual conduce a la idolatría y a distintas formas de adivinación y de magia (2113, 2138).

Los santos, afirman Dué y Laboa (1998), “se convirtieron en algunos casos en una especie de divinidades de segunda clase especializadas en la curación de enfermedades o en la consecución de algunas gracias especiales” (p. 191). En contraste, la iglesia ortodoxa de Etiopía tiene entre sus santos al procurador romano que condenó a muerte a Jesús: Poncio Pilato, convertido al cristianismo, habría conservado los lienzos de la sepultura del Señor, entre ellas la Sábana Santa; y el monasterio ortodoxo de Grabarka, en la Polonia católica que honra a Nuestra Señora de Czestochowa, ofrece a los fieles, entre quienes pueden contarse también católicos romanos, la oportunidad de escalar, de rodillas y cargados sobre las espaldas de pesadas cruces, el monte donde un ángel se apareció a cierto campesino que por los tiempos de la Segunda Guerra Mundial profetizaba el fin del mundo.

El muy antiguo origen del criollo americano (el indiano, según los historiadores contemporáneos), procedente en su mayor parte de los cristianos nuevos que vinieron al continente en las naves de los conquistadores, sigue planteando serios interrogantes a los estudiosos del culto a los santos cristianos: ni siquiera el certificado de pureza de sangre, que la intransigente Inquisición de la península fue exigiendo con el correr del tiempo a la Corona respecto de los viajeros de Indias, logró que todos los que figuraban como bautizados fuesen cristianos efectivos. El mundo eclesiástico de la época “siempre sospechó que la teología de los conversos era demasiado simple”, más aún “primitiva”, según el oidor regio Juan Antonio Mon y Velarde que visitará el virreinato de la Nueva Granada hacia fines del siglo XVIII (Serrano, 2018, pp. 121-122); y bien puede afirmarse que será la que distinga durante siglos a los descendientes. La tranquilidad primitiva de los territorios recién conocidos, unida al necesario refugio económico de quienes empezaban a poblar la Nueva Granada y a la protección de sus costumbres religiosas, sirvió para que tanto estos como sus esclavos negros y los indígenas resguardados por los gobernantes españoles fueran evangelizados sin necesidad de grandes cambios en las creencias originales de los dos últimos, y con la aceptación silenciosa de las encontradas en el nuevo mundo por los primeros. Con las excepciones de rigor entre las escasas gentes que lograron una suerte de educación crítica entre el siglo XVI y el XIX, esta situación da razón, al menos en parte, del porqué de cuanto hemos explicitado en las páginas que preceden respecto de la veneración de un santo como Antonio de Padua. En particular por cuanto atañe a la actual Colombia, merecedora de cierta preferencia entre los cristianos nuevos22 que, sin embargo, viajaron también abundantes a los otros territorios de América Latina y se fusionaron, en mayor o menor medida, con indígenas y negros. Pero

solo podemos existir si tomamos rodeos… La cultura consiste… en… la recompensación de los rodeos. Por eso tiene la cultura el aspecto… de racionalidad deficiente… Ahora bien, los rodeos son los que dan a la cultura la función de humanizar la vida… El mundo recibe sentido merced a los rodeos en él de la cultura (Blumenberg, 1992, pp. 116-117).

A medida que avanzaba en la investigación, que contrastaba la verdad histórica y la leyenda desde los párrafos introductorios, he ido percibiendo el ambiguo pero decisivo influjo del ámbito cultural en la expresión de la fe. De ahí la imprescindible mirada al concepto mismo de ficción. Este suele emplearse para indicar que algo es falso, que carece de verdad, pero no por fuerza sinónimo de fantasía, de irrealidad. Porque los personajes y ambientes producto de ella han surgido de personas y geografías situadas en algún ámbito del mundo real y porque, producto también histórico, tales autores han buscado con la ficción dar un sentido nuevo a la realidad que viven. “La ingeniería puede existir sin la arquitectura, la arquitectura sin la ingeniería no resulta posible”, advirtió en alguna ocasión el ingeniero que colaboraba con él al gran maestro y artista-arquitecto suizo Louis Kahn (1900-1974)23, y este supo aceptarlo; si se permite la analogía, la devoción a los santos no puede estar en pie sin la historia porque es ella la que confiere sus raíces a la creatividad humana. Aunque no falten quienes sostienen que en el mundo hay religiones sin hechos históricos factuales en su misma base, cierto que con la fe cristiana sucede lo contrario, su esencia está referida desde los orígenes a personas y sucesos registrados en la historia de un conjunto de culturas. Pero de ella se empoderan los hombres en tanto sujetos de su propia existencia en el mundo. Y en esa medida, “la historia es lo historizable en tanto que ampliación de la subjetividad” (Zemelman, 2007, p. 10). La ficción en asuntos de fe se torna entonces metáfora24, nacida de cuanto vivió, en nuestro caso, Antonio de Padua, pues alude a personajes y mundos abiertos que lanzan más allá de su propio entorno, e inclusive de la conciencia de sí mismos, a quienes la generan. Vale decir que los devotos de san Antonio tendrán, así como base, sea que lo sepan o que no tengan conciencia permanente de ello, una realidad histórica, aunque mirada desde una óptica nueva, inédita. Sin embargo, a fin de que su culto no sea sinónimo de irrealidad, de sola fantasía generadora de mundos que no son siquiera posibles, habrá de reflejar en alguna medida el evangelio vivido por el santo y al que ellos quieren sumar su trabajo cotidiano, sus preocupaciones, sus alegrías, sus frustraciones, su dolor, su necesidad de vivir con otros y con los demás seres vivos, con toda la creación. Lejanísimos por tanto de cualquier forma de explotación de la realidad para su exclusivo beneficio individual. Y con buena paz de los hermanos de otras iglesias cristianas, en la medida en que estos vivan perspectivas similares. A condición pues de que, en palabras de un proverbio de origen checo recordado por Milan Kundera (1995), quienes profesan esa fe “contemplen las ventanas del buen Dios” (p. 11). O, en las de un viejo amigo ya fallecido de quien sigo sintiendo la ausencia, con las que sin duda se identificarían cuantos han sido el objeto de nuestro estudio: “He aquí el imperativo del futuro: la trascendencia ha de ser alegría de estar y de sobreponerse. Alegría antes que trascendencia” (Zemelman, 2007, p. 11).

Conflicto de interés

El autor declara la inexistencia de conflicto de interés con institución o asociación de cualquier índole.

Referencias

Aciprensa. (s.f.). Letanías a san Antonio. Recuperado de https://www.aciprensa.com/recursos/letanias-de-san-antonio-2478

Arnau, J. A. (s.f.). San Antonio, maestro de predicación evangélica. Acción Antoniana. Recuperado de http://www.ofmval.org/40aa/40/6/209/14predica.php

Barrera Burgos, M. E. [Youtube]. (11 de mayo de 2019). Oración infalible a San Antonio [Video file]. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=lt5OuhQ9uNk

Blumenberg, H. (1992). La inquietud que atraviesa el río. Un ensayo sobre la metáfora. Barcelona: Península.

Caraffa, F., & Morelli, G. (1962). Antonio di Padova, santo. En Bibliotheca Sanctorum. Roma: Istituto Giovanni XXIII / Pontificia Università Lateranense, II.

Carvalho, D. N. (2016, mayo 26). Obispo de Pune: El nuevo santuario de san Antonio, “monumento de misericordia” para los pobres. Recuperado de http://www.asianews.it/noticias-es/Obispo-de-Pune:-El-nuevo-santuario-de-san-Antonio,-%E2%80%9Cmonumento-de-misericordia%E2%80%9D-para-los-pobres-37603.html

Chevalier, J., y Gheerbrant, A. (1986). Diccionario de los símbolos. Barcelona: Herder.

Concilio Vaticano II. (1967). Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium. En Documentos del Vaticano II. Constituciones, decretos, declaraciones 2ª ed., (pp. 21-109). Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos.

Corominas, J. (2000). Breve diccionario etimológico de la lengua castellana. Madrid: Gredos, 3ª edición.

Dué, A. (1998). El culto a los santos. Atlas histórico del cristianismo. Madrid: San Pablo.

Duván Ruiz, I. D. (2018, agosto 31). Polémica por fallida restauración de escultura de San Antonio de Padua. Recuperado de https://www.rcnradio.com/colombia/caribe/polemica-por-fallida-restauracion-de-escultura-de-san-antonio-de-padua

El Día. (16 de junio de 2017). Propone que culto centenario a San Antonio Negro en Yamasá sea reconocido como Patrimonio Nacional. Recuperado de https://eldia.com.do/propone-que-culto-centenario-a-san-antonio-negro-en-yamasa-sea-reconocido-como-patrimonio-nacional/

Franciscanos. (s.f.). Textos de la misa de san Antonio de Padua. Recuperado de http://www.franciscanos.org/agnofranciscano/m06/MisaSanAntonioDePadua.pdf

Francisco. (2018). Exhortación apostólica Gaudete et exsultate sobre el llamado a la santidad en el mundo actual. Recuperado de http://w2.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20180319_gaudete-et-exsultate.html#Los_santos_que_nos_alientan_y_acompa%C3%B1an

Gentile Lafaille, M. E. (2013). Expresiones populares de la devoción a San Antonio de Padua en la República Argentina, siglos XX-XXI. San Lorenzo del Escorial: El patrimonio Inmaterial de la Cultura Cristiana.

González, A. (2017). La fiesta de San Pacho, el alma del Chocó. Recuperado de https://www.semana.com/contenidos-editoriales/atrato-el-rio-tiene-la-palabra/articulo/fiestas-de-san-pacho-en-el-choco/551256

Hardick, L. (1995). Antonio, il santo di Padova. Vita, leggenda, pensiero. Roma: Città Nuova.

La Rosa, M. J., y Mejía, G. (2017). Historia concisa de Colombia (1810-2017). Bogotá: Debate.

Merlo, G. G. (2001). Il cristianesimo latino bassomedievale. En Filoramo, G. & Menozzi, D. Storia del cristianesimo. Il Medioevo. Bari: Laterza.

Mosquera Salazar, S. A. (2000). Taller de literatura a través de los cuentos de Tomás Carrasquilla. Recuperado de https://intellectum.unisabana.edu.co/bitstream/handle/10818/5848/128260.pdf;sequence=1

Oraciones y novenas milagrosas . [Youtube]. (11 de julio de 2019). Oración a san Antonio de Padua para que tu ex pareja regrese arrepentido [Video file]. Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=tKorhVkx7-k

Pablo VI. (1975). Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi. Recuperado de http://biblio3.url.edu.gt/Libros/2012/Doc_SocIgle/12.pdf

Pius XII. (1950). Constitutio apostolica Munificentissimus Deus qua fidei dogma definitur Deiparam Virginem Mariam corpore et anima fuisse ad caelestem gloriam assumptam. Acta Apostolicae Sedis, 17(42), 753-771. Recuperado de http://www.vatican.va/archive/aas/documents/AAS-42-1950-ocr.pdf

Quinta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. (2007). Aparecida, Brasil, 13 a 31 de mayo de 2007. Documento conclusivo. Bogotá: Celam & San Pablo & Paulinas.

Santos, I. M. (2015). Do altar ao palco: Santo António na tradição literária, artística e teatral em Portugal e em Espanha. Lisboa: Universidade de Lisboa. Recuperado de http://hdl.handle.net/10451/16154

Scandaletti, P. (1981). Antonio da Padova. Milano: Rusconi.

Schauber, V. & Schindler, H.M. (1997). Santi e patroni nel corso dell´ anno. Città del Vaticano: Libreria Editrice Vaticana.

Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (1968). Bogotá, 24 de agosto; Medellín, 26 de agosto a 6 de septiembre de 1968. Conclusiones. Bogotá: Secretariado General del Celam.

Serrano, E. (2018). Colombia: historia de un olvido. Bogotá: Planeta.

Silva, I. (2010, junio 12). Devoção a Santo António em Timor-Leste. Recuperado de https://www.capuchinhos.org/franciscanismo/santo-antonio-de-lisboa/devocao-a-santo-antonio-em-timor-leste

Signorelli (s.f.). San Antonio en el coro de los doctores. Recuperado de http://www.ofmval.org/40aa/40/6/209/14predica.php

Tele13. (2015, junio 12). ¿Por qué en Brasil el día de los enamorados es el 12 de junio? Recuperado de https://www.t13.cl/noticia/tendencias/por-que-en-brasil-el-dia-de-los-enamorados-es-el-12-de-junio

Vatican. (s.f.). Catecismo de la iglesia Católica. Recuperado de http://www.vatican.va/archive/catechism_sp/index_sp.html

Zemelman, H. (2007). El ángel de la historia: determinación y autonomía de la condición humana. Ideas para un programa de Humanidades. Barcelona: Anthropos.

Notas de autor

Alberto Echeverri

Postdoctor en Educación de la Universidad Pedagógica Nacional, Bogotá. Profesor ocasional en la especialización en Desarrollo Humano con Énfasis en Creatividad y Procesos Afectivos, Facultad de Ciencias y Educación, Universidad Distrital Francisco José de Caldas, Bogotá, Colombia. Integrante del grupo de Investigación “Sagrado y Profano”, adscrito al Instituto Colombiano de Estudio de las Religiones (ICER) y a la Universidad Industrial de Santander (Colombia). Contacto: escarabajo4747@gmail.com, ORCID: 0000-0002-3570-6770


1 El Papa nombra algo más de una treintena de santos a lo largo de su texto, varios de ellos de raigambre popular, por lo general con alguna referencia a hechos de su vida o a sus palabras, pero está ausente san Antonio. No es de extrañar entonces que, a pesar de que explicita la publicación del documento “en la fiesta de san José”, tampoco incluya a este en ninguno de los párrafos de la exhortación.

2 El documento cita la Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi de Pablo VI (1975, 48).

34 Estoy muy agradecido con Hernán García, pintor, escultor y crítico artístico, incluida la música, quien ha evaluado acuciosamente los apartes en que mi texto aluden a esos temas. Amigo colombiano de vieja data, arquitecto de profesión y estudioso del arte desde hace más de cuarenta años, reside en Estados Unidos.

4 El original, obra de Paolo Veronese, reposa en el Museo del Prado en Madrid. Se puede consultar en el siguiente enlace: www.museodelprado.es/coleccion/obra-de-arte/san-antonio-predicando-a-los-peces/dac13724-1867-4070-837f-f092733afc21

5 La historicidad de esta fecha ha sido controvertida por Lothar Hardick (1995) en su texto Antonio, il santo di Padova. Vita, leggenda, pensiero (pp. 39-40). La Bibliotheca Sanctorum (II, p.156) la ubica “probablemente” en Coimbra, siendo Antonio todavía agustino, en 1219, un año antes de dejar la Orden.

6 De opinión contraria, Caraffa & Morelli (1962, p.160). Interesante anotar el asunto del minoritismo paduano, un estilo de vida conventual resultado del pensamiento y la obra de Antonio, que contrastaría hasta cierto punto con el de Francisco; el tema ha comenzado a investigarse desde hace poco (Merlo, 2001, p. 261).

7 Se sugiere la consulta adicional de varias fuentes:

Sobre su vida y personalidad: Caeiro, F. da G. (1995). Santo António de Lisboa, 2 vols. Lisboa: Imprensa Nacional-Casa da Moeda; Strappazon, V. (2008). Vida de San Antonio de Padua. Madrid: San Pablo.

Sobre la familia del santo: Lopes, F.F. (1953). Notas Antonianas: a família de Santo António de Lisboa. Colectânea de Estudos de História e Literatura (2ª série) 1, 88-105; Gamboso, V. (1999). La famiglia di Sant’Antonio. Il Santo, 39, 765-772.

Sobre la datación de los hechos de su vida: Gamboso, V. (1981). Saggio di cronotassi antoniana. Il Santo, 21, 515-598.

8 Tan solo la Italia, pródiga en santos, identifica de esa manera a san Antonio; cosa que no sucede ni siquiera en el caso del popularísimo padre Pío (san Pío de Pietrelcina, de reciente canonización). Nótese de paso que la expresión el Santo la reserva la antiquísima tradición bíblica para señalar, sin darle un nombre preciso, a Yahvé Dios, el Santo o Santo de los Santos. Por otra parte, son contados los católicos romanos que algo saben sobre san Antonio abad, el antiquísimo santo africano nacido en Egipto, que vivió entre los años 253 y 358, uno de los padres del desierto y maestro de vida monástica; mayor familiaridad con él muestran las tradiciones africanas negras, no siempre cristianas, dada la profunda estima que tienen por los antepasados.

9 Sobre los sermones y otros datos hagiográficos: Rema, H.P. (1998). Introduções às traduções das fontes hagiográficas e dos sermões. En Fontes Franciscanas III. Santo António de Lisboa, 3 vols., Braga: Editorial Franciscana. Recuperado de http://psantonio.org.br/wp-content/uploads/2014/10/I-Bula-de-canoniza%C3%A7%C3%A3o.pdf.

10 No conozco otra divisa similar fuera de la clásica “Ad Iesum per Mariam” [A Jesús por María], de origen montfortiano: su autor vivirá entre la segunda mitad del siglo XVII y la primera del XVIII.

11 A juicio de Hernán García (comunicación personal, 12 de enero, 2019), resultan poco logradas las pinturas y esculturas que representan a Antonio de Padua. Pues en general, y con algunas excepciones, “los santos no han contado con la atención, concentración y, en definitiva, la devoción para plasmar el santoral por parte de los grandes artistas; de hecho, no figuran santos en la lista de sus mejores obras; y habría que investigar para saber dónde están esas obras porque no son precisamente objeto de reverencia artística”. Comparto su opinión sobre esta “especie de divorcio no publicitado”, expresión suya. Para un futuro estudio al respecto: I difensori e i nemici delle immagini. Lo scisma d´Oriente en Caroli (2008), Il volto di Gesù. Storia di un´immagine dall´antichità all´arte contemporanea.

12 Nótese que, sin embargo y siempre de acuerdo con Hernán García, las composiciones de Brahms y de Haydn les han sido erróneamente atribuidas; y Mahler dedicó a él una sola de doce canciones, inspirada en la predicación a los peces que, en opinión del mismo compositor, “es una sátira dirigida al público por tener oídos sordos y también al santo por contentarse con oyentes que no podían opinar sobre el sermón”.

13 También la narrativa, y sobre todo el teatro, ha contribuido a la popularidad del santo y a la devoción hacia él; véase por ejemplo la tesis doctoral de Santos (2015) titulada Do altar ao palco: Santo António na tradição literária, artística e teatral em Portugal e em Espanha que se puede consultar en http://hdl.handle.net/10451/16154

14 Para conocer un poco más acerca de la Providencia San Antonio se sugiere seguir su sitio web: http://www.operadellaprovvidenza.it/

15 Alguna atención recibía el santo por parte de la teología en Colombia en los años noventa del siglo XX. Véase por ejemplo el número cuasi monográfico de la Revista de Espiritualidad Latinoamericana, 3/9, 1995, del Instituto Franciscano de Espiritualidad Latinoamericana, ubicado por entonces entre Chía y Bogotá; fue uno de los muchos estudios publicados en varios continentes por esa época al celebrarse el VIII centenario del nacimiento del santo.

16 Al recibir en audiencia a un grupo de paduanos, guiados por el padre Locatelli.

17 “La estampa será para ti como la pluma en la trompa de Dumbo para ayudarlo a volar. Pero si no deseas poner la estampa de cabeza, no infringirás ninguna ley. Tu pedido será atendido por igual porque es una verdad energética”. Recuperado de https://www.canalizandoluz.es/san-antonio-puesto-de-cabeza/

18 Otros símbolos que lo acompañan en momentos distintos: el lirio, el asno, los peces, la hostia, el cofre, la cruz (Schauber, 1997, p. 293). El símbolo del niño “puede indicar una victoria sobre la complejidad y la ansiedad, así como la conquista de la paz interior y la confianza en sí mismo” (Chevalier y Gheerbrant, 1986, p. 753).

19 “Los colombianos…se sienten confortados por el receptivo, acogedor y amoroso abrazo del Niño que les ayuda (…) a pensar en (…) otra dimensión: la amplitud, el cariño y la infantil exuberancia que los espera a todos en el Reino de Cristo” (LaRosa y Mejía, 2017, p. 275). Valdría la pena comparar la difusión limitada de la devoción a la Niña María en América Latina, aunque muy extendida en Italia (bajo el nombre de Maria Bambina), y la muy amplia a san Antonio que acuna al niño.

20 Son muchas las iglesias barrocas con pinturas que muestran la escena de la muerte de san José: un anciano (¿cercano a los 90 años?), acompañado de María y de un Jesús claramente adulto; al lado del lecho la inmancable azucena que, por lo general en primer plano, ha remplazado el originario bastón del peregrino, muy presente en el arte bizantino, medieval y del primer renacimiento.

21 Ejemplo de ello son los videos: Oración a san Antonio de Padua para que tu ex pareja regrese arrepentido (Oraciones y novenas milagrosas, 2019), y Oración infalible a San Antonio (Barrera, 2019).

22 Parece haberlo sido el fundador de Santafé, la actual Bogotá, Gonzalo Jiménez de Quesada.

23 Inscripción a la entrada de una reciente exposición (05 a 20 de enero de 2019) de la obra de Kahn en Mendrisio (Suiza).

24 Su etimología es de procedencia griega: “propiamente ´traslado, trasporte´” (Corominas, 2000, p. 394).