Narrativas de jóvenes con intentos suicidas: una mirada al cuerpo y la micropolítica

Narratives of young people with suicide attempts: a look at the body and micropolitics

Sandra Constanza Cañón, Jaime Alberto Carmona Parra, Adriana Arroyo Ortega

Universidad de Manizales, Universidad Autónoma Latinoamericana

Recibido: 6 de junio de 2020–Aceptado: 5 de agosto de 2021–Publicado: 1 de enero de 2022

Forma de citar este artículo en APA:

Cañón, S. C., Carmona Parra, J. A., & Arroyo Ortega, A. (2022). Narrativas de jóvenes con intentos suicidas: una mirada al cuerpo y la micropolítica. Revista Colombiana de Ciencias Sociales, 13(1), 151-172. https://doi.org/10.21501/22161201.3640

Resumen

Este artículo es el resultado de una investigación que da cuenta de la relación entre el intento de suicidio y la micropolítica en jóvenes de una institución educativa del municipio de Chinchiná, Caldas, Colombia. El referente teórico se basa en las discusiones en torno a los conceptos de micropolítica y cuerpo. La fundamentación epistemológica y metodológica fue fenomenológica hermenéutica. Todo esto dio la posibilidad de que los jóvenes en sus narrativas autobiográficas relataran sus vidas y encontraran nuevas posibilidades de existencia. Se encontraron categorías como: el encuentro con el mundo, un mundo sin cuidado, la violencia sexual, el cuerpo como espacio de comunicación, la incertidumbre, entre otras. Se concluye la importancia de comprender los procesos de singularización de los jóvenes para interpretar los sentidos que le dan al cuerpo y su relación con la micropolítica; asimismo, cómo los jóvenes manifiestan su rechazo a la producción de subjetividad capitalista a través del intento de suicidio.

Palabras clave

Micropolítica; Cuerpo; Intento de suicidio; Poder; Resistencia; Jóvenes.

Abstract

This article is the result of an investigation that gives an account of the relationship between suicide attempts and micropolitics in young people of an educational institution in the municipality of Chinchiná, Caldas, Colombia. The theoretical reference is based on discussions around the concepts of micropolitics and the body. The epistemological and methodological foundation was hermeneutic phenomenological. All this gave the possibility for young people in their autobiographical narratives to relate their lives and find new possibilities of existence Categories such as the encounter with the world, a world without a care, sexual violence, the body as a space of communication, uncertainty, among others, were found. It concludes the importance of understanding the processes of singularization of young people to interpret the senses they give to the body and its relationship with micropolitics. Likewise how young people manifest their rejection of the production of capitalist subjectivity through the attempt of suicide.

Keywords

Micropolitics; Body, Attempted suicide; Power; Resistance; Young people.

Introducción

El suicidio es definido por Durkheim como “todo caso de muerte que resulte, directa o indirectamente de un acto, positivo o negativo, realizado por la víctima, sabiendo ella que debería producir este resultado” (Durkheim, 2000, p. 16). El suicidio como proceso va desde la idea de muerte hasta el acto mismo. La ideación suicida tiene que ver con sentir que no vale la pena vivir, estar cansado de vivir. Estos pensamientos suicidas suelen conducir a la planificación y a los preparativos para el acto. El intento de suicidio es un acto voluntario, autoinflingido, que amenaza la vida, en el que la persona intenta pero fracasa en su intento (Andover et al., 2012).

El intento de suicidio, igual que el suicidio, son considerados por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como problemas de salud pública, y se estima que la frecuencia del intento de suicidio es 20 veces mayor que la del suicidio en el mundo (OMS, 2019). La OMS (2014), en el Informe Mundial sobre la Prevención del Suicidio, puntualizó en la necesidad de orientación sobre la vigilancia de los intentos de suicidio. Contrario a lo que ocurre con la información sobre suicidios, que desde hace varias décadas se encuentra actualizada en la mayoría de los países, en la actualidad, de acuerdo con la Organización Panamericana de la Salud (OPS, 2018, p. 7), “es limitado el número de países que han establecido un sistema de vigilancia de los intentos de suicidio”.

En Colombia, en el 2018, la incidencia nacional del intento de suicidio fue de 56,8 casos por 100.000 habitantes; el Departamento de Caldas presentó la segunda incidencia más alta después de Vaupés (INS, 2019). La tasa para Caldas de los casos de intentos de suicidio, para el 2017, fue de 94,8 por 100.000 habitantes; el 73,5 % de los casos se encuentra entre los 10 y los 29 años de edad. Chinchiná, Caldas, en el 2017 tuvo una tasa de 119,43 por cada 100.000 habitantes, siendo uno de los municipios con altos índices de intento de suicidio (Dirección Territorial de Salud de Caldas, 2018).

En la década de los años 50, Shneidman (1971), psicólogo norteamericano, logró que la comunidad internacional, en particular la OMS, reconociera el suicido como un fenómeno multideterminado y no exclusivamente asociado a la psicopatología (Carmona-Parra et al., 2017). En virtud de ello, se hace necesario comprender el ser humano desde diferentes dimensiones y desde su singularidad, por lo tanto, en su construcción de subjetividad, ello con el fin de interpretar sus acciones y comprender la experiencia de lo humano, que contiene el cuerpo, como menciona Mallarino (2017): “la experiencia de lo humano se construye mediatizada por el propio cuerpo y por el del otro como agente transmisor de pautas de relación y comportamiento que tienen vigencia en una época y para una sociedad en particular” (p. 36).

Las intenciones suicidas, como acciones, se relacionan directamente con el cuerpo como completitud, donde está inmerso el deseo y su lugar en el mundo contemporáneo, lo que implica pensar que “el capitalismo (…) trabaja sobre el deseo buscando llenar el vacío de plenitud que el deseo activa” (Yáñez-Canal, 2014, p. 132), teniendo en cuenta que el capitalismo produce el deseo y va marcando las pautas de comportamiento y la forma de vincularse con los otros. Esto es micropolítica, porque “se ubica en el nivel de producción de subjetividad” (Guattari y Rolnik, 2006, p. 43) e incide en los puntos de singularidad. La micropolítica, de acuerdo con Garavito (1997), es una lucha minoritaria secreta que se da en el nivel de los comportamientos de la vida cotidiana. En la micropolítica, el poder está dentro de uno mismo, no se centra en el Estado o en el gobierno; está atenta a los procesos singulares. Los conceptos molar y molecular son centrales en la micropolítica; el orden molar corresponde a las estratificaciones que debilitan objetos, sujetos, representaciones y sus sistemas de referencia, flujos codificados y canalizados institucionalmente. “El orden molecular, al contrario, es el de los flujos deseantes, los devenires, transiciones de fases, intensidades” (Guattari & Rolnik, 2006, p. 370). Es así como la hipótesis de la investigación es: los intentos de suicidio de los jóvenes son una forma de instrumentar el cuerpo como escenario de resistencia micropolítica.

De acuerdo con lo anterior, el objetivo del presente estudio fue comprender los acontecimientos de intento de suicidio de jóvenes miembros de una Institución Educativa en Chinchiná Caldas, Colombia, a través de narrativas autobiográficas que permitan visibilizar las relaciones entre cuerpo y política.

Método

La presente investigación se ubicó en las nociones propias del enfoque fenomenológico hermenéutico. Desde esta perspectiva lógica hermenéutica se tienen en cuenta diversos escenarios de análisis del fenómeno de la intención suicida, el cuerpo y la micropolítica, complementado con autores posestructuralistas que aportan en la comprensión de lo propuesto en una visión abierta. La metodología fue narrativa autobiográfica; se refiere a la narración retrospectiva que hace el propio protagonista de su vida o de determinados aspectos de ella. En este caso, la narración es tal y como la cuenta la persona que la ha vivido (Bolívar et al., 2001, p. 28); en este caso, los jóvenes contaron su historia en palabras reflexionando sobre su vida, lo que se orientan hacia el proceso de construcción de la subjetividad en un mundo de sentido compartido.

La selección de los participantes se basó en los datos de los intentos de suicidio ofrecidos por la Dirección Departamental de Salud de Caldas desde donde pudo determinarse el rango de edad en que estaba más presente el fenómeno: hombres y mujeres entre los 15 y 18 años, y establecerse que Chinchiná es uno de los municipios de Caldas que presentaba altos índices de intento suicida. El acercamiento a los jóvenes se hizo con el mayor tacto posible, dada la sensibilidad del tema; se les hizo una invitación a quienes desearan participar de manera voluntaria en una conversación sobre la vida y la muerte.

En el primer momento, en la conversación exploratoria sobre la vida y la muerte participaron 31 jóvenes. La sesión tuvo una duración de aproximadamente 2 horas y 30 minutos; al finalizar se les explicó más específicamente en qué consistía la investigación y el proceso de las narrativas autobiográficas. Un total de 14 jóvenes, entre los 13 y 18 años, estuvieron interesados en participar. Un criterio de elección fue la edad (entre los 15 y 18 años), así mismo, aquellos jóvenes que hubiesen realizado uno o más intentos de suicidio. Como criterio de exclusión: los jóvenes que tenían un diagnóstico de enfermedad mental. Quienes cumplieron los criterios de inclusión fueron 2 mujeres de 15 y 18 años, y un hombre de 17 años.

Las entrevistas permitieron la indagación sobre el lugar del cuerpo, el significado de lo micropolítico y las articulaciones del cuerpo y la política y la indagación sobre si el acto de intento de suicidio tenía algún sentido de resistencia, protesta, denuncia o lucha contra alguna forma de poder, o un deseo de influir sobre alguien o sobre alguna situación en particular, de producir algún efecto en un vínculo, en una persona o en una institución, dejar un mensaje, así como tomar control de su propia vida y de su cuerpo, o algún otro tipo de control1. Esto para comprender los acontecimientos de intento de suicidio en jóvenes.

También cada uno de los jóvenes, de acuerdo con su talento, hizo representaciones de su existencia a través de la palabra, el dibujo y la fotografía. De igual manera, narraron su historia con símbolos significativos para ellos, a través del dibujo de su cuerpo narrado. Dejaron que emergieran en ellos situaciones dolorosas, pero también nuevas formas de reinventarse.

Las entrevistas fueron grabadas. Para el análisis se realizó la lectura de los textos producidos en las narraciones autobiográficas como una totalidad, sin fragmentaciones. Al analizar los soportes estructurales de cada relato de vida como un caso individual, se tomó como referente a la autora Luna-Carmona (2006). Se hizo una lectura intratextual al identificar los relatos y las unidades temáticas que salían de estos, las marcas símbolo y se efectuó un diagrama con las conexiones. La narración de cada dibujo del cuerpo fue incorporada a la totalidad del relato para el análisis. La decisión metodológica fue privilegiar la narración de los participantes acerca de los dibujos y el contenido expreso del dibujo, sin entrar en otros análisis de aspectos connotativos de las imágenes.

Se identificaron los rasgos de la subjetividad que emergían de manera significativa en cada acontecimiento y la lectura de los mismos respecto a las experiencias de vida y muerte, los sentidos biográficos alrededor del cuerpo y la política, para finalmente hacer una lectura intertextual comparativa al reconocer patrones concurrentes, temas comunes, regularidades, solapamientos, divergencias (Bolívar et al., 2001, p. 204).

Para Luna-Carmona (2006), este análisis se presenta en términos de tres procesos: marcas símbolo, mapa simbólico e integración textual. El texto mismo da las claves y al interior se da la validación.

La investigación estuvo atravesada por una preocupación ética permanente, asumiendo la sensibilidad del tema y el cuidado en su abordaje. A través de un consentimiento informado se explicaron los objetivos de la investigación, la confidencialidad de los datos, la voluntariedad de la misma, así como el anonimato y la autorización para grabar las entrevistas. Sus padres y acudientes, al igual que los jóvenes y la directora de la institución, firmaron el asentimiento y consentimiento informado, según el caso, previa aprobación del Comité de Bioética de la Universidad de Manizales. Aunque los jóvenes que participaron en la investigación quisieron aparecer con sus nombres reales, se optó por seudónimos para protegerlos de la estigmatización y discriminación (Chara, Merlina y Sebastián).

Figura 1. Diagrama de conexiones de Merlina

Figura 2. Diagrama de conexiones de Chara

Figura 3. Diagrama de conexiones de Sebastián

Resultados

El encuentro con el mundo

Llegar al mundo haciendo presencia y encontrarse con todas sus condiciones de posibilidad permite hacerse humanos. Heidegger habla del Ser-en-el-mundo (Dasein), el ser ahí, estar en el mundo, esta forma de estar arrojado en el mundo y a sus posibilidades. La vida, para Heidegger, es todo lo que existe, y la existencia humana está constituida por la relación hombre-mundo. En esta relación, el hombre le da sentido y vida al mundo, al preguntarse por su existencia, por su vida (Heidegger, 2012).

Por eso, el saber de qué manera se llega al mundo es elemental. Cómo se es recibido por personas con un importante significado en la vida de cada uno es esencial en la configuración de las relaciones. Por ejemplo, Chara dice al respecto: “La verdad, yo le pregunté a mi mamá… Ma, ¿usted nunca me planeó? Y ella dijo: No…” (Comunicación personal). Esta respuesta es fundamental en el tejido de la relación con los padres y va marcando una constante búsqueda de aceptación en las relaciones que se van configurando a lo largo de la existencia, como se registra en la totalidad de los relatos. Así lo narra Chara: “Mi papá nunca respondió por mí, él nunca tuvo tiempo para mí” (Comunicación personal); Merlina: “Mi mamá nunca me ha preguntado cómo me siento o qué me gustaría” (Comunicación personal); y Sebastián: “Mi papá una vez me pegó, pero nunca me la llevaba bien con él; él me cogió respeto como yo a él” (Comunicación personal).

Ser el producto de la violencia ejercida hacia la madre o un accidente en la vida de la misma es significativo en esta relación y en cómo le va a dar sentido a una vida; como lo menciona Chara: “Ella nunca me planeó, pasó en una fiesta”, “yo nací gracias a una pela que él [padre] le zampó a mi mamá” (Comunicación personal).

Un mundo sin cuidado

El sentir que se tiene el cuidado de alguien que provee la estabilidad económica y la seguridad afectiva, en una constante comunicación que demuestra su interés por el otro y que lo apoya, produce seguridad en los jóvenes. Para Butler (2018), los niños y niñas son fundamentalmente dependientes de los cuidados; para esta filósofa, la división laboral de los cuidados, de los trabajos de la casa, están a cargo de la mujer. Así, la desigualdad de género se evidencia desde muy pronto.

De acuerdo con esto, se observan diferencias entre los roles de los padres y de las madres en relación con el cuidado; esto de acuerdo con los papeles tanto masculinos como femeninos, y a los cuales se les han atribuido responsabilidades diferenciales, como también lo ha analizado Carol Gilligan (1985). Los cuidados durante los primeros años de vida típicamente están a cargo de la mujer; es una ética del cuidado adecuada a la vida privada y apropiada para las mujeres y su esfera. Diferente a la de los hombres, que es una ética de la justicia, adecuada a lo público, lo que tiene repercusiones en los jóvenes, aún más cuando se dan las separaciones entre sus padres, quedando prácticamente al cuidado de las madres, que suelen hacerlo con responsabilidad. No obstante, Gilligan hace énfasis en que lo público y lo privado son interdependientes.

Emergieron en las conversaciones elementos que permitieron identificar significaciones de abandono y soledad, esto en alusión a no sentirse protegidos. Chara, por ejemplo, menciona de su padre biológico: “Tampoco le echo la culpa a él, hace su mejor esfuerzo. Yo a él no lo veo como un papá porque nunca estuvo conmigo” (Comunicación personal).

Violencia como acontecimiento

Para Chara, la violencia hace parte de su vida cotidiana, violencia cotidiana integrada a una forma de vida (Blair, 2009). Recuerda su vida rodeada de actos violentos, habla de su ambiente familiar como un ambiente demasiado denso. Ella relata: “Es que usted llega a mi casa [y es] como que no quisiera volver; es muy pesado el ambiente (…) se vivía con rabia, tristeza, agresividad” (Comunicación personal).

Chara ha vivido experiencias que le producen rabia y dolor, le ha tocado ver sufrir a su madre por el maltrato de su pareja y, más aún, cuando siente que ella no hace nada al respecto. Según Arendt (2005a, p. 85), “la rabia solo brota allí donde existen razones para sospechar que podrían modificarse esas condiciones y no se modifican. Solo reaccionamos con rabia cuando es ofendido nuestro sentido de justicia”.

Chara narra lo que le dice a su madre: “No es justo que estemos pasando hambre porque usted quiere a su marido; si usted lo quiere entonces dígale que cambie. Mami, deje de ser tan sumisa” (Comunicación personal). Chara pretende defender a su madre tratando de hacer justicia; busca crear conciencia en ella para que se defienda; pero finalmente es Chara la que intercede. Así lo relata:

Después ya llegó lo peor, lo que nunca me imaginé que yo iba a ver en la vida, él le pegó a mi mamá. Él le estaba pegando muy duro, entonces yo me metí: “Ay, no se meta que no sé qué”, dijo mi mamá y entonces dije: “¡Ah!, entonces que la maten, que la maten”. Yo gritaba. (Comunicación personal)

Chara busca reestablecer el equilibrio en su ambiente familiar y, sobre todo, no permitir que su hermano sufra lo que se siente al ser observador de un acto violento, más aún en contra de la propia madre. Aunque enfrentarse con el agresor puede ser una forma de generar más violencia, es la única manera que encuentra Chara para que su madre afronte la situación. De acuerdo con Arendt (2005b, p. 86), “en la vida privada, al igual que en la pública, hay situaciones en las que el único remedio apropiado puede ser la auténtica celeridad de un acto violento”.

La violencia sexual

Un abuso sexual es un acontecimiento que fractura la vida y deja huellas, como lo relata Merlina:

Mi hermana y yo estábamos peleando y ella me gritó: “Usted es una violada”, delante de todo mundo, y ahí fue cuando yo como qué, cómo así, si nadie lo sabía; eso estaba entre la familia y ya. Y ahí sí me dieron ganas de llorar. Recuerdo que cuando yo tenía tres años, mi mamá me empezó a vender. (Merlina, Comunicación personal, 2019)

Cuando una joven es víctima de abuso sexual experimenta negligencia, abuso emocional y abuso físico, en muchas ocasiones con el consentimiento u omisión de personas cercanas que son importantes en la vida de esta. Cuando la joven desea hablar del acontecimiento busca a una persona de confianza, en general a la madre. Este encuentro puede dejar abiertas posibilidades o no, puede dejar “Un sentido como indicador de problemas que están vinculados con todo el sistema familiar y estos se unen a diferentes rótulos, narrativas e historias dominantes, que puede debilitar aún más el vínculo existente y reforzar los discursos culturales” (Magnaboscoso, 2014, p. 230).

Merlina no habla con nadie de estos sucesos, por obvias razones. Con su madre no puede hacerlo y trata de tenerlo oculto en todos sus contextos, dejando esta situación enmudecida; aunque su familia cercana lo sabe, para ella es importante que permanezca en secreto. En la vida de Merlina este evento, que fue propiciado por su madre, rompe la relación, aún más siendo un continuo como lo narra: “Ahí fue cuando todo volvió a empezar; yo tenía seis años y ella me empezó de nuevo a vender porque entraban señores a la casa y dejaba que me tocaran. Ella lo hizo por plata” (Comunicación personal).

El cuerpo como espacio de comunicación

El cuerpo es la manifestación del ser humano en existencia, es un medio de comunicación con el mundo (Merleau-Ponty, 1985). Los jóvenes manifiestan a través de su cuerpo sus emociones, sus dolores, sus inconformidades. El hermano menor de Chara le enseñó que caminar y gritar era la forma de sacar el dolor. Así lo relata:

Al otro día, yo me desperté con él y él me decía: “Yo vi una cosa en la televisión”. Yo, ¿qué? “Vamos a caminar”. Me dijo: “Es que en la televisión decía que caminar ayudaba a que usted se sienta bien”, dijo: “¡Siéntese!”. Y yo me senté allí y me dijo: “Pero no se vaya a tirar” (…), y en ese momento me dieron esas ganas de llorar, pero no, me decía: “No llore”. Entonces se puso a gritar y dijo: “Grite, grite, mire y verá cómo se siente cuando usted grita; pero grite con ganas”. (Chara, Comunicación personal, 2019)

Para Le Breton (2011) “el caminar es una apertura al mundo, restituye en el hombre el feliz sentimiento de su existencia. Caminar es vivir el cuerpo, provisional o indefinidamente. El caminar es a menudo un rodeo para reencontrarse con uno mismo” (p. 15).

Caminando Chara encuentra una manera de vivir su cuerpo, de desahogar sus emociones, de reflexionar y de expresar lo que siente hacia personas que le han hecho daño y no puede comunicarlo con palabras. Wallon (1987) dice que el movimiento es una emoción exteriorizada porque esta existe de forma inseparable de la motricidad. De esta manera, a través del movimiento, Chara comunica sus emociones, que se expresan en toda su corporalidad. Caminar también es un modo de resistirse al dolor, a la tristeza. Para Le Breton (2011), “caminar, en el contexto del mundo contemporáneo, podría suponer una forma de nostalgia o de resistencia” (p. 18). Chara relata: “ese día me perdí, me fui a caminar (…) yo lloraba y decía, pero yo por qué me siento así, a mí no me gusta sentirme así. Había algo, como cuando usted tiene, cómo le digo, como algo en el pecho que no sale” (Comunicación personal).

El cuerpo guarda sus marcas y muchas de ellas son la presencia de otros. Una presencia constante en cada cosa o situación en la cual se está inmerso en el mundo. De acuerdo con Merleau-Ponty (1985, p. 100), “debajo del sujeto encarnado se correlaciona el cuerpo, el tiempo, el otro, la afectividad, el mundo de la cultura y de las relaciones sociales, y con ello lo político, la vida se explica en sí misma desde la corporalidad”.

Por su parte, Sebastián manifiesta sus emociones marcando su cuerpo con las autolesiones, así lo manifiesta:

No dormía, no comía, pero no lloraba. Vine acá a repetir noveno y gracias a Dios lo gané, pero fue muy difícil. Pero cuando me pasé a este colegio tuve muchas dificultades. No me sentía bien, me seguía cortando y cortando. Fue como algo doloroso (…). Señala una marca corporal. La M y la S es Mente Suicida, uno piensa en eso todo el tiempo. (Sebastián, Comunicación personal, 2019)

Esta forma de marcar su cuerpo es el punto de apoyo mínimo que le permite conquistar grados suplementarios de libertad. Al respecto, Guattari y Rolnik (2006, p. 94) afirman que no solo se trata de “localizar la inserción de agenciamiento en el que el individuo se constituye”, sino de encontrar también ese punto de apoyo mínimo.

El cuerpo, espacio de manifestación, resistencia y poder

De acuerdo con Foucault (1979), “todos tenemos algo de poder en el cuerpo, las relaciones de poder penetran los cuerpos” (p. 144). Esta concepción nos permite determinar el cuerpo en su aspecto político, en este caso en la violencia ejercida en una autoagresión y su relación con la vida, la muerte y el poder (Blair, 2010).

En los relatos, los jóvenes dan muestra del poder ejercido sobre sus cuerpos, al dejar ver lo político del cuerpo, siendo este su espacio de resistencia, de protesta y comunicación, lugar que no encuentran en otra parte, un lugar no estatal donde se reproducen las lógicas micropolíticas. Una especie de micropolíticas corporales que, para Blair (2010):

Son las estrategias de poder que se ponen en funcionamiento más allá o más acá de las políticas estatales; son pequeños espacios reticulados que se tejen en los intersticios de las grandes estrategias políticas (espacio macropolítico). Estas micropolíticas corporales tendrían en su accionar violento dos formas: una parcial: infligir dolor físico o psíquico, y una total: provocar la muerte. (p. 48)

Para los jóvenes, el accionar violento de estas micropolíticas corporales se da a través de las autoagresiones. Se manifiesta en su propio cuerpo, no en el de otros sujetos, como puede suceder en las guerras contemporáneas (Blair, 2010).

Chara narra, en relación con la autoagresión como forma de resistencia: “hacerme daño era una forma como de resistirme a todo, a mi mamá, en la forma en que ella me hacía sentir, en la forma en que ella me trataba” (Comunicación personal).

Chara lucha por tener un trato digno y amoroso de parte de su madre y, al sentir que no lo logra, encuentra formas de resistirse y de protestar ante esta situación. Ella continúa narrando, ante la pregunta sobre la muerte como una protesta:

Pensaba en mí, como mi mamá no piensa en mí, entonces yo tampoco voy a pensar en ella. Yo lo veía como, si esto le pasa a mi familia, mi familia va a decir a otras personas, que a pesar de los problemas estén pendientes de sus hijos. Si su hija está mal, esté pendiente de ella, póngale atención, es que ella existe. (Comunicación personal)

Ambivalencia entre morir y vivir

De acuerdo con Heidegger (2012), el Dasein puede experimentar la muerte. Por ejemplo, desde un intento de suicidio, de forma momentánea. El Dasein puede girar hacia su muerte solo para después decir, qué alivio que no pasó nada. Aquí puede realizarse la pregunta por el sentido de su existencia, que está antepuesta por la pregunta por el sentido del ser. Pregunta que es ontológica y siempre va a estar presente, y aún más en la mente del suicida. Al respecto Sebastián narra:

Cada día es un tormento, así sea el más pequeño, pero es un tormento; para mí eso es la vida (…) Yo me acuerdo que ese día me paré frente a la soga y la silla. Me iba a ahorcar, pero no sé qué fue lo que me hizo reaccionar para no meter la cabeza y saltar. Sí, yo me iba a suicidar, yo no me quería morir. (Comunicación personal)

En todo suicida existe una ambivalencia entre querer vivir y morir. Esto se ve reflejado en los jóvenes. Lo que se encuentra es que existe un deseo por acabar con un dolor emocional, con un sufrimiento, en donde no se halla una salida ni sentido a la existencia. Así lo narra Sebastián:

Pensaba en la muerte, pero a mí me daba miedo (…) Yo no sé ni para qué nací. No le veo sentido a la vida. Yo puedo echarle ánimo a la vida, seguir normal, vivir hoy, mañana; pero llega un momento en que yo me siento maluco, digo como que no soy capaz. Aquí nada me espera en la vida, mucho sufrimiento, dolor. (Comunicación personal)

La muerte es tomada como una posibilidad de calmar el sufrimiento, pero no se evidencia un deseo de querer morirse, como tampoco un sentido de existencia. Para Le Breton (1999), “el dolor quiebra la unidad vital del hombre, suprime el gusto por vivir cuando golpea; opera el efecto contrario cuando se aleja. Es una llamada al fervor de existir, un memento mori que devuelve al ser humano a lo esencial” (p. 19).

Chara relata cómo ve en la muerte la salida a no sentir emociones como la tristeza y eludir el dolor social, “la soledad” (Pompili, 2018). Existe una ambivalencia en ella porque, al mismo tiempo, tiene miedo a la muerte. Ella dice:

Yo me cortaba, me daba contra las paredes, era con chichones. Todo me daba ganas de matarme. Veía un cuchillo y pensaba: será que dónde me pego, me lo entierro (...). Volví a cortarme, en el brazo, me cortaba, pensaba en morirme, pero me daba miedo (…) Pero veía la muerte como una solución a que no iba a volver a sentir lo mismo, que no iba a volver a sentir tanta tristeza y soledad (…) Había algo que me decía que no lo hiciera, porque había una solución. (Comunicación personal)

La incertidumbre

Para los jóvenes, no tener claridad sobre su futuro, sobre todo en relación con sus condiciones de vida, como tener las necesidades básicas satisfechas, la educación, las oportunidades, las relaciones familiares, pone en ellos emociones como la tristeza. Así lo relata Chara, quien además de sentir tristeza por su vida y la de las personas con las que vivía, estaba rodeada de incertidumbre ante la separación de su padre adoptivo, sin saber qué pasaría con sus vidas, puesto que él era el proveedor. Ella dice:

Yo sentía tristeza y no sabía qué iba a pasar con mi vida, con la vida de mi mamá, con mis hermanos, porque iba a cambiar todo. No sabía qué cambio íbamos a dar, a dónde íbamos a vivir (…) Con mi papá yo lo tenía todo. (Comunicación personal)

Butler (2006) dice que los niños y las niñas dependen de redes y condiciones sociales, y la vida requiere unas condiciones para ser habitada y vivible, ser inclusiva e igualitaria para llegar a ser una vida digna. Estas situaciones, y todos los acontecimientos en la vida de Chara, hacen que sus posibilidades se vean reducidas, así como su sentido de vida. Por eso dice: “Después de tanto luchar decidí como que no, yo no valgo la pena” (Comunicación personal). Pero no solo estas circunstancias afectan la manera como Chara va viendo la continuidad de su vida; también las situaciones macrosociales de orden económico y político son importantes, lo que refleja a través de su dibujo corporal. Al hablar de su futuro, ella relata:

Somos mediocres y por eso escogemos esos dirigentes que solo piensan en ellos, y ellos, según lo que yo escuché, están en contra de la educación porque se sabe que si los jóvenes tenemos un pensamiento más revolucionario, va a ser mejor el país. (Comunicación personal)

Existe en los jóvenes un sentimiento de incertidumbre ante el futuro, que también está relacionado con la forma en que perciben la sociedad en todas sus dimensiones, como también lo relata Merlina: “yo no quiero, por ejemplo, tener hijos. Uno para qué va a traer niños a esta sociedad como está de dañada, que lleva a los jóvenes por el mal camino con los vicios” (Comunicación personal).

La narración y el lenguaje como formas de insurrección

De acuerdo con White y Epston (1993), para los jóvenes narrar experiencias y contar historias puede ser curativo, puesto que es una manera de ir a visitar el sufrimiento; se trata de “poder transformar un discurso negativo en otras historias, con innovadoras ediciones y con oportunidades alternativas de un nuevo comienzo” (Magnaboscoso, 2014, p. 231). Los jóvenes manifiestan la necesidad de comunicar lo que sienten, de tener empatía y confianza con alguien que de verdad se interese por lo que les sucede, una real escucha.

Merlina afirma que, aunque usa el cuerpo como un espacio para comunicar y expresar lo que siente, ahora prefiere comunicarlo con palabras. Ella manifiesta: “con lo que le ha pasado a uno, uno no se puede quedar con eso guardado, uno debe dialogar con las personas” (Comunicación personal). Ante la pregunta de si su cuerpo es un espacio de expresión, dice: “sí, donde me podía expresar cuando me hacía daño, pero ya mejor cuando siento algo, hablo; pero son pocas personas las que me dan confianza” (Comunicación personal). También Chara alude a lo preciso del diálogo sin ser juzgada: “Es necesario hablar con personas como usted que no lo juzguen a uno” (Comunicación personal).

Para Sebastián, agredir su cuerpo también es una forma de hacer catarsis, por ello habla de lo relevante que es dialogar con una persona en la que pueda confiar, aunque lo esperado es que sea de la familia. Él relata: “Cortarme era un desahogo, lo que uno siente la mayoría no lo saca así por sí solo, lo guarda adentro hasta que llegue una persona confiable a la que se le pueda contar” (Comunicación personal).

La confianza aparece constantemente como necesaria para los jóvenes expresar y hablar de lo que sienten. De acuerdo con Camps (2011), “el otro lado del miedo es la confianza. Es una esperanza acompañada de fantasía sobre que las cosas que pueden salvarnos están próximas y en cambio no existen o están lejanas las que nos provocan temor” (p. 193). “La confianza viene de confido “tener fe”, pero la falta de fe y de confianza es una de las características más unánimemente reconocidas en nuestro tiempo” (Camps, 2011, p. 197). La palabra ayuda a ir sanando el dolor. Al respecto, Le Breton (1999) afirma que “una palabra amable o una mano sobre la frente, la presencia, son los antiálgicos más eficaces, aunque no basten” (p. 10).

Para Merlina, esta es la manera de sanar el dolor: “El dolor sale hablando con personas con las que uno realmente confíe (…) hablando y recordando todo, así poco a poco uno empieza a olvidar o a no recordar con dolor” (Comunicación personal). Este tipo de dolor es un dolor psicológico, que Shneidman (1984) llama psiqueo, y que tiene que ver con necesidades frustradas. En estos jóvenes, sus experiencias y acontecimientos de vida, que están vinculadas con los vectores molar y molecular, han ido generando estas frustraciones que producen el dolor.

Por su parte, Chara busca empoderarse de sus emociones y sus pensamientos y luchar contra la adversidad. Relata a través de su dibujo de cuerpo narrado: “Siempre voy a mostrar una sonrisa, voy a ir contra el mundo, el mundo no va ir hacia mí. No lo voy a permitir; como siempre, adelante, siempre ser positiva” (Comunicación personal).

Estas son formas de insurrección macro y micropolíticas que permiten a los jóvenes ir potenciando su singularidad, crean devenires y ayudan a transformar su vida en un plano más cotidiano. Para Rolnik (2019):

Lo que mueve a los agentes de la insurrección macropolítica es la voluntad de “denunciar”, en palabras y acciones, las injusticias propias de la distribución asimétrica de derechos en las formas de mundo vigentes. Lo que buscan con estas denuncias es “concientizar” a la sociedad a través de la transmisión de informaciones y explicaciones, para “movilizar. (p. 119)

Estas denuncias las manifiestan los jóvenes cuando hablan de la desigualdad, de la indiferencia, de la inequidad. Cuando ellos encuentran estos modos de acción frente a las diferentes circunstancias existenciales en juego, entonces pueden combatir el abuso en todos los sentidos y crear transfiguraciones que le permiten a la vida retomar su pulso.

Contextos vinculares

El tipo de vínculo que se construye con la familia, y especialmente con la madre y la abuela, son determinantes en las experiencias de los jóvenes, según sus relatos.

Para Sebastián, así ya no tenga la presencia de su mamá, ella es quien le da el impulso para continuar afirmándose en la vida: “Pienso en mi mamá y creo que ella es la que me está dando fuerzas para yo no dejarme quedar atrás” (Comunicación personal). Para Merlina, así su mamá esté en la cárcel, cada vez que tiene un encuentro con ella se siente recargada de ánimo para continuar su vida: “Cuando voy a ver a mi mamá me da de todo; me da mucha felicidad verla. Y cuando me tengo venir y la tengo que dejar, mucho dolor y todo; pero me da mucha felicidad verla” (Comunicación personal). Para Merlina, su abuela es quien ha estado siempre a su lado: “Mi abuelita es quien da sentido a mi vida; yo no pienso en mí, solo en mi abuela. Mi abuelita, ella es la única” (Comunicación personal).

Para Chara, tener a su familia unida es lo que más la motiva a seguir afirmándose en la vida y quien hace latir su corazón, por ello se hizo un tatuaje en que está la palabra familia con otros elementos gráficos que aluden al amor, a la fe y a la vida en su cuerpo, para tenerlo presente siempre que se sienta triste:

Si me llegara a faltar mi familia, de verdad nunca me he imaginado mi vida sin mi familia, aunque yo sé que algún día me van a faltar. Mi familia es mi motor a vivir; le tengo miedo a eso (…) Mi abuela, mi mamá, mi hermano, obviamente son un motivo para vivir. (Sebastián, Comunicación personal, 2019)

Reinventarse

Los jóvenes van creando formas de reinventarse e ir construyendo su vida con otras posibilidades diferentes a la muerte. Encuentran en el perdón una manera de restaurar y seguir adelante, como lo hace Sebastián, quien siente que una manera de restituir algunos de sus actos, como el consumo de sustancias psicoactivas y los intentos de suicidio, es dialogando, perdonando y pidiendo perdón para poder sentirse no solo mejor, sino tener un nuevo comienzo: “Quiero hablar con mis hermanos y pedirles perdón, lo único es portarme bien y tratar de perdonar y pedir perdón para sentirme mejor” (Comunicación personal). Según Arendt citada por Madrid (2008), “perdonar sirve para deshacer los actos del pasado. El perdón restaura y rehabilita la capacidad humana de actuar” (p. 140). Para Arendt, perdonar es una facultad humana que vincula a los seres humanos entre sí y hace posible su capacidad de actuar. El perdón, desde esta postura, es algo solamente humano.

Chara desea aprender a perdonar a quienes le han hecho daño para vivir feliz: “Yo no he aprendido a perdonar y yo digo que el día que yo aprenda a perdonar a una persona soy la mujer más feliz” (Comunicación personal). A Merlina, su mamá le pidió perdón, y manifiesta no sentir rencor hacia ella, pues relata: “Las personas me dicen: ʽUsted es como boba, usted cómo se pone a perdonar a su mamá lo que le hizo, yo la odiaría. Pero yo me pongo a pensar, madre es madre; madre es aquí y donde sea; no tengo rencor” (Comunicación personal).

Para los jóvenes, el perdonar los hace sentir libres, pues gracias al perdón se da un nuevo comienzo para actuar (Madrid, 2008), lo que quiere decir que el perdón abre nuevas posibilidades. A través del perdón, de la relación con el otro, del dibujo o la fotografía, los jóvenes buscan poder reinventarse, construir su vida superando el dolor, la fragilidad, las frustraciones que traen las experiencias del mundo actual, viviendo en armonía consigo mismos y con el mundo, trasformando sus deseos y su existencia.

Discusión y conclusiones

El entendimiento de los procesos de singularización de los jóvenes con intentos de suicidio fue necesario para comprender e interpretar los sentidos que le dan al cuerpo y su relación con la micropolítica, lo que lleva a conocer el propio nivel en el cual emergieron esos procesos de singularización, puesto que descifrar el habitar humano implica considerarlo en su complejidad, así como al deseo que los moviliza: “el deseo solo puede ser vivido en vectores de singularización” (Guattari & Rolnik, 2006, p. 62).

De acuerdo con lo expuesto, la llegada al mundo y sus condiciones van creando espacios y abriendo diferentes posibilidades para los jóvenes, entre ellas la posibilidad más cierta de todas: la muerte, que va marcando sus vidas, así como la protección o el descuido tanto de la familia como de la sociedad y el Estado.

Como se observa en las experiencias, el cuidado sigue sesgado por estereotipos de género que imponen responsabilidades a las mujeres y eximen de ellas a los hombres, lo que indica el arraigo del machismo. Por su parte, el Estado tampoco provee condiciones favorables para que los jóvenes puedan desarrollar su propio cuidado con autonomía. También se reconoce en los relatos las diferencias entre los roles que cumplen los hombres y las mujeres en relación con el patriarcado y las relaciones machistas. La posibilidad de un devenir femenino, que se viabiliza con un proceso de singularización, quebraría estas dominaciones.

La violencia como experiencia de la vida cotidiana, no solo en el marco colombiano, sino también en los contextos vinculares más cercanos, como el barrio y la familia, así como en lo físico, lo psicológico y lo simbólico, va volviéndose una constante para los jóvenes; incluso desde su nacimiento, va fundando rabia, tristeza, dolor, tensión emocional, y crea un ambiente de desamor que configura la visión de mundo de los jóvenes. La violencia se convierte en un modo de expresión, una forma de comunicación y de resolución de conflictos en la vida doméstica (Palacio-Valencia & Bernal-Orozco, 2018).

Así mismo, otros signos de violencia que se evidencian en las narrativas de los jóvenes muestran que el abuso sexual en forma de subyugación y explotación de la mujer rompe con los vínculos cercanos, pues al ser ejercida en el contexto familiar no da la posibilidad de comunicar ni de tramitar el dolor y, por tanto, queda ante los propios recursos emocionales debilitados, y al encontrar otras historias parecidas a la propia aumenta el dolor.

El carácter político del cuerpo es mostrado por los jóvenes a través de un acto violento contra sí mismos, con él cuestionan un mundo común que muestra su resistencia, protesta, denuncia, que reproduce lógicas micropolíticas, estrategias de poder que se urden en las hendiduras y líneas de fuga (Garavito, 1997). Estas luchas se dan en la vida cotidiana, luchas contra la indiferencia social, la pobreza, la desprotección, la violencia, el dolor, como también respecto de la ausencia del Estado. Los jóvenes dejan ver su función de autonomía al cuestionar su vida cotidiana, al buscar modificar situaciones de diferentes niveles y al tratar de cambiar sus condiciones y las de otros jóvenes a través de un intento de suicidio. Una manera en que los jóvenes se oponen al capitalismo como máquina productora de subjetividad es a través de la autoagresión. Al desarrollar modos de subjetivación singulares producen una singularización existencial e instauran dispositivos para cambiar el tipo de sociedad que tienen, que les produce malestar (Guattari & Rolnik, 2006).

Por otro lado, las relaciones familiares y los vínculos, así como la comunicación, son determinantes ya que, efectivamente, pueden fortalecer o generar conflictos en los jóvenes; pero, desde el deseo, ellos pueden transformarse, lo que no necesariamente coincide con la idea normalizada de familia; más bien se trata de un proceso de creación solitario que se comienza, un modo de expresión que se desarrolla al ser artífices de una especie de cartografía de su propio universo (Guattari y Rolnik, 2006).

Los jóvenes buscan construir otros modos de producción para crear un tipo de singularización existencial con un deseo hacia la vida, para instaurar dispositivos diferentes al intento de suicidio que les permitan construir la sociedad que quieren, con una micropolítica activa que transforme y cree, dispuesta a iniciar algo nuevo. La narración, el lenguaje y el perdón, como formas de insurrección micropolítica, se convierten para los jóvenes en maneras de potenciar su vida.

Finalmente, el suicidio se presenta como transgresión a la sociedad, como una resistencia que rompe la dominación del poder que lo somete; el sujeto quiere que su vida sea significativa y lo expresa al mostrar que es dueño de sí mismo, que es libre. 

Conflictos de intereses

Los autores declaran la inexistencia de conflicto de interés con institución o asociación comercial de cualquier índole.

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Notas de autores

Sandra Constanza Cañón

Doctora Ciencias Sociales Niñez y Juventud. Docente investigadora Universidad de Manizales. Pertenece al grupo de investigación médica, Manizales-Colombia. Contacto: Sandraka@umanizales.edu.co. https://orcid.org/0000-0001-7228-2420. https://scholar.google.es/citations?hl=es&pli=1&user=hrD3We0AAAAJ

Jaime Alberto Carmona Parra

Doctor Psicología Social. Coordinador de investigaciones y posgrados de la facultad de ciencias sociales y humanas, Universidad de Manizales. Pertenece al grupo de investigación Psicología clínica y procesos de salud, Manizales-Colombia. Contacto: jcarmona@umanizales.edu.co. https://orcid.org/0000-0001-5263-2374. https://scholar.google.es/citations?hl=es&user=ZCS-pBEAAAAJ

Adriana Arroyo Ortega

Doctora Ciencias Sociales Niñez y Juventud. Coordinadora y docente investigadora Maestría en Educación y Derechos Humanos de la Universidad Autónoma Latinoamericana, UNAULA Contacto: adriana.arroyo.ortega1@gmail.com. https://orcid.org/0000-0002-9522-4116. https://scholar.google.es/citations?hl=es&user=Sn81yIwAAAAJ


1 Se partió de un guion de entrevista con los tópicos relativos a estos asuntos. Los temas se iban introduciendo en la entrevista en la medida en que el joven iba narrando su vida y se veía la necesidad de profundizar más para la indagación propuesta.