LA CALLE DE IBAGUÉ Y SUS LUGARES DESDE LAS DINÁMICAS DE RECONOCIMIENTO Y MENOSPRECIO DE PERSONAS EN SITUACIÓN DE CALLE
THE STREET PLACES OF IBAGUÉ FROM RECOGNITION AND DISRESPECT DYNAMICS IN HOMELESS
Juan David Zabala Sandoval, Julián David Bocanegra Correa
Universidad de Ibagué
Recibido: 19 de marzo de 2020-Aceptado: 26 de marzo de 2021-Publicado: 16 de julio de 2021
Forma de citar este artículo en APA:
Zabala-Sandoval, J. D., & Bocanegra-Correa, J. D. (2021). La calle de Ibagué y sus lugares desde las dinámicas de reconocimiento y menosprecio de personas en situación de calle. Revista Colombiana de Ciencias Sociales, 12(2), 649-678. https://doi.org/10.21501/22161201.3536
Resumen
Se buscó dar cuenta de la situación de calle desde una perspectiva espacial, recurriendo a la calle como escenario privilegiado para la vida urbana. A partir de la categoría de lugar se logró la identificación y tipificación de prácticas de reconocimiento y menosprecio que describen la situación de calle en el centro-comuna uno de la ciudad de Ibagué. Para ello, se elaboró una cartografía social con la participación de personas en situación de calle a partir de un diseño cualitativo y descriptivo de tres fases: 1) identificación de lugares; 2) caracterización de lugares y prácticas; 3) descripción de lugares y rutinas. Se encontró que la vida en la calle se desarrolla a partir de diversas prácticas de reconocimiento y menosprecio que se centralizan en lugares como el Parque Andrés López de Galarza, la Alcaldía Municipal y los Hogares de paso. Esto genera procesos de arraigo estratégico, social y cultural relacionados con la construcción de identidades a partir de la cohesión y la diferenciación basada en la pertenencia social, la aparición de rutinas ligadas a instituciones y a las posibilidades de acceso a bienes y servicios, interacciones y cuidados con la sociedad mayoritaria y entre ellos mismos.
Palabras clave
Situación de calle; Exclusión social; Identidad; Reconocimiento recíproco; Arraigo; Cartografía.
Abstract
We aimed to account for street homelessness from a spatial perspective, having recourse to the street as a privileged scenario for urban life. From the category of place, the identification and typification of practices of recognition and contempt that describe street homelessness in the center-comune one of the city of Ibagué was achieved. For this purpose, a social cartography was elaborated with the participation of inhabitants of and on the street based on a qualitative and descriptive design of three phases: 1) identification of places 2) characterization of places and practices 3) description of places and routines. It was found that life on the street is developed from various practices of recognition and contempt that are centralized in places such as the Andrés López de Galarza park, the municipal mayor's office and the transit homes. This generates processes of strategic, social and cultural rootedness related to the construction of identities based on cohesion and differentiation based on social belonging, the emergence of routines linked to institutions and the possibilities of access to goods and services, interactions and care with the majority society and among themselves.
Keywords
Homeless; Homelessness; Social exclusion; Identity; Reciprocal recognition; Rooting; Cartography.
INTRODUCCIÓN
Por lo general, se entiende que las relaciones sociales son factores intangibles de gran relevancia en la constitución del sujeto moderno, obligado a vivir en constante contacto con pares y regular su conducta de acuerdo con normativas preexistentes de forma tal que solo en la vida en común logra la satisfacción de derechos y el alcance de su libertad (Simmel, 2014a; 2016). No obstante, las relaciones e interacciones sociales pueden cobrar materialidad (por ejemplo, el dinero es una materialización de las interacciones e intercambios sociales) y espacialidad, como la conformación de lugares comunes para la vida en sociedad, lo que es posible a partir de la representación simbólica y de los usos o prácticas que allí ocurren (Aguilar, 2011). De ahí que el estudio de los lugares, en este caso urbanos, permitiría aproximarse a las formas de relación e interacción que sostienen los sujetos con otros y consigo mismos como base de procesos identitarios fuertemente anclados a la cultura y a la estructura social.
Si nos aproximamos al espacio desde un enfoque relacional, es posible entenderlo a partir de las acciones recíprocas que se establecen entre los actores con y en el espacio. Siguiendo a Simmel (2014a), el espacio no se entendería solo como el vacío en el que ocurre la vida, sino que, a su vez, la acción recíproca genera significados en el espacio, convirtiéndolo en un ‘espacio para nosotros’. Entonces, el espacio es un lienzo que va adquiriendo colores conforme se llevan a cabo las acciones recíprocas entre actores.
El espacio para nosotros, según Simmel (2014a), tiene cualidades que se ponen en juego al momento de entender su papel en la facilitación o modulación de las relaciones sociales. Así, la organización de acciones recíprocas en el espacio permitiría, en algunos casos, la división de este a partir de dinámicas interpersonales, inter e intragrupales que corresponden con el aumento de la pluralización de esferas sociales propio de la condición moderna y a la necesidad de coordinar, diferenciar y producir la vida en común.
Este es el caso de la cualidad de ‘fijación’, correspondiente al establecimiento arbitrario de lugares, a manera de puntos referenciales comunes que hacen posible la ubicación, la navegación, el encuentro y, en general, la coordinación de la acción recíproca, como los encuentros y las convenciones, entre otros. Simmel (2014a) también enfatiza en que esta es una acción en el plano temporal, dado que los puntos fijados pueden ser efímeros o tender a prolongar su existencia en tanto tengan sentido para los actores.
La calle puede entenderse como un escenario privilegiado para la vida cotidiana de la ciudad, para el tránsito o transcurso de lo que es rutinario, monótono, de paso (Giannini, 1987). Es un espacio distinguido de la vida urbana en el que recaen principios normativos como el anonimato –pues se atiende a un borramiento de las coordenadas identitarias– y la igualdad, por lo que acoge una serie de expectativas con respecto al encuentro con el otro, al ejercicio de derechos (Araujo, 2020), que delimitan el ámbito de la ciudadanía como ejercicio de una agencia política de todos, o mejor, de cualquiera. A su vez, es epicentro de reuniones y tradiciones, de intercambios comerciales y simbólicos, y expresión espacial de lo que es público y común, como la cultura.
Sin embargo, y siguiendo a Araujo (2020), pese a las expectativas, quizá fundantes de la idea de calle en las urbes contemporáneas, estas acogen prácticas de segregación a veces aplicadas sobre sí mismo, de evitación e invisibilización como formas de eludir interacciones tendientes al menosprecio basadas en las marcas identitarias (étnicas, extranjeras, de clase, de género) que ponen en entredicho el anonimato, a la par que la aparente igualdad resulta erosionada por las múltiples desigualdades que se marcan en la práctica de transitar y habitar las calles.
Justamente allí, en la calle, donde se niega lo común y se desvanece lo privado, existen personas que habitan en tierra de nadie y que, a la vez, dependen de todos. El presente trabajo pretende abordar estas formas de vida de calle a partir del concepto de lugar, como una construcción simbólica que tiene un sustento espacial que se entreteje en las prácticas y sentires que allí tienen lugar y que cobran sentido en el hecho de transitar y habitar en la calle. Para Araujo (2020), dada su aproximación empírica, habitar la calle parece pasar por prácticas de territorialización o de defensa del espacio común. Las primeras comprenden formas en que se da la apropiación y uso de los espacios comunes como una extensión de la vida privada y las funciones domésticas y familiares; las segundas se refieren a las restricciones fuertemente aceptadas por las personas acerca de la preservación, respeto y uso del espacio común, por cuanto se definen por oposición a la vida íntima y privada. Cualquiera de las dos formas implica el establecimiento de relaciones con otros a partir de la disputa del espacio común. De manera proximal, se propone entender que la situación de calle está configurada a partir de relaciones recíprocas de reconocimiento y menosprecio que permiten que los individuos se sitúen al margen del orden hegemónico social, por lo que se marca una pertenencia negativa a la sociedad, justamente en el recurso de esos lugares que nadie más transita, que a su vez engendra posibilidades de otras identidades estructuradas en el arraigo a la calle y sus instituciones.
La vida en la calle vivir es un fenómeno que históricamente ha sido representativo de las grandes ciudades. Aunque también está presente en poblaciones rurales y ciudades pequeñas, parece ser una característica de las grandes metrópolis occidentales, como un rasgo que devela la desigualdad y vulnerabilidad de las sociedades contemporáneas (Correa-Arango, 2007; MinProtección y UNAL, 2007). Vista así, la situación en calle parece variar con respecto al grado de gentrificación de las urbes, sino que también parecen tomar matices particulares con respecto a lógicas de competencia, a procesos de destradicionalización e individualización que suelen tener presente la pluralización de las interdependencias de los individuos, lo cual coincide con el aumento de las relaciones a las que se ven expuestos los individuos en la vida citadina, como un reflejo de la autonomía de los individuos en cuanto a la toma de distancia emocional y material con respecto a los otros (Simmel, 2014a; 2014b; Zabala-Sandoval, 2020).
Este es un fenómeno complejo, multidimensional, relacionado con la exclusión social (Bachiller, 2010), la pobreza, la precariedad y el consumo de sustancias psicoactivas (SPAi) (Nino et al., 2009; Souza et al., 2016; Suárez-García, 2017), que plantea condiciones sustantivas de cara a alcanzar niveles dignos de vida en medio de sociedades e industrialización, industriales y postindustriales (MinProtección y UNAL, 2007; Germani, 1973). Para su comprensión, es necesaria una aproximación a la situación en calle que la entienda como producto de múltiples intercambios e interacciones simbólicas que dan cuenta del entramado de factores sociales e institucionales relacionados que cotidianamente la actualizan y reifican; vista así, se puede decir que la situación en calle representa la acumulación de múltiples limitaciones a la participación efectiva de la vida en sociedad y al disfrute de sus beneficios (Germani, 1973; Moreno, 2001).
Al respecto, el Ministerio de la Protección Social y la Universidad Nacional de Colombia (2007) realizaron una caracterización de los factores asociados a la situación en calle que resumen en dos dimensiones: 1) una dimensión de elementos macroestructurales relacionados con las dinámicas económicas y la oferta para el acceso a derechos y servicios derivada del funcionamiento del Estado, que tiene que ver con los eventos que afectan a múltiples personas en su entorno social, tales como el conflicto armado, la migración, los desastres naturales, etc.; 2) una dimensión microsocial, también entendida como factores subjetivos, actitudinales y relacionales que determinan la vida en la calle. Esto es coincidente con la información que aportan las diferentes caracterizaciones realizadas en el país, y que evidencian que los factores relacionados con la llegada y permanencia en calle son la pobreza relativa y extrema, el consumo y tráfico de sustancias psicoactivas ilegales (SPAi), la pertenencia a grupos criminales y de conductas antisociales, la desafiliación familiar, la incidencia de factores psicosociales prevalentes, las bajas tasas de escolaridad y empleabilidad y la precaria asistencia estatal (Alcaldía Municipal de Ibagué, 2018; Arias y Pamplona, 2015; Del Monte, 2018; González, 2018; Moreno, 2013; MinProtección & UNAL, 2007; Zabala-Sandoval & López-Parra, 2021).
En la ciudad de Ibagué, tradicionalmente se han identificado algunos lugares de concentración de la vida en la calle, como el Parque Andrés López de Galarza, las plazas de mercado y la carrera tercera, todos lugares centrales para el comercio y de alto tránsito de personas. Esto plantea una paradoja, y es que los lugares centrales son frecuentados por aquellas personas que se sitúan en la periferia social, lo cual genera el caldo de cultivo necesario para un sin fin de interacciones que pueden incidir en las formas de autorrelación práctica de los individuos. De ahí que resulte interesante preguntarse por la conformación de la ciudad a partir de las posibilidades para la obtención de recursos, pues se ve que las personas en situación de calle generan cierto arraigo en referencia al lugar en donde pasan su vida, y esto se delimita en cuestión de la tipificación generada en el Hogar de Paso San Francisco de Asís, que queda en la periferia del centro de la ciudad de Ibagué.
Es por lo anterior que se propone una lectura de la situación en calle a partir de la identificación de prácticas de reconocimiento y menosprecio que permitan dimensionar la vida en las calles del centro de Ibagué a partir sus lugares, desde una perspectiva participativa.
Caracterización de la situación de calle
El Ministerio de la Protección Social y la Universidad Nacional de Colombia (2007) plantean que entre el habitante de calle y el habitante en calle se tiene en común el recurso a la calle y sus dinámicas como forma primaria de satisfacer las necesidades básicas, a la vez que media un contraste con respecto al acceso de una vivienda fija. Así que se podría decir que tienen la tendencia a hacer de la calle su medio de subsistencia y también su hogar (Congreso de Colombia, 2013; MinSalud, 2018; Corte Constitucional de Colombia, 2014). Esta distinción entre “de” y “en” calle también ha recibido atención en otros países, bajo la categoría de “habitantes intermitentes”; por ejemplo, Rosa y Toscani (2020) plantean similitudes entre quienes recurren a la calle de manera más bien permanente y quienes oscilan entre pernoctar en pensiones/hoteles y habitar la calle de manera esporádica. Sin embargo, estos habitantes intermitentes parecen ser producto de la intervención estatal.
Por parte de dimensiones sociales y ciudadanas se tiene por característica las limitaciones en el acceso a servicios y recursos básicos para atender a necesidades básicas (Gómez-Urueta, 2013; Quintero-Pacheco, 2008), ejemplo de ello es la dificultad para obtener documentos de identidad, lo cual a su vez implica una brecha en el acceso a servicios de financieros, de salud, educación, etc. En ese orden de ideas, es clara la predisposición que implican estos factores en lo relativo al desarrollo de condiciones de precariedad y pobreza extrema. En particular, la literatura evidencia el deterioro constante en materia de redes de apoyo y relaciones duraderas e íntimas, al punto de entender que la ruptura familiar es una de las características más frecuentes a la vez que uno de los motivos de llegada a la calle (Nieto y Koller, 2015). Esto a su vez, coadyuva a la configuración sensaciones de abandono, pesimismo y desesperanza (Zabala-Sandoval y López-Parra, 2021), siendo estos factores cognitivos y afectivos que configuran la situación de calle (Moreno, 2001; De Souza-Rodrigues, 2015; Quintero-Pacheco, 2008). Además, están las dificultades en cuanto a la tipificación de esta población, por lo que suelen aquejar medidas generalizadas que no atienden particularidades, lo cual redundan en su invisibilización frente a agentes administrativos y políticas públicas (Nino et al., 2009; da Silva-Rosa & Passarella-Brêtas, 2015), es por lo que se dificulta obtener algún soporte de tipo institucional y se presentan altos grados de vulnerabilidad. Finalmente, resta mencionar que suelen estar expuestos a climas extremos, a violencias físicas, simbólicas, económicas, sexuales, etc. (Biscotto et al., 2016; Evans & Forsyth, 2004; Meyer, 2015; Souza et al., 2016).
Para hacerse una idea general del fenómeno, en Bogotá, capital nacional, se estableció que hay 9.538 personas en situación de calle en total; de ellos 88,9 % son hombres y 11,1 % mujeres (DANE, 2018), en promedio de edades que se encuentran entre los 20 y los 45 años. En referencia al nivel educativo, el 5.8 % cuenta con educación superior, el 5 % no tiene ningún tipo de educación y solo el 25,2 % tiene secundaria terminada. Dentro de las razones para estar en la calle, se reportó el consumo de SPA (38.3 %), los conflictos o dificultades familiares (32,7 %) y otras razones (7 %). En cuanto a la apercepción de recursos económicos, la mayoría los ganan ejerciendo acciones de reciclaje (39,7 %), al igual que pidiendo dinero (19,5 %) y limpiando vidrios (17,1 %). Es de importancia mencionar que 4.437 (63.88 %) personas en situación de calle de Bogotá reciben algún tipo de ayuda, ya sea alimentaria (57.99 %), de aseo personal (47.37 %), alojamiento (44.90 %) o ayuda psicosocial (30.92 %), lo que implica que no todas las personas en situación de calle en la capital colombiana presentan el acceso a servicios que facilite la cobertura y cumplimiento de sus derechos.
Ahora, particularmente en Ibagué se aloja un total de 624 personas en situación de calle, entre los que hay 553 hombres y 71 mujeres. Según las mediciones existentes, la zona con mayor concentración de este tipo de población es la comuna uno, en el centro de la ciudad. Se tienen datos detallados de 435 personas, la mayoría de ellas se encuentra entre las edades de 26 y 45 años (50 %), y más de la mitad proviene del Departamento del Tolima (55 %). En cuanto a sus condiciones, el 22 % no tienen documentos de identidad (cédula de ciudadanía), el 71 % están solteros, el 49 % no tienen acceso a servicios de salud, el 26 % tienen alguna discapacidad física y el 6 % alguna discapacidad mental. La mayoría (51 %) se ocupa en labores de reciclaje. Con respecto a su nivel educativo, el 13 % dice no tener alguno, el 48 % haber cursado primaria y el 36 % secundaria. Finalmente, hablando de las razones de ingreso a la calle, aparece el consumo de SPAi (24 %), la violencia intrafamiliar (23 %), las dificultades económicas (21 %) y las desilusiones afectivas (18 %); mientras que sobre las razones de permanencia en la calle refieren dificultades económicas (29 %), decisión personal (22 %), falta de apoyo familiar (20 %) y consumo SPAi (18 %) (Alcaldía Municipal de Ibagué, 2018). Resulta notorio el hecho de que al menos un 15 % de la población encuestada afirma no consumir SPAi, junto con el hecho de que buena parte (41 %) dice haber entrado en esta situación por razones familiares o afectivas, y un sector relevante (22 %) afirma su propia libertad a través de la decisión personal, así que no es posible reducir la situación de calle al consumo de SPAi, ni a la pobreza (económica ni multidimensional), ni a la exclusión social.
En otro contexto geográfico, Félix da Silva (2020) presenta un estudio centrado en la pobreza y el trabajo en población en calle, mostrando que la desatención estatal, la existencia de políticas mal enfocadas y aplicadas, y las múltiples restricciones laborales dificultan la salida de la calle. Entre tanto, para Del Monte (2018), la lectura del fenómeno no debe privilegiar el factor económico, antes bien, aparece como una combinación de condiciones que se acentúan unas a otras y que implican la relación entre condiciones estructurales y sociales con disposiciones propias del individuo, a manera de un vórtice de la precariedad que hace alusión a la multiplicidad de entradas a la calle y la dificultad que representa salir de esta condición. Siguiendo Del Monte, esta precariedad se configura a partir de la articulación dinámica entre diferentes dimensiones de la vida, cuya precarización restringe el desempeño de las demás. Así, cada carencia aumentaría la vulnerabilidad en los demás escenarios, generando un efecto de espiral descendente que marca la trayectoria personal, desde la familia de origen, pasando por la crianza y demás etapas de la vida, facilitando la llegada a la situación de calle y dificultando su superación.
Con respecto a las posibilidades de atención dirigidas a las personas en calle en Colombia, debe mencionarse la reciente Política Pública Social para la Habitantes de la Calle (PPSHC) formulada por MinSalud (2018), que establece un avance hacia formas de atención basadas en principios como la autonomía, la dignidad y la participación social.
Por lo anterior, el presente trabajo se establece como un esfuerzo por la dignificación de la vida en la calle, que se aleja de aproximaciones asistencialistas que redundan en la descalificación y negación de las formas o estilos de vida propios de la calle; antes bien, es necesario tratar de comprenderles desde una postura dialógica de apertura que reconozca su valor inherente de libertad individual, de fertilidad de esas otras formas de transitar y habitar la ciudad, de las resignificaciones de los lugares y los ritmos de vida alternativos que no son ajenos a la precariedad, antes bien, conviven con esto y parecen encarnarlo como si de un ascetismo contemporáneo se tratara. De allí que resulte relevante trabajar con las personas que, por elección o por accidente, han hecho de la calle su lugar de vida, reconociendo sus prácticas y estando atentos a aquellas dinámicas que atentan contra la posibilidad de vivir en la calle de forma digna.
En resumen, una persona en situación de calle tiende a pasar buena parte de su tiempo diario, vive o pasa la noche a la intemperie como resultado de la inestabilidad producto de contar con soportes institucionales, materiales y relacionales precarios que no les permiten acceder a una vivienda en condiciones, por lo que se puede hablar de un factor “geográfico” que diferencia a un sujeto social de otro. El hecho de vivir en la calle y hacer su cotidianidad en esta no solo implica vulnerabilidad, sino que también conlleva, necesariamente, plantear nuevas formas o estilos de vida arraigados y basados en los lugares que allí se definen y que están en constante pugna.
Teoría del reconocimiento recíproco
El presente trabajo pretende aproximarse a las vivencias de las personas en situación de calle a la par que estas constituyen lugares demarcados por las prácticas e interacciones propias de su cotidianidad. Al respecto, es necesario aportar una gramática de la experiencia social que permita comprender el entramado simbólico que se entreteje en cada intercambio, es por esto que se recurre a la propuesta de reconocimiento recíproco de Axel Honneth (1996; 1997; 2011), quien plantea tres esferas de reconocimiento que se corresponden, a su vez, con formas de menosprecio o de agravio moral y que permiten entender las luchas por el reconocimiento dentro de una dinámica dialéctica que fundamenta el proceso social de la exigencia misma de los derechos dentro de una democracia. Es así como podríamos entender el concepto mismo de marginalidad y la situación de calle dentro de la constitución del territorio urbano, siendo así que el vivir en la calle sería producto de la negativa de reconocimiento en diferentes niveles y haría posible denotar ciertos grados de marginalidad.
Las esferas permiten entender al individuo como sujeto a relaciones recíprocas de reconocimiento en términos de amor, derecho y solidaridad social, implicando, a su vez, posibles dinámicas de menosprecio (ver Tabla 1). En particular, las relaciones que se basan en el amor conllevan al cuidado mutuo de la vida y la satisfacción de necesidades primarias que permiten el desenvolvimiento de la persona en su diario vivir, por lo cual se entiende que se corresponden autorrelaciones prácticas a nivel del desarrollo de la confianza en sí mismo y de la articulación de su cuerpo de una manera íntima y afectiva entre sus necesidades y sentimientos. Debido a lo anterior, la dinámica directa de menosprecio que rompe o daña la autoconfianza es la de violación o maltrato, que va desde violación física y psíquica, que abarca las formas de tortura (Honneth, 1992), por cuanto significan una pérdida de control sobre el propio cuerpo y una afectación directa a la vida de la persona.
En la segunda esfera propuesta por Honneth (1996; 1997; 2011) aparecen las relaciones que tienen al reconocimiento de la igualdad de derechos como una concesión de determinados privilegios que tiene el sujeto como miembro participe de la sociedad, a lo que menciona Honneth (1992) que “la integridad de la persona humana depende constitutivamente de la experiencia de reconocimiento intersubjetivo” (p.79). De modo que esta esfera hace referencia a la dimensión implícita del auto-respeto en tanto a las personas se les validen sus derechos fundamentales, por lo que la forma de menosprecio correspondiente es la desposesión de estos derechos y esta exclusión, esto es, el atentado a la integridad de las personas como sujetos de derecho.
Con respecto a las prácticas sociales basadas en sus cualidades y aportes a la sociedad, entendidas estas como valiosas y merecedoras de algún tipo de retribución y enmarcadas en un marco normativo y moral que tiene por fin el cumplimiento de objetivos colectivos considerados relevantes por la sociedad, estas aluden directamente a la dimensión de la autoestima y se entienden como relaciones recíprocas de solidaridad, por lo que las formas de menosprecio se ejemplifican en la deshonra y en la indignidad que sufren aquellos grupos que son marginados.
Tabla 1
Esferas de reconocimiento/menosprecio.
Modelos de reconocimiento |
Esfera de amor (dedicación emocional) |
Esfera de derecho (atención cognitiva) |
Esfera de solidaridad (valoración social) |
Dimensión personalidad |
Naturaleza y necesidad del afecto |
Responsabilidad, moral |
Cualidades y capacidades |
Formas de reconocimiento |
Relaciones primarias (amor y amistad) |
Relaciones de derechos (derechos) |
Comunidad de valor (solidaridad) |
Potencial de desarrollo |
Generalización, materialización |
Individualización, igualación |
|
Autorrelación práctica |
Autoconfianza |
Auto-respeto |
Autoestima |
Formas de desprecio |
Maltrato y violación, integridad física |
Desposesión de derechos y exclusión; integridad social |
Indignidad e injuria; “honor”, dignidad |
Nota: Hernández y Herzog (2011, p. 21).
Las relaciones entre el individuo y la sociedad se complejizan por cuanto sus interacciones, institucionales o no, se multiplican (familia, escuela, industria, ciudad, vecinos, etc.) y posibilitan relaciones consigo mismo a partir de la retroalimentación reflexiva en cada escenario de acción.
En conclusión, la teoría del reconocimiento recíproco de Honneth es sumamente relevante para comprender la habitabilidad en la calle, debido a la posibilidad de leer las dinámicas de exclusión social, de vulnerabilidad, de lucha social e inconformidad a partir del reconocimiento y menosprecio tipificado en las esferas que se interrelacionan. Por lo que podría entenderse que los las personas en situación de calle son excluidos socialmente de manera multidimensional (o en múltiples esferas), ya que se evidencia detrimento en el goce efectivo de sus derechos (Gómez-Urueta, 2013; Quintero-Pacheco, 2008), la validación negativa de sus prácticas económicas y de uso del espacio (Bernasconi & Puentes, 2006; Correa-Arango, 2007;), invisibilización de sus aportes (Biaggio, 2010) y ruptura de sus vínculos familiares y afectivos (de Souza-Rodrigues, 2015; Correa-Arango, 2007), así como una afectación de su percepción de control sobre sí mismo y su situación que incide negativamente en su autoconcepto (Zabala-Sandoval & López-Parra, 2021). Así, en la situación de calle coexisten las 3 formas de menosprecio establecidas por Honneth (1997; 2011) a través prácticas y dinámicas que configuran el cómo se vive en la calle y el cómo se establecen relaciones con la sociedad y consigo mismo.
METODOLOGÍA
Con el fin de aproximarse a una descripción de las prácticas de reconocimiento y menosprecio a partir de su tipificación y referenciación espacial en el centro-comuna uno de Ibagué que permita dar cuenta del arraigo y la identidad callejera en la persona en situación de calle, se empleó una metodología cualitativa con alcance descriptivo estructurada en tres fases: 1) identificación de lugares; 2) caracterización de lugares y prácticas; 3) descripción de lugares y rutinas. El trabajo, en general, dio prioridad a un enfoque participativo con la población a partir de diferentes acercamientos a lugares de alta concentración de personas en situación de calle en Ibagué, como el Parque Andrés López de Galarza y el Hogar de Paso San Francisco de Asís, ambos alojados cerca al centro histórico, económico y administrativo de la ciudad.
Los diferentes acercamientos se dieron en el lapso de 2 meses consecutivos, al menos 1 vez por semana; la fase 1 se llevó a cabo a partir de la observación participante apoyada con bitácoras con tal de dar cuenta de la situación de calle de manera sensible a las acciones y significados que se entretejen en la interacción con los participantes (Rekalde et al., 2014; Vitorelli Diniz Lima Fagundes et al., 2014; Martínez, 2015). También se llevaron a cabo entrevistas semiestructuradas orientadas por tópicos de conversación (Martínez, 2006), los cuales son referentes a los motivos de llegada y de permanencia en calle, las interacciones con otros ciudadanos, sus hábitos, rutinas y experiencias relevantes a su vida en calle.
Las entrevistas iniciales permitieron identificar indicios de interacciones de reconocimiento y menosprecio de la que son sujetos las personas en situación de calle, así como elementos básicos de una identidad de calle ligada a prácticas y lugares relevantes para su diario vivir. Po lo anterior, para la fase 2 se decidió elaborar una cartografía social de forma participativa, que permitiera una lectura de los lugares, las prácticas y dinámicas de reconocimiento y menosprecio con tal de describir la vida en la calle en el centro de la ciudad.
La cartografía social es una construcción simbólica que facilita la planificación, descripción y reconstrucción gráfica de los territorios de investigación a partir del trabajo con mapas elaborados con los participantes, que dan cuenta de la visión representativa que tienen las personas en situación de calle de los lugares que transitan y que habitan cotidianamente (Soliz & Maldonado, 2012). La cartografía, además, puede entenderse como una forma de pensar y construir el territorio, esto es, de evidenciar y trabajar sobre las formas de representación y, con ellas, las maneras en que se transita, se percibe y se vive la experiencia cotidiana. De allí que sea relevante trabajar la cartografía apoyada en métodos como la entrevista, la etnografía y los recorridos con las personas (Montoya-Arango, 2007). Un estudio reciente mostró la utilidad del uso de mapas, para el caso mentales, como mediación para la articulación de la experiencia de la vida cotidiana y el dimensionamiento espacial a partir de simbologías de la vida cotidiana de estos sujetos; esto permitió unificar las experiencias y narrativas individuales con tal de estructurar una mirada de elementos comunes o transversales (Avendaño, 2020).
En nuestro caso, la cartografía se empleó para caracterizar los lugares de acuerdo con su relación con las prácticas y dinámicas de reconocimiento y menosprecio recíproco, de ahí que se trabajó a partir de los tres pares de categorías opuestas planteadas por Honneth (1997; 2011). La recolección de información siguió el criterio de saturación, tal como lo plantean Suárez-Pinzón et al. (2013), este concepto alude a la integración de datos con respecto a la cantidad; lo que implica que alcanzar un estado de saturación supone que los nuevos datos recabados no aportan novedad a los que ya se tienen o no contribuyen a la investigación. La cartografía se llevó a cabo en sesiones/taller a partir del trabajo sobre mapas, para esto se designó una clave de colores que sirvió de convención, por lo que se destinaron el amarillo y el naranja para la esfera del amor/maltrato, el verde y el azul para la esfera de derechos/desposesión y el morado y el rosado para la esfera de la solidaridad/indignidad. Para facilitar la participación, se emplearon papeletas autoadhesivas o post-its de colores con adhesivo, de tal manera que fuera posible hacer anotaciones en ellos, a la par que ubicarlos en el mapa. Estas sesiones brindaron información al respecto de los lugares y las prácticas que allí tienen ocurrencia, además de aportar datos acerca de los horarios y secuencialidad del tránsito.
Finalmente, la fase 3 contempló una breve etnografía en el Hogar de Paso San Francisco de Asís que permitió identificar y describir los hábitos y rutinas que se articulan alrededor del diario vivir y que marcan diferencias a partir del tipo de vinculación con la institución, encontrando que se desarrollan ciertos tipos de arraigo para con cada lugar. Para ello se empleó la observación participante (Vitorelli Diniz Lima Fagundes et al., 2014; Rekalde et al., 2014) y breves entrevistas a personas representativas dentro de la institución (Martínez, 2006; 2015).
Participantes
Se contó con la participación de personas en situación de calle concentrados en el Parque Andrés López de Galarza y en el Hogar de Paso San Francisco de Asís de la ciudad de Ibagué. En total fueron 20 hombres mayores de edad, que oscilaban entre los 18 y 78 años, la mayoría oriundos de la ciudad, algunos otros de diferentes partes del país (Colombia), a su vez, la mayoría frecuentan el Hogar de Paso como forma de subsanar sus necesidades básicas. Entre los participantes, se encontraron características similares a la descripción poblacional, esto es, en su mayoría cuentan con estudios de bachillerato completos y con ruptura parcial o total de vínculos familiares. La mayoría de ellos cuenta con documento de identidad y alguna adscripción a servicios sociales de salud, en especial quienes fueron contactados en el Hogar de Paso. Además, al interior de esta institución fue posible identificar una tipificación entre aquellos que son usuarios externos poco frecuentes del mismo, aquellos usuarios externos frecuentes (casi todas las noches) y personas internas que colaboran con el funcionamiento de la institución.
RESULTADOS
La presentación de resultados se organiza a partir de las esferas de reconocimiento y menosprecio propuestas por Honneth, de tal manera que permitiera evidenciar prácticas y lugares de la vida en las calles del centro de Ibagué, adicional a esto se enmarcan los resultados sobre el Hogar de Paso como un lugar central que acarrea algunos tipos de arraigo.
Amor/maltrato
En esta categoría se entiende por prácticas de reconocimiento aquellas dirigidas a la satisfacción de necesidades básicas, acciones de cuidado como la obtención de comida y de servicios para pernoctar, en contraposición al menosprecio que se efectúa con formas de maltrato físico. En general, se encontraron lugares en que se dan dinámicas tanto de reconocimiento como de menosprecio, en los cuales se ven fortalecidos sus lazos afectivos con pares y reciben cuidados de fundaciones civiles y religiosas, a la par que también son sujetos de algún tipo de agresión (ver Tabla 2).
Tabla 2
Resultados lugares en categoría de amor/maltrato.
Amor/maltrato |
||||||
Lugares |
Reconocimiento |
Menosprecio |
||||
|
C |
D |
R |
V |
T |
VF |
Parque de la India. |
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Parque Andrés López de Galarza. |
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X |
X |
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Terminal de transportes. |
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X |
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Callejón de bomberos. |
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5 con 20. |
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Hogar de Paso. |
X |
X |
X |
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X |
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Calle 13. |
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X |
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Concha Acústica. |
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X |
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Skate Park. |
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X |
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Calle 4b con 23. |
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X |
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Iglesia El Carmen. |
X |
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X |
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Nota: Las letras aluden a Comida (C), Dormir (D), Recreación (R), Violación (V), Tortura (T) y Violación a la integridad física (VF).
En particular, el Hogar de Paso es signado como un lugar de polivalencia, dado que pueden presentarse ciertas situaciones que impliquen formas de menosprecio, como algunas riñas que atentan contra la integridad física entre los usuarios o agresiones de estos hacia los funcionarios, quienes también son personas en situación de calle; por su parte, tanto la Concha Acústica como el Skate Park son lugares que, al igual que el Hogar de Paso, presentan ambivalencia según el reporte de los participantes de haber sido víctimas de agresiones físicas por parte de la policía, que rayan un poco en la violación de los derechos, al igual que en la 4B con 23, en dónde se reportaron casos en que fueron golpeados y obligados a desnudarse en medio de una requisa por parte de la policía.
Derecho/desposesión
Con respecto a la segunda esfera propuesta por Honneth, esta implica una concesión de privilegios que tiene y mantiene el sujeto en tanto sea miembro de la sociedad, lo que conlleva una asociación en referencia a tener elementos distintivos de su pertenencia a esta, tales como documentos de identidad, afiliación a EPS, entre otros; también está el pleno cumplimiento de derechos, tales como a la propiedad privada y al libre tránsito. La negación de cualquiera de los anteriores derechos (por ejemplo, exclusión social, limitación/restricción de la movilidad, desposesión de las pertenencias) configuraría un signo de menosprecio.
Tabla 3
Resultados categoría derecho/desposesión.
Derecho/desposesión |
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Lugares |
Reconocimiento |
Menosprecio |
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Res |
SD |
Exc |
LMov. |
Desp |
Alcaldía. |
X |
X |
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Parque Andrés López de Galarza. |
X |
X |
X |
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Plaza Murillo Toro (Gobernación). |
X |
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Hogar de Paso. |
X |
X |
X |
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Periódico Q´hubo. |
X |
X |
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Calle 13. |
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X |
Nota: Las letras aluden a Restitución de Derechos (Res), Sujeto de Derecho (SD), Exclusión social (Exc), Limitación de la movilidad (LMov) y Desposesión de Derechos (Desp).
Los lugares que surgen de las prácticas ligadas a la esfera de derecho/desposesión tienen en común el documento de identidad como un elemento que determina el reconocimiento como ciudadano y sujeto de derechos; es relevante mencionar que sin documento de identidad (cédula) no es posible acceder a otros derechos, como la prestación de salud y educación, por lo que los lugares articulan exigencias sociales con respecto a tener la cédula, la Alcaldía facilita su expedición, a la par que permiten el ingreso en la ruta de atención y restablecimiento de derechos a través de brigadas de salud. De manera complementaria, hay lugares que exigen tener documento de identidad para el acceso, como el Hogar de Paso, para poder pernoctar, y el periódico Q’hubo, para poder trabajar como voceadores de prensa.
Con respecto al menosprecio, el Parque Galarza se denota como un lugar polivalente en el que se dan campañas que facilitan el acceso a derechos, a la par que se dan prácticas de exclusión social, configurándose como una zona en la que son recluidos y a la que no cualquiera puede entrar con facilidad ni seguridad (por ejemplo, los adultos mayores en situación de calle refieren no poder estar en el parque debido al microtráfico de drogas). También se da la desposesión de pertenencias por parte de la policía, tanto en el Parque Galarza y en la calle 13. A su vez, algunos lugares se marcan como territorios prohibidos en la medida en que los participantes refieren no poder circular por allí, tales como la plaza Murillo Toro (en frente de la gobernación departamental) y la calle 13.
Solidaridad/indignidad
Alrededor de esta dicotomía se engloban las percepciones de las cualidades y acciones que considera la sociedad como valiosas, para así cumplir con objetivos colectivos de relevancia social y que tradicionalmente se configuran como un trabajo remunerado. En su mayoría, aparecen lugares en los cuales las personas en situación de calle ejercen diferentes trabajos, siendo de especial interés la tipificación de estas labores que realizan como una relación con el lugar; por ejemplo, con respecto al Parque Galarza, la carrera 3a, la calle 15, la Concha Acústica, el Skate Park y el Panóptico, estos son altamente visitados por vendedores informales debido a que son lugares de tránsito y concentración de diversas poblaciones de la ciudad, por lo que se venden diferentes cosas como bolsas de basura, artesanías y algunos implementos escolares; en cuanto a labores de venta de material recolectado como reciclaje, trabajos de carga, entre otros oficios varios, aparecen las plazas de mercado (hay tres alrededor del centro de la ciudad de Ibagué) y los depósitos de chatarra cerca de la 3a con 20.
Tabla 4
Resultados categoría de solidaridad/indignidad.
Nota: Las letras aluden a Trabajo (Tra.), Capacidades (Cap.), Injuria (Inj.) y Deshonor (Desh.).
En cuanto al Hogar de Paso, nuevamente aparece como un lugar central en la vida en calle en que se emplea a personas en situación de calle como “internos” que sirven para el funcionamiento de la institución, esto implica cumplir con un reglamento interno altamente restrictivo y contar con la confianza de la dirección del hogar, lo cual genera una división entre la población; los llamados internos tienen mando y reconocimiento entre las personas en situación de calle que frecuentan el Hogar de Paso (cerca de 150 personas), estableciendo una jerarquía y, por tanto, afectaciones a la autoestima derivadas de las funciones que cumplen y su virtual aporte a la creciente comunidad.
Queda mencionar las prácticas de injuria reportadas en lugares como la Concha Acústica y el Skate Park, en donde las relaciones con otros ciudadanos se ven en detrimento a causa de la estigmatización que sufren las personas en situación de calle basada en la vinculación con actividades delictivas, de allí la injuria.
Figura 1. Cartografía social de las prácticas y lugares de la situación de calle en el centro-comuna 1 de Ibagué1
En particular, en la cartografía elaborada (ver figura 1), se puede apreciar que la situación de calle en el centro de Ibagué se ordena a partir de la búsqueda de satisfacción de necesidades básicas a partir del trabajo, de ahí que se conformar prácticas tales como el escamoteo, la venta ambulante, pedir limosna y ser voceador de prensa, los cuales se evidencian la conformación de rutas (líneas púrpura) que conectan lugares centrales para la vida en calle como el parque Andrés López de Galarza (en el medio de la figura) con lugares como la Alcaldía Municipal, la Concha Acústica, el Skate Park y el Panóptico.
En color amarillo aparecen los lugares que fueron denotados como de convivencia, siendo estos en los que se posibilita la aparición de relaciones afectivas y de amistad, ligadas a prácticas de reconocimiento de la esfera del amor, tales como el parque Galarza, el Hogar de Paso, la Concha Acústica. Estos son altamente coincidentes con los lugares de trabajo, por lo que se puede pensar que en la calle estas dos dimensiones no están separadas. En contraste, aparecen lugares de riesgo de algún tipo de agresión, marcados con rojo, tales como el parque Galarza, y algunas calles aledañas. Finalmente, en verde están los lugares de reestablecimiento de derechos en que la institucionalidad del estado se hace visible, tales como el Hogar de Paso, el Parque Galarza y la Alcaldía Municipal.
ANÁLISIS Y DISCUSIÓN
La construcción de la cartografía social por medio de la experiencia propia de quienes habitan en las calles del centro de Ibagué permitió la identificación de lugares y de rutas a partir de las prácticas de reconocimiento y menosprecio que tienen lugar allí (ver Figura 1). En particular, estas prácticas cobran sentido toda vez que tienen una implicación práctica en la autorrelación que sostiene el sujeto que habita en calle, tal como lo muestra el trabajo de Weason (2006) con respecto al reconocimiento recíproco en esta población. Es así como se pueden evidenciar lugares cuya aparición en la cartografía se da por las acciones que allí ocurren, siendo esto parte de un proceso de constitución misma del territorio.
La calle y sus lugares
A propósito de una perspectiva de lugar, Sosa (2012) propone pensar el territorio más allá de la reducción a su materialidad; más que una porción de tierra delimitada, “es, sobre todo, un espacio construido socialmente, es decir, histórica, económica, social, cultural y políticamente” (p. 7). La calle como territorio se enmarca en las relaciones que se establecen entre los seres humanos y otros elementos de su contexto (cotidiano), por lo que es necesario entenderlo desde la configuración de la espacialidad y la movilidad que, siguiendo al autor, se reflejan en formas de valorar, representar, construir y apropiar (Sosa, 2012), que bien podríamos entender como la constitución simbólica del lugar.
Representar el territorio, a partir de mapas y cartografías de diversa índole, implica como tal la posibilidad de simbolizarle, de hacerle lenguaje, imagen del entramado cultural e interpretativo de quien lo vive (Sosa, 2012; Montoya-Arango, 2007; Bozzano, 2013). El mapa es un producto cultural reflejo de las relaciones de poder en que están insertos los sujetos (individuos y comunidades) y no es una simple representación del espacio. Incluso, llega a ser una herramienta de lucha política y de reconocimiento a partir de la disputa por cómo se muestra el territorio, cómo nos percibimos como habitantes y transeúntes, “confeccionado en un lugar y un tiempo determinado y al interior de un cierto orden social establecido” (Montoya-Arango, 2007, p. 164). En ese sentido, proponer una cartografía social de la calle a partir de la perspectiva de quienes la habitan puede entenderse como un intento de evidenciar esas (otras) formas de vida no hegemónicas, a la vez que permite producir el territorio desde lo cotidiano, tratando de evitar su cosificación por parte del conocimiento técnico-positivista (Montoya-Arango, 2007).
Al respecto, Bozzano (2013) propone entender los territorios desde los pensamientos y conocimientos, así como las vivencias que los enmarcan y producen; de ahí que se entiende por territorios pensados, aquellos que refieren al por qué de la configuración de estos, es decir, a la explicación o razón de la escogencia del territorio debido a sus características físicas, como la disponibilidad de recursos, o dado a una planeación prefijada por quienes construyen. Esto es coincidente con los lugares y rutas identificadas, las cuales se ordenan con respecto a la satisfacción de necesidades (Berroeta & Muñoz, 2013), que bien pueden ser planteadas a partir de las esferas de reconocimiento como prácticas de autocuidado (alimentación, sueño, seguridad), prácticas de derecho (acceso a bienes y servicios de identificación, salud y educación) y prácticas de solidaridad (trabajo, colaboración). De ahí que es posible decir que las prácticas aparecen en lugares que cuentan con las características necesarias para que ocurran y cumplan su finalidad particular, siendo así que la cartografía da cuenta tanto de los territorios pensados como de aquellos declarados en el mapa a partir de las prácticas que allí tienen lugar.
Por otra parte, el territorio vivido se entiende a partir de las prácticas que allí tienen lugar, de los usos que ocurren y que se marcan en los tiempos de vida de las comunidades, por lo que se basa en la relación entre el espacio y quienes lo habitan, y como una relación simbólica puede superar lo establecido o pensado toda vez que los usos pueden no corresponder con lo planificado (Bozzano, 2013). En resumen, el territorio vivido puede desmarcarse de aquella preconcepción que los grupos y sociedades tienen acerca del espacio y sus usos, pues es vivido, es dinámico y constituye una posibilidad más que una certeza. Similar a lo mostrado por Bufarini (2010), quien muestra que los usos del espacio que realizan las personas sin hogar implican prácticas de usuarios, de habitantes del espacio urbano (transeúntes, de sujetos que están de paso) y de sujetos que construyen y delimitan un espacio para habitar.
Por lo tanto, antes que ver a la persona en situación de calle como alguien desposeído de un área geográfica propia para su habitabilidad, puede ser comprendido a partir del cómo viven e interactúan con la calle, cómo la piensan y cómo la emplean (Correa-Arango, 2007; Palleres, 2010). En particular, la calle puede verse como el “lado de afuera de la casa, es el lugar de la variedad vincular donde nos encontramos con los otros distintos a nuestra familia, es el campo donde nos realizamos socialmente, el espacio de la comunidad” (Correa-Arango, 2007, p. 98). Sin embargo, en el caso de quienes habitan en la calle, suele tenerse por prototípica la constitución de masas dispersas por diversos sitios de las ciudades, construyendo territorios personales y grupales que, como el cambuche o ruco, contravienen las nociones hegemónicas de intimidad, a la vez que se evidencian diferentes formas de agrupación y ocupación del espacio, como los parches en parques, plazas y avenidas (Correa-Arango, 2007). Para Berho (2010), las prácticas y usos del espacio son expresiones de una identidad que, en tanto marginal refleja el paulatino proceso de desacoplamiento sociorrelacional. El autor sugiere que la sensación de libertad que otorga la calle bien podría relacionarse con la posibilidad de movimiento espacial, el virtual anonimato y la desafiliación relativa que libera de las obligaciones y expectativas basadas en los roles sociales. De allí que la calle, como lugar, deba entenderse como una construcción espacial y simbólica que permite y hace posibles formas de vida que se caracterizan por ciertas maneras de relacionarse con otros y consigo mismo tendientes al evitamiento y la invisibilización (Medeiros-Robaina, 2011), y cuando estos no son posibles se da el roce derivado de la territorialización del espacio (Araujo, 2020) a partir de sus usos y apropiaciones basadas en sus características y recursos para la satisfacción de necesidades.
Arraigo al lugar
También es posible sugerir la conexión de los lugares y sus prácticas con procesos identitarios propios de individuos y colectivos, tales como el arraigo, entendido como la vinculación afectiva y espacial que se desarrolla con el territorio y que contempla las razones o funciones atribuidas al lugar; esto es, el arraigo alude tanto a características sociales que permiten la interacción con individuos, el ordenamiento de grupos y la estructuración de rutinas y valores (Monterrubio, 2014; Mihura et al., 2003), como a características estéticas y de goce, y a características físicas y estructurales que permiten el acceso estratégico a bienes y servicios (Aguilar, 2011; Palacino-Hartmann y Gutiérrez-Guerrero, 2018).
Para Berho (2010) es evidente que las prácticas de supervivencia no son ajenas a algún tipo de orden, son conocimientos pragmáticos que implican algún grado de racionalidad. Es así que aquellos lugares que permiten la satisfacción de necesidades a través de la oferta de servicios hacen posible la configuración de un arraigo estratégico; su disposición temporal (por ejemplo, ocurrencia periódica) genera la estructuración de rutinas o hábitos (Berroeta y Muñoz, 2013) que generan competencia (en caso de ser de acceso excluyente), cohesión (en caso de ser aglutinadores y de permitir la sociabilidad) o diferenciación (en caso de variar las condiciones de acceso de acuerdo a características de la población). En el caso del Hogar de Paso de la ciudad de Ibagué, este es pensado por los participantes como un lugar que facilita la alimentación y el alojamiento (prácticas de autocuidado), por lo que se establece un arraigo estratégico; a la vez que divide a sus usuarios entre internos y externos, haciendo posible la emergencia de rutinas diferenciadas que contienen funciones y beneficios, dando paso a un arraigo social y cultural que fundamenta la aparición de identidades sociales (Palacino-Hartmann y Gutiérrez-Guerrero, 2018).
Lugares polivalentes
Es posible decir que la vida en calle se focaliza alrededor de los centros económicos y sociales de la ciudad que, en este caso, constituyen territorios comunes, como son parques, terminales de transporte, hogares de paso y avenidas comerciales, en los cuales transcurre la vida diaria. En estos lugares se hacen posibles relaciones signadas por el reconocimiento y el menosprecio en diferentes niveles. Lo que nuestra información nos permite señalar, es que este nivel relacional se expresa en un nivel práctico en cuanto a hábitos, que cobran una dimensión espacial y temporal. Si bien, resulta necesario profundizar en un nivel interaccional y situacional que permita dar mayor profundidad a lo evidenciado aquí, lo que apuntamos es que, a partir de lo expuesto se marca un horizonte claro de trabajo investigativo y de intervención (Zabala-Sandoval, 2020).
La lectura que permite la cartografía elaborada muestra que tanto el Hogar de Paso como el Parque Andrés López Galarza son lugares en que se dan prácticas y dinámicas de la persona en situación de calle, ya sea de reconocimiento como de menosprecio, es decir, que en referencia a la teoría de Honneth, hay dinámicas pertenecientes a las esferas de reconocimiento (amor, derechos, solidaridad) como dinámicas de menosprecio directas de cada una de estas esferas, por lo cual estos lugares se pueden entender como polivalentes pues se presentan las diferentes esferas de manera alternativa.
Asistimos a una comprensión de los hogares de paso como actores de suma relevancia en cuando a la articulación y aproximación de la oferta de servicios y bienes que entidades territoriales gubernamentales y organizaciones civiles tienen para con las personas en situación de calle. El hogar de paso se hace, así, como una especie de umbral o frontera entre las formas de vida de la sociedad mayoritaria y las formas de vida que se forjan en la exigencia de la calle, por lo que quienes asisten a estas instituciones quedan relegados de ambas y deben iniciar un tránsito hacia alguna de las dos. A su vez, los hogares de paso y demás servicios de hospedería tienden a ser vistos como fuentes de recursos, lo cual no niega la posibilidad de que se establezcan relaciones que tengan efectos sobre la estima social y la carga de valores, reglas y estatus adquirido por lograr vinculación de algún tipo con estas instituciones. Hemos entendido que lo anterior puede verse como un arraigo funcional y moral que se refuerza por las acciones de sociabilidad que allí tienen ocurrencia. En ese sentido, la pertenencia o vinculación con algún referente institucional permitió evidenciar la constitución de identidades que oscilan entre la internación en la situación de calle y la recurrencia a los servicios sociales del hogar de paso, lo cual implica una comunicación entre la calle y las instituciones prestadoras de servicios vía los usuarios (Zabala-Sandoval, 2020).
Así como los hogares de paso permean la barrera social para las personas en situación de calle, también hay otros lugares como el Parque Galarza, en donde se localizan prácticas que ratifican las fronteras sociales dada la estratificación basada en el nivel adquisitivo de las personas. Así, a partir de dinámicas de menosprecio de parte de personas que no están en situación de calle que interfieren en la autorrelación práctica en términos de valía social, se da cierta segregación pues los participantes del estudio entendían este como su lugar predestinado, de allí que se den prácticas de oferta de acceso a derechos y servicios por parte de la institucionalidad de la ciudad a manera de jornadas de cedulación y de afiliación a salud. También es menester mencionar que este lugar aparece como rico en dinámicas de fortalecimiento de lazos de amistad, en adición a la posibilidad de ejercer sus actividades económicas, lo que conlleva entender este lugar como central para la aparición de actividades propias de la vida en la calle desde su espacialidad, por lo cual, podríamos enunciarlo como un lugar polivalente.
CONCLUSIONES
A través de la cartografía social y participativa fue posible identificar en el centro comuna uno de la ciudad de Ibagué lugares que se constituyen como puntos relevantes para la vida cotidiana en la calle. Lo anterior se logró a partir del mapeo de prácticas y dinámicas de reconocimiento y menosprecio; ellas permitieron entrever algunos aportes al cumplimiento de la PPSHC del Gobierno Colombiano (MinSalud, 2018) en el eje de atención para el restablecimiento de derechos e inclusión social en sus objetivos: 1) desarrollo humano integral, y en sus lineamientos: a) priorizar la población al facilitar el establecimiento de mecanismos que permitan la focalización de la atención integral a personas en situación de calle en coordinación con las entidades competentes para esto, con tal de realizar y coordinar planes, programas y proyectos sectoriales e intersectoriales para la atención y la realización de jornadas de socialización y capacitación sobre sus derechos; b) desarrollo de servicios sociales que contemplen alojamiento para personas en situación de calle e identificación de particularidades de la población y el territorio con tal de desarrollar un modelo social de atención integral.
El presente trabajo buscó aportar luces acerca de la experiencia que construyen las personas en situación de calle sobre la calle misma, de sus formas de relacionarse con el espacio común y los diferentes arraigos que parecen caracterizar a la situación de calle. Para Berho (2010), la calle no solo es un escenario de riesgo, también es un espacio existencial, un lugar para la vida que provee de recursos y posibilidades para vivir, aunque la competencia por los mismos sea fuerte. De ahí que la calle se entienda como un espacio que asiste a constantes procesos de territorialización y disputa por los usos posibles y aceptados, por lo que ha de entenderse desde diferentes dimensiones, tales como la normativa, política e interaccional. Así que es importante ahondar en las formas de reconocimiento y menosprecio en la vida cotidiana de quienes habitan la calle, en el sentido en que las interacciones diarias se hacen rutina y hábito a la par que se entrelazan a nivel territorial con la calle en el acto repetitivo de transitar, habitar, consumir, trabajar, etc. Respecto estas últimas, vale la pena recuperar el aporte de Lindon (2009), para quien “nuestro actuar en el mundo hace y modela los lugares y, al mismo tiempo, deja en nosotros la marca de los lugares que habitamos” (p. 10).
En las últimas décadas se ha visto un aumento en los estudios sobre la situación de calle, algunos, como este, han buscado dar cuenta del fenómeno desde niveles relacionales, sin embargo, resulta necesario dar continuidad a esfuerzos que permitan aproximaciones a lo situacional e interaccional, de tal forma que se posibilite una comprensión rica y compleja de la vida en la calle desde la perspectiva y experiencia de sus actores, lo cual pone en manifiesta la importancia de evitar la reducción o descomposición del fenómeno en una lectura de la carencia o la falta. Por el contrario, se requiere sostener la complejidad alcanzada en cuanto a la interrelación de los factores que componen la situación de calle y su relación con la exclusión social en diferentes niveles, los estudios de curso de vida y vulnerabilidad y los estudios del proceso de individualización, entre otros. Esta exclusión es de prioritaria atención en términos de alcanzar mayor justicia social, mejor gobernanza y en aras de una sociedad que cumpla con las exigencias de una vida democrática. Es necesario estudiar los grupos minoritarios de las minorías mismas, tales como las mujeres en situación de calle y sus condiciones de vida, pues ellas encarnan dinámicas múltiples y complejas de exclusión y violencia sexual, así como también es menester estudiar las poblaciones iniciales como forma de prevenir la situación de calle y tratar de reducir la reproducción de estas formas de vida, que pone en el panorama el estudio de los niños en situación de calle.
Finalmente, con respecto a la población estudiada, es urgente repensar formas de intervención que sean acordes con los principios esgrimidos por la política pública de igualdad, dignidad y autonomía. Esto implica trabajar por la visibilización y caracterización de las particularidades y singularidades desde la participación, evitando la generalización que solo aporta a la invisibilización y vulnerabilidad. Asimismo, hade trabajarse por continuar con el aumento del conocimiento que esta población tiene con respecto a sus posibilidades de acceso efectivo a derechos como forma de hacer de la vida en la calle algo digno, de brindar posibilidades creíbles de salir de esta (si es lo que se desea) y de prevenir que se llegue a esta situación. En ese sentido, la cartografía social y participativa resulta ser efectiva para la construcción de conocimientos que develen las prácticas, saberes y sentires de aquellos usualmente invisibilizados y excluidos, al punto que permitió, en este caso, identificar lugares centrales en la vida en la calle que bien pueden pensarse como centros de trabajo con la población en el sentido ya establecido de la política pública: lugares como el Parque Galarza, que dada su polivalencia debe continuarse con sus prácticas de reconocimiento y atenderse aquellas de menosprecio. A su vez, los hogares de paso aparecen como centros de sociabilidad y se constituyen a partir de arraigos estratégicos, sociales y culturales, por lo que su importancia trasciende la construcción de identidades de calle que deben ser comprendidas en su complejidad dado el marco social en que emergen.
FINANCIAMIENTO
Artículo producto del proyecto de investigación titulado “Identidad, reconocimiento y marginalidad. Caracterización de la situación de calle en Ibagué”, con código 19-497-INT, aprobado y financiado en convocatoria interna de proyectos por la Dirección de Investigaciones (DIRI) de la Universidad de Ibagué.
AGRADECIMIENTOS
Al semillero de investigación “Desde el Margen”, y una especial mención a Santiago Palacino y a Laura Valentina Gutiérrez por su apoyo en la recolección de información.
CONFLICTO DE INTERESES
Los autores declaran la inexistencia de conflicto de interés con institución o asociación comercial de cualquier índole.
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Notas de autores
Juan David Zabala Sandoval
Estudiante de Doctorado en Ciencias Sociales, Universidad de Chile. Magíster en Educación, Psicólogo. Director del semillero de investigación Desde el Margen. Investigador del grupo GESS, Universidad de Ibagué, Colombia. Contacto: juand.zabalas@gmail.com. http://orcid.org/0000-0001-8999-4053
Julián David Bocanegra Correa
Psicólogo de la Universidad de Ibagué, estudiante adscrito al semillero de investigación Desde el Margen. Contacto: julian.bocanegrac@gmail.com. http://orcid.org/0000-0001-9381-4561
1 Esta figura también fue empleada en (Bocanegra y Zabala-Sandoval, 2020), un texto de los mismos autores.