EL ESTUDIO DE LAS EMOCIONES DESDE EL GIRO AFECTIVO A LAS PRÁCTICAS Y ATMÓSFERAS AFECTIVAS

THE STUDY OF EMOTIONS FROM AFFECTIVE TURN TO AFFECTIVE PRACTICES AND ATMOSPHERES

Cristian Bedoya Dorado, Nelson Molina Valencia

Fundación Universitaria Católica Lumen Gentium

Universidad del Valle

Recibido: 14 de enero de 2020-Aceptado: 31 de agosto de 2020-Publicado: 16 de julio de 2021

Forma de citar este artículo en APA:

Bedoya-Dorado, C., & Molina-Valencia, N. (2021). El estudio de las emociones desde el giro afectivo a las prácticas y atmósferas afectivas. Revista Colombiana de Ciencias Sociales, 12(2), 928-948. https://doi.org/10.21501/22161201.3516

Resumen

A partir del giro lingüístico y la conceptualización del lenguaje como constructor de la realidad, se derivaron en las ciencias sociales marcos analíticos para el estudio de las emociones. La psicología discursiva de las emociones tuvo un particular interés por el uso de las emociones en el discurso, y las acciones y efectos que producen en los marcos relacionales. No obstante, lo “discursivo” presentó ciertas limitaciones asociadas a la experiencia física que propiciaron un giro ontológico conocido como el giro afectivo. En este artículo se discuten las implicaciones que tuvo dicho giro en el estudio de las emociones y algunas propuestas subyacentes, las cuales han integrado perspectivas discursivas y de afectos para redefinir la emoción.

Palabras clave

Psicología social discursiva; Giro afectivo; Emociones; Afectos; Ciencias sociales.

Abstract

From the linguistic turn and the conceptualization of language as a constructor of reality, analytical frameworks for the study of emotions were derived in the social sciences. The discursive psychology of emotions had a particular interest in the use of emotions in discourse, and the actions and effects they produce in relational frameworks. However, the “discursive” presented certain limitations associated with physical experience, which led to an ontological turn known as the affective turn. This article discusses the implications that this turn had on the study of emotions and some underlying proposals, which have integrated discursive and affect perspectives to redefine emotion.

Keywords

Discursive social psychology; Affective turn; Emotions; Affects; Social sciences.

INTRODUCCIÓN

En el año 2012 el British Journal of Social Psychology publicó una edición especial dedicada a los 25 años de la psicología discursiva (desde ahora PD), impulsada principalmente por investigadores del Grupo Discurso y Retórica del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad de Loughborough de Reino Unido. En esta edición participaron autores como Michael Billig, Derek Edwards y Jonathan Potter, quienes han hecho parte de la trayectoria histórica de la PD en el marco de la psicología social. Igualmente, participaron otras figuras internacionales de la tradición discursiva como Kevin Durrheim, Ann Weatherall, Ian Parker y Teun van Dijk, además de otros integrantes del Grupo Discurso y Retórica, como Elizabeth Stokoe, Alexa Hepburn y Charles Antaki (Augoustinos & Tileagǎ, 2012).

Esta divulgación presentó la historia y la contribución teórica y metodológica que ha hecho la PD a la psicología social y al desarrollo de las teorías del discurso y del lenguaje. Entre estos aportes se encuentra el estudio de las emociones, que ha ocupado una de las principales arenas de su interés. Si bien en los inicios de la PD la categoría “emoción” era apenas un tema mencionado, por ser objeto de estudio de la cognición (Ramos-Linares et al., 2009), a partir de la década de 1980 empieza a ser abordada discursivamente (Potter, 2012).

Esta perspectiva centró el análisis de las emociones en los marcos culturales y la diversidad de valores, ya que el trabajo clásico psicológico de las emociones presuponía categorías de emociones para grupos de un mismo idioma y para comparar con otras culturas. Para superar este limitante, los psicólogos discursivos se centraron en el uso de las emociones como acciones u objetos emocionales, y en las muestras que se podían presentar (Edwards, 1997, 1999, 2007; Potter, 2012). En este sentido, la PD de las emociones surgió con el objetivo de comprender las emociones en los marcos sociales y relacionales (Belli & Íñiguez-Rueda, 2008).

El análisis de las emociones desde esta perspectiva logró posicionarse en el marco de las ciencias sociales, y hasta la actualidad es posible identificar publicaciones y eventos académicos en donde se discute el tema de las emociones desde su orientación práctica y en relación a los contextos en donde son significadas y resignificadas. No obstante, la PD de las emociones ha sido cuestionada y criticada desde el movimiento conocido como giro afectivo, en el que se han resaltado las incapacidades y limitantes para el estudio de las emociones (Blackman & Cromby, 2007; Cromby, 2007; Enciso-Domínguez & Lara, 2014; Lara & Enciso, 2013; Massumi, 2002; Sedgwick, 2003). La denuncia del poder del “imperio discursivo” reorientó el estudio de las emociones al cuerpo y a lo preconsciente, dejando como eje de discusión lo discursivo de la emoción y la experiencia física.

Para el año 2007, en la International Journal of Critical Psychology, Blackman y Cromby (2007) presentaban en la editorial un número dedicado a los afectos y sentimientos. En su presentación, estos autores destacaron cómo las nociones de “afecto”, “sentimiento”, y “emoción” eran un parte importante del paisaje conceptual de la subjetividad humana, pese a que el modo para comprenderlas presentaba ambigüedades y distintas posturas epistemológicas. En este artículo se presenta una revisión teórica del rumbo en el que se ha orientado el estudio de las emociones en las ciencias sociales desde el giro afectivo y las propuestas derivadas que han posicionado un diálogo y una integración entre el discurso y el afecto (Anderson, 2009, 2014, 2018; Brown & Stenner, 2001, 2009; Cromby, 2007; Cromby, 2012b; Wetherell, 2012, 2013a, 2013b). De acuerdo con lo anterior, el objetivo es discutir las implicaciones epistemológicas y teóricas que ha brindado el giro afectivo para el estudio de las emociones, y señalar la aproximación de prácticas y atmósferas afectivas (Wetherell, 2012, 2013a).

El artículo se divide en tres partes, primero se presenta el antecedente de la PD para el estudio de las emociones y los orígenes del giro afectivo; segundo, se describe la propuesta de prácticas y atmósferas afectivas para abordar el estudio de las emociones, las cuales subyacen como producto de las críticas desde el giro afectivo a la perspectiva discursiva; finalmente, se argumenta a modo de conclusión que este giro ontológico de las emociones transita desde los aportes del construccionismo hacia otros desarrollos de las ciencias sociales como la semiótica de la materialidad, la performatividad y la teoría del actor-Red.

El giro afectivo en el estudio de las emociones

Antecedentes: el estudio de las emociones en la psicología discursiva

La emoción como una práctica discursiva o como una construcción social sugiere que esta es una experiencia recubierta por el lenguaje para expresarla, por lo que los procesos, los determinantes y las consecuencias de la emoción se desarrollan en la interacción a través del lenguaje. En este sentido, la emoción es de carácter social y es producida en relación con el lenguaje y la comunicación (Belli & Íñiguez-Rueda, 2008; Edwards, 1997, 1999). Adicional a ello, al estar las emociones situadas en el discurso, pueden transformarse y redefinirse. Esto se debe a que el discurso se produce en un contexto social y relacional, y es ahí donde el discurso emotivo tiene sentido, acciones y efectos (Belli & Íñiguez-Rueda, 2008). El análisis del discurso emocional se ha posicionado como parte de las investigaciones de construcción de las emociones dentro de la psicología social. Según Edwards (1997), estas investigaciones han generado una PD de la emoción que tiene por interés el uso que se da a las emociones en el discurso, y las acciones y efectos que produce el discurso emotivo en los marcos relacionales.

Para Edwards (1997) la PD de la emoción consiste en comprender cómo las personas hablan acerca de las emociones, ya sea al reconocer las suyas o al atribuirlas a otras personas, y cómo usan las categorías de emociones cuando hablan acerca de las cosas. El discurso emocional es una característica integral del habla de los eventos, los estados mentales, las opiniones, las disposiciones personales y las relaciones sociales, usado para construir pensamiento y acciones. Pero también, las emociones pueden ser tratadas sobre la base de la sensibilidad y la racionalidad. Las categorías de emociones son usadas en la asignación de motivos y causas para las acciones, en la culpa, las excusas y los relatos (Edwards, 1997).

Siguiendo con Edwards (1997, 1999), las emociones a menudo son definidas en la psicología en contraste con la cognición y el pensamiento racional. Estas son concebidas como experiencias y expresiones corporales naturales, más que experiencias y expresiones del lenguaje, además se conciben como irracionales y subjetivas; inconscientes en lugar de deliberadas, genuinas en lugar de artificiales, o sentimientos en lugar de pensamientos. No obstante, más que adoptar y usar dichas categorías y contrastes, la PD examina empíricamente cómo ellas son invocadas, y cuál tipo de trabajo discursivo estas invocaciones realizan. Es por ello que para Edwards (1999), el discurso de la mente y la emoción es, primero que todo, un discurso de participantes, rico y variado, lleno de contrastes y alternativas, y útil en el trabajo de descripciones de acciones humanas, relaciones interpersonales y manejo de responsabilidades.

El estudio de las emociones también ha estado asociado con la cultura. Gergen (2006), por ejemplo, argumenta que el significado emocional es un logro social y cultural, y citando los planteamientos de James Averrill, señala que las emociones son en esencia actuaciones culturales que han sido aprendidas y realizadas en ocasiones oportunas. Belli e Íñiguez-Rueda (2008) bajo el concepto de performatividad consideran que el habla crea una necesidad de construir emociones en donde estas son un performance producido a través de fabricaciones que se sostienen mediante signos corporales y otros medios discursivos. De esta manera, la emoción resultar ser un discurso, ya que esta no existe antes de decir algo (Belli & Íñiguez-Rueda, 2008).

De acuerdo con Potter y Hepburn (2007), la emoción es un tema teóricamente interesante para la investigación discursiva, pero también es un caso difícil. Ello se debe a que, a menudo, es tratado como algo cercano a lo biológico, pero también como algo que recae sobre el lenguaje e incluso la cultura. En la psicología social, la emoción ha sido tratada como una variable causal que ejerce un efecto distorsionador en la cognición. Sin embargo, estos autores resaltan la propuesta de Edwards (1997) sobre la emoción como categoría, ya que los límites y contrastes que la construyen son diferentes a través de las culturas y los escenarios. Igualmente, la emoción como categoría es, en sí misma, una característica de una idea moderna y occidental.

Finalmente, para Edwards (1997, 1999) el concepto de emociones como repertorios o como categorías ofrece una extraordinaria flexibilidad en cómo las acciones, reacciones, disposiciones, motivos y otras características psicológicas pueden estar ensambladas en las narrativas y explicaciones de la conducta humana. Ello conduce a un conjunto indefinido de oposiciones retóricas que se encuentran en los usos de estas categorías en el discurso y texto cotidianos (emoción vs cognición, emociones como irracionales vs racionales, emoción como cognitivamente fundamentada vs cognitivamente secuencial, disposiciones vs temporal, comportamiento emocional como acción controlable vs reacción pasiva, espontáneo vs causado externamente, natural vs moral, entre otras).

Los orígenes

El giro afectivo o Affective Turn constituye quizá uno de los últimos avances sobre el estudio del afecto y las emociones en las ciencias sociales durante las últimas décadas. Sin embargo, este emerge gracias a siete condiciones de posibilidad que ofrecieron diversos aportes, así como una serie de debates y críticas (Enciso-Domínguez & Lara, 2014), como se presenta en la siguiente tabla:

Tabla 1

Precuela del giro afectivo.

Perspectiva
Aporte
Críticas al aporte
Principales teóricos
Construccionismo social de las emociones
Liberar a las emociones como objeto único de las ciencias biológicas y naturales.
Explicar las emociones mediante metodologías cualitativas desarrolladas principalmente por la psicología social crítica.
Desarrollar el estudio de las emociones basado en la interpretación, acercándose a la experiencia, y teniendo en cuenta factores culturales y sociales.
No se incorpora al cuerpo, ignorando que la vivencia, activación y expresión de las emociones están conectadas con el cuerpo humano.
No todas las emociones pueden ser susceptibles de un significado.
Claire Armon-Jones (1986)
Gerrod Parrott (1996)
James Averill (1986)
Jerome Singer (1962)
Magda Arnold (1960)
Stanley Schachter (1962)
Rom Harré (1996)
Psicología social discursiva
Proponer una ontología discursiva (psicología discursiva de las emociones).
Hacer visible la variabilidad en el discurso a partir del lenguaje.
Desarrollar una retórica del sentido común de las emociones.
La psicología social discursiva debería vincular los discursos con las prácticas sociales sostenidas por una comunidad para generar un diálogo con los estudios culturales.
Este aporte constituye un dispositivo de mediación que carece en todo momento de la sustancia mental y de las cosas sociales que están siendo objeto de dicha mediación.
Andrew Brown (2008)
Christina Howard (2000)
Christine Stephens (2000)
Derek Edwards (1992, 1999)
Keith Tuffin (2000)
Kevin Daniels (2008)
Michael Humphreys (2008)
Estudios culturales de las emociones
Proponer una variabilidad cultural que acepta el componente sociocultural del construccionismo, advirtiendo su existencia en la diferencia de los marcos culturales.
Postular una atribución emocional que puede tener un amplio espectro de interpretación en función del contexto.
Sospechar de la suficiencia del lenguaje como elemento para dar cuenta de la vida social de las emociones.
A pesar de ser una tradición de estudios culturales, orientan el estudio de las emociones hacia el cuerpo.
Catherine Lutz (1986)
Geoffrey White (1990)
Lila Abu-Lughod (1990)
Margot Lyon (1995)
Emocionologías
Proponer una perspectiva histórica para referirse al modo en que las personas en el marco de una cultura identifican, clasifican, discuten y reconocen emociones.
Enunciar que las formas de hablar de las emociones están mediadas por su variación histórica, asociada a la variabilidad de la significación.
Indicar que la función constructora de la emoción es el tiempo.
Incluyó el comportamiento.
Carol Z. Stearns (1985)
Peter Stearns (1985)
Sociología interpretativa
Plantear que la emoción es responsable de los resultados sociales.
Sugerir que las emociones tienen una relación determinante con las estructuras sociales, las cuales definen lo que se siente.
Formular que la estructura social es el elemento clave para la comprensión de las emociones.
Parentesco con el postestructuralismo.
Arlie Hochschild (1990)
Jack Barbalet (2001)
Theodore Kemper (1978)
Sociolingüística de las emociones
Indicar que las emociones existen previas a impactar el lenguaje y que no son construidas en este, sino expresadas a través de él.
Postular la relación entre la cultura, el pensamiento y el lenguaje como elementos que entretejen la emoción, la cual se clarifica si se entienden las diferencias lingüísticas entre los diferentes idiomas.
Proponer la variabilidad centrada en el idioma, ya que las emociones deben ser estudiadas a partir del propio lenguaje en el que se articulan sus expresiones.
No conservan sus elementos de base, sino que regresa a discusiones previas como la de la variabilidad.
Anna Wierzbicka (1992, 1995, 2001)
George Lakoff (1986)
Jean Harkins (2001)
Kurl Spang (2005)
Mark Johnson (1986)
Michael Bamberg (1997)
Zoltán Kövecses (2000)
Estudios feministas de las emociones
Plantear la disolución de la díada razón-emoción.
Problematizar la asociación de la emoción a lo femenino y la razón a lo masculino.
Postular el concepto de experiencia como fuente productora de conocimiento, esto es, producir conocimiento desde la emoción.
Alison Jaggar (1989)
Ann Garry (1989)
Donna Haraway (1995)
Genevieve Lloyd (1993)
Lorraine Code (1989)
Marilyn Pearsall (1989)
Sandra Harding (1989)

Nota: Elaboración propia basada en Enciso-Domínguez y Lara (2014).


El plano simbólico que dominaba el estudio de las emociones previo al giro afectivo presentó ciertas limitaciones que hicieron regresar al estudio del cuerpo y de lo preconsciente. Autores como Judith Buttler, con la perspectiva semiótico-material, y Bruno Latour, con la teoría del actor-Red (ANT por sus siglas en inglés), pese a no estar especialmente interesados en los afectos y las emociones dan avisos de la insuficiencia de lo simbólico y la necesidad de incluir el papel de la materialidad en los estudios sociales. Así mismo, la Teoría Queer en el campo del feminismo incluía el estudio del cuerpo y la preocupación por la experiencia como fuentes de conocimiento (Enciso-Domínguez & Lara, 2014).

Con la diversidad de perspectivas para el estudio de las emociones se presentó un vuelco ontológico interesado en lo previo del proceso de significación, y comprometido con el estudio de la experiencia y el cuerpo. Con el fin de superar las críticas y la carga simbólica de dichas perspectivas, se acuñó el término afecto en contraposición al de emoción. Es por ello que el giro afectivo constituye un giro ontológico sobre el modo de comprender las emociones (Enciso-Domínguez & Lara, 2014). Para Brown y Stenner (2009), con este giro se presentó una “reformulación” de las emociones en el marco de las ciencias sociales y humanas en las últimas décadas del siglo XX. Sus argumentos repetidamente proponían la naturaleza socialmente construida, discursivamente organizada y simbólicamente mediada por las experiencias y expresiones emocionales. Según ellos, para muchos académicos el giro afectivo dibujó una clara distinción entre afectos y emociones, lo que adquirió un nuevo compromiso con la teoría psicoanalítica (Brown & Stenner, 2009).

Otro de los movimientos en el giro afectivo proviene del post-estructuralismo de Gilles Deleuze. Pese a que este autor no realizó una clara distinción entre afecto y emoción, sus seguidores propusieron el concepto de afecto refiriéndose al territorio sentimental de la emoción (Antonio Negri, Brian Massumi, Deborah Thien, Michael Hardt, Nigel Thrift, Patricia MacCormack). Contrastando la limitación del concepto de emoción con el potencial creativo del afecto, asociaron la emoción con los regímenes de los significados discursivos de las personas, mientras que el afecto fue asociado a un tipo de intensidad que no es reducible a la cualidad personal de una emoción (Brown & Stenner, 2009).

Para Cromby (2012a), el giro afectivo ha sido visible en las humanidades, los estudios culturales, la geografía, la sociología, la teoría social, la criminología y la psicología, y en conceptos y evidencias recavadas de diversas fuentes que incluyen el psicoanálisis, los estudios de la emoción, la filosofía y la neurociencia. Este se caracterizó por dos tendencias comunes: el énfasis en los fenómenos denotados por los términos afecto, emoción y sentimiento, y su tratamiento como híbridos co-constituidos, ni simplemente biológicos ni totalmente sociales. Existen dos publicaciones que son consideradas como míticas en este movimiento: The Autonomy of Affect de Brian Massumi en 1995, la cual se basa en los argumentos de Gilles Deleuze para criticar las limitaciones impuestas por las perspectivas discursivas, y resalta la autonomía del afecto con relación al discurso; y Shame in the cybernetic Fold, publicado por Eve Sedgwick y Adam Frank también en 1995, quienes, al igual que el autor de la anterior publicación, criticaron las perspectivas discursivas e incorporaron la teoría de los estudios culturales del afecto del psicólogo norteamericano Silvan Tomkins. De este modo, leyendo a Deleuze y Tomkins impulsaron una teoría del afecto en la teoría cultural, dejando con pocas posibilidades a lo que llamaron “el imperialismo discursivo” (Lara y Enciso, 2013).

De acuerdo con Lara y Enciso (2013), el desarrollo del giro afectivo y la influencia que ha recibido tanto de diversos autores como de perspectivas teóricas ha generado un sin número de propuestas que regresan a los discursos biologicistas, psicoanalíticos, discursivos y hasta filosóficos, como por ejemplo los trabajos de Antonio Damasio y Joseph LeDoux sobre las bases biológicas de la afectividad, Valerie Walkerdine y el uso de teorías psicoanalíticas, Nigel Thrift y su propuesta inspirada en Whitehead, Spinoza, Freud, Tomkins, Ekamn, Massumi y algunas teorías feministas y biologicistas, o Steve Brown y Paul Stenner y su lectura de Spinoza para definir los afectos (Brown & Stenner, 2001, 2009; Lara y Enciso, 2013).

Prácticas y atmósferas afectivas: una aproximación al estudio de las emociones

Wetherell (2012, 2013a) señala que el interés por el afecto y la emoción en la investigación social constituye uno de los desarrollos más significativos en los últimos años. Para ella, el estudio de estos conceptos no solo configura un área de investigación, sino también compromisos teóricos y epistemológicos. Esta autora propone un enfoque basado en el concepto de “práctica afectiva” y en la aplicación de teorías de la pragmática para el dominio de la emoción. Así mismo, reconoce que el tema de los afectos humanos y la emoción en la investigación social suelen ser articulaciones y reclutamientos de afectos y significados, y señala que la investigación social requiere de métodos que discutan los vínculos de la encarnación1 y el discurso. Estos elementos que no logran ser integrados en las primeras versiones de la PD de las emociones (Edwards, 1997, 1999; Edwards & Potter, 1992) constituyen las principales críticas a esta línea de investigación (Blackman & Cromby, 2007; Cromby, 2007; Enciso-Domínguez & Lara, 2014; Lara y Enciso, 2013; Massumi, 2002; Sedgwick, 2003).

La investigación de los afectos resuena particularmente con el nuevo foco en la materialidad y la relacionalidad, y busca resaltar lo transpersonal y personal, tratando los afectos como una propiedad emergente de los ensamblajes extensivos que construyen atmósferas afectivas. Esta perspectiva pone atención a las formas en la que los cuerpos se combinan, ensamblan, articulan y cambian en nuevas formaciones (Wetherell, 2012, 2013a).

Algunos académicos señalaron que los afectos se encontraban en el reino de lo palpable y no operaban a través de estructuras del lenguaje, discurso y significados (Wetherell, 2013a). Buscando escapar de los excesos de las prácticas del sujeto hablante, y centrando su atención en una perspectiva social que trabajara con lo sensual, lo corpóreo o cinestésico, los autores resaltaron las sensaciones del cuerpo en relación con las percepciones, las memorias, los sentimientos, las formas de movimientos musculares y las respuestas propioceptivas de vibraciones y ritmos (Wetherell, 2013a). Con esta orientación, los desarrollos del afecto estuvieron alejados de los métodos del discurso, y el escepticismo sobre el valor de la investigación discursiva se extendió a través diversos enfoques discursivos, como el trabajo inspirado por Foucault sobre formaciones discursivas, y la investigación cualitativa basada en narrativas (Blackman & Cromby, 2007; Brown & Stenner, 2009; Cromby, 2007, 2012a; Wetherell, 2012, 2013a).

Las características del trabajo discursivo crítico en la década de los 90 cerró la investigación detallada de los estados encarnados. Para los académicos de esta línea, la preocupación subyace cuando el cuerpo es leído simplemente como un efecto del habla y del texto. Según Sedgwick (2003), los afectos son performativos y expresan una enajenación radical entre el significado y la performance de cualquier habla o texto. Wetherell (2012, 2013a) resalta que con la investigación discursiva se priorizan el pensamiento y la observación representacional; esto quiere decir que se enfoca en mirar y escuchar cómo la experiencia del cuerpo se convierte en una narrativa. Blackman y Venn (citados en Wetherell, 2013a) sostienen que este modo de investigación es más probable que trate el cuerpo como una masa inerte o como una materialidad muda de la corporalidad; según ellos, en este marco “lo social” es conceptualizado tan solo como una influencia que actúa en un cuerpo individual, singular y separado, por lo que no se hace justicia a la vinculación de procesos y fenómenos reconocidos por los estudios relacionales.

Para Brown y Stenner (2009) el cuerpo y sus sensaciones sentidas, vinculadas con el mundo que nos rodea, son raramente representadas en esos términos en el trabajo discursivo de la psicología, y cuando lo hacen son convertidas o en un habla alrededor del cuerpo o en los motivos encarnados del habla; según estos autores, ninguna de estas estrategias es adecuada. Esta variedad de críticas presenta a la investigación discursiva como hegemónica en ciertas áreas de la investigación social, la cual no ha asumido o investigado la encarnación (Wetherell, 2012, 2013a). No obstante, el giro afectivo abrió el debate con preguntas cruciales sobre las prácticas de construcción de sentidos o significados, la articulación de lo somático con ellas, y la cuestión sobre cómo el sujeto hablante produce sensaciones de afectos y los comunica (Wetherell, 2013a).

De acuerdo con Massumi (2002) el discurso trabaja en un camino diferente desde el afecto, una vía de la “cualidad” que es opuesta a la de “intensidad”. La vía de la cualidad permite nombrar y enmarcar el afecto en el discurso convencional, en términos culturales y lingüísticos. Sin embargo, si el afecto es un tipo de exceso caótico y un impulso sin procesar, entonces el momento de la representación discursiva es burocrático y organizativo. Para este autor, este es el proceso a través del cual el “afecto salvaje” es domado, convirtiéndose en algo que las personas pueden reconocer, hablar entre sí y comunicar como una emoción domesticada.

El desarrollo de las teorías de la neurociencia y la psicobiología fortalecieron la división del discurso y el afecto como encarnación. Así mismo, los desarrollos en psicología experimental posicionaron un trazo radical entre estas dos dimensiones debido a la manera como se ha visto la operacionalización del discurso y la encarnación de los trabajos empíricos (Wetherell, 2013a). Por su parte, la crítica de Wetherell (2012, 2013a,) se basa en que el momento de la “intensidad” está indisolublemente vinculado a la “cualidad” de la historia, ya que los contextos de significados y de historias dan forma a los encuentros entre cuerpos y eventos. Para esta autora, es difícil sostener la propuesta de Massumi y Thrift que asume que los seres humanos primero se encuentran con el mundo corpóreamente, y luego en el mundo discursivo.

Brown y Stenner (2009) consideran de gran utilidad la filosofía de Spinoza para el estudio de los afectos, especialmente para lo que ellos plantean como “relaciones sentidas de afectos” y “ser/siendo afectado”. La filosofía de Spinoza señaló una confrontación explícita con el modelo cartesiano del cuerpo como máquina animada por la voluntad de una mente y alma inmaterial, ya que la concepción del conocimiento requiere de afecto. Esto quiere decir que no es posible conocer el mundo, pero sí el modo en que nos afecta. Nosotros, nuestro cuerpo, media nuestra relación con el mundo (Brown & Stenner, 2009). El problema de la interacción mente-cuerpo formulado por Descartes involucra una estricta separación de dos elementos del ser y la exclusión del primer concepto de naturaleza. Bajo el pensamiento de este autor se plantea la idea de dos sustancias radicalmente diferentes: la extensión (el campo físico de los objetos posicionados en un espacio geométrico que puede ser la materia de la investigación científica de la filosofía natural), y el pensamiento (la propiedad que distingue seres conscientes de objetos). Sin embargo, el pensamiento muestra al sujeto humano como “cosa pensante”, aunque no es objeto, es decir, no es una sustancia extendida. Igualmente, la extensión es aquello de lo cual el pensamiento está esencialmente separado, pero que puede llegar a conocer, y así ser controlable, por ejemplo a través de las matemáticas (Brown & Stenner, 2009).

La alternativa de Spinoza sugiere que no existen dos sustancias divididas, sino que son una sola. No obstante, la separación entre extensión y pensamiento son reconceptualizados por este autor como atributos de una misma sustancia. Así, mentes y cuerpos son considerados como modos limitados de esos atributos donde la mente es un modo de pensamiento y el cuerpo un modo de la extensión. El desarrollo de estas ideas ha posicionado que la experiencia humana, las percepciones, los sentimientos y las sensaciones dependen del funcionamiento fisiológico de nuestros cuerpos personales. Según Spinoza, la mente y el cuerpo son uno y la misma cosa que es concebida bajo el atributo de pensamiento, y bajo el atributo de extensión (Brown & Stenner, 2009). Las emociones (afectos) son descritas por Spinoza como las modificaciones del cuerpo, por las cuales el poder de la acción del cuerpo es incrementado o disminuido, adicionado o restringido, y al mismo tiempo la idea de estas modificaciones. Para este autor, el cuerpo humano es afectado por cuerpos externos de diversos modos. Finalmente, las ideas derivadas de Spinoza permiten señalar que a través de los encuentros el sujeto es afectado, visto bajo el atributo de extensión, el afecto es una modificación del cuerpo, y visto bajo el atributo de pensamiento, el afecto es una idea de dicha modificación (Brown & Stenner, 2009).

Para Anderson (2014), el afecto no es un objeto representativo per se, debido a que no se refiere a un nivel de reacciones corporales autónomas inexplicables, que no son representativas en el sentido de que son de cierta manera inaccesibles para los sujetos. Por otra parte, la representación para significar un afecto siempre falla en relación con el modo en que se está siendo afectado. Para este autor, comprender los afectos implica reconocer que el efecto de estos se refiere a las capacidades corporales que en la práctica no se distinguen de las emociones, y que los afectos están mediados por encuentros que hacen que estos no sean reducibles a sistemas de “referencia representativa”. Como consecuencia, el afecto no es más que un objeto no representativo per se, derivado del ensamblaje con otros cuerpos.

A través del análisis de algunas investigaciones sobre los afectos y el cuerpo (Brown & Stenner, 2009; McCormack, 2008), Wetherell (2012, 2013a, 2013b) encuentra dificultad en separar el discurso de los afectos y las representaciones. Para el caso de la investigación de Marjorie Goodwin, que se concentra tanto en el afecto como en el discurso, se asume que estos fenómenos están enredados, en el sentido de que la acción encarnada tiende a estar ligada con la conversación en algún momento de un flujo de actividad (Wetherell, 2012). Este “enredo” se puede presentar ya sea por medio de patrones de enunciados asociados con las actividades del momento o producirse después, cuando los participantes comiencen a dar cuenta de dichas actividades, a comunicarlas o dar sentido a sus acciones. Según esta investigación, el “enredo” ya ha ocurrido y siempre ocurre porque las acciones actuales de los participantes usualmente se orientan a prácticas familiares del pasado, y además estas son reconocibles y significativas por otros (Wetherell, 2012).

Con los casos citados anteriormente, Wetherell (2012, 2013a) busca ejemplificar la noción de práctica afectiva. Esta noción hace alusión a los movimientos del cuerpo, las expresiones faciales, y demás, que son coreografiados o performados (actuados) en conjunto con el discurso (habla). Para Wetherell (2012) la práctica afectiva involucra formas de orden, reconociendo que sus cualidades podrían ser de otra manera, así mismo se enfoca en lo emocional que aparece en la vida social y trata de seguir lo que hacen los participantes. De este modo, se considera que la práctica afectiva es continuamente dinámica y posee el potencial de moverse en direcciones múltiples y divergentes.

Si bien para Wetherell (2012) el afecto es comprendido como la incorporación del significado de la emoción humana, este tiene otros matices, es tanto sentido como sensibilidad, práctico, comunicativo y organizado. En la práctica afectiva, elementos del cuerpo como los músculos faciales, las vías en el cerebro, el ritmo cardiaco, las regiones de la corteza prefrontal, entre otros, se moldean junto con sentimientos y pensamientos, patrones de interacción y de relaciones, narraciones y repertorios interpretativos, relaciones sociales, historias de vida y modos de vida. Estos componentes y modalidades, cada uno con su propia lógica y trayectoria, son ensamblados conjuntamente en métodos prácticos interactivos y recursivos, o de ida y vuelta (Wetherell, 2012).

Continuando con Wetherell (2012), los patrones somáticos, neuronales, fenomenológicos, discursivos, relacionales, culturales, económicos, de desarrollo e históricos, interrumpen, cancelan, contradicen, modulan, construyen y se entrelazan entre sí. Así, algunas prácticas afectivas podrían involucrar a solo un par de patrones contribuyentes, y algunos de ellos podrían descomponerse rápidamente. Otras prácticas afectivas, por lo contrario, podrían estar muy densamente unidas en prácticas sociales conectadas, en donde el grado de tejido refuerza el afecto y puede hacer que sea resistente y duradero. Los elementos de un patrón afectivo pueden variar en su intensidad y en su dominio en el conjunto.

Wetherell (2013b) también propone el concepto de “atmósferas afectivas”. Este concepto está asociado a las dimensiones personales o transpersonales de la vida afectiva y la existencia cotidiana, por lo cual constituye un tipo de especie de propiedad asociada o emanada de espacios, lugares, eventos y situaciones. Teniendo como base los trabajos desarrollados por Ben Anderson, Wetherell (2013b) define las atmósferas como una clase de experiencias que ocurren antes y al lado de la formación de la subjetividad, a través de las materialidades humanas y no-humanas, y entre las relaciones de sujetos y objetos. Bajo esta definición, las atmósferas subyacen de la forma en que los cuerpos están ensamblados entre sí. En ella, lo que está ensamblando, es el continuo flujo y devenir del espacio y del acontecimiento, organizando significaciones, formaciones afectivo-discursivas, participantes humanos y no-humanos, y las entidades técnicas y materiales involucradas. Al igual que el clima, estas surgen de interacciones indeterminadas, complejas y potencialmente turbulentas entre fuerzas inmensamente oscuras y poderosas (Wetherell, 2013b).

Para Anderson (2014) las atmósferas afectivas se configuran en los “encuentros”, los cuales son innumerables en la vida humana y se dan entre diferentes tipos de cuerpos. Según este autor, la “carga del afecto” de un cuerpo refleja y expresa el inicio de encuentros con otros tiempos y espacios. Los encuentros se hacen a través de las repeticiones, por lo que algo del pasado persiste en un encuentro, es decir, los encuentros contienen referencias de encuentros pasados, y estos se realizan a través de relaciones, disposiciones y hábitos acumulados. Adicional a ello, los encuentros también implican diferencias, puesto que a medida que los cuerpos se unen o se ensamblan, la vida se abre a lo desconocido o a lo que se debe determinar o conocer. En medio de los encuentros, los sujetos recuerdan el pasado, lo que involucra elementos psíquicos (ideas y significados) que hacen que este sea inseparable de otros tiempos y espacios. En este marco, el afecto es inseparable de la acción (Anderson, 2014).

Anderson (2009, 2018) considera que la atmósfera de un objeto o un cuerpo revela el espacio-tiempo, es decir, un “mundo expresado” y no un espacio-tiempo objetivo, en donde el mundo es presentado y organizado en sujeto y objetos. Desde esta noción se da respuesta a cómo lo social se relaciona con lo afectivo y emotivo de las dimensiones de la vida, dejando de lado la problemática subjetivo-objetivo del estudio de las emociones. Es por ello que las atmósferas mezclan elementos narrativos y significantes, así como no narrativos. Son impersonales en el sentido de que pertenecen a situaciones colectivas, aunque pueden sentirse de manera personal.

Desde el punto de visto empírico existen algunos trabajos que dan cuenta de la aplicación del concepto de atmósfera afectiva en la investigación social (Bille & Simonsen, 2019). En el ámbito de los trabajos de la geografía cultural, la investigación de Closs (2015) analizó el modo en que el nacionalismo opera afectivamente y atmosféricamente en el marco de los Juegos Olímpicos de Londres 2012 y cómo configura “atmósferas de felicidad”. Ash (2013) en su investigación puso de manifiesto la agencia de los objetos técnicos, los cuales producen activamente atmósferas espacio-temporales que dan forma a los humanos que están inmersos en ellas, en especial a la organización y experiencia del espacio y el tiempo para los humanos. Desde un estudio documental, Lupton (2017) revisó la literatura publicada sobre atmósferas afectivas para demostrar y explicar las prácticas de salud digital, principalmente los elementos afectivos y sensoriales que se producen en el marco de estas prácticas y así responder a la pregunta ¿cómo se siente la salud digital?

Michels y Steyaert (2017) investigaron la composición de las atmósferas afectivas en la intervención del arte urbano. Desde esta postura teórica, los autores consideran que es posible estudiar el afecto organizacional asociado a la ontología espacial de “estar juntos en una esfera”. También en el contexto urbano, Bissell (2010) exploró las diferentes atmósferas afectivas que se producen en el espacio del vagón de un tren, los modos de transmisión afectiva que puedan tener lugar, y el carácter de los colectivos que se movilizan y cohesionan a través de dichas atmósferas.

Ellis et al. (2013) realizaron un análisis empírico sobre las experiencias cotidianas de vivir con los sistemas de vigilancia contemporáneos, explicando la sociedad de la vigilancia desde la noción de atmósferas e identificando los impactos afectivos que ello tiene en los sujetos. Luna (2018), por su parte, examinó los efectos de los rumores dentro de la guerra militarizada contra las drogas de los gobiernos de México y Estados Unidos, y la configuración de las atmósferas afectivas de terror.

En el contexto organizacional y del trabajo existen investigaciones como la de Bedoya-Dorado (2019) que analiza el modo como se construye el miedo en el trabajo. Según este estudio, el miedo como afecto se moviliza y se configura en el entramado de las relaciones sociales del sistema sociomaterial que constituyen las atmósferas afectivas de los trabajadores. Vitry et al. (2020) exploraron los procesos de aprendizaje y creación de sentido a través de las atmósferas afectivas; vinculados con los trabajos del ámbito del giro afectivo, los autores resaltan la condición cuasi autónoma de las atmósferas afectivas, así como la condición que suponen para los colectivos de humanos y no humanos.

El creciente trabajo académico sobre los procesos afectivos en el marco del giro afectivo ha planteado distintos desafíos en términos metodológicos, lo que ha llevado a ciertos autores a discutir sobre cómo desarrollar y explicar metodologías que permitan investigar los procesos afectivos con relación a estudios empíricos, y que implica desde el modo en que se recolecta el material, hasta los enfoques analíticos para su procesamiento. En este sentido, existen algunos avances, como la obra de Timm y Stage (2015), quienes compilan algunas apuestas desde experimentos, diseños etnográficos, entrevistas, análisis discursivos, entre otros, y los trabajos de Cromby (2012a, 2012b) sobre estrategias metodológicas cualitativas para la salud y la psicología.

CONCLUSIONES

En este artículo se presentó un trayecto del desarrollo teórico de las emociones caracterizado por la tensión entre la dimensión biológica y fisiológica y la dimensión discursiva y simbólica. Este rumbo inició con las críticas que subyacen en el seno de la PD con el posicionamiento de la emoción como práctica discursiva. Los supuestos ontológicos de la PD han estado asociados a las premisas desarrolladas en el marco del construccionismo, las cuales plantean que la realidad se construye socialmente y que reside en el lenguaje y sus múltiples dinámicas simbólicas. Como lo mencionan Enciso-Domínguez y Lara (2014), el construccionismo legó diversos aportes al estudio de las emociones, entre los que se destaca el paso de lo bio-natural hacia lo sociocultural, la crítica a las teorías representacionistas y el impulso para el desarrollo de otras líneas de investigación en emociones. Este es el caso de los debates que han transitado hacia lo que algunos autores han etiquetado como “post-construccionismo” (Flores-Pons et al., 2015; Íñiguez, 2005).

El post-construccionismo retoma algunos planteamientos del construccionismo, principalmente la conceptualización del lenguaje como constructor de la realidad social y como constitutivo de realidad. Adicionalmente, esta corriente considera que existen otras condiciones de posibilidad en la construcción social de la realidad; es por ello que apela a los aportes de la sociología del conocimiento, las epistemologías feministas o el post-feminismo, la teoría del actor-red y la performatividad. Al igual que el construccionismo, se caracteriza por resaltar el carácter construido de las realidades, por lo que se fundamenta en el relativismo y la existencia de más de una construcción posible de la realidad. Este rescata la relacionalidad práctica y pone de relieve la mediación de lo material (Flores-Pons et al., 2015; Íñiguez, 2005).

El dualismo natural/social y el principio de simetría generalizada sugirieron que la subjetividad no solo está situada en los sujetos, sino también en los objetos y en la relación que se construye entre los sujetos y los objetos. De acuerdo con lo anterior, esta mediación de lo material ha permitido que el estudio de los afectos integre tanto la dimensión corpórea como la discursiva. Bajo esta perspectiva, el cuerpo es visto como materialidad en donde ocurren las transformaciones del afecto que son sentidos y narrados por el discurso. De acuerdo con lo anterior, todos aquellos cambios del cuerpo o desplazamientos materiales tienen sentido o algún significado cuando son puestos en alguna relación. Bajo estas ideas, no solo aparecen los aportes de la semiótica de la materialidad (Flores-Pons et al., 2015), sino también de la performance, los cuales sugieren que los afectos se construyen bajo un proceso abierto de constantes transformaciones y redefiniciones que se dan mediante las dimensiones discursiva y corpórea (Belli et al., 2010; Butler, 2002; Garay et al., 2005; Íñiguez, 2005).

La propuesta formulada por Wetherell (2012, 2013a, 2013b) sobre prácticas y atmósferas afectivas asume e integra algunas de las críticas subyacentes del giro afectivo a la PD y plantea un nuevo camino al estudio de las emociones. Continuando con el énfasis pragmático y empírico que se impulsó desde los orígenes de la PD, esta autora reivindica cómo el discurso desempeña un papel fundamental para dar cuenta del modo en que los cuerpos son modificados (afectados), sentidos y narrados, y ensamblados con sujetos y objetos, para significar o producir el afecto, sin negar la dimensión del cuerpo humano y sus desplazamientos fisiológicos. No obstante, es necesario reconocer que la propuesta de Wetherell (2012, 2013a, 2013b) es un camino que transitó desde la PD e hizo una nueva versión con el giro afectivo, diferente al recorrido de otros trabajos desde esta misma psicología que no asumieron las críticas de sus limitaciones y avanzaron en términos metodológicos, más no en términos epistemológicos y teóricos.

Desde la aproximación de prácticas y atmósferas afectivas, los afectos, el modo de llamar a las emociones, es conceptualizado como un híbrido en donde la dimensión corpórea y sus cambios fisiológicos, así como el componente discursivo, narrativo y de memoria, se mezclan para dar forma a lo que se siente o se denomina la experiencia de “ser o estar siendo afectado”. Esta aproximación, por ser relacional y pragmática, involucra lo que autores como Anderson (2009, 2014, 2018) llama “encuentros”, en donde son ensamblados cuerpos y entidades materiales y no materiales a través de los cuales se moviliza y se produce el afecto. Esta noción de encuentros configura las atmósferas afectivas, que son tanto colectivas por involucrar sujetos y objetos, pero también singulares e individuales por la manera relativa en que se experimenta el afecto. Así mismo, los encuentros implican la noción de tiempo y espacio, ya que recrean experiencias del pasado y los lugares donde han ocurrido o donde ocurren.

La formulación y desarrollo de algunas estrategias metodológicas centradas en el tema de afectos (Cromby, 2012a, 2012b; Timm & Stage, 2015a) sugiere para futuras investigaciones algunas luces para el trabajo empírico y el fortalecimiento de esta línea de investigación en el estudio de las emociones. Gracias a los aportes de diversas teorías para conformar el giro afectivo y las propuestas derivadas, la aplicación de este tema puede llevarse a cabo en las distintas disciplinas y áreas del conocimiento que agrupa las ciencias sociales y humanas, como es el caso de la psicología, la política, los estudios culturales, la sociología, los estudios de la organización, la antropología, la salud, etc.

CONFLICTO DE INTERESES

Los autores declaran la inexistencia de conflicto de interés con institución o asociación comercial de cualquier índole.

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Notas de autores

Cristian Bedoya Dorado

Magíster en Psicología, Universidad del Valle. Docente Fundación Universitaria Católica Lumen Gentium, Cali-Colombia. Contacto: cbedoya@unicatolica.edu.co, ORCID: http://orcid.org/0000-0001-9609-0319

Nelson Molina Valencia

Ph. D. en Psicología, Universidad Autónoma de Barcelona. Docente Universidad del Valle, Cali-Colombia. Contacto: nelson.molina@correounivalle.edu.co, ORCID: https://orcid.org/0000-0002-0250-251X


1 La palabra encarnación (en inglés enbodiment) es utilizada para hacer alusión a la experiencia física o a las sensaciones experimentadas en el cuerpo, las cuales constituyen un eje vertebral en los estudios de los afectos a partir del giro afectivo.