La escritura del duelo en narrativas de mujeres víctimas del conflicto colombiano

The writing of grief in narratives of women victims of the colombian conflict

Victoria Eugenia Díaz Facio Lince, María Orfaley Ortiz Medina,

Mauricio Hernando Bedoya Hernández

Universidad de Antioquia

Recibido: 10 de octubre 2020- Aceptado: 31 de enero de 2022–Publicado: 01 de julio de 2022

Forma de citar este artículo en APA:

Díaz-Facio Lince, V. E., Ortiz-Medina, M. O. & Bedoya-Hernández, M. H. (2022). La escritura del duelo en narrativas de mujeres víctimas del conflicto colombiano. Revista Colombiana de Ciencias Sociales, 13(2), 586-611. https://doi.org/10.21501/22161201.3764

Resumen

El objetivo de la investigación fue comprender los efectos de la escritura autobiográfica en la elaboración de los duelos, la transformación subjetiva y la construcción de la memoria de mujeres víctimas del conflicto armado. Este artículo se concentra en lo relativo a los procesos de duelo. Método: la investigación tuvo un enfoque cualitativo y el método utilizado fue el interaccionismo simbólico; se hizo un estudio de caso con un grupo de mujeres participantes en procesos de escritura autobiográfica; la información se recolectó con entrevistas semiestructuradas, talleres de escritura y selección de textos. Resultados: la escritura autobiográfica cumple una función positiva en el duelo de las mujeres al contribuir a procesos como: ordenar narrativamente el caos provocado por la violencia, nombrar y trabajar las pérdidas, dotar de sentidos íntimos y sociales al dolor y reconstruir las relaciones con lo perdido, con el mundo y consigo mismas. Conclusión: la escritura es un recurso valioso para avanzar en el duelo, a la manera de un ritual de despedida, ayuda a situar lo perdido en el ámbito de la memoria y a reconstruir la vida contando con la ausencia.

Palabras clave

Conflicto armado; Mujeres; Elaboración del duelo; Escritura; Narración; Víctima de guerra; Violencia.

Abstract

The objective of the research was to understand the effects of autobiographical writing on the elaboration of grief, the subjective transformation and the construction of the memory of women victims of the armed conflict. This article focuses on the grief processes. Method: the approach was qualitative, the method was symbolic interactionism; a case study was made with a group of women participating in autobiographical writing processes; information was collected through semi-structured interviews, writing workshops and text selection. Results: Autobiographical writing plays a positive role in women’s grief by contributing to processes such as: narrative order of chaos caused by violence, naming and working through losses, giving intimate and social meaning to pain, and reconstruction relationships with what was lost, with the world and with themselves. It is concluded that this kind of writing is a valuable resource to advance in mourning elaboration; in the manner of a farewell ritual it helps to situate the lost in the sphere of memory and to reconstruct life counting on absence.

Keywords

Armed Conflict; Women; Grief elaboration; Writing; Narration; Victim of war; Violence.

Introducción

El conflicto armado colombiano, una confrontación caracterizada por su alta complejidad y su larga duración, ha provocado gran cantidad de víctimas, entre las que se encuentra un elevado número de afectados que hacen parte de la población civil. Según el Registro Único de Víctimas (RUV, 2020), desde 1985 hasta febrero de 2022 se reportan 9.231.425 víctimas directas como consecuencia de violaciones al Derecho Internacional Humanitario o a las normas internacionales de derechos humanos, ocurridas en el marco de este conflicto interno (Ley 1448 de 2011). Desde un enfoque diferencial por género, es importante señalar que las mujeres han sido un grupo fuertemente afectado por esta confrontación bélica. Más de 4.500.000 de ellas (RUV, 2020) han sufrido graves formas de la violencia como los delitos contra la libertad y la integridad sexual, los reclutamientos forzados, los homicidios, los desplazamientos forzados, las amenazas, las desapariciones forzadas, entre muchas otras, que han provocado serias afectaciones en todos los ámbitos de su vida y en el de sus comunidades. En este contexto, se decretó la Ley 144 de 2011–conocida como Ley de víctimas– con el fin de establecer una serie de medidas judiciales, administrativas, sociales y económicas, individuales y colectivas, en beneficio de las víctimas. El propósito de esta Ley es dignificar su condición y hacer efectivos sus derechos a la verdad, la justicia, la reparación integral y la garantía de no repetición de los hechos victimizantes. Se reconoce que, para cumplir el objetivo establecido por dicha ley, son esenciales, entre otros, los programas de atención psicosocial a las víctimas del conflicto y el acompañamiento en los procesos de construcción de la memoria social.

Con este marco legal, distintos organismos gubernamentales y no gubernamentales han orientado sus esfuerzos a la reparación integral de las víctimas, la cual debe ser diferenciada, transformadora y efectiva, y garantizarse en sus dimensiones individual, colectiva, material, moral y simbólica. Con este fin, ha cobrado fuerza una línea de trabajo que propone el acompañamiento a los afectados por medio de metodologías artísticas con las que se busca contribuir a los trabajos simultáneos de la memoria y el duelo de las comunidades heridas (Ricœur, 1999). En esta línea, se propone que la memoria de acontecimientos dolorosos se reconstruye y elabora de mejor manera por medio de recursos simbólicos, como aquellos que provee el arte, con los que los afectados representan vivencias de sufrimiento que muchas veces son difíciles de expresar con un lenguaje de referencia directa. Se ha constatado que, efectivamente, las intervenciones artísticas median en procesos valiosos para la reparación integral de las víctimas, como son la construcción polifónica de la memoria, la elaboración individual y colectiva de los duelos, la reconstrucción de los tejidos sociales fracturados y la consolidación de prácticas de resistencia política y cultural (CNMH, 2013; Rubiano, 2015; 2017; Villa-Gómez y Avendaño-Ramírez, 2017).

Diversas investigaciones se han preguntado cómo distintas prácticas artísticas, tales como el tejido, la pintura, el teatro, la danza, los salones y museos para la memoria y la escritura autobiográfica pueden contribuir a los propósitos señalados, relativos a los trabajos de la memoria y del duelo (González-Arango, 2013-2014; Dubatti, 2014; Federman et al., 2015; Rubiano, 2015, 2017; Toro, 2015; Zana-Sterenfeld et al., 2019). Más allá de las particularidades de cada estudio y de los hallazgos que conciernen a la singularidad de cada forma de creación, todos concluyen que las prácticas artísticas son recursos simbólicos valiosos para los afectados por el conflicto armado, pues movilizan procesos de transformación subjetiva que tienen efectos positivos a nivel emocional, social y político. Se constata que los procesos de creación artística potencian las capacidades del sujeto para enfrentarse a situaciones disruptivas, permiten elaborar las secuelas emocionales derivadas de ellas y contribuyen a la reconstrucción de la memoria y del tejido social de las comunidades afectadas por la violencia.

En lo relativo a los trabajos de escritura autobiográfica con personas afectadas por el conflicto armado, se encuentra que en Colombia se han realizado distintas intervenciones cuyo eje central es la práctica escritural de los afectados por la violencia (Arteaga, 2016; CNMH, 2013; Nieto, 2006, 2007, 2010a, 2010b.). Los estudios sobre estos trabajos dan cuenta de cómo este tipo de escritura es una estrategia efectiva que ha movilizado procesos de reparación y transformación, subjetiva y social, semejantes a los referidos con respecto a otras prácticas artísticas realizadas por víctimas del conflicto (Arenas-Grisales, 2012; Beristain, 2012; Díaz, 2019; Moreno-Camacho & Díaz-Rico, 2015; Nieto, 2010b; Villa, 2014; Villa-Gómez & Avendaño-Ramírez, 2017; Zuluaga-Aristizábal, 2015).

Este estudio se formuló con el interés de avanzar en la línea investigativa enunciada y con el objetivo de indagar por los efectos que tiene la escritura autobiográfica en mujeres víctimas del conflicto armado en tres procesos específicos: la transformación subjetiva, la elaboración de los duelos y la construcción de la memoria social. La importancia de este trabajo se sustenta, por un lado, en el reconocimiento del valor que tiene promover, estudiar y replicar trabajos simbólicos, como la escritura autobiográfica de las víctimas, para contribuir a la reparación integral de los individuos y las comunidades heridas por la violencia. Por el otro lado, se sustenta en la constatación de la relevancia que tiene la narración escrita de las experiencias de violencia para la construcción de la memoria del conflicto; una memoria que muestre las distintas caras de lo acontecido ayude a recordar de otra manera y a reconstruir una sociedad que intenta aprender a vivir en paz.

En este artículo se desarrolla, específicamente, el eje que concierne a los procesos de duelo por distintos tipos de pérdidas, tangibles e intangibles (Rando, 1995), causadas todas ellas por las violencias del conflicto armado; duelos que fueron narrados y trabajados en los escritos de las participantes. Al respecto, se verá como la escritura autobiográfica es una estrategia simbólica que les ha permitido a las sobrevivientes del conflicto configurar narrativamente la historia de sus pérdidas y sus duelos. Esto las ha ayudado a ordenar la vivencia caótica de las violencias sufridas, a nombrar la pérdida y sus efectos, a reubicar lo perdido y el vínculo con ello, a dotar de significado las vivencias de sufrimiento y a abrir nuevos mundos posibles para sus vidas. Con esto, se encuentra que el trabajo de duelo ha avanzado paso a paso, de la mano de la escritura autobiográfica, la cual cobra, para las narradoras, el lugar de un ritual de despedida, cierre y reconstrucción. También se verá cómo, además de los movimientos relativos al duelo individual, la escritura también moviliza el duelo en su dimensión social cuando denuncia y reubica simbólicamente al victimario e interroga la impunidad revictimizante; cuando busca sensibilizar a la sociedad frente a dolores que suelen quedar en la esfera íntima; cuando trabaja en la memoria del conflicto en el esfuerzo porque las heridas de quienes escriben no sean sufridas nunca más por otra mujer colombiana.

El trabajo sobre las narrativas del duelo se sustenta conceptualmente en los estudios sobre la escritura autobiográfica, un género literario en el que el autor habla de sí mismo y reflexiona sobre su vida. El nacimiento moderno de este tipo de escritura es consustancial a la emergencia del sujeto moderno y se vislumbra en obras, como Las Confesiones, de Rousseau, caracterizadas por un marcado ejercicio de autoexploración y de apertura de la intimidad de quien escribe (Arfuch, 2002; Alberca, 2013; Sibilia, 2013). En el siglo XX hay una proliferación de este tipo de narrativas lo que, según Arfuch, obedece a una búsqueda de autenticidad, autoafirmación y singularidad que se opone a la estandarización y el borramiento de la subjetividad características de las sociedades contemporáneas. A pesar de la heterogeneidad entre las múltiples formas de representación del yo que emergen en las últimas décadas, se destaca lo común entre ellas: un aire de familia que emana de que todas cuentan, por medio de un discurso de tipo narrativo, una historia o experiencia vivida por el autor (Arfuch, 2013).

Dentro del amplio espacio del género autobiográfico, hay un campo específico que es el de las narrativas que tratan sobre experiencias de disrupción y duelo, las cuales emergieron en el espacio literario después de la Segunda Guerra Mundial, con textos como los de Primo Levi, Jorge Semprún, Imre Kertész, entre otros (Díaz, 2019). Estas narrativas cobraron más fuerza a partir de la década de 1960 con la literatura testimonial latinoamericana que emergió en los países de la región agobiados por las dictaduras y los conflictos armados internos, en el esfuerzo de los afectados por recuperar su voz silenciada para dar a conocer los horrores sufridos y para tramitar el pasado violento (Suárez, 2011). Sobre este tipo de escritura, Arfuch (2013) señala la dificultad inherente al esfuerzo de la transmisión narrativa del horror, pues quien escribe se siente dividido entre la necesidad de contar lo vivido y la impotencia de las palabras para capturar la vivencia en toda su dimensión. Ante esta dificultad, cada autor lucha contra la imposibilidad de nombrar lo innombrable apelando a rodeos metafóricos, a alegorías, a alusiones que ponen palabras a la inasible vivencia. Relieva, además, la función que esta escritura cumple para el trabajo de duelo de quienes han sufrido experiencias límite; esta función se cumple por la posibilidad del narrador de reordenar, por medio del lenguaje, el sentido de lo vivido, mientras encuentra el soporte de la comunidad, representada en el lector potencial, que contribuye a la reconstrucción de la vida.

Con respecto al duelo, asunto central indagado en las narrativas estudiadas, este trabajo propone una mirada comprensiva de este proceso psíquico basada en la interlocución entre distintos autores que, desde que Sigmund Freud publicó el texto Duelo y melancolía en 1917, han aportado a su estudio. Se entiende el duelo como la respuesta emocional ante la pérdida de un ser amado o de una abstracción equivalente. Es un proceso activo doloroso, lento y progresivo en el que el doliente va enfrentando movimientos no lineales en los que se debate entre la realidad de la pérdida y su negación; entre la tendencia a la vida que lo llama a asumirla sin lo perdido, y el impulso mortífero que lo invita a anclarse en el dolor; entre la tristeza por haber perdido lo amado y la culpa por los sentimientos ambivalentes que subyacen en la relación con el otro; entre la desestructuración de los significados con los que interpreta la vida, y su reorganización de acuerdo con los sentidos que construye frente a la pérdida. Mientras enfrenta todos estos debates, el sujeto transita el camino del duelo que lo lleva, paso a paso, a la reubicación psíquica del vínculo con lo perdido y a la transformación subjetiva que la elaboración conlleva (Bowlby, 1980; Freud, 1981; Klass, 2015; Neimeyer & Sands, 2011; Parkes, 2002; Rando, 1995; Stroebe & Schut, 2010).

Para el estudio de los duelos por las pérdidas causadas por la violencia, se ha integrado la categoría de disrupción (Benyakar, 2003), entendida como el resultado de una implosión repentina del mundo externo en el mundo interno que altera el equilibrio o la homeostasis de la vida psíquica. Por sus cualidades, hay algunas situaciones que tienen un mayor potencial de disruptividad porque son inesperadas o violentas, interrumpen los ciclos habituales de la vida, y amenazan la integridad propia, de los seres significativos o del hábitat cotidiano. Con base en esto, puede decirse que las pérdidas que suceden de forma súbita, violenta y las que fracturan las leyes supuestas de la vida, son acontecimientos que tienen una mayor carga de disruptividad para quienes las sufren. Se entiende, por esto, que cuando la pérdida tiene un carácter disruptivo –como sucede en las pérdidas de las que nos ocupamos en este estudio–, sus efectos pasan a marcar significativamente el curso de los procesos de duelo con los esfuerzos de los dolientes por integrar el efecto de la disrupción en la nueva trama de sus vidas.

Método

La investigación tuvo un enfoque cualitativo para abordar, desde su lógica interna, las realidades subjetivas e intersubjetivas de los procesos de escritura autobiográfica. La población del estudio fueron mujeres víctimas del conflicto armado colombiano que realizaran procesos de este tipo de escritura. La muestra estuvo compuesta por un grupo de nueve mujeres habitantes de la ciudad de Medellín, quienes sufrieron distintos tipos de violencias en el marco del conflicto y habían participado previamente en talleres de escritura. Actualmente, este grupo se encuentra organizado en el colectivo de Contar, Leer y Escribir con Vos, el cual se concentra en la escritura como una práctica para sanar y hacer memoria.

Para definir el método específico que orientó este estudio se tuvieron en cuenta dos consideraciones: por una parte, que los talleres de escritura autobiográfica realizados por las mujeres participantes posibilitaran una práctica llevada a cabo en grupo; y por otra parte, que gracias a dicha práctica, realizada en interacción con otros, se construyeran significados respecto de las violencias sufridas y el proceso de transformación subjetiva. Partimos, con Blumer (1969), de que las interacciones deben analizarse desde la perspectiva misma de los actores y que, por tanto, en el análisis de los datos resulta central el abordaje de las nociones de acción e interacción. De este modo, la investigación adoptó el marco metodológico blumeriano según el cual la acción de los sujetos obedece a los significados que estos les asignan a las cosas y que la transformación de los significados y de la acción del sujeto emerge de la interacción. En esta guía metodológica encontramos los instrumentos para indagar cómo, gracias a su acción escritural y a su experiencia de interacción dentro del grupo, aconteció su transformación subjetiva, la elaboración de sus duelos y la construcción de la memoria.

Para el eje específico de este artículo, los procesos de duelo narrados y trabajados en la escritura, se utilizó un corpus de textos escritos por las mujeres participantes entre 2017 y 2019. Estos fueron producidos en los talleres de la investigación o en el marco de otros procesos de escritura grupal o independiente de los que ellas hacían parte. Los talleres fueron acompañados por una de las docentes investigadoras, psicóloga y escritora, quien ha participado en distintos procesos de atención a víctimas de violencia en el Departamento de Antioquia. Los talleres tuvieron lugar entre marzo de 2017 y diciembre de 2019, con una periodicidad quincenal. El método de trabajo se construyó con el mismo grupo y tuvo la siguiente dinámica: 1) conversación sobre temas relativos al interés del grupo que espontáneamente traían las participantes; 2) lectura de los escritos surgidos durante la semana; 3) conversación en torno a los textos leídos; 3) identificación de temas importantes a partir de la lectura y conversación. También se realizaron lecturas de otros textos referentes a las temáticas del grupo y a las formas estéticas que iban nutriendo su escritura.

Los textos interpretados para este artículo fueron escritos por las participantes en el marco de los talleres y leídos en el Seminario Escribir para sanar (Grupo de Investigación en Psicología, Sociedad y Subjetividades, Universidad de Antioquia, 2019); otros fueron publicados por ellas en los libros El vuelo del Fénix (Organización de Mujeres Víctimas Ave Fénix y diversas autoras, 2017) y Alzo mi voz (López, 2019). La interpretación de los textos se hizo con base en el arco hermenéutico, conformado por los procesos complementarios de explicar y comprender que comportan un diálogo entre el adentro y el afuera en el tratamiento del texto (Ricœur, 2013). Esta forma de interpretación de los textos se realiza en dos momentos: en el primero, la explicación, el texto se estudia como un objeto discursivo que ha sido sometido a un proceso de composición formal, dilucidando la estructura interna de este, es decir, definiendo el cómo de su forma; en el segundo, la comprensión, el intérprete se ocupa del qué propuesto por el escrito, con esto se abre a la proposición de mundo que este despliega ante sí y aprehende algunas cualidades de la realidad que se proponen como nuevas posibilidades de ser-en-el-mundo. La dialéctica entre los momentos anteriores conduce a la configuración textual en la que el intérprete produce un nuevo discurso, materializado en textos, con los que comunica a los nuevos lectores el producto de la interpretación (Vélez-Upegui, 2010).

En lo relativo al aspecto ético, las participantes firmaron un consentimiento informado sobre la voluntariedad en la participación, el carácter confidencial de la información, los procesos a realizar, los riesgos y beneficios, las responsabilidades de los investigadores y la difusión de los resultados. Para el trabajo con los textos de las participantes, los inéditos y los publicados previamente, el estudio garantizó la protección de la propiedad intelectual y de los derechos de autor. Se hizo un uso correcto de las normas de citación con el propósito de referenciar fielmente las citas textuales, parafrasear cuando fuera necesario e interpretar el discurso tomando en cuenta lo escrito originalmente. En la exposición se conservan los nombres completos de las escritoras cuando los textos estaban previmente publicados de esta forma y cuando ellas solicitarlo hacerlo de esta manera; en algunos casos, algunas prefirieron ser nombradas con un seudónimo que ellas mismas eligieron.

Resultados

Las diversas situaciones de violencia, cruentas y persistentes, que las mujeres participantes en este estudio han sufrido en el marco del conflicto armado tienen un carácter disruptivo por ser eventos que irrumpieron en su historia de forma inesperada, amenazaron su seguridad, la de sus amados y la de sus entornos, pusieron en cuestión las lógicas supuestas sobre la vida y la muerte, y minaron profundamente el sentimiento de confianza hacia los demás. La desaparición forzada y el homicidio de seres amados, la violencia sexual, el desplazamiento, el emplazamiento y el reclutamiento forzado fueron algunas de las violencias que marcaron sus vidas y sus cuerpos con profundas huellas de dolor. Fueron acontecimientos que provocaron para ellas el caos y las forzaron a buscar formas para reconstruirse, entre las que encontraron la escritura autobiográfica, una estrategia valiosa para nombrar lo innombrable del horror vivido, expresar y trabajar los sentimientos asociados a ello e ir dotando de un nuevo orden su narrativa vital. De esta manera, la escritura les ayudó a integrar los impactos caóticos de la disrupción y a movilizar los procesos de duelo por las distintas pérdidas que causó el conflicto armado.

Contando con lo anterior, se encontró que los eventos violentos y las huellas que estos dejaron en las vidas de las mujeres son el insumo básico que nutre su escritura. Pero son insumos que, al igual que sucede con sus vidas, no anclan su escritura en la fase aguda del dolor, sino que en sus textos se despliegan temas que, vistos transversalmente, recorren una especie de camino vital: inician con los antecedentes de los eventos disruptivos, violencias que, en muchos casos, fueron diversas y repetidas; pasan por el clímax del horror y el dolor causado por la victimización; dan cuenta de las pérdidas sufridas en el marco del conflicto, de sus efectos y de los procesos de duelo derivados de ellas; finalmente, narran los esfuerzos por salir adelante y los caminos para reconstruir la vida.

Intrincados con estos temas, las autoras despliegan los siguientes sentidos que recorren su escritura y cuya interpretación nutre este apartado de resultados: 1) muestran cómo la crudeza de la violencia rompe la vida conocida y provoca una serie de pérdidas disruptivas; ante ellas emerge un cúmulo de sentimientos ambivalentes y de cuestionamientos de los supuestos que ellas se esfuerzan por nombrar; 2) afianzan la identidad del amado muerto, dan cuenta del vínculo y de la reubicación progresiva de este que va fluyendo con el duelo; 3) se esfuerzan en construir un sentido para lo sucedido, el cual se orienta, en ocasiones, a reubicar la figura del agresor y a darle una sentido social a su dolor; 4) dan cuenta de cómo ponen límite al dolor y van transformando sus vidas, muchas veces de la mano de la escritura. Veremos ahora, ilustrados en algunos de los textos de referencia, cada uno de estos ejes de sentido desplegados en los textos autobiográficos.

Narrar la muerte: ordenar el caos de la disrupción

En la primera línea de sentido se encuentran algunos relatos en los que la escritura da cuenta de forma explícita del horror sufrido y del impacto inmediato que este produjo en la vida de las narradoras. Con estos textos, que circundan temporalmente los eventos de violencia, ellas buscan poner palabras a la vivencia disruptiva y ordenar simbólicamente el caos provocado por esta. Para ello, relatan cronológicamente la vivencia de pérdidas violentas, dan cuenta de los sentimientos y cuestionamientos que estas provocaron y narran sus primeros esfuerzos para asumirlas. Veamos cómo esto se ilustra en algunos fragmentos del poema de María Echavarría, “Mi pequeño ángel me cuida desde el cielo”, publicado en el libro El vuelo del Fénix. De las cenizas al fuego de la palabra (Organización de Mujeres Víctimas Ave Fénix y diversas autoras, 2017), en el que la autora narra cómo su pequeño hijo murió de hambre debido a un emplazamiento guerrillero:

Acostarme una noche desdichada

porque mi niño se me había muerto

sin rezar padrenuestros, ni rosarios

que nunca ni jamás lo había hecho.

Y dormida quizás profundamente

soñé que ante mi niño me inclinaba

pidiéndole perdón tan reverente

como al ángel bendito de la guarda.

Pero estaba tan triste y airada

como una tempestad de mar bravía,

miraba al cielo y muy desconsolada

pensaba que Dios para mí ya no existía.

Las horas más tristes de esa noche

fueron la de esta amarga despedida,

en medio de mi llanto te pedía

me dieras valor pues ya no resistía.

Mas al cielo partió de allí expirando

dejando una madre triste, adolorida

y la esperanzas de que este angelito,

con sus promesas, él la salvaría (…).

(p. 14)

En estas primeras estrofas se ilustran los primeros pasos de la secuencia enunciada: la autora relata cómo se impuso la muerte del amado y expresa los sentimientos y cuestionamientos que esta produjo en ella. Se trasluce, desde el comienzo, el motivo central de su escrito: narrar la muerte del hijo; ordenar con el relato la vivencia de una pérdida absurda. Para ello, se devuelve a la noche en la que murió el niño y pone en palabras los hechos, los sentimientos, los pensamientos y las acciones que atravesaron esas horas terribles. Estas primeras estrofas se concentran en la confrontación de la madre –y con ella del lector– con la realidad de la muerte, y en la expresión de los sentimientos profundos que esta genera en ella: la desdicha, la tristeza y el dolor ante la separación irremediable; la culpa, que moviliza a la madre a pedir perdón a su niño; la ira tempestuosa, dirigida inicialmente a Dios. La autora permite ver, además, cómo la muerte de su niño pone en cuestión los supuestos sobre la vida, el rol materno, la espiritualidad, la finitud. Esto se evidencia, por un lado, con el perdón que pide a su hijo por haberle fallado en el implícito deber de protegerlo; por el otro, cuando cuestiona la existencia de Dios y suspende el rezo ante el desconsuelo que le provoca sentir el abandono del ser protector que antes asumía certero. Pero, entonces, tras la muerte, sumida en el profundo dolor que la hace sentir que no puede resistir, María hace un giro en busca de valor y le atribuye a su niño, convertido en ángel, la función protectora que ya no encuentra en Dios. Se vislumbran acá los primeros indicios de la reubicación del amado muerto que, ante la desolación y el vacío de certezas, se pone en un nuevo lugar que brinda a la madre consuelo y esperanza. Más adelante veremos con detenimiento este movimiento de reubicación del ser perdido en otros de los textos estudiados.

Las siguientes estrofas se detienen en los esfuerzos inmediatos de María para enfrentar la muerte de su niño. Estos se concentran en la ritualización de la despedida:

Lo tomé después entre mis brazos

sabía que no regresaría con llorar

con hojas de naranjo lo atiné a bañar

para evitar el pasmo que me podría causar.

Cogí unas estacas de madera que allí había,

las clavé en la sala y con dos tablas tendidas

y una colcha de retazos, de las pocas que tenía,

lo fui acomodando y llevé dos velas encendidas.

Me siento confundida cuando me pongo a pensar

que con los pañales de tela que alcancé a reservar,

los tomé en mis tiernas manos y así logré acomodar

a este pequeño ángel en un blanco y hermoso ajuar (…).

(p. 14)

En estas estrofas, María conecta dos recursos simbólicos que los mortales usamos para vérnoslas con la muerte: la escritura y el ritual. Narra paso a paso cómo a pesar de la escasez, de la soledad y del encierro ella ritualizó la muerte para dignificar la despedida. Muestra cómo, por medio del aseo funerario, de la velación y del ajuar mortuorio, buscó los propósitos tradicionales de todo ritual de duelo: por un lado, honrar al muerto y ayudarlo a alcanzar su destino post-mortem –destino celestial que, aunque cuestionado en la figura de la divinidad, se mantiene en el anhelo de que el niño se convierta en ángel–; por el otro lado, ayudar al vivo a aceptar la muerte y a tramitar los sentimientos ambivalentes causados por ella. En este sentido, mientras baña el pequeño cuerpo muerto va asumiendo que la pérdida es irreversible y va limitando el asombro producido por la absurda muerte.

Vemos así, cómo en el texto se despliega el primer eje de sentido propuesto: narrar la muerte para ordenar el caos de la disrupción. Son significativos, como recursos para ello, el relato cronológico de la vivencia, la expresión de los sentimientos ambivalentes que produce la muerte, la explicitación de los supuestos que la pérdida violenta del hijo pone en cuestión, la descripción del ritual funerario como esfuerzo primero para enfrentar la muerte y dignificar la despedida. De esta forma el poema opera, tal como la ceremonia narrada, como un rito de entierro con el que, por medio del lenguaje, la autora sitúa a su pequeño hijo en un lugar diferente al de los vivos y empieza a reubicarlo en el ámbito de la memoria.

El ser amado, el vínculo y su transformación

Sobre el segundo eje de sentido, encontramos algunos textos en los que la intención de las autoras es darle un lugar, por medio de la escritura, a quien ha muerto y afianzar el vínculo con él. Buscan con ello afirmar la identidad y la memoria del ser perdido y prevenir con ello el potencial olvido que puede causar la muerte. Veamos este énfasis en algunos fragmentos de dos textos de Lucelly Durango, “Frontera invisible” y “Carta de cumpleaños a Juan en el cielo”, del libro El vuelo del Fénix… (Organización de Mujeres Víctimas Ave Fénix y diversas autoras, 2017):

Frontera Invisible

(…) Frontera invisible, línea imaginaria que solo existe en la mente malvada y perversa de quien espera que alguien cruce para quitarle los sueños.

¿Por qué sacaste de su nido a ese indefenso gorrión deseoso de aprender a volar por un mundo sin fronteras? Él era libre, disfrutaba los bellos amaneceres y atardeceres, corría bajo la lluvia, “el arcoíris inspira, ¡quiero florecer, quiero vivir!”. Solo queda su esencia, sus recuerdos y sus vivencias, huellas de amor que nadie podrá matar. (…)

Mi hijo se llamaba Juan Felipe, tenía 17 años, cursaba el grado once y soñaba con tener una familia conformada por una niña, Dulce María, y un varón que llevara su mismo nombre. ¡Tesoro mío, cuánta falta me haces! (p. 19)

Carta de cumpleaños a Juan en el cielo

(…) Trajiste tanta alegría a la familia, desde niño eras tan especial. Pienso en ti todos los días para que nunca se me borre tu imagen, cierro mis ojos y siento el olor de tu piel, de tu loción, el calorcito de tu cuerpo cuando estabas mimado y me decías que durmiera contigo, escucho tu voz, tu risa, ¡como quisiera volver a tenerte! (p. 21)

En una línea semejante a la ya trabajada, en el primer texto la autora empieza describiendo el evento disruptivo que acabó con la vida de su hijo: una frontera invisible impuesta por los actores armados, línea divisoria intangible pero contundente que en algunos barrios de Medellín delimita los territorios por donde pueden o no circular los pobladores. Su texto da un giro, entonces, para construir la semblanza de Juan Felipe. Lo hace contraponiendo la identidad de su hijo al tipo de violencia que acabó con él; muestra así a un joven libre, a quien metaforiza como un gorrión que volaba y disfrutaba en un mundo sin fronteras y quien soñaba con un futuro posible truncado por la muerte.

Para afianzar la memoria de su hijo, para humanizarlo en una guerra en la que las víctimas pasan a ser cifras anónimas que nutren las estadísticas del conflicto, Lucelly explicita su nombre, su edad, su ocupación, sus sueños, el lugar que ocupó en la familia. En ambos textos rescata, de la destrucción causada por la muerte, lo que sí perdura de su amado: el recuerdo de su cuerpo y de su risa, sus vivencias, su esencia; huellas de amor que la madre recupera para ubicar al joven en un lugar perenne. Pero no es solo el recuerdo del hijo lo que la autora trabaja narrativamente; también busca con la escritura afianzar el vínculo con él; para ello utiliza un recurso significativo: se dirige explícitamente al joven para expresarle su amor y el dolor de haberlo perdido; establece así una suerte de comunicación con él en la que lo pone en un plano distinto, ya no el de la presencia física, sino el del mundo simbólico. De esta manera, en los dos textos se representa la reubicación del vínculo con el ser perdido, destino al que suelen conducir los caminos del duelo. Pero, como vimos con el texto de María, la escritura no es solo un medio para representar tal reubicación; es un trabajo que, a la manera del ritual, ayuda a quien escribe a ir situando al amado en un espacio diferente al de los vivos: aquel en el que las palabras y la memoria permiten la continuidad de los lazos con los muertos.

En este mismo eje de sentido, aquel que busca dar un nuevo lugar al ser perdido y afianzar el vínculo con él, Mary Luz López escribe el poema “Estás”, publicado en su libro Alzo mi voz (2019), en el que la escritura le sirve para recorrer todos los lugares, físicos y simbólicos, que ocupa su amado tras la desaparición de la que fue víctima. Algunos versos dicen:

Estás en el llanto de la flauta ocarina que retumba hasta el hueso occipital de mis recuerdos.

Estás en la serenidad del violín que a su vez desmantela mi alma y no la recoge; esta, ilusa, espera en el limbo que tú lo hagas.

Estás en el infortunio que nadie cata, ojea, ni percibe.

Estás en los receptores gustativos de mi lengua que anhelan volver a saborearte.

Estás en el nudo gordiano de mi estómago que aprieta hasta morir. (…)

Estás en el hijo que nunca tuvimos por culpa de ese vientre resentido.

Estás en el matrimonio que no consumamos por la hiel de ausencia.

Estás en los sueños donde jugueteas. Allí, paradójicamente, es donde realmente te tengo, donde te reclamo por lo lacónico que fue tu amor.

Estás, lamentablemente, donde no quiero que estés. (p. 26)

La imposibilidad que la desaparición del amado provoca para ubicarlo en un lugar preciso, en el mundo de los vivos o en aquel donde yacen los muertos, hace que su ambigua presencia se despliegue en todos los ámbitos de la vida de la narradora: en su cuerpo –su lengua, su estómago–, en el que las sensaciones físicas, anhelantes y dolorosas no hacen más que reafirmar la ausencia. En su alma adolorida e infortunada, a quien pone fuera de sí misma para atribuirle la ingenuidad de esperar un retorno que, de alguna forma, ella reconoce ya imposible. En su memoria, hecha de recuerdos pasados que retumban, de reminiscencias que agudizan una soledad con nombre propio, construida también con recuerdos intangibles de lo que pudo haber sido y no fue –el hijo, el matrimonio– a causa de las heridas del cuerpo y del vínculo, afectados ambos por la violencia. Concluye, entonces, Mary Luz señalando la paradoja fundamental de su duelo: la de sentir que, a pesar de que su hombre habita en los múltiples lugares donde ella ancla su recuerdo, finalmente solo logra tenerlo en el mundo de los sueños, mundo etéreo que se escapa con cada despertar. Se confronta, así, con la insuficiencia de esas presencias fantasmagóricas, exiguas ante al anhelo insatisfecho del encuentro con el cuerpo vivo del amado en el único lugar, el de la presencia tangible, que ella verdaderamente desea.

Otro poema de la autora, publicado en el mismo libro, permite ver los esfuerzos que ella, como doliente de un desaparecido, debe hacer para reubicar al amado y poder así avanzar en los caminos de su duelo. Dice en “Réquiem”:

Cómo no matarte para hacerte un réquiem.

Cómo no matarte para que no duelas.

Cómo no matarte para encontrarme.

Cómo no matarte para de nuevo enamorarme.

Cómo no matarte para no matarme.

Pero, cómo matarte si no quiero que mueras. (López, 2019, p. 23)

En este poema son significativas dos paradojas del duelo por un desaparecido. La primera radica en que la incertidumbre sobre el destino del amado, la constante y dolorosa expectativa que impone este acto violento, hace que la narradora sienta la necesidad de ser ella quien dé muerte simbólica al amado para finalizar así la espera. Con ello, el victimario queda, de alguna forma, eximido de la responsabilidad por el destino fatal del desaparecido, y el doliente termina imponiéndose a sí mismo la dolorosa tarea de dar al otro por muerto. Para ello, Mary Luz apela a un réquiem, ritual funerario que despide con cantos a los muertos, y con el que ella busca transformar tanto el estatuto del ser perdido –de desaparecido a muerto– como el carácter de su pérdida –de ambigua a definitiva–. Espera con esto dejar de sentir el constante dolor causado por el anhelo insatisfecho del reencuentro. Con el cierre de esta herida anticipa la recuperación de esa porción de sí misma que se fue con el amado y la posibilidad de volver a amar la vida –para no matarse– y a los vivos –para enamorarse–. Pero el último verso muestra cómo a esta expectativa se le opone la segunda paradoja de este tipo de duelo: aquella que emerge de la negativa del doliente a aceptar el carácter definitivo de la pérdida, aunque sienta que este movimiento puede contribuir al cierre de su herida. La autora afirma, entonces, que no quiere que su amado muera; mucho menos quiere ella matarlo; quiere, por el contrario, mantener el vínculo con él, lazo ambiguo con un hombre desaparecido al que no quiere renunciar a pesar del dolor que reporta su constante espera.

Construir un sentido para el dolor

En la tercera línea interpretativa, encontramos una tendencia en la que las autoras se esfuerzan por construir un sentido para lo sucedido, que se orienta muchas veces a reubicar la figura del agresor y a darle una intención social al curso de su duelo. Hallamos esto en el texto “El sobre”, de Lucelly Durango, en el que ella expresa claramente la reubicación simbólica del victimario que ella hace por medio de la escritura:

El hombre metió el sobre en el buzón. Ese que se atrevió a asesinar a dos jóvenes llenos de ilusiones y que solo querían ser felices; ese que vi en sueños, tez morena, aspecto mal encarado y déspota, y al que en el mismo sueño le pregunté:

¿Dónde está Felipe?

Yo no sé, a él lo mataron–, respondió.

Y en el sueño, desesperada, lloraba y lloraba desconsolada. Usted es el culpable, le dije, ¿por qué se lo llevó? (…)

Ese sobre va dirigido a mí. Lo abro. En él, narra lo sucedido, la razón por la cual mató a mi hijo: “Los asesinamos, ellos pasaron por donde no debían, es nuestro territorio señora, y aunque le parezca injusto para nosotros son enemigos. Le quiero pedir perdón lo mismo que a la otra mamá, por lo que he visto y oído, ellos nada tenían que ver”.

Yo no quiero que me envíe ningún sobre, quiero que ponga la cara y me diga todo eso, pero mirándome a los ojos. Pero lo sé: eso no será posible ni en sueños. (Organización de Mujeres Víctimas Ave Fénix y diversas autoras, 2017, p. 20)

La escritura le permite a Lucelly personificar al victimario de su hijo, a quien le atribuye características que lo vuelven tangible. A través de este recurso, la madre puede enfrentar a un agresor, hasta ahora intangible, para exigir de él respuestas por el asesinato del hijo. En sus sueños, vueltos texto, logra entonces reubicar a su enemigo, quien pasa del silencio cruel a las explicaciones, del despotismo de un asesino no juzgado al arrepentimiento de un hombre que lamenta sus propios actos y pide perdón por ellos. Y al reubicar al victimario, al volverlo más humano, también muestra Lucelly un giro en su posición que la mueve de víctima adolorida e impotente a madre empoderada que confronta al actor armado para exigirle la verdad. Ahora, si bien al final ella demuestra su conciencia sobre la imposibilidad de la escena que ha representado en el texto, intuye el lector que esta escritura del dolor no es solo expresión de sueños imposibles, sino una configuración narrativa de los movimientos simbólicos que ella va dando en el curso de su duelo y que le permiten, paso a paso, construir un sentido para su pena.

En algunos otros textos esta tendencia a construir un sentido para el dolor no privilegia la dimensión privada de la experiencia, como sucede en “El sobre”, sino la dimensión social del duelo. Las narradoras expresan así, ya no solo el dolor de la pérdida íntima, sino el sufrido en un ámbito más amplio por los desgarramientos sociales causados por la violencia. Además, en estos textos es clara la intención política de la escritura con la que las autoras buscan sensibilizar a una comunidad indiferente, denunciar la violencia y la impunidad, exigir la verdad y la justicia y aportar a la reconciliación social. En esta perspectiva se sitúa este otro fragmento de “Frontera invisible”, texto ya citado de Lucelly Durango:

(…) Quisiera ser un hada para desaparecer esos sentimientos destructivos y sembrar amor en el corazón de toda la humanidad. Mi corazón y mi alma lloran al ver esta Colombia desangrada. Pido justicia divina por esta atrocidad porque en nuestro país todo queda en la impunidad. (Organización de Mujeres Víctimas Ave Fénix y diversas autoras, 2017, p. 19)

Se encuentran aquí tres ejes que muestran la propuesta de la construcción de un sentido para la pena, el cual se vuelca a una dimensión social del duelo: por un lado, expresa el profundo dolor por las múltiples pérdidas que no la afectan solo a ella, sino que hieren a todo el país. Por otro lado, da cuenta del deseo de poder aportar de alguna forma a la reconciliación social –forma que reconoce idealista al apelar para ella a la figura mágica del hada– para que desaparezca por completo la destructividad del alma humana. Finalmente, hace una denuncia contra la ineficacia de la justicia colombiana, a la que contrapone el anhelo de una justicia divina que ponga freno al desangre del país.

En una perspectiva similar, la de atribuir a la escritura del dolor un sentido social, se encuentran las últimas estrofas del verso ya trabajado de María Echavarría, “Mi pequeño ángel me cuida desde el cielo”:

Aquí viene lo más duro que quiero rememorar

¿Por qué murió mi hijo? Ustedes preguntarán

él se me murió de hambre para mi es duro contar

todo porque la guerrilla nos había logrado emplazar.

Cuando duermo me acompaña la tristeza y el dolor

de haber presenciado muertes en este mundo traidor,

todo por esta guerra que solo causa horror.

De pensar en todo esto a veces creo enloquecer

y le pido a Dios del cielo que no me deje de caer,

ya que pasé por todo me deje gozar a bien

de lo bella que es la vida y de mis hijos también. (pp. 14-15)

María involucra directamente al lector potencial para resolver la pregunta sobre la causa de la muerte del niño. Al hacerlo, denuncia públicamente a los culpables de su pérdida, para que estos sean conocidos y juzgados por la sociedad receptora. En esta perspectiva, insiste en sus sentimientos de tristeza y de dolor, pero ya no anclados directamente en la pérdida de su niño, sino movilizados por el duelo social que provoca los horrores de la guerra. En la última estrofa, María conecta esta dimensión social de su dolor con los movimientos de su duelo íntimo, trabajo interno de reconstrucción de sentido con el que ha logrado establecer una nueva relación con Dios –puesto en cuestión unos versos antes– y con la vida. A pesar de que el horror la lleva a oscilar de nuevo hacia el dolor y la locura, muestra que los caminos de su duelo le han permitido hallar un nuevo soporte en la divinidad a quien pide sostén y capacidad de disfrute. La escritura de María expresa, entonces, cómo tras la disrupción, tras el dolor agudo, tras la pena absurda de perder a un hijo en condiciones de violencia, ella va hallando distintos recursos íntimos y sociales –la escritura, la ritualización, la espiritualidad, la resistencia– para poner límite al dolor y reconectarse de nuevo con la vida que vuelve a verse bella y con los vivos que le son significativos.

Poner límite al dolor y recorrer los caminos del duelo

En el cuarto eje de sentido, encontramos textos en los que las autoras dan cuenta de cómo, a pesar de las cicatrices imborrables que dejan las heridas de la violencia –o mejor, contando con estas–, ellas ponen un límite al dolor y van transformando sus vidas, muchas veces de la mano de la escritura. Veamos en tres textos este trasegar entre el dolor y el duelo. El primero de ellos es el poema de María Echavarría, “Tatuajes en mi alma”:

Marcados en mi alma

tatuajes yo llevo,

Hoy rememorados

escritos los dejo,

Con tinta imborrable

marcaron mi cuerpo

Qué desagradable

recordar todo esto.

Con mi propia sangre,

manos tan malvadas

varias cicatrices

dejaron marcadas.

(Texto inédito escrito en los talleres de escritura de la investigación)

Empecemos por decir que, de alguna forma, este texto pareciera ajustarse más a los propósitos del primer eje de sentido: nombrar la disrupción y ordenar el caos provocado por ella. Sin embargo, se percibe en la narración un momento diferente donde el evento violento ya no se explicita y las heridas no se vislumbran abiertas, sino convertidas en cicatrices perdurables en su cuerpo y en su vida. María no elude estas marcas, no niega su existencia; por el contrario, les da un lugar perenne al metaforizarlas como tatuajes imborrables que hacen parte ineludible de lo que ella es ahora. Claramente, el recuerdo de las violencias y de sus causantes porta aún un monto de dolor; pero las heridas, alguna vez sangrantes, ya son huellas que han sanado y que, en vez de anclarla en el sufrimiento, son insumos que nutren los trabajos simultáneos del duelo, la memoria y la escritura.

El segundo texto ya no se detiene, como el anterior, en las heridas y cicatrices dejadas por la guerra, sino que se concentra en la relación de la autora con el dolor y en la decisión que toma, en un momento dado, de ponerle un límite a este. En “El dolor”, Rosalba Mariaca narra:

Necesito tener a quien amar. Cogí el dolor que llevo acumulando durante tanto tiempo; pensé que era el momento de hacerle un cofre a mi dolor y pensé que tenía derecho a tener su propio nido donde anidar las gotas de dolor. ¡Cuán equivocada estaba! llegó el momento en que ese dolor me ahogó. Fue cruel separarme de lo que tanto amaba y me dio su calor durante los inviernos. No sé cómo cogí el cofre de dolor, pesaba mucho, pero cogí fuerza para botarlo lejos, estuve lejos de mi dolor y mis sueños volvieron a florecer. (Texto inédito escrito en los talleres de escritura de la investigación)

La autora da cuenta de la transformación de su relación con el dolor. Inicialmente lo pone como objeto de amor que apacigua su necesidad de amar a alguien. Entonces lo atesora, lo cuida como algo valioso que representa lo perdido; el dolor, entonces, se convierte en símbolo del amor al que no quiere renunciar. Pero llega el momento en que se confronta con que, en vez de proveerle el consuelo anhelado, este sentimiento tan bien cuidado termina por ahogarla e impedirle volver a la vida. Decide, pues, ponerle un límite. Pero no es un acto fácil, siente que lo traiciona porque el dolor, como forma del amor, fue compañero cálido en los tiempos difíciles de la pérdida. Toma fuerzas y renuncia a su tesoro, pone límite al anclaje en la pena y abre las puertas del duelo, con lo cual recupera sus sueños y la posibilidad de reconstruir su vida.

En el tercer texto, “Sanar”, Ady no se concentra ya en la herida y su cicatriz; tampoco en el límite al dolor que abre las puertas del duelo. En este caso, los motivos del relato son el fluir del duelo y las posibilidades de transformación de la vida que este abre:

Después de un tiempo vuelvo a este lugar donde esa noche unos hombres vulneraron y transgredieron mi cuerpo.

Recorro el espacio cautelosamente y de pronto alcanzo a ver aquella rosa que fue testigo de tanta crueldad.

Ella le dice a la mujer: “Qué alegría volverte a ver, pero me invade la curiosidad y me atrevo a preguntar, ¿por qué has regresado a este lugar?”.

Y la mujer le responde: “He vuelto a recordar esa noche en la que unos individuos mis sueños quisieron matar, pero pudo más mi fuerza de voluntad y del dolor me pude levantar.

Y tú, hermosa rosa, te veo radiante y jubilosa después de que aquella noche tus pétalos vi pisotear.

Tú eres mi mayor ejemplo de vigor y valentía ante tanta adversidad

hoy siento que tú y yo hemos logrado nuestra alma sanar y poder nuestra vida continuar”. (Texto inédito escrito en los talleres de escritura de la investigación).

La autora da cuenta, como se trabajó en el primer eje de sentido, del evento disruptivo que la convirtió en una víctima de abuso sexual. Pero, a diferencia de los textos referidos en ese apartado, el relato no se ubica cronológicamente cerca al hecho de violencia; por el contrario, da una mirada retrospectiva de este hecho para explicarle al lector qué fue lo que sucedió y mostrarle cómo, a pesar del horror sufrido, ella logró sanar las heridas y transformar su vida. Para este propósito, utiliza dos estrategias: la primera es volver narrativamente al lugar donde el abuso tuvo lugar, pero no vuelve ya en el lugar de víctima vulnerada y herida, retorna en el lugar de una sobreviviente que con fuerza interior se sobrepuso al dolor y no permitió que, además de vulnerar su cuerpo, los victimarios vulneraran sus sueños y su futuro. La segunda estrategia narrativa es identificarse, como en un espejo, con la historia de la rosa; metaforiza entonces su experiencia con la de la flor pisoteada que, radiante y jubilosa, ha renacido y continuado su vida a pesar de que quisieron aniquilarla. Así, con la flor como referencia, la narradora da cuenta de su proceso de duelo en el que, con vigor y valentía, sanó las heridas del cuerpo y del alma para reconstruirse como mujer.

Con los cuatro ejes de sentido trabajados vemos cómo la escritura autobiográfica sobre las pérdidas causadas por la violencia sigue, paso a paso, las lógicas de los procesos de duelo de las mujeres que narraron sus experiencias. Ella da cuenta de la disrupción causada por los eventos violentos y de la fractura de la vida y del mundo de supuestos que estos provocaron. Muestra también cómo el duelo avanza, no con el olvido de lo amado, sino con su reubicación simbólica; en este proceso es significativa la función que cumple la escritura para afianzar la identidad de lo perdido y darle un nuevo lugar en el ámbito del lenguaje y de la memoria narrativa. En la lógica del duelo, los relatos van narrando cómo este avanza con la construcción de sentidos para las pérdidas que les permiten a quienes escriben situarse de una manera diferente frente a su dolor. Finalmente, los textos muestran cómo las narradoras ponen un límite al anclaje en el dolor y se abren a las posibilidades que el duelo les presenta para reconstruir sus vidas.

Discusión

Con base en el trabajo interpretativo presentado, este apartado se concentrará en el lugar que tiene el duelo en las narrativas autobiográficas leídas y su función en los procesos de elaboración. Para ello, se dialogará con las proposiciones de algunos autores claves para el estudio sobre el duelo.

Para empezar, es importante señalar cómo en los textos trabajados emergen de forma significativa cuatro aspectos inherentes a todo duelo y que, en el caso de nuestro estudio, son representados y mediados por la escritura autobiográfica. El primero se refiere a que todos los relatos dan cuenta de la experiencia de una pérdida significativa, definida por Neimeyer (2007) como “cualquier daño en los recursos personales, materiales y simbólicos con los que hemos establecido un vínculo emocional” (p. 49), y de la confrontación de las mujeres dolientes con esta realidad. En relación con esta experiencia, y siguiendo las proposiciones de Rando (1995), encontramos en los textos distintos tipos de pérdidas, algunas físicas y otras simbólicas; las primeras son las de algo tangible, como el ser querido muerto o desaparecido; las segundas se refieren a algo intangible, como la libertad, la dignidad y las certezas sobre la vida y la muerte. A su vez, leímos cómo estas pérdidas traen asociadas pérdidas secundarias, físicas o simbólicas, que se movilizan como consecuencia de las primeras. En este sentido, los relatos muestran cómo, por ejemplo, la muerte de un hijo puede provocar, como pérdida secundaria, la pérdida del rol asumido como madre, y la desaparición del hombre amado, la del ideal de conformar una familia con él.

La confrontación con la realidad de estas pérdidas lleva a las narradoras a un debate interno entre la negación –mecanismo defensivo con el que el Yo se protege del impacto de la ruptura– y la aceptación (Freud, 1981). Esta última produce en ellas una serie de sentimientos intensos, como la tristeza, la rabia y la culpa, y provoca un cuestionamiento de su mundo de supuestos, entendido como todo el repertorio de lo que cada quien asume que es verdad acerca del mundo, de los otros y de sí mismo (Parkes, 2002). Particularmente, vimos en los relatos cómo esta aceptación de la realidad, fundamental para el avance del duelo, se dificulta frente a pérdidas violentas como la desaparición forzada, que sume al doliente en la incertidumbre por el destino del desaparecido (Boss, 2016), o como la violencia sexual, que suele producir una invalidación social y personal de la experiencia sufrida.

El segundo aspecto relativo al duelo, significativo en los textos trabajados, se refiere a cómo la elaboración, mediada por la escritura, lleva a que las narradoras vayan reubicando simbólicamente al ser perdido y transformando el vínculo con él. En este sentido, la teoría de la continuación de los vínculos (Klass, 2015) enseña que el destino del duelo no es el olvido de lo perdido, que la representación interna de este no desaparece del mundo psíquico del doliente, sino que esta se transforma y se vuelve un referente activo cuya fuerza y permanencia depende del lazo previo y del significado que la relación haya tenido para quien sobrevive. El propósito del duelo, desde esta perspectiva, es la construcción que hace el doliente de una biografía conjunta que le permite integrar en su vida la memoria de lo perdido. En los relatos trabajados se encuentran algunas formas significativas de continuación del vínculo como son representar al ser querido en otro lugar o dimensión por medio de ideas espirituales, conectar la presencia del ser perdido con objetos o lugares que lo evoquen y con los que se mantiene una vinculación activa, identificarse con aspectos parciales o globales del ser perdido y conservar recuerdos que mantienen activa su memoria. En el caso de nuestro estudio, encontramos que la escritura es una forma privilegiada para reubicar lo perdido en el ámbito de la memoria y para construir un vínculo simbólico que ayuda a las narradoras a avanzar en sus duelos.

El tercer aspecto se refiere a cómo, a través de la escritura, las autoras van construyendo un sentido para su pérdida y para su duelo. Al respecto, la perspectiva narrativa para el estudio del duelo (Neimeyer, 2007; Neimeyer & Sands, 2011) enfatiza en la visión activa del ser humano que está comprometido en el proceso de construir permanentemente su realidad a partir de la atribución de significados que organizan su visión del mundo y dan forma a su narrativa primaria. Cuando esta narrativa se rompe por una vivencia de pérdida o discontinuidad, el sujeto siente que su historia personal se fragmenta, lo cual genera cambios en la visión del mundo y de sí mismo. Con esto, se propone que el duelo es un proceso de reconstrucción y reinterpretación de los significados sobre las pérdidas que permiten al doliente crear una nueva narrativa con la que atribuye sentido a la pérdida y reconstruye su historia. Como vimos en los textos, esta reconstrucción de los significados se orientó, primero, a la reubicación simbólica del vínculo con el amado; segundo, a la reubicación de la figura del victimario que pasa en los relatos de la prepotencia al reconocimiento de la culpa; y tercero, a dotar el duelo de un sentido social y político al visibilizar las agresiones, denunciar públicamente a los culpables, y exigir verdad y justicia. En esta línea, Milman et al. (2017) proponen que este reordenamiento narrativo orientado a dotar de un sentido social, político y espiritual las pérdidas violentas, puede ser favorable a los procesos de duelo tanto en su ámbito individual como en la dimensión colectiva de su elaboración.

Finalmente, el cuarto aspecto significativo de la escritura del duelo tiene que ver con los movimientos de elaboración con los que las autoras ponen límite al dolor y avanzan en los caminos de la transformación de sus vidas. En este sentido, hay que entender, primero, que los procesos de duelo suscitan un profundo dolor psíquico, un dolor de amar que, dice Nasio (1997), no se ubica, como el dolor físico, en la carne, sino en el vínculo entre el doliente y su objeto perdido: “Es el afecto que resulta de la ruptura del lazo que nos vincula con el ser amado. Esta ruptura (…) suscita inmediatamente un sufrimiento interior vivido como un arrancamiento del alma, como un grito mudo que emana de las entrañas” (p. 31). El anclaje en el dolor, al que muchas veces es difícil renunciar, obedece a que, ante la pérdida de lo amado, el yo intenta mantener viva su imagen mental para compensar su ausencia; concentra, entonces, toda su energía en la representación psíquica del objeto, con lo que queda inhibido e incapaz de interesarse por el mundo exterior. Así, vimos en los relatos cómo el dolor puede convertirse en una forma del amor con el que se intenta perpetuar inamovible el vínculo con lo amado. Pero vimos también cómo, paso a paso, y ayudadas por la escritura, las narradoras van limitando el anclaje en el dolor y se van permitiendo las posibilidades vitales que les abre la elaboración del duelo.

Con lo dicho hasta ahora, finalizamos diciendo que la escritura autobiográfica tiene una función valiosa en los procesos de duelo de las mujeres participantes. Esto porque el ordenamiento simbólico que proveen las palabras narradas les ayuda a nombrar las pérdidas y sus efectos, a dotar de un sentido íntimo y social el dolor provocado por ellas, y a reconstruir las relaciones con lo perdido, con el mundo y consigo mismas. Esto, como señalan los diversos autores referenciados, son procesos esenciales con los que fluye la elaboración del duelo y se da a lo perdido un nuevo lugar en el ámbito de la memoria escrita. Esta escritura cumple, además, una función memorial importante al ofrecer, ante la sociedad receptora, un testimonio del sufrimiento que el conflicto armado ha ocasionado a las mujeres colombianas y de la fortaleza con la que muchas de ellas han transitado los caminos de sus duelos para reconstruir sus vidas, las de sus familias y las de sus comunidades.

Conclusión

Para concluir, es pertinente retomar la pregunta planteada inicialmente sobre los efectos que tiene la escritura autobiográfica de mujeres víctimas del conflicto armado en sus procesos de duelo. Hemos visto que sus relatos dan cuenta de los esfuerzos por integrar los eventos violentos que fracturaron sus vidas. En ese proceso, la escritura va de la mano del duelo al permitirles ordenar narrativamente los caminos recorridos desde el instante de la pérdida, pasando por momentos de dolor agudo y llegando a los tiempos de la reubicación del vínculo con lo amado perdido y la reconstrucción de la vida. Con ello, las mujeres van dotando de significados las pérdidas y van construyendo una nueva narrativa vital que les ayuda a reordenar su historia fracturada. La escritura autobiográfica ha sido un recurso simbólico valioso para avanzar en sus duelos: a la manera de un ritual de despedida, les ha ayudado a expresar y a tramitar los sentimientos causados por la pérdida, a reubicar al amado en el lugar de la memoria y a reconstruir sus vidas contando con la ausencia. Con esto, puede decirse que la labor escritural cumple los objetivos que históricamente ha tenido la escritura de la muerte y el duelo: otorgar un lugar en el lenguaje al fallecido mientras abre y ordena el espacio del presente para los vivos. O, como dice De Certeau (1999):

marcar un pasado es darle su lugar al muerto, pero también redistribuir el espacio de los posibles, determinar negativamente lo que queda por hacer y por consiguiente utilizar la narratividad que entierra a los muertos como medio de fijar un lugar a los vivos. (p. 117)

Finalizamos agradeciendo a las mujeres participantes en este estudio, quienes nos ofrecieron generosamente sus relatos hablados y escritos para permitirnos comprender como la escritura autobiográfica del dolor tiene efectos significativos en los procesos de transformación subjetiva, de construcción de memoria y de elaboración de los duelos. El transcurrir de sus historias narradas y de sus vidas da cuenta, efectivamente, de la potencia de este tipo de escritura en la reconstrucción de las vidas de los afectados por el conflicto armado.

Conflictos de intereses

Los autores declaran la inexistencia de conflicto de interés con institución o asociación comercial de cualquier índole.

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Notas de autores

Victoria Eugenia Díaz Facio Lince

Ph. D. en Humanidades. Universidad EAFIT. Profesora del Departamento de Psicología de la Universidad de Antioquia. Integrante del Grupo de Investigación en Psicología, sociedad y subjetividades, Medellín, Colombia. Contacto: victoria.diaz@udea.edu.co ORCID: https://orcid.org/0000-0002-2566-9822, https://scholar.google.es/citations?hl=es&authuser=1&user=JrOmDOwAAAAJ

María Orfaley Ortiz Medina

Magíster en Psicología. Universidad de Antioquia. Profesora del Departamento de Psicología de la Universidad de Antioquia. Integrante del Grupo de Investigación en Psicología, sociedad y subjetividades, Medellín, Colombia. Contacto: orfaley.ortiz@udea.edu.co; ORCID: https://orcid.org/0000-0001-9696-5584, Google Scholar: https://scholar.google.es/citations?hl=es&authuser=1&user=tExtaiQAAAAJ

Mauricio Hernando Bedoya Hernández

Ph. D. en Ciencias Sociales. Universidad de Antioquia. Profesor del Departamento de Psicología de la Universidad de Antioquia. Integrante del Grupo de Investigación en Psicología, sociedad y subjetividades, Medellín, Colombia. Profesor Universidad de Antioquia, Medellín, Colombia. Contacto: mauricio.bedoya@udea.edu.co; ORCID: https://orcid.org/0000-0002-9654-9393, Google Scholar: https://scholar.google.es/citations?hl=es&authuser=1&user=hOI5zakAAAAJ